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El profesor que pronosticó
el choque de civilizaciones, aborda el impacto de la cultura hispana en
la sociedad de EE.UU. en el libro “¿Quiénes somos? Los desafíos
a la identidad nacional estadounidense”
Samuel P. Huntington: “Si el avance
del español continúa, la división cultural entre hispanos y anglos sustituirá
a la división racial entre negros y blancos"
“¿Quiénes
somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense”
Por
Samuel P. Huntington
Editorial
Paidós (31/05/04, 06.59 horas)
El
crecimiento continuado del número y la influencia de los hispanos ha llevado
a los defensores de la causa hispana a plantearse dos objetivos. El primero
es impedir la asimilación de los hispanos a la sociedad y la cultura angloprotestantes
de Estados Unidos y crear, en su lugar, una comunidad social y cultural
hispana de grandes dimensiones, hispanohablante, autónoma y permanente,
en territorio estadounidense. Algunos, como William Flores y Rina Benmayor,
rechazan la idea de una “comunidad nacional única”, atacan
la “homogeneización cultural” y censuran los esfuerzos por
promover el uso del inglés como una muestra de “xenofobia y arrogancia
cultural”.
También
atacan el multiculturalismo y el pluralismo, porque dichos conceptos relegan
las “diversas identidades culturales” a la “vida privada”
y asumen que “en la esfera pública, exceptuando algunas muestras
toleradas de etnicidad, debemos dejar a un lado dichas identidades e interactuar
en un espacio culturalmente neutro en el que todos somos 'americanos'”.
Los hispanos, sostienen dichos autores, no deberían propugnar una identidad
estadounidense general, sino adoptar una “identidad y una conciencia
políticas y sociales latinas emergentes”. Deberían proclamar (y,
de hecho, están proclamando) una “ciudadanía cultural” separada
que implique “un espacio social diferenciado para los latinos en
este país”.
El segundo objetivo de los defensores de la causa hispana se deriva del
primero. Se trata de transformar Estados Unidos en su conjunto en una
sociedad bilingüe y bicultural. Estados Unidos debería abandonar la cultura
angloprotestante central y las diversas subculturas étnicas complementarias
que ha tenido durante tres siglos. En su lugar, debería tener dos culturas,
la hispana y la angloamericana, y, de manera más explícita, dos idiomas,
el español y el inglés. Se ha de tomar una decisión “acerca del
futuro de Estados Unidos –declara el profesor la Universidad de
Duke (Carolina del Norte) Ariel Dorfman–. ¿En este país se hablarán
dos lenguas o solamente una?”.
Y
su respuesta, por supuesto, es que se deberían hablar dos. Esto es cada
vez más cierto en la práctica, y no sólo en Miami y el Suroeste. “Nueva
York –afirman Flores y Benmayor– es una ciudad bilingüe y
el español es un elemento de uso diario en la calle, en los negocios,
en los servicios públicos y sociales, en las escuelas y en el hogar.”
“Hoy en día –señala el profesor Ilan Stavans– en Estados
Unidos se puede abrir una cuenta bancaria, obtener asistencia médica,
ver telenovelas, presentar las declaraciones de renta, amar y morir sin
pronunciar una sola palabra 'en inglés'. Estamos siendo testigos, en definitiva,
de una reestructuración de la identidad lingüística de la nación.”
Y la fuerza impulsora de esta hispaniza-ción, la afluencia de mexicanos,
no da la más mínima señal de remitir (...).
Si un millón de soldados mexicanos trataran cada año de invadir Estados
Unidos y más de 150.000 de ellos lo lograran y se establecieran en territorio
estadounidense, y el gobierno mexicano exigiera entonces que Estados Unidos
reconociera la legalidad de dicha invasión, los estadounidenses se sentirían
indignados y movilizarían todos los recursos necesarios para expulsar
a los invasores y restablecer la integridad de sus fronteras. Sin embargo,
todos los años se produce una invasión demográfica comparable, mientras
el propio presidente de México preconiza la legalización de la misma,
y los dirigentes políticos estadounidenses pasan la cuestión por alto
o aceptan incluso la eliminación de la frontera como un fin a largo plazo
(o, al menos, así lo habían hecho hasta el 11-S).
