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Editorial II
Blanqueo de inmigrantes ilegales
El Gobierno estaría analizando la posibilidad de regularizar la
situación de los indocumentados provenientes de las naciones del
Mercosur, medida que podría extenderse a otros países latinoamericanos
que no pertenecen a ese bloque, pero que tienen importante presencia humana
entre nosotros, como es el caso de Perú.
El plan consiste, según los trascendidos, en una simplificación
casi total de los trámites necesarios para conseguir la radicación
entre nosotros. Según el nuevo esquema, los ilegales deberían
limitarse a presentar testimonios de que son ciudadanos de algunos de
esos países, demostrar que no poseen antecedentes policiales y
agregar un certificado de salud.
Son conocidas las fluctuaciones que han seguido las políticas migratorias
en los últimos años. También se sabe que los inmigrantes
ilegales viven situaciones disímiles y que a veces deben enredarse
en las malas prácticas de verdaderas mafias que se encargan de
librarlos de posibles contratiempos o amenazas de expulsión. Los
extranjeros beneficiados por estas medidas recibirían un permiso
de residencia que podría prorrogarse y llegar, incluso, a la obtención
de la ciudadanía argentina.
Los inmigrantes ilegales desempeñan diversas ocupaciones entre
nosotros. Muchos de ellos han acometido emprendimientos productivos que
tienen importancia para nada despreciable en la economía, como
los cultivos de hortalizas en varias zonas cercanas a la Capital Federal.
Otros desempeñan oficios diversos, a veces muy bien calificados,
en la industria de la construcción. No faltan, por cierto, los
grupos minoritarios que han ingresado en los circuitos de la marginalidad
y actúan en la delincuencia. Se impone, por lo tanto, una revisión
profunda de los antecedentes y una clara separación entre quienes
pretenden trabajar honestamente y los que procuran metas no confesables.
Son muchos los estudios y testimonios que demuestran que los inmigrantes
de los países vecinos no inciden negativamente, por lo menos de
una manera importante, en los índices de desempleo. Es cierto,
de todas maneras, que muchos de ellos son víctimas de formas de
trabajo que están reñidas con los más elementales
respetos por la condición humana. Importa, por lo tanto, que los
trabajos de tipo esclavo desaparezcan y que los contratos laborales se
rijan por las leyes que son, o deberían ser, de aplicación
común. Sí, en cambio, producen problemas en las áreas
vinculadas con la salud ya que sus necesidades asistenciales recargan
a nuestro colapsado sistema hospitalario o de salud pública, que
se ve excedido en su capacidad de respuesta.
Nuestro país tiene una larga tradición de respeto y buena
acogida hacia los inmigrantes. En épocas lejanas llegaron hasta
nosotros hombres y mujeres cuya condición socioeconómica
no era mejor que la evidenciada por esta nueva inmigración. No
es necesario aclarar, por ampliamente conocido, que la marea humana que
llegó a la Argentina en épocas ya lejanas se integró
como parte esencial de nuestra nacionalidad, cosa que bien podría
repetirse en esta nueva situación. Nuestra Constitución,
siempre generosa en sus alcances y disposiciones, afirma claramente los
derechos de quienes quieran vivir en nuestro suelo.
Es obvio decir que una medida como ésta requiere de estudios cuidadosos
y debe ser aplicada con extremos cuidados, pues son alrededor de 700.000
los inmigrantes que todavía siguen estando indocumentados y sobre
quienes pesa siempre la espada de Damocles de la expulsión. Los
vecinos latinoamericanos que han podido sobrevivir a los vaivenes de nuestra
política y a los caprichos de nuestra economía merecen ser
reconocidos por su voluntad de seguir entre nosotros, lo cual no es poca
cosa, sin duda.
La Nacion, 12 de enero de 2004
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