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Crónicas
masculinas
Inmigrantes
Por Sergio Sotelo (*)
"Estación
de tren de San Sebastián, en la norteña España. Junto
a una txapela (boina vasca) que certifica que la cafetería compitió
en el IV Campeonato de Pintxos (tapas) de Guipúzcoa, hay un reloj
que marca las ocho. Espejada en la pared, entre anises, la concurrencia
combate el frío de diciembre según la costumbre. Ninguna
combinación es, a priori, descartable: valen los cruasanes bañados
en cafés con leche, un cortado para empujar un bocado de tortilla
de patata, las cervezas con magdalenas, un café rebajado con una
gota de brandy...
El
aire es un emplaste del humo azulado que emana de los cigarrillos prendidos
por los parroquianos. Una voz asomada a la TV es la única cosa
que rompe el mutismo general. Esa y la voz de un joven que musita algo
como "café olé". Ante la perplejidad del barman,
el joven se vuelve al costado. Su voz es ahora una interrogación
de sonidos guturales. "Con leche...", le dice uno de sus acompañantes,
un moreno que recuerda a Omar Sharif. En el otro extremo, hay una decena
de rumanos –una proporción entre los cuatro millones de extranjeros
que viven en España– arracimados frente a una mesa. Mientras
pago mi café, voy rumiando las palabras de un amigo progresista
y optimista. "Si esta gente quiere integrarse en España, lo
primero que tiene que hacer es frecuentar los bares". Que así
sea.
(*)
El autor, español, es redactor de LA NACION REVISTA
La Nacion, 23 de enero de 2005
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