TESTIMONIO
Cuando la falta de papeles es una odisea
Muchas veces había escuchado que "allá se está bárbaro", que "hay trabajo", que "no sabés cómo se vive". Por eso Paula C. decidió irse. Profesional con un master en el CEMA en administración bancaria, 33 años, soltera y con ocho años de experiencia laboral en dos bancos extranjeros importantes, decidió que su segundo mes de desempleada la iba a encontrar en Miami, trabajando. Pero al llegar se topó con lo que nadie le había dicho: para trabajar había que tener papeles. Al día siguiente vio por televisión en su hotel cómo se desplomaban las Torres Gemelas de Nueva York. Esa caída que conmovía al mundo cambiaba también su realidad.

De un día para el otro, las ventas en los comercios de Miami cayeron un 60%, y los hoteles y las aerolíneas empezaron a anunciar que despedirían personal porque el turismo hacia EE.UU. iba a disminuir. Pero Paula siguió adelante. Puso su currícula en una página de Internet y recibió llamados con propuestas laborales. Tuvo entrevistas que terminaban calcadas: el empleo era de ella hasta que decía que no tenía papeles. Entonces se ofrecía a correr con los gastos que representaba a su posible empleador tramitarlos. Pero la respuesta era negativa.

Como sabía que necesitaba el número del Social Security, compró uno en el mercado negro. Había de distintas "calidades" y de eso dependía el precio: iban de 25 a 200 dólares por conseguir el número de alguna persona muerta y el carné con su foto y nombre.

El tiempo pasaba y Paula empezó a buscar —sin éxito— trabajo de moza o vendedora. También llegó hasta las agencias de empleo que, por 12 dólares, envían una lista de empresas que ofrecen trabajo.

Los dólares de sus ahorros iban desapareciendo. "Vivir es caro", dice ahora, desempleada pero en Buenos Aires. "Allá el servicio de transporte es malo y sí o sí hay que tener auto. Alquilé uno barato que me costaba 600 dólares por mes. Si querés alquilar, un departamento de un ambiente te cuesta 700 dólares. La alternativa es alquilar un dormitorio en casa de una familia, a un costo de 450 dólares".

"Los trabajos que conseguí eran de servicios y el sueldo rondaba entre los 1.000 y 1.100 dólares por mes." Entonces Paula hizo cálculos. Se acordó de Buenos Aires. De sus amigos y de su familia. Antes de que los 90 días de estadía de turistas se le vencieran, tomó un avión de vuelta.

Sentada en un café de Recoleta, a metros de su casa, explica: "Son todos códigos diferentes y tenés que aprender y cambiar de vida a un precio muy alto. Hay una manía por el consumo tan grande que te pone del bonete. Nadie te ayuda. El argentino que encontró la veta no te quiere ni mirar por miedo a que se la saques".

La ecuación de estar dispuesta a hacer cualquier cosa en un lugar que no le gusta le daba negativa. "Para pasarla mal, prefiero estar acá y luchar por lo que quiero en donde quiero".

 


INMIGRANTES EN PROBLEMAS: SIN DINERO PARA VOLVER Y, ALGUNOS, HASTA SIN TRABAJO

La crisis de miles de argentinos que viven como ilegales en Miami Muchos llegaron allí a fines de 2001, como turistas, escapando de la crisis. Entonces no necesitaban visa. Ahora tienen dificultades.

Ricardo, dentro de diez horas mi vuelo sale de Miami; decime por favor qué hago, decime por Dios que me vuelva.

—Aguantá, gorda, aguantá que ya vamos; acá las cosas se están poniendo muy mal.

Un año y un mes después, Luisa F. (una argentina de 44 años) cuenta ese diálogo con el mismo nudo en la garganta con el que le habló a su marido, Ricardo, en la Argentina. Está sentada en la sala de su trailer con aire acondicionado, a metros de Miami, la ciudad de Estados Unidos favorita de los argentinos que salían en busca de playa y compras.

Cuando el vuelo en el que tenía su pasaje de vuelta a la Argentina despegó, Luisa supo que vivir sin papeles en Estados Unidos iba a ser su realidad. Una realidad que —tras los atentados del 11 de setiembre— se está volviendo cada vez más dura para los argentinos ilegales, que se sienten amenazados por la deportación y que, en muchos casos, tienen que salir a pedir comida para pasar el día.

Luisa es parte de una de las tantas familias de nuestro país que viven lo que ella define como una situación angustiante y de pánico. Según la Comisión Argentina en USA (CAUSA) —una organización que se creó en marzo para ayudar a sus compatriotas necesitados—, son 200.000 los argentinos radicados en la zona de Miami y, de ellos, el 75 por ciento —unos 150.000, la misma población que tiene la provincia de Santa Cruz— son ilegales.

Un mes y medio después de su llegada a Miami, Luisa fue a buscar a su marido y sus dos hijos al aeropuerto. La crisis argentina había transformado su buen pasar —un negocio de gas, dos pancherías y una buena casa en Don Torcuato— en un recuerdo que también le provoca lágrimas. A esa altura, había perdido 14 kilos.

