La quema de las iglesias | |||||||||||||||
Como dos pugilistas profesionales que no escatimaban los golpes bajos, Perón y la curia daban la impresión de solazarse con este duelo librado en los confesionarios, en las procesiones y en los muros de Buenos Aires. Para sustraer asistencia a una procesión religiosa, Perón convocó al pueblo a asistir a la llegada del campeón mundial de boxeo de peso pluma, Pascualito Pérez, ídolo nacional. El mismo se dispuso a trasladarse al aeropuerto en un automóvil abierto y volver al lado de Pascualito. Fue un semifiasco pues hubo poca gente para recibir al campeón y mucha para concurrir a la procesión. Con una diferencia: las clases altas participaban en el acto religioso y su unción era auténtica. Los "fanáticos" de Pascualito habían sido traídos ex profeso y su entusiasmo era de encargo. Perón estaba siendo derrotado en su propio terreno. El
sábado 11 de junio de 1955, festividad de Corpus Christi -que de acuerdo
al rito debía celebrarse el jueves 9- se organizó una procesión
de la catedral a la plaza del Congreso. El clero y los católicos se
servían de este pretexto para dar a la ceremonia religiosa un matiz
político agresivo contra el gobierno. Una muchedumbre compacta y soliviantada
por cánticos e inciensos recorrió las principales calles y avenidas
del centro de la ciudad profiriendo improperios contra Perón y el ateísmo.
Al llegar al edificio del Congreso los manifestantes izaron la enseña
del Vaticano, provocándose luego confusos incidentes con agentes de
policía vestidos de civil e infiltrados en la procesión. Ese mismo día fueron expulsados dos sacerdotes señalados como instigadores del desacato: monseñores Manuel Tato y Ramón Novoa, quienes tomaron el avión con destino a Roma. El Vaticano respondió excomulgando a Perón. El interdicto le afectó profundamente: "Se ha dicho, y con razón, que el clero de la República Argentina es el peor del mundo. El pueblo argentino odia profundamente a su clero, ese clero que se conforma con lo que podrá sacar de beneficio de esta emergencia... Eva Perón, perseguida y calumniada por los curas argentinos hizo más obra cristiana en un día que todos los sacerdotes de mi país en toda su vida". |
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1965. Isabel -en su primer regreso a la Argentina- se retira de la iglesia de San Ignacio, templo incendiado en 1955, durante la segunda presidencia de Peron. Una mujer la increpa Si desea ver la imagen en mayor tamaño, por favor, haga clic aca |
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Más tarde, Perón no escatimaría esfuerzo por obtener la anulación de la ex-comunión o por lo menos una ambigua interpretación de la misma. Por el momento, prosiguieron los ataques y contraataques, con saña reiterada, por una y otra parte. Que la manifestación del día 11 formaba parte de un esquema conspirativo contra Perón quedó demostrado el 16. Al mediodía, una decena de aviones rebeldes sobrevolaron la ciudad y bombardearon desde baja altura la Casa Rosada, en coordinación con destacamentos militares que intentaron copar dicho edificio. El objetivo era apoderarse de la persona de Perón o aniquilarlo físicamente, pues se pensaba que en esos momentos se encontraba en aquel recinto. Lo que los conjurados ignoraban era que el complot había sido delatado a las siete de la mañana por el embajador de los Estados Unidos en la Argentina, Mister Nuffer, quien -acompañado por su agregado militar- visitó expresamente a Perón en la Casa Rosada. Nunca fueron esclarecidas las razones que asistieron al diplomático americano para esta intervención tan intempestiva. En los últimos meses Perón -acosado por la situación financiera- había procurado aproximarse al gobierno de la Casa Blanca, del que esperaba obtener unos empréstitos. ¡Cuán lejos estaban ahora los tiempos de mister Braden!. Los aviadores insurgentes demostraron que ni sabían guardar su secreto ni tenían puntería. Mellando apenas la Casa Rosada y algunos edificios adyacentes, sus bombas provocaron una atroz mortandad entre inocentes civiles que transitaban por la Plaza de Mayo a buena distancia del objetivo. Una bomba hizo impacto en un autobús colmado de pasajeros, matando a la mayoría de ellos. Se calcula que ese día hubo unas trescientas bajas, ninguna militar. Perón se encontraba a buen recaudo. Al recibir la denuncia del embajador americano, abandonó la Casa Rosada y buscó refugio en los sótanos fortificados del ministerio de Ejército, encomendando al general Franklin Lucero la dirección de las operaciones militares. Originada en la marina, la sublevación no logró comprometer al ejército ni a las fuerzas aéreas, salvo algunas unidades acuarteladas en el ministerio de Marina y que combatieron sin convicción durante dos o tres horas. Los aviones continuaron bombardeando esporádicamente la capital hasta las 18,30 hora en que huyeron a Montevideo. La rebelión había fracasado sin pena ni gloria para ninguna de las dos facciones enfrentadas. Recuperado el ánimo, Perón volvió a escena. "Cuando el ataque se inició sobre la casa de gobierno -dijo Perón en su mensaje por radiotelefonía, al día siguiente- nosotros, por nuestros servicios de información (léase el embajador de Estados Unidos) ya habíamos sido advertidos con anterioridad, lo que nos permitió establecer inmediatamente nuestro puesto de comando (léase los sótanos del ministerio) y responder a las acciones que el enemigo inició sobre la casa de gobierno. Es indudable que, de haber permanecido el gobierno en su sede natural habría sido destruído".
Esa misma noche, grupos de incendiarios, alentados por la actitud pasiva de la policía, bajo órdenes de "dejar quemar", asaltaron, profanaron, saquearon y prendieron fuego a iglesias y conventos de Buenos Aires. La curia eclesiástica, situada al lado de la catedral metropolitana, a doscientos metros de la Casa Rosada; la iglesia y convento de Santo Domingo, la iglesia y convento de San Francisco; la capilla de San Roque; las iglesias de San Ignacio, San Juan, San Miguel Arcángel, la Merced, Nuestra Señora de las Victorias y San Nicolás de Bari. Nueve en total. "No sólo se quemaron en ellas los altares y las imágenes religiosas, sino los archivos y bibliotecas, los coros con sus valíosisimos órganos, las celdas y dependencias interiores" reza un informe oficial de la comisión investigadora designada en 1955. Jóvenes hampones disfrazados con casullas y otros ornamentos eclesiásticos, befaban ceremonias del culto entre imprecaciones obscenas y grotescas pantomimas. En Santo Domingo varias imágenes fueron transportadas a la calle y emplazadas en fila, en actitud de esperar el autobús, mientras una lluvia torrencial desteñía en pocos minutos los azules, carmesíes, gualdas y celestes de las túnicas de santas y santos expuestos a la intemperie. Agua y fuego se combinaron para destruir joyas del arte religioso colonial atesoradas en esas iglesias antañonas. Desaparecieron en manos de los predadores trofeos de las invasiones inglesas y de la reconquista de Buenos Aires, cartas autógrafas de Belgