OTRAS
FRONTERAS: LA AVENTURA DE LOS COMPATRIOTAS EN UNA DE LAS FRONTERAS MAS VIGILADAS
Los argentinos, las víctimas preferidas de los "coyotes" Son los traficantes que cruzan a los ilegales a EE.UU. Dicen que están llegando muchos argentinos. Y que es uno de los grupos a los que más les cobran, diez veces más que a un mexicano: casi 6.000 dólares por el cruce. (Clarin, Martes 9 de setiembre de 2003, por Gustavo Sierra, gsierra@clarin.com) La terminal de ómnibus de Ciudad Juárez es el mejor lugar para hacer el primer contacto con un "coyote" que lo cruce ilegalmente a Estados Unidos.Allí no están ni los capos de las organizaciones ni los jovencitos que hacen el cruce, pero están los taxistas que organizan el arreglo. En general llegan hasta allí mexicanos o centroamericanos. Tal vez algún que otro brasileño que no haya hecho los acuerdos en Río o San Pablo. Pero en los últimos tiempos han empezado a aparecer argentinos que buscan la forma de cruzar la frontera. Y un argentino es muy valioso para toda la organización. Paga casi diez veces más que un mexicano y cinco más que un centroamericano. Le pueden sacar hasta 6.000 dólares. "Eso sí, carnal (amigo, familiar), te garantizo que llegas a Denver en Colorado en menos de dos días", me dice uno de los "coyotes" a los que me llevó a ver Alfredo, taxista de la terminal de "Juarcito", que es como llama él a su ciudad. "Hablemos directo, con palabra de hombre. Si usted quiere brincar para el otro lado yo le consigo a un buen pollero (otra forma de denominar al coyote o traficante de personas). Usted arregla con ellos. Yo sólo cobro el viaje. Eso sí, en dólares", me dice Alfredo apenas hago algunas preguntas en la puerta de la terminal de ómnibus, a unos tres metros de donde estaban dos policías estatales mirando hacia las montañas Organ, en el lado estadounidense. "Están viniendo muchos argentinos últimamente —asegura Alfredo—. Ando llevando cada vez más. Antes ni se veían por acá. Y son un gran negocio. A los argentinos les cobran muy caro. Después siempre hay una propina. ¿Al último que llevé? Fueron varios. Hasta la semana pasada vi a un grupo. Eran como tres. Y hasta niñas llegan. Vi varias mujeres. Acá hay una famosa argentina que baila en el Erotic desde hace un tiempo. Es una de las chicas más famosas del ambiente", cuenta Alfredo con soltura mientras maneja despacio por la avenida 16 de Setiembre. Lo de las mujeres argentinas ya me lo había mencionado la cónsul mexicana en Buenos Aires. "Estamos detectando que cada vez hay más mujeres jóvenes que vienen a pedir visa o datos para viajar. La mayoría dicen que tienen contratos como modelos. Es posible que las engañen con eso", me había dicho. Alfredo nos da vueltas por varios barrios marginales y entramos por unas calles de tierra y hasta una barranca desde donde se ve claramente el río Bravo, que marca el límite entre México y Estados Unidos. En este caso. "Juarcito" de El Paso, en Texas, es la Colonia Portal. Unos chicos de no más de 12 años se muestran muy desconfiados. Dicen que "la gente de la casa" está ya en el Puente Libre, uno de los que unen ambas ciudades y donde los "coyotes" van a buscar clientes. Cuando llegamos aparece un patrullero de la policía mexicana. "Así no va a aparecer nadie", dice Alfredo y nos lleva de regreso al puente del centro, el de Santa Fe, mientras charla sin parar. "Es que hay que venir a las cuatro de la tarde o a las doce de la noche, porque a esa hora es que hacen el cambio de guardia los "gabachos" (por los guardias estadounidenses) y es cuando hay más actividad", dice. Y recuerda cuando uno "brincaba facilito" antes de que los terroristas tiraran las Torres Gemelas de Nueva York. "Ahora lo tuercen a uno si lo detectan. Y tienen cámaras hasta abajo del agua renegrida del río", sigue. El día anterior pudimos ver esas cámaras en un recorrido con los agentes del Border Patrol del lado estadounidense. En una sala de operaciones hay un "observador", un hombre negro, grandote y de acento de Chicago. Tiene más de 40 televisores que muestran cada centímetro de la frontera por casi cinco kilómetros. Si es