Tras un año de aprendizaje forzado de costumbres y reglas, Luisa tiene miedo cuando ve un patrullero. Con la nueva política migratoria una infracción de tránsito puede derivar en deportación, dicen en el Consulado argentino. Pero en CAUSA explican que tuvieron contacto con el jefe de policía de Miami y les aseguró que buscarán a argentinos.

La recesión de la industria turística en Miami terminó de empeorar la realidad de los que llegaron a fin del año pasado: ahora, también faltan los ansiados trabajos.

La magnitud del problema de los recién llegados no tiene cifras oficiales, pero se puede medir en un estacionamiento frente a la playa. Son las cuatro y media de la tarde del sábado en Miami Beach y unas 300 personas —muchas argentinas— esperan alimentos.

Fue la situación de unos amigos la que le abrió los ojos al pastor Rubén López (49), el encargado de esta ayuda. Como eran de San Isidro, como él, los había ido a visitar a un departamento en donde viven muchos argentinos. "Las condiciones eran muy duras y decidieron volverse". Pero López —que hace 29 años que vive en EE.UU.— se quedó con esa imagen. Entonces volvió al lugar. Tocó el mismo timbre y apareció una mendocina con sus dos hijos y repitiendo la historia.

"Fue en octubre que empezamos a repartir comida y ropa en la puerta de ese edificio. Eran cuatro familias argentinas. Pero el número nos fue superando y, en cinco meses, tuvimos que ir a un lugar más grande."

Las cajas para los argentinos tienen leche, pan, arroz, fideos y enlatados por unos 25 dólares que salen de donaciones privadas y de agencias del gobierno de los EE.UU.

Es lunes y el teléfono de Luisa no para de sonar. Está hablando y suena la llamada en espera. "Me dicen que salga con el pasaporte porque detuvieron a un argentino que no lo llevaba y lo deportan", cuenta y se estremece.

Cuántos son y cómo viven los que están en esta situación es una sensación que se mide en la calle. Cynthia Zak, una argentina de 36 años, habla desde el conocimiento que le da ser la editora asociada de El Paracaidista, una guía de orientación para el recién llegado.

Ella también una vez —como los paracaidistas— se lanzó y no sabía dónde iba a caer. "El último año —sobre todo antes de que entrara en vigencia el programa de exención de visas— llegaron muchísimos argentinos".

"Venían sin nada, con dos mangos en el bolsillo y chicos a cuestas", cuenta. Con zapatos de taco nuevo, una valija y 400 dólares en el monedero, llegó también Luisa. Aunque no necesitaba visa, el dedo de Migraciones paró sobre ella en el aeropuerto. Fueron dos horas que respondió lo que tenía que responder. Cuando salió, alguien le agarró la valija y se la puso en un taxi. Le estiró la mano y esperó propina. Ahí, Luisa aprendió la primera lección. El chofer le dijo: "Mujer: aquí se paga hasta por el saludo. Apréndelo, agéndalo".

La mujer (que en inglés sólo sabía decir yes) aprendió a los golpes. La estafaron en una agencia de empleos y, a los tres días, después de caminar en busca de los famosos cartelitos pidiendo empleados ("están por todos lados", le habían dicho) supo que "sin el número del documento (lo llaman I.D.) y sin registro de conductor no se puede hacer nada". En ese tiempo los extranjeros podían sacarlos. "Ahora es imposible", explica.

"Con poco dinero, sin información, pensando que se puede sobrevivir sin hablar en inglés", así Dimas Pettineroli —presidente de CAUSA— describe cómo llegó la mayoría de los argentinos. "El hecho de entrar sin visas los hacía venir como si fueran a Mar del Plata". Pero el permiso era por 90 días que parecían 90 minutos y "muchos se encontraron ilegales y sin plata".

A CAUSA llegan abogados-valetparking y médicos-lavaplatos, familias que comparten departamentos con otras, algunos sin lugar para dormir y sin plata para volver. Frente a esto, el grupo está juntando firmas para pedir un TPS (Temporary Protected Status), una protección temporal del gobierno —que ya tienen los nicaragüenses y salvadoreños— y que por un año les permitiría trabajar. "Se pide de gobierno a gobierno. Por eso le mandamos una carta a Duhalde".

Para Luisa "las cosas no están fáciles. No es que brotan dólares de los árboles o salen cuando abrís la canilla", explica. "Y, además, nos sentimos perseguidos", recalca. "Sé que podría pensarse que nadie nos obligó a venir, pero el sistema argentino nos llevó a irnos. Ahora, si nos deportan, ¿qué hacemos? Muchos me dicen que no hable porque es fácil identificarme. Yo ya estoy jugada, acá pago impuestos e invertí lo que tenía. Si me deportan, prefiero que sea por abrir la boca y no por quedarme callada".

Clarin, Miércoles 10 de abril de 2002

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