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Vivían
desde hace dos años en Estados Unidos, trabajando ilegalmente en California.
Los detuvieron en Puerto Rico, adonde habían ido de vacaciones
El periplo que tres jóvenes marplatenses
emprendieron en los Estados Unidos no tuvo el mejor final. Después de
dos semanas de vacaciones en Puerto Rico, intentaron regresar al estado
de California, donde se habían radicado hace unos dos años, pero la oficina
de migraciones de ese país los detectó sin visado: fueron encarcelados
y deportados en condición de ilegales a la Argentina. Ayer llegaron a
Mar del Plata.
Marcos Ravera y Nicolás Nachaj, de 23 años, y Martín Rigane, de 22, vivían y trabajaban en la ciudad californiana
de San Diego, en una empresa dedicada a la construcción. "Después de tanto
trabajo decidimos tomarnos un descanso; nos habían dicho que en Puerto
Rico no había inconvenientes con migraciones", explicó a Clarín Nachaj, en casa de su familia, en el residencial barrio Bosque
Alegre.
Era la primera vez que salían del territorio estadounidense después de
que se les venció el visado turístico, comúnmente otorgado por tres meses.
Nunca antes habían tenido problemas.
El primero en emigrar había sido Ravera, hace
tres años, luego se sumaron sus amigos, con quienes había cursado la escuela
secundaria. Los tres practican body boarding. Ravera logró convertirse
en profesional de ese deporte y estaba siendo sponsorizado por una empresa californiana. Por eso eligieron
Puerto Rico como destino para sus vacaciones. "Para correr olas", aseguran.
Puerto Rico, una isla del Caribe asociada como estado libre a los Estados
Unidos, mantiene en vigencia las mismas leyes migratorias: después de
noventa días de permanencia, el turista debe abandonar el territorio.
Caso contrario, es considerado ilegal.
Así, como ilegales, se los trató en Puerto Rico. El 10 de mayo llegaron
al aeropuerto de San Juan de Puerto Rico temprano ("porque queríamos evitar
problemas", dijo Nachaj, redondeando una paradoja), mostraron sus pasajes y
cuando sus equipajes estaban siendo despachados alguien los llamó desde
la oficina de migraciones. Era un agente federal. "Hasta acá llegamos",
se dijeron.
Y empezó lo peor. Se les retuvo los documentos y se los derivó al Centro
de Detención Metropolitano de Gaynabo, donde
permanecieron 13 días incomunicados, de acuerdo con el régimen carcelario.
"Esos trece días fueron larguísimos, para mí fue como un mes", contó Rigane. Allí, se los proveyó de uniformes y se los alojó en
celdas. Había ilegales, latinos, de distintos países, pero también otros
detenidos por delitos mucho más graves. "Cuando entramos se oían los gritos
de los otros presos, daba miedo —agregó Ravera—,
pero después cuando se enteraron de que éramos argentinos, que hablamos
español, la cosa cambió. Igual, había que tener cuidado".
"Nos daban tres comidas, la última a las cuatro de la tarde. Juntábamos
un poco de cada una y nos hacíamos una cena, siempre a base de arroz",
explicó Nachaj, quien a esa altura de las circunstancias
era optimista. Es que ya se habían contactado con "gente afuera". El agregado
consular de Miami, Roberto Espósito, fue el único que pudo comunicarse con los detenidos
por su carácter de funcionario de la cancillería. También ejercieron el
derecho a una llamada telefónica: se comunicaron con amigos en San Diego
y les pidieron que les avisaran a sus familiares.
Los trámites de deportación fueron relativamente rápidos. Es que, comentaron
los jóvenes, en otras celdas "había tipos que hacía dos meses que esperaban
para ser deportados".
Recién el miércoles abordaron un vuelo de la empresa panameña Copa, para
hacer el tramo San Juan-Panamá-Lima, y luego conectaron con otro de Cata,
de Lima a Buenos Aires.
Según especifican las leyes, por diez años no podrán volver a pisar suelo
estadounidense. Tampoco tienen ganas de repetir la historia. "Ni loco,
ahora sólo como legal, después de esos días preso vuelvo solamente si
tengo los papeles en regla", aseguró Rigane.
Mientras permanecieron en Estados Unidos intentaron obtener los documentos
para poder radicarse legalmente, por iniciativa de la empresa donde trabajaban.
Pero sostienen que eran muy costosos. Incluso pensaron en casarse con
ciudadanas estadounidenses. "Allá hay una organización que se dedica a
eso, pero hay que pagar mucho, y, encima, vivir con ella el mínimo de
dos años que pide la ley". Dejaron la idea de lado.