En el pasado, los estadounidenses emprendieron acciones que han afectado
radicalmente la naturaleza e identidad de su país sin darse cuenta de
que lo estaban haciendo. Como ya hemos visto, la Ley de los Derechos Civiles
de 1964 tenía la intención explícita de suprimir la selección y las cuotas
raciales, pero las autoridades federales la administraron de tal manera
que produjo el resultado totalmente contrario. Con la ley de inmigración
de 1965 no se pretendía provocar una oleada masiva de inmigración procedente
de Asia y América Latina, pero ése fue el efecto que produjo. Estos cambios
vienen causados por una falta de atención a las posibles consecuencias,
por la arrogancia y los subterfugios esgrimidos por los burócratas y por
el oportunismo político. Algo similar está ocurriendo con la hispanización.
Sin que medie un debate nacional ni una decisión conscientes, EE.UU. está
siendo transformado en lo que podría ser una sociedad muy distinta de
la que era.
La relación con México
Al hablar de inmigración y asimilación, los estadounidenses han tendido
a generalizar al respecto sin discriminar entre los inmigrantes. Con ello,
se han ocultado a sí mismos las características, el desafío y los problemas
especiales planteados por la inmigración hispana (mexicana, principalmente).
Al eludir (al menos hasta el 2004) la cuestión de la inmigración mexicana
y al tratar la relación de conjunto con el país vecino como si no difiriera
de la que se puede mantener con cualquier otro país, también eluden la
cuestión de si Estados Unidos continuará siendo un país con una única
lengua nacional y una cultura dominante angloprotestante común. Sin embargo,
al ignorar dicha cuestión se le está dando ya una respuesta concreta y
se está consintiendo en la transformación final de la población estadounidense
en dos pueblos con dos idiomas y dos culturas.
Si esto ocurre y Estados Unidos deja de ser una “Babel a la inversa”
en la que cerca de 300 millones de personas comparten una (y sólo una)
lengua común, el país podría llegar a dividirse entre un elevado número
de personas que sepan inglés, pero poco o nada de español (y que queden,
por tanto, circunscritas al mundo anglófono estadounidense), un número
más reducido de personas que sepan español, pero poco o nada de inglés
(y que, por tanto, puedan funcionar únicamente en el seno de la comunidad
hispana), y un número indeterminado de personas que sepan ambas lenguas
y que sean, por tanto, mucho más capaces que los monolingües de operar
a escala nacional. Durante más de 300 años, el dominio del inglés ha sido
un prerrequisito para prosperar en Estados Unidos. Sin embargo, actualmente,
el dominio simultáneo del inglés y del español se hace cada vez más importante
para tener éxito en los negocios, en el mundo académico, en los medios
de comunicación y, muy especialmente, en la política y el gobierno.
Estados Unidos parece estar deslizándose en esa dirección a través de
un proceso de bilingüismo lento y sigiloso. En junio del 2002, los hispanos
eran 38,8 millones, un 9,8% más que en el censo del 2000 (la población
estadounidense en su conjunto creció un 2,5% durante ese mismo período),
y constituían por sí solos la mitad del crecimiento de la población de
Estados Unidos durante esos dos años y un tercio. La conjunción de una
elevada inmigración sostenida y unas altas tasas de reproducción implican
que su número e influencia en la sociedad estadounidense no cesarán de
aumentar. En el 2000, 47 millones de personas (el 18% de las que tenían
cinco o más años) hablaban una lengua no inglesa en sus casas; 28,1 millones
de ellas hablaban español. La proporción de estadounidenses de cinco o
más años que no llegan a hablar el inglés “muy bien” creció
desde el 4,8% del año 1980 hasta el 8,1% del año 2000.
