|
INFORME
ESTADISTICO DE LA UNION EUROPEA
España, el país europeo con más inmigración
Uno
de cada tres inmigrantes que llegó a la Unión Europea en
2003 se quedó en España, el país de la comunidad
que más extranjeros recibió —casi 600.000 personas—
el año pasado. Esta significativa información coincide con
otra publicada por la Comunidad de Madrid indicando que los argentinos
son una de las cuatro nacionalidades que en su conjunto aportaron el 57%
de los inmigrantes que se instalaron en el año 2003. Los argentinos
han duplicado su presencia en el área.
Estas
novedades se producen en medio de una gran expectación por las
anunciadas medidas del gobierno en favor de una mayor integración
de los inmigrantes sin papeles, que Clarín adelantó en exclusiva
desde la llegada del nuevo gobierno socialista. La prensa dedica espacio
al tema con entrevistas a los inmigrantes y a los empresarios que están
dispuestos a contratarlos o ya lo han hecho aún en la ilegalidad.
Un
estudio de la oficina de estadísticas de la Unión Europea
(Eurostat) señala que en 2003 llegaron a la comunidad 1,68 millones
de inmigrantes. Los 25 países de la Unión tienen un total
de 456 millones de habitantes y todas estas naciones comparten la pesadilla
demográfica de la caída en picado de su volumen de población
y el envejecimiento de sus habitantes. De los 1,9 millones de personas
que aumentaron la población de la Unión en el 2003, 1,68
millones son extranjeros. Sin ellos, la población europea sólo
se hubiera incrementado en 220.000 habitantes.
La
mayoría de los inmigrantes optó por radicarse en España,
594.300 personas, la cifra más elevada según el estudio
del Eurostat, lo que supone un 35,3% del total. Sigue después Italia
con 511.200 extranjeros. Después se coloca Alemania con un contingente
de 144.900 inmigrantes radicados en el 2003 y Gran Bretaña con
103.000.
El
informe de la Comunidad de Madrid para el mismo período del 2003
revela que los inmigrantes ecuatorianos, rumanos, colombianos y argentinos
fueron el grueso de los extranjeros por nacionalidad que se radicaron
en la zona. Del total, el 56% tiene entre 15 y 34 años.
Los
ecuatorianos que se quedaron en territorio español fueron 40.099,
de Rumania llegaron 19.790, otros 11.705 de Colombia y 10.445 procedían
de la Argentina. Los argentinos según el informe presentado por
la Comunidad de Madrid representan "el cambio más significativo"
ya que multiplicaron su presencia en el área por más del
doble de 4.500 a 10.445 inmigrantes.
El
estudio europeo señala que, si no hubiera sido por la llegada de
inmigrantes, la población española solo habría aumentado
en 53.000 personas. Cuando se esperaba que el número de habitantes
españoles descendiera, el gobierno informó que la población
había aumentado a 42,7 millones gracias a los inmigrantes.
Además,
los extranjeros aportan un aumento importante en la tasa de fecundidad
que aumentó en 2003. España se encuentra, con Italia, debajo
de la media europea de fertilidad. Pero la inmigración le permitió
pasar al segundo lugar en la Unión por aumento de la población.
Clarin, 3 de septiembre de 2004
Europa
y los inmigrantes del Tercer Mundo
Por Alan Riding
International Herald Tribune
PARIS
AL cabo de un examen de conciencia que duró quince años,
Francia ha decidido crear un Museo de la Inmigración. ¿Por
qué ahora? Por generaciones, ha absorbido con éxito oleadas
de polacos, rusos, italianos, españoles y portugueses, sin perder
su identidad. Luego, en estos últimos treinta años, fue
Francia la que cambió, inundada por millones de inmigrantes del
Tercer Mundo. Quizás haya llegado el momento de admitir que su
estilo de vida ya no es el que imaginaron sus “ancestros galos”.
Sin
embargo, un Museo de la Inmigración también es una respuesta
típicamente francesa, ideada por políticos y burócratas,
y financiada por el gobierno: utilizar la cultura para encarar un problema
social.
Además,
pasa por alto una realidad diferente. En la práctica, si bien está
dispuesta a crear un museo, la elite cultural francesa aún se resiste
a dar acogida a la energía creadora de artistas, escritores y actores
franceses de ascendencia africana o asiática.
La
energía está ahí, en los monologuistas cómicos
y, sobre todo, en la música pop, la forma de arte que mejor facilita
la comunicación entre artistas y público sin la intermediación
de instituciones culturales. Pero esta “otra Francia” es mucho
menos visible en el teatro, el cine, la televisión y las artes
visuales. A los franceses, les gusta ver desfilar a futbolistas y atletas
negros y árabes llevando la bandera tricolor, pero muchos prefieren
desconocer las culturas extranjeras que florecen dentro de su propia sociedad.
Cabe
preguntarse si esto cambiará con la apertura de un Museo de la
Inmigración, prevista para 2007 en el Palais de la Porte Dorée,
un edificio art déco en la parte este de París, ocupado
anteriormente por el Museo de Artes de Africa y Oceanía. Su finalidad
es todavía confusa. ¿Sólo servirá para demostrar
la raigambre extranjera de millones de franceses? ¿O reconocerá
que, al afrancesarse, los inmigrantes en realidad cambian y enriquecen
la cultura y la sociedad francesas?
Fuerza
renovada
El dilema de resistir o adaptarse dista de ser exclusivamente francés.
Los inmigrantes del Tercer Mundo también abundan en Gran Bretaña,
Alemania y Holanda. Por su parte, Italia y España recién
comienzan a afrontar lo que, para muchos de sus ciudadanos, constituye
un desafío a la identidad nacional. Aun así, está
demostrado que la cultura es uno de los mejores instrumentos de integración;
pocos la superan. Ella potencia a los inmigrantes y ayuda a convencer
a los naturales de que la diversidad es buena.