Ahora, recién llegados, saben que extrañarán algunas cosas de las vividas
en California. En los últimos meses habían alquilado una casa de dos plantas
con otros amigos, y comprado una camioneta, con la que pensaban independizarse
para continuar trabajando en el rubro de la construcción. Y, saben también,
que lejos estarán aquí de ganar los 470 dólares semanales que allí les
pagaban.

Foto: EN CASA. MARCOS RAVERA, NICOLAS
NACHAJ Y RAMIRO RIGANE, AYER, EN MAR DEL PLATA. (Foto: Fabián Gastiarena) Clarin, 25 de mayo de 2002
Deportaron
desde Puerto Rico a tres marplatenses
Vivían
sin visa en Estados Unidos
MAR
DEL PLATA.- "El gringo sigue viaje, ustedes no van a ningún
lado". Con esta sentencia, un oficial de Migraciones de San Juan
de Puerto Rico terminó el 10 del actual con la aventura norteamericana
de tres surfistas marplatenses que vivían en Estados Unidos sin
permiso de residencia.
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"El gringo" en cuestión es Arthur, un amigo del trío
con quien habían viajado un mes antes a la isla para pasar sus
vacaciones surfeando y, de paso, tantear la posibilidad de instalarse
allí.
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Quienes quedaron varados son Marcos Ravera y Nicolás Nachaj, de
23 años, y Martín Rigane, de 22.
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Los muchachos, tras permanecer encarcelados durante 13 días, fueron
deportados por las autoridades puertorriqueñas y, luego de varias
escalas, llegaron ayer por la madrugada a Mar del Plata.
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"No pensamos que esto iba a terminar así porque aunque todo
se puso muy denso después del 11 de septiembre, los amigos que
tenemos en Puerto Rico nos habían dicho que acá podíamos
pasar sin dramas", explicó Ravera a LA NACION.
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El joven vivía en Estados Unidos desde hacía dos años,
en San Diego, trabajando en la construcción de viviendas y "corriendo
olas" en los ratos libres.
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Aunque nunca consiguió la radicación, todo marchaba tan
bien que no tardó en llamar a Nachaj y Rigane, quienes seguían
metiéndose al agua en La Perla o en Mariano, cerca del faro de
Punta Mogotes.
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El primero viajó hace un año y medio. El otro se largó
hace 13 meses. "Trabajábamos juntos, ganábamos bastante
bien y surfeábamos todos los días", recordó
Nachaj. "Y con la gente teníamos la mejor onda", añadió
Rigane.
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En este escenario se les vencieron los permisos de turistas, pero volver
a tener los papeles en regla no los atormentó, pues ya soñaban
con convertirse en profesionales del bodyboarding, la variante del surf
que se practica con una tabla más pequeña.
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Ravera era el mejor encaminado: una fábrica de tablas y otra de
helados de San Diego lo equipaban y le costeaban los viajes y las inscripciones
en los torneos.
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"Hasta competí en Hawai. Y me fue bien", se ufanó
ante las carcajadas de sus compinches.
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"Igual seguíamos trabajando en la construcción, donde
ganábamos 13 dólares por hora", acotó Rigane.
"Es más -añadió-. Estuvimos a punto de conseguir
la residencia, pero en la mitad de los trámites pasó lo
de Nueva York y se nos pudrió todo".
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"Como nos portábamos bien, nunca tuvimos problemas con la
policía o Migraciones. Por eso nos animamos a pasar las vacaciones
en Puerto Rico", apuntó Nachaj.
Los tres marplatenses y Arthur, el amigo norteamericano, desembarcaron
en la isla el 9 del mes último y disfrutaron su estada sin sobresaltos
hasta la mañana del 10 de mayo.
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"San Juan es un buen lugar para vivir", pensaron mientras se
dirigían al aeropuerto de la ciudad. No imaginaban en qué
condiciones se trazaría esa residencia.
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"Despachamos las tablas y los bolsos y al llegar a la última
puerta, de repente, aparecieron dos oficiales de Migraciones", dijo
Rigane.
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"Arthur mostró su pasaporte y pasó. Nosotros les dimos
los nuestros y allí se acabó todo", se lamentó.
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Después los trasladaron a un centro de detención transitorio
y al día siguiente a una prisión federal de máxima
seguridad.
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"Nos trataron bastante bien en la cárcel, pero no nos dejaban
jugar al fútbol", apuntó Ravera.
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Trece días más tarde, con lo puesto apenas, los pusieron
en un avión y después de varias escalas regresaron a Mar
del Plata, ayer por la madrugada.
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Mientras piensan en las olas de La Perla o Mariano no descartan regresar
a San Diego, cuando se cumplan los diez años con los que los castiga
la deportación. "Eso sí, con papeles", anuncian
al unísono y con la misma ilusión.
Oscar
E. Balmaceda , La Nacion, 25 de mayo de 2002
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