Los dirigentes de las organizaciones hispanas se han mostrado reiteradamente
militantes en la promoción de su lengua. Desde la década de 1960, según
señalan Jack Citrin y sus colaboradores, “los activistas hispanos
han postulado el concepto de derechos lingüísticos entendiéndolos como
un derecho constitucional”. Han presionado a los organismos gubernamentales
y a los tribunales para que éstos interpretaran en las leyes que prohíben
la discriminación por motivos de origen nacional una supuesta obligación
de educar a los hijos en la lengua de sus padres. La educación bilingüe
se ha convertido en educación en lengua española y la demanda de maestros
que dominen bien el idioma español ha llevado a California, Nueva York
y otros estados a contratar a maestros de España y Puerto Rico. Salvo
una excepción (la del caso Lau, que, de todos modos, respondió a un detallado
plan previo), los principales casos judiciales sobre derechos lingüísticos
tienen apellido español: Gutiérrez, García, Yñiguez, Jurado, Serna, Ríos,
Hernández, Negrón, Soberal-Pérez, Castro.
Organizaciones hispanas
Las organizaciones hispanas han desempeñado un papel central a la hora
de conseguir que el Congreso autorice programas de mantenimiento cultural
dentro de la educación bilingüe. Su resultado ha sido el retraso en la
integración posterior de los niños en los cursos anglohablantes convencionales.
En Nueva York, según se informó en 1999, “un 90% de los alumnos
de programas bilingües en español no lograban pasar a los cursos normales
al cabo de tres años, como estipulaban las directrices establecidas”.
Muchos niños han pasado hasta nueve años en esos cursos, impartidos esencialmente
en español. Esto afecta inevitablemente a la velocidad y la medida en
que logran un dominio del inglés. La mayoría de inmigrantes hispanohablantes
de segunda generación (y posteriores) adquieren un dominio suficiente
del inglés para desenvolverse en un entorno anglófono. Pero, debido a
la afluencia continua y considerable de los inmigrantes, los hispanohablantes
de Nueva York, Miami, Los Ángeles y otras zonas tienen cada vez mayores
posibilidades de llevar una vida normal sin saber inglés. El 65% de los
niños matriculados en programas de educación bilingüe en la ciudad de
Nueva York lo están en clases impartidas en español y, por tanto, tienen
poca necesidad o posibilidad de emplear el inglés en la escuela. Y, al
parecer, a diferencia de las madres de Los Ángeles, en Nueva York, según
“The New York Times”, “los padres hispanohablantes se
muestran generalmente más receptivos a que sus hijos estén matriculados
en esas clases, mientras que los padres chinos y rusos son más reacios”.
Según informaba James Traub, “una persona puede vivir en un entorno
exclusivamente hispanohablante en Nueva York. 'Yo trato de decir a los
niños que miren al menos la televisión en inglés –comentaba José
García–. Pero los niños llegan a casa y hablan en español; ven tele
y escuchan música en español; van al médico y el médico habla en español.
Vas a la frutería china que hay en esta misma calle y el frutero chino
habla español.' Los niños hispanohablantes no tienen por qué salir de
su mundo cerrado: Nueva York tiene escuelas que son prácticamente hispanohablantes
en su totalidad e, incluso, una escuela universitaria bilingüe. Los estudiantes
no se dan cuenta de que su inglés no se corresponde con las demandas del
mercado laboral hasta que finalizan sus estudios”.
El término “educación bilingüe” ha servido de eufemismo para
referirse a la educación infantil en español y a la inmersión de los alumnos
en la cultura hispana. Los hijos de pasadas generaciones de inmigrantes,
que no tenían tales programas, adquirían un buen dominio del inglés y
absorbían la cultura de EE.UU. Los hijos de los inmigrantes no hispanos
contemporáneos, por lo general, aprenden inglés y se asimilan a la sociedad
estadounidense con mayor rapidez que los de los inmigrantes hispanos.
Aun dejando a un lado las controversias acerca de sus efectos sobre el
progreso académico de los alumnos, la educación bilingüe ha tenido un
impacto claramente negativo en la integración de los estudiantes hispanos
en la sociedad estadounidense.