Pasemos
a otro hecho no menos gratificador: la cultura del inmigrante trae sangre,
ideas y energías nuevas a mundos creativos que, a menudo, parecen
estancados. Y, en un sentido estricto, no representa una cultura importada.
El mero proceso inmigratorio crea generaciones portadoras de dos o más
culturas: por ejemplo, argelina y francesa, turca y alemana, india y británica.
Este híbrido es un tónico potente.
Sin
duda, éste es uno de los secretos del vivaz escenario artístico
británico. Artistas y actores negros y asiáticos se han
ganado un lugar en la corriente cultural predominante. Ya no es una novedad
que el actor Adrian Lester, de raza negra, encarne a Enrique V en el Teatro
Nacional o el artista Anish Kapoor, nacido en India y naturalizado británico,
obtenga el Premio Turner. Hoy, muchos británicos aceptan un mundo
cultural integrado, como un reflejo auténtico de su país
multirracial.
El
cambio se remonta a los años 80; no obstante, sólo ahora
parece irreversible. “Cuando buscaba actores para My Beautiful Laundrette,
acá había pocos asiáticos. Hoy, se presentarían
doscientos muchachos. Yo lo calificaría de triunfo, aun cuando
persistiera cierto racismo. Las nociones de integración y asimilación
ya no sirven. Estamos demasiado mezclados para eso”, comenta el
novelista y guionista Hanif Kureishi. Aquel film de 1985 sobre la vida
de los asiáticos en Gran Bretaña (titulado en la Argentina
Ropa limpia, negocios sucios) marcó un hito.
En
los años 60, cobraron popularidad las bandas de percusionistas
caribeños y su carnaval en Notting Hill se convirtió en
una cita anual. Hoy, el calipso se ha fusionado con el reggae, el rap
y la música pop británica para crear otro sonido. La BBC
también contribuyó al cambio: además de nombrar conductores
y reporteros de raza negra o asiática, incluyó en sus teleteatros
a familias constituidas por hijos o nietos de inmigrantes. A su vez, Bend
It Like Beckham (en la Argentina: Jugando con el destino) y otros films
sobre las colectividades asiáticas tendieron puentes entre los
británicos y las comunidades de inmigrantes.
En
la literatura, V. S. Naipaul fue seguido primero por el indio Salman Rushdie,
luego por el nigeriano Ben Okri y ahora por Zadie Smith, Monica Ali y
otros escritores nacidos en Gran Bretaña. En las artes visuales,
después de Kapoor vinieron Chris Ofili y Steve McQueen. En el teatro,
Ben Kingsley marcó el camino, pero ahora emergen de la Royal Shakespeare
Company actores británicos descendientes de inmigrantes.
La
barrera del idioma
La lengua es una variable importante. Hasta hace poco, en el Reino Unido,
la mayoría de los inmigrantes provenían de ex colonias británicas
y hablaban inglés. En Alemania, donde viven dos millones y medio
de turcos, la barrera del idioma y la indiferencia germana trabaron por
largo tiempo la fecundación recíproca. Si acaso hubo intercambio,
funcionó en una sola dirección: los turcos recibieron el
influjo de la cultura alemana. Eso ya está cambiando.
En
febrero, Head On (De frente) ganó el Oso de Oro en el Festival
de Berlín. Hacía dos décadas que un film alemán
no obtenía ese galardón. Su director, Fatih Akin, nació
en Hamburgo, de padres turcos. En junio, recibió cinco Lolas, el
equivalente alemán del Oscar. Akin es sólo uno de varios
directores alemanes de origen turco que están conquistando al público
germano.
Si
en los años 90, Mustafa Gündoadu, conocido como Mousse T.,
reavivó el escenario de la música pop en Alemania, hoy llaman
la atención varios novelistas de la misma ascendencia que escriben
en alemán. Consultado por la agencia DPA, Faruk Sen, miembro del
Centro de Estudios sobre Turquía, de Essen, afirmó: “Los
artistas turcos cada vez son más aceptados, aun por el público
alemán, no sólo como tales, sino también como artistas
creativos de este país”.
En
Italia y España, este proceso todavía no ha comenzado porque
la inmigración desde el Tercer Mundo es un fenómeno reciente.
Pero en Francia, donde residen unos cinco millones de musulmanes, el problema
no es el idioma ni la fecha de llegada. Más bien, los franceses
ven una amenaza en las culturas extranjeras porque, para ellos, su cultura
forma parte de su identidad. Por eso, el establishment cultural considera
ajenos a él a artistas negros y árabes tan populares como
los cantantes MC Solaar, Khaled y Cheb Mami, o los actores cómicos
Djamel Debbouze y Fellag. Es improbable que el Museo de la Inmigración
aborde este problema.
“Debemos
admitir con urgencia que la inmigración forma parte de la historia
de Francia”, dice Jacques Toubon, ex ministro de Cultura, refiriéndose
al nuevo museo. Francia también debe aceptar, con igual urgencia,
su diversidad cultural. Podría empezar por la televisión.
“Año tras año, lamento la ausencia casi total de presentadores
franceses de raza negra o de origen árabe –expresa el político
francoárabe Zair Kedadouche–. ¿Acaso la televisión
debe excluir a alguien sólo porque su nombre y el color de su tez
son diferentes?”
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
La Nacion, 3 de septiembre de 2004
|
Inmigrantes
de distintas nacionalidades protestan por las calles de París
para pedir que se legitime su permanencia en Francia. La pancarta
dice "No a la clandestinidad"
Foto: Archivo / Reuters |
|