Perón
reinaba en emperador romano de la decadencia. Como siempre, los dirigentes
sindicales, divorciados de las bases, confluían hacia la obtención
de prebendas y beneficios personales que a la defensa de los intereses gremiales.
El oficialismo estaba desmoralizado y corroído por una política
que había llevado al país al borde de la bancarrota.
La reserva monetaria de 1.600 millones de dólares existentes en 1946,
se había esfumado en 1955; languidecían la agricultura, la industria
y aumentaba el número de desocupados. La multiplicidad de cambios monetarios
abría las compuertas a la especulación ilegal y el sistema de
permisos para importaciones esenciales servía para ludribrio de los
favoritos del régimen. Una vez más, la Argentina era expoliada
sin escrúpulos.
Frente a las
críticas que esa relajación imperante despertaba en la opinión
pública, el gobierno endureció sus medidas represivas. Destemplado
ante cualquier expresión opositora, desonfiado y fácilmente
irritable, Perón reclamó el apoyo de los líderes sindicales
y de las fuerzas policiales. Siempre sumisa, la CGT convocó a una manifestación
pública de adhesión al régimen, señalando el 15
de abril de 1955 y la Plaza de Mayo como fecha y sitio para su verificativo.
A poco de
iniciada la concentración popular, estallaron dos bombas. La primera
en un restaurante y la segunda en un acceso al tren subterráneo, matando
a cinco personas e hiriendo a veinte. Mucho se debatió después
sobre este atentado que unos adjudicaban a la oposición y otros a agentes
policiales provocadores. La primera hipótesis parece ser más
verosímil.
El sangriento
episodio fue invocado por Perón para iniciar la represalia: "Compañeros
-vociferó desde un balcón de la Casa Rosada- vamos a tener que
volver a la época de andar con el alambre de fardo en el bolsillo".
Y cuando alguien de la multitud gritó: "¡Leña! ¡Leña!",
él replicó: "Eso de leña que ustedes me aconsejan,
por qué no empiezan ustedes a darla?".
Ahí
se rompió la compuerta del dique. Blandiendo esa patente de corso y
azuzadas por agentes policiales vestidos de civil, unas trescientas personas
se abalanzaron contra la "Casa del Pueblo", sede del partido Socialista,
la invadieron, saquearon y le pusieron fuego, destruyendo una biblitoeca compuesta
por unos sesenta mil volúmenes.
Abrasada la
sede del partido socialista, los incendiarios destruyeron sucesivamente, en
el curso de pocas horas, la casa del partido Radical y la sede del partido
demócrata. Luego la turbamulta atacó el edificio del Jockey
Club situado en la calle Florida a unos centenares de metros de la Casa Rosada.
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