Los líderes y las organizaciones hispanas han propugnado activamente la
conveniencia de que todos los estadounidenses dominen tanto el inglés
como, al menos, otro idioma (es decir, el español). No hay duda de que
es muy defendible que, en un mundo donde las distancias son cada vez más
cortas, todos los estadounidenses deberían conocer al menos un idioma
extranjero importante –el chino, el japonés, el hindi, el ruso,
el árabe, el malayo bahasa, el francés, el alemán, el español–,
de manera que pudiesen ser capaces de comprender una cultura foránea y
de comunicarse con su gente. Pero otra cosa muy distinta es defender que
los estadounidenses deban conocer una lengua no inglesa para comunicarse
con sus propios conciudadanos. Eso es, sin embargo, lo que los defensores
de la causa hispana tienen en mente. “El inglés no es suficiente
–sostiene Osvaldo Soto, presidente de la Spanish American League
Against Discrimination (SALAD)–. No queremos una sociedad monolingüe.”
El English Plus Information Clearing House , formado en 1987 por una alianza
de organizaciones hispanas y de otras culturas, defendía que todos los
estadounidenses “adquirieran una competencia sobrada en la lengua
inglesa y el dominio de una segunda lengua o de diversas lenguas adicionales”.
En los llamados programas de lengua dual los estudiantes son instruidos
tanto en inglés como en español de forma alterna. Su finalidad es convertir
el español en un igual del inglés en la sociedad estadounidense. “La
perspectiva de la lengua dual –sostienen dos de sus defensores–
permite que los niños anglohablantes aprendan un nuevo idioma al tiempo
que los NES aprenden inglés. A medida que aprenden dichos idiomas, aprenden
también las dos culturas relacionadas con los mismos. De ese modo, todos
los niños adquieren un segundo idioma y afrontan problemas similares.
Con ello se minimiza la inferioridad sentida por los miembros del grupo
minoritario.” En marzo del 2000, en su discurso “Excelencia
para todos-Excellence for All”, el secretario de Educación Richard
Riley dio su apoyo a la educación en lengua dual y predijo que para el
año 2050 una cuarta parte de la población de Estados Unidos y una proporción
aún mayor de la población juvenil sería hispanohablante.
El avance del bilingüismo cuenta con el favor no sólo de los grupos hispanos,
sino también de algunas organizaciones progresistas y de los derechos
civiles y líderes religiosos (católicos, sobre todo), que ven en ello
un posible aumento de adeptos potenciales, así como de numerosos políticos
(tanto republicanos como demócratas) que responden al crecimiento numérico
con un paulatino pero continuo ascenso de las tasas de naturalización
de inmigrantes hispanos (...).
Empleados bilingües
La orientación hacia los clientes hispanos de las empresas en general
les ha generado una necesidad creciente de empleados bilingües. Éste fue
un factor crucial en el referéndum de 1980 sobre la oficialidad del inglés
en Miami. Como señala el sociólogo Max Castro: “Probablemente, la
consecuencia de la transformación étnica que más resentimiento originó
fue el creciente número de puestos de trabajo en Miami para los que se
requerían capacidades bilingües. En ese terreno, el bilingüismo tenía
consecuencias reales, y no sólo simbólicas, para los habitantes no hispanos
de Miami. Pero para muchos también simbolizaba una inversión de las expectativas
tradicionales (las que dictaban que eran los recién llegados los que debían
adaptarse a la lengua y la cultura dominantes). Peor aún: dotaba a los
inmigrantes de una ventaja en el mercado laboral basada en una necesidad
creada por su propia presencia”.
Algo parecido ocurrió en la pequeña población de Doraville (Georgia).
La afluencia de hispanos hizo que el dueño del supermercado local cambiara
los productos, los carteles, la publicidad y el idioma del establecimiento.
También le obligó a variar su política de contratación de nuevos empleados.
