Estocolmo:
ciudad humanista y vital ESTOCOLMO, Suecia.- Parece desde el avión una ciudad encantada, salida de las páginas de los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm o de los fairy tales (cuentos de hadas) navideños ilustrados con ciervos y trineos? Pero arquitectos, historia y civilización se encargaron de imprimirle el atractivo ecuménico que la distingue entre las grandes urbes de la Europa septentrional, síntesis de la epopeya talasocrática de los intrépidos vikingos. Hombres
del Norte El encanto indiscutible de esta ciudad reside sobre todo en el interesante contraste entre lo antiguo y lo moderno; entre la arquitectura imponente y perdurable de la ojiva gótica en palacios y catedrales que recuerdan el esplendor de Estocolmo bajo el rey-guerrero Gustavo Adolfo y el canciller Axel Oxenstierna, y -cuatro siglos más tarde- este impecable modelo de urbanismo científico y artístico que es la ciudad moderna, dinámica y vital, paraíso de estudiantes (cerca de Uppsala) y de ingenieros (cerca de Eskiltuna). Tiene muchas nuevas avenidas (gatan), cómodos trenes subterráneos (Tunnelbana) y puentes de arco sobre los espejos del verde Mälaren, también múltiples brazos que lo vierten, entre rocas y coníferas, en el Báltico, que en siglos pretéritos fue un lago vikingo obediente a la corona de Suecia (Polonia y Pomerania, al Sur; Finlandia al Norte, y allá a su frente, no Estambul -como cantaba el capitán pirata de Espronceda-, sino Estonia y Novgorod). Cerca de dos millones de habitantes entre las catorce islas que forman el espacio metropolitano conviven en pacífica armonía civilizada, imbuidos de una noción de la democracia bien entendida, perceptible asimismo en la respetuosa hospitalidad hacia el extranjero, que los interroga en inglés, francés o alemán si no habla alguna de las lenguas germánicas de Escandinavia (finés, en parte, noruego o danés). Las tarifas de alojamiento son razonables en la relación confort-precio; de la misma manera que las de restaurantes, transportes y excursiones. En bares y bistros es posible saborean delikatessen y tomar una cerveza que no tiene nada que envidiar a las de Pilsen o Dublín. Y una bebida típica (mead), a base de miel, lúpulo y especias, predilecta de los estudiantes en la peregrinación a la ciudad universitaria de Uppsala. Todo eso dentro de las normas del derecho de gentes, con buena onda y decibeles moderados, en la inmutable tradición de Estocolmo, sede del más codiciado de los premios al mérito literario, científico y de la paz (el de Economía se agregó en 1968), otorgado anualmente por la Fundación de Alfred Bernhard Nobel, filántropo y mecenas de los creadores silenciosos que consagraron la vida a mitigar el dolor y el aburrimiento de la humanidad. Palacios
y jardines como en París En uno de éstos -el Wasavarvet- se exhibe el buque de guerra Wasa, que se hundió en el puerto de Estocolmo en 1628 y fue reflotado en 1961. Otras maravillas de la soberbia fisonomía arquitectónica de Estocolmo son el palacio de Drottningholm (en sueco, Isla de la Reina), hoy un museo de arte decorativo y de música clásica revelador de la erudición artística de la reina Lovisa Ulrika, madre de Gustavo II. Especialmente digno de apreciar, asimismo, el
panorama de la capital moderna, desde el Jardín-Museo del escultor
Carl Milles (Carl Emil Wilhelm Andersen, 1875-1955), el Rodin sueco nacido
cerca de Uppsala. Y, sobre la ribera norte del Mälaren, frente a
la iglesia neogótica de Riddarholm (ahora panteón de los
reyes de Suecia), el monumental Stadshuset o City Hall (Palacio Municipal)
que nadie, lo que se dice nadie, que haya gastado sus dólares o
euros para conocer Estocolmo -o para asistir a la cena anual del premio
Nobel en su deslumbrante Salón Dorado- dejaría de visitar.
Una joya de la arquitectura genuinamente escandinava de la que, a juicio
del poeta irlandés William Butler Yeats, sólo hallaríamos
paralelo entre las mejores realizaciones italianas del Renacimiento.
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