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En 1995 vivían aquí 35.000 ciudadanos asiáticos
de ese origen
· Muchos partieron a Brasil, México, Estados Unidos
o Canadá
· Cerró el 60% de los comercios de la colectividad
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Hace tres
años había en la Argentina 35.000 coreanos. Hoy no llegan
a 15.000. Los que partieron lo hicieron en busca de un futuro económico
más claro y de mayor seguridad, según confirmaron a LA NACION
fuentes de la Asociación Coreana, de la cámara de empresarios
de esa colectividad y de la Embajada de Corea del Sur.
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Según el último censo de la comunidad, realizado por la
Asociación Coreana, en diciembre pasado, vivían en la Argentina
18.000 nativos y descendientes de coreanos. Pero se calcula que 3000 más
se fueron desde entonces y para este año se estima la partida de
otros dos mil.
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"El esfuerzo no da frutos y las familias tienen mucho miedo a los
asaltos -afirmó el presidente de la asociación, Ki Jae Kim-.
Desde diciembre último, unos 70 hogares coreanos sufrieron robos
violentos. Nuestra colectividad quiere quedarse, pero no tiene garantías
de poder llevar una vida pacífica", dijo.
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En 1965 había en Buenos Aires una docena de familias coreanas.
Veinte años después, gracias a una fuerte oleada inmigratoria
que duró hasta 1995, la colectividad llegó a sumar unas
35.000 personas.
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Sin embargo, desde 1998 comenzaron a irse, en un proceso que no hizo más
que acelerarse en los últimos tres años. La mayoría
de los que se fueron eligió como destino países donde ya
existía una colectividad coreana consolidada, como México,
Brasil, Estados Unidos y Canadá, o el retorno a su madre patria.
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"En la Argentina no se ve un futuro claro y la gente ya no aguanta
más -afirmó Ki Jae Kim-. Trabajamos en forma autónoma,
por eso cuando cierra una empresa se va todo el grupo familiar."
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El agregado cultural de la embajada de Corea del Sur, Wansoo Park, confirmó
que en los últimos dos años se produjo un nivel de partida
muy fuerte. "Es que somos comerciantes y no hay demanda", explicó.
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Según datos de la Asociación de Empresarios coreana, el
60 por ciento de los comercios de las zonas del Bajo Flores y Once tuvo
que bajar sus persianas el último año.
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En la primera zona, concentrados en el cruce de las avenidas Carabobo
y Castañares, quedan unos 200 negocios; en la segunda, con epicentro
en la esquina de Mitre y Paso, hay cerca de 400 locales comerciales.
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Según afirmó el presidente de esta asociación, Daniel
Cho, el único núcleo comercial "que todavía
resiste a la crisis" es el de la avenida Avellaneda, entre Nazca
y Campana, en el barrio de Flores, donde se agrupan 450 negocios. "En
esta zona sólo cayó un 20 por ciento la cantidad de locales.
Es nuestra última fuente de trabajo", aseguró.

Coreanos
y judíos en Flores: dos comunidades que también conviven en el barrio
de Once
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"Vergüenza
de ser pobres"
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"Muchos coreanos pasan hambre, pero no se dejan ayudar. Sienten mucha
vergüenza de ser pobres y por eso no lo cuentan a nadie -expresó
Daniel Cho-. Sólo se conocen entre familiares y un grupo muy cercano
de amigos. Por eso, la mayoría se fue sin decírselo siquiera
a sus vecinos."
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Esta asociación realizó en abril último una colecta
entre los vecinos y las iglesias de la colectividad. Consiguió
reunir 600 kilogramos de arroz, que es el ingrediente principal y tradicional
de su alimentación. "Desaparecieron en solo un día",
afirmó Cho.
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"La gente cree que somos ricos, pero la facturación de nuestros
negocios cayó un 70 por ciento en el último año",
dijo Kyu Tae Kim, dueño de un local en Avellaneda al 3100. "Por
ahora, mantengo el negocio abierto porque no tengo otra fuente de ingresos",
explicó.
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La colectividad coreana posee cerca de 1000 talleres de indumentaria.
El productor Daniel Lee, dueño de un taller en Felipe Vallese al
1000, Caballito, contó: "Trabajo por lo básico, para
comer. Los insumos se pagan en dólares y ya no puedo reparar las
maquinarias que se rompen".
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Las historias se repiten entre los comerciantes. María Kim, una
vendedora de máquinas de coser e hilos de la esquina de Carabobo
y Castañares, aseguró: "Me siento muy sola porque se
fueron mis amigos. Vine hace 30 años y aquí tuve a mis hijos,
pero ya no tengo esperanzas".
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"¿Adónde voy a ir? Este negocio es mío, sólo
me resta aguantar... Apenas entran dos o tres clientes por día
y casi no compran", se lamentó.
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Gerardo An, un vendedor de gorras de la zona de Once, es diseñador
gráfico; su hermano está en el quinto año de la carrera
de Medicina y vive junto a su madre. Su familia se mantiene con el producto
de su comercio, situado en Larrea y Sarmiento.
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"Con la devaluación, dejé de importar. Voy a vender
todo lo que tengo, pero no aguanto más. Cuando voy a la Iglesia,
me doy cuenta de que se fueron muchos", comentó.
Adrián
Martínez

Muchos coreanos ya no pueden reabrir los negocios
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La
Nacion, 20 de mayo de 2002
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