de noche, viran las cámaras al infrarrojo. No hay forma de esconderse de ese "Big Brother" fronterizo. Y si alguno lo logra, están las patrullas estacionadas a 300 metros una de la otra. Y si pasan, siempre pueden aparecer las camionetas blancas y verdes que están dando vueltas por las calles cercanas a la frontera todo el tiempo. Llegamos a la avenida Juárez, en la desembocadura del puente de Santa Fe. Alfredo nos recomienda a otro taxista y éste nos señala discretamente para una esquina en la que hay una licorería. Hay varios tipos. Uno está sentado en una silla en el medio de la vereda por la que caminan centenares de personas que re gresan de pasar el domingo con sus familias del lado mexicano. Parece ser uno de los capos. Alrededor hay unos muchachos con camisetas blancas sin mangas que dejan ver unos músculos enormes y tatuajes varios. Eso sí, todos llevan uno grande con la imagen de la Virgen de Guadalupe. "Es tarde. Tiene que ser mañana. Pero usted dirá. ¿Es para brincarlo nomás o quiere seguir hasta algún lado mejor?", dice el hombre de unos 50 años y que parece tener todo el tiempo del mundo. "Depende del precio", le digo. "De eso hablamos luego", responde. "Acá de lo que se trata es de que todo salga como Diosito manda". Después de varios minutos de diálogo inútil lanza una cifra: 2.000 para pasarlo hasta El Paso. Cinco mil para llegar a Houston. Y me da las señas para encontrarnos. Me tengo que alojar en el hotel Embajador de la calle Francisco Villa y la 16. Es el mismo en que estuvieron dos de los argentinos que entrevisté y que después terminaron en la cárcel. Allí debería esperar hasta que alguien me venga a buscar de parte de Miguel. No puedo llevar nada más que un pequeño bolsito con alguna ropa para cambiarme después de cruzar el río. El camino planeado será el cruce. Permanecer oculto en una casa en El Paso hasta que una camioneta nos saque hasta San Antonio o McAllen. Y de allí hasta Houston. En Houston está la central de distribución de las organizaciones que pasan indocumentados. Hice un recorrido por la zona donde están las "empresas" de camionetas de transporte en el Harrisburg Boulevard del barrio de Magnolia. Me llevó un agente encubierto del BICE (Bureau of Immigration and Customs Enforcement) que dijo llamarse Steve y mascaba tabaco todo el tiempo mientras escupía la saliva en una botellita de agua mineral. A cada paso aparecían camionetas espectaculares que pueden llegar a costar más de 60.000 dólares. Todas nuevas, todas llenas de brillo y vidrios polarizados. Los mexicanos las llaman "trocas" (que viene de truck, camión en inglés). Hay más de cien de estas empresas en Houston y todas están dedicadas a transportar indocumentados por todo el territorio estadounidense. "Este es el centro de distribución hacia todo el país. Los traen de la frontera y desde aquí los cargan en otras camionetas y los redistribuyen a lugares tan distantes como Nueva York, Chicago o Los Angeles. El problema es que cuando cambian de mano, muchos indocumentados son secuestrados y no los largan hasta que sus familias no pagan más dinero por el traslado". Eso es exactamente lo que le sucedió a la argentina Gladys Vitale, una abuela de 61 años que casi muere en el intento por reencontrarse con su familia en Houston. "A ti, así, si te veo como está ahora te pido 6.000 dólares. Sé que te estoy cobrando un chingo. Pero a ti no puedo darte menos que un buen trabajo. Y eso cuesta", me dice un "coyote" de no más de 30 años que está parado en la puerta de un night club a apenas 200 metros de la desembocadura del puente Santa Fe. "Eso sí, te llevo directo a Denver", me dice mientras explica cada tres palabras que él es "clever" (inteligente). "El problema es pasar el check point (retén) de Las Cruces. Después va todo rápido. Es hilo, papalote", sigue mientras se mira de reojo las botas de avestruz con punta de metal. "¿Argentinos? Ultimamente han aparecido varios. Pero ya vienen recomendados por algún carnal (amigo, familiar) del sur. Sí, son buen negocio. Bueno, ¿lo hacemos por 6.000?". |
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