Tras aquel cambio, decía, “no íbamos a contratar a nadie a menos
que fuera bilingüe”. Pero cuando se hizo patente la dificultad de
hallar a ese tipo de personas, “decidimos que teníamos que contratar
a personas que fueran preferentemente hispanohablantes”. El bilingüismo
también afecta a los salarios. Los agentes de policía y los bomberos bilingües
de ciudades del suroeste como Phoenix y Las Vegas perciben mayores sueldos
que los que sólo hablan inglés. En Miami, según un estudio, las familias
en las que sólo se hablaba español tenían unos ingresos medios de 18.000
dólares, las familias en las que sólo se hablaba inglés tenían unos ingresos
medios de 32.000 dólares y las familias bilingües ganaban un promedio
de 50.376 dólares anuales. Por vez primera en la historia estadounidense,
aumenta el número de norteamericanos que se ven incapaces de obtener los
empleos o la remuneración que obtendrían de otro modo por el simple hecho
de que sólo pueden hablar con sus compatriotas en inglés.
En los debates sobre política lingüística, el senador S.I. Hayakawa hizo
especial hincapié en la singular oposición al inglés que muestran los
hispanos: “¿Por qué no hay filipinos ni coreanos que se opongan
a convertir el inglés en idioma oficial? Tampoco se ha opuesto ningún
japonés. Y no lo han hecho los vietnamitas, que están más que felices
de estar aquí. Aprenden inglés todo lo rápido que pueden y ganan concursos
de lectura en todo el país. Pero los hispanos son los únicos que se mantienen
en su postura de que existe un problema. Ha habido una movilización considerable
destinada a convertir el español en el segundo idioma oficial.”
La difusión del español como segunda lengua de EE.UU. puede continuar
o no. Si lo hace, podría acabar acarreando consecuencias significativas.
En muchos estados, los aspirantes a cargos políticos podrían tener que
dominar ambas lenguas. Los candidatos bilingües a la presidencia y a otros
cargos nacionales de designación política podrían tener ventaja sobre
los hablantes monolingües de inglés. Si la educación en lengua dual, es
decir, la enseñanza en inglés y español por igual, se vuelve predominante
en las escuelas de primaria y en los institutos de secundaria, los maestros
y profesores estarán cada vez más obligados a ser bilingües. Los documentos
y formularios gubernamentales podrían acabar siendo publicados de forma
rutinaria en ambos idiomas. El uso de las dos lenguas podría ganar aceptación
en las sesiones y en los debates del Congreso y en la actividad gubernamental
y administrativa general. Dado que la mayoría de las personas cuyo primer
idioma es el español tendrán también, casi con toda seguridad, un elevado
dominio del inglés, los anglohablantes que no dominen el español se verán
probablemente desfavorecidos a la hora de competir por empleos, ascensos
y contratos.
Los presidentes y la lengua
En 1917, Theodore Roosevelt dijo: “No debemos tener más que una
bandera. Tampoco debemos tener más que una lengua. Y ésa ha de ser la
lengua de la Declaración de Independencia, del discurso de despedida de
Washington y de los discursos de Gettysburg y de la segunda investidura
de Lincoln”. El 14 de junio del 2000, el presidente Clinton declaró:
“Espero de verdad que sea el último presidente de la historia de
Estados Unidos que no sepa hablar español”. El 5 de mayo del 2001,
el presidente Bush celebró la fiesta nacional mexicana del Cinco de Mayo
inaugurando la práctica de pronunciar su alocución presidencial semanal
por radio al pueblo estadounidense en inglés y en español. El 1 de marzo
del 2002, los dos candidatos a la nominación demócrata para las elecciones
al cargo de gobernador de Texas –Tony Sánchez y Víctor Morales–
celebraron un debate público en español. El 4 de septiembre del 2003,
se celebró el primer debate entre candidatos demócratas a presidente en
inglés y en español. A pesar de la oposición de una gran mayoría de los
estadounidenses, el español se está uniendo a la lengua de Washington,
Jefferson, Lincoln, los Roosevelt y los Kennedy como idioma de Estados
Unidos. Si tal tendencia continúa, la división cultural entre hispanos
y “anglos” sustituirá a la división racial entre negros y
blancos como la más importante línea de fractura en la sociedad. El Estados
Unidos bifurcado entre dos idiomas y dos culturas será fundamentalmente
diferente del Estados Unidos de una sola lengua y una sola cultura angloprotestante
central que ha existido durante más de tres siglos.
Periodistadigital.com,
31
de mayo 2004
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