Los
conflictos emocionales ante un fenómeno creciente
Cómo afrontar los desafíos de la emigración
Aconsejan asesoramiento psicológico para elaborar la decisión
y evitar regresos anticipados, mala adaptación y depresiones
Es imprescindible hacer un balance entre pérdidas y beneficios
Un error habitual es idealizar el país de destino
La atención debe incluir a los familiares que se quedan
La llaman la emigración del portazo: a diferencia de épocas
en que había que escapar de la muerte, o de cuando el viaje al
exterior era una aventura infaltable de juventud, irse del país
hoy implica algo bien diferente.
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La mayoría se va porque no tiene opciones económicas,
de futuro, de seguridad, y aunque esto no implique lo mismo que el exilio
político, se vive como una situación coaccionante,
explica la licenciada Adriana Alarcón, directora ejecutiva de
Open Center, una institución de terapias integrativas y focalizadas,
que, entre sus servicios, ofrece grupos orientados a quienes consideran
o decidieron dejar el país, y también para
sus familiares.
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Para la licenciada Yael Fairtag de Wolynski, que coordina el equipo
de Migración, Cambio y Crisis, del Centro David Liberman, de
la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (Apdeba),
a pesar de las condiciones actuales, la emigración sigue
siendo una elección, y uno de los grandes peligros es irse con
bronca, con odio hacia el país, e idealizando el destino al que
se va, como si se tratara de recuperar un paraíso perdido que,
desde luego, no existe.
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Un mundo de brazos cerrados
Las migraciones no son un fenómeno nuevo en la historia
del mundo afirma Fairtag de Wolynski, pero en este caso
asume características especiales porque hay gente que después
de perder su trabajo y buscar durante mucho tiempo, sin resultados,
siente que en el proyecto de irse puede recuperar su dignidad. La dificultad
es que algunos países que antes funcionaban como polo de atracción
hoy no reciben inmigrantes.
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El mundo no es tan fácil, y cada vez son menos los emigrantes
ideales añade Alarcón, que vivió 21 años
en los EE.UU., es decir, los emigrantes que ya conocen el lugar
adonde van, que tienen un proyecto laboral concreto, un sitio donde
vivir, relaciones o amigos... Si bien sufrirán el desarraigo,
no enfrentarán los mismos conflictos que aquellos que hoy son
mayoría y que se van sin haber viajado nunca, sin saber si conseguirán
casa, trabajo, contactos; sin papeles... Estas personas están
en riesgo.
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La decisión de emigrar no es fácil e implica un proceso
en el que la balanza debe ocupar un lugar central. Hay que evaluar
pérdidas y ganancias dice la terapeuta de Apdeba.
¿Qué me ofrece el país adonde voy? ¿Por
qué estoy yendo? Un error habitual es, tomada la decisión,
bajar la persiana y olvidarse de que uno todavía vive en este
país. Eso no es bueno. Antes de irse, hay que tomarse un tiempo
para armar el equipaje, y no sólo de objetos físicos que
uno necesite llevarse.
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Alarcón y su equipo, al igual que los colegas de Apdeba, proponen
tratamientos grupales porque aseguran que la interacción entre
las personas da frutos excelentes. Primero hay que identificar
el conflicto, que no siempre es el mismo dice Alarcón.
Hay quienes saben que se quieren ir pero no cómo hacerlo; hay
quienes dudan. Luego, vemos el deseo: si realmente quieren emigrar.
Y, según ese deseo, adecuar las aspiraciones de la persona a
la realidad. No siempre la resolución final es irse. Algunos,
justamente por la interacción grupal, descubren que tienen posibilidades
acá que quizá no veían y se reúnen con su
auténtico deseo, que era no viajar. Otros resuelven irse, pero
no creyendo que encontrarán monedas o billetes tirados en las
calles de las ciudades ricas del mundo, como me ha tocado escuchar alguna
vez.
La psicoanalista de Apdeba explica que, según la Escuela Inglesa
de Sociología de la Emigración, existen 4 fases descriptas
al respecto: la luna de miel (que puede durar hasta un año e
implica la idealización del nuevo país), la etapa depresiva
(que suele aparecer hacia el año y medio, y ocurre cuando lo
ideal ya no lo es tanto), la etapa de integración y aclimatación
(que no todos logran, pero suele ocurrir entre los 3 y los 4 años),
y, conforme haya sido la partida y la superación del período
depresivo, puede sobrevenir una cuarta etapa, la del rechazo total hacia
el pasado y el propio país: son los que sueñan internamente
con volver, aunque dicen que nunca lo harían...
Viajeros a toda edad
El actual fenómeno emigratoriodel país incluye aspectos
nuevos. Ya no se van sólo los jóvenes, a estudiar
o a un viaje tipo aventura afirma la licenciada Alarcón,
sino gente de mediana edad, y es muy habitual que viaje primero algún
integrante de la familia.
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La licenciada Wolynski agrega que también regresan a sus países
de origen gente mayor que vino como inmigrante al país, pero
que acá no encuentran seguridad o atención médica.
Entonces son muchos los hijos y nietos que se van detrás
de mejores horizontes dice la psicoanalista, pero también
se da la situación inversa. Esas pérdidas implican duelos
por elaborar. Y aunque las comunicaciones hoy permiten contactos fluidos
y permanentes, hay algo que la distancia no permite: tocarse. Eso es
lo que muchas madres y abuelas dicen que es lo que más extrañan
de sus hijos y sus nietos.
Por Gabriela Navarra
La Nacion, Sábado 12 de Octubre de 2002