Vaca
que cambia de querencia...
El argentino medio viene recibiendo contradictorias informaciones del otro lado del Atlántico que contrastan con la realidad que se observa en el consulado español de Buenos Aires. De una parte, se levantan expectativas que prenuncian un futuro mejor, libre de problemas y con la garantía de vivir en un continente arropado por el hiperdesarrollo y de una unidad económica (euro) y política (Unión Europea) sin precedente. Aquí crecen los deseos de participar de esa vida feliz, que contrasta con las peripecias consulares, que se prolongará (en caso de superarlas) durante un buen tiempo en la madre patria. Porque, no nos confundamos, de lejos siempre todo se ve bonito. Pero al llegar al aeropuerto de Barajas el taxista no será tan amable como los nuestros. El trabajo tampoco aparecerá de un día para el otro, dado que España es uno de los países con tasa de desempleo más alta de la Unión Europea. Las propiedades allá son realmente caras y la recepción (pese al extraordinario carácter del español) no será la de siempre. Si bien se puede disfrutar de las bondades de la comida mediterránea, rica en pescados, arroces y hortalizas, al poco tiempo se extrañará compartir un asado en familia. La carne en España, salvo algunas zonas del País Vasco, es inferior a la nuestra. El pescado, que aquí sobra, en la península es carísimo. También nos costará adquirir el acento catalán, sevillano o castizo; algo que nuestros hijos superarán rápidamente si viajan en edad escolar. Iremos al cine, de tanto en tanto, y cuando veamos una maravilla de película como "El hijo de la novia" no se nos escapará una lagrimita, como aquí, en el cine: nos durará semanas contener el llanto. Ni mencionemos el gasto telefónico: nuestra cuenta con Telefónica en la madre patria viene también de color verde... y hay que pagarla en término. Alquilar un departamento requiere, en muchos casos, de un aval bancario con otro respaldo personal que es difícil encontrar (qué buen español se arriesga a avalar a un argentino recién llegado). En una cancha de fútbol sufriremos de cerca ver que la hinchada española hace "hurras" por jugadas que aquí son silbadas. Y si, por ventura, la Argentina gana el próximo Mundial de fútbol no habrá Cibeles que valga; querremos festejar en el Obelisco, como corresponde. Hay algo más importante que no se encontrará: los olores de la infancia y la sorprendente buena disposición que tenemos para conversar de cosas profundas con gente que apenas conocemos. En España no seremos de inmediato invitados a comer a las casas de los locales. Nos costará un par de años tener ese verdadero e inapreciable privilegio. Hace ocho años que cumplí un sueño: vivir en la Argentina. Tengo 39 y viví en España desde los 12 hasta los 31. Si bien soy abogado español y mi trabajo hoy consiste -en parte- en asesorar a argentinos que desean marcharse, a quienes insto a que no se vayan, no puedo observar si no es con una enorme tristeza que muchos se van pensando en lo fácil que allá será todo. Los argentinos tienen la costumbre de poner todo "en el afuera", olvidando que uno es corresponsable de lo que nos sucede en todos los ámbitos. Por eso, mi consejo frente al éxodo sería: piénselo cien veces y ponga en una balanza todo lo bueno y lo malo que tiene aquí. Vivimos inmersos en una profunda crisis, pero de ella es de donde surgen las oportunidades. Contribuyamos entre todos a salir de esta decadencia moral, institucional y económica. América y la Argentina aún tienen mucho por construir. El futuro está en el Nuevo Continente. Emigrar no es la panacea y, a no olvidarse: "Vaca que cambia de querencia se atrasa en la parición". Por Maximiliano Pejkovich, abogado y titular del Departamento de Mediación de la Universidad Maimónides La Nacion, 3 de marzo de 2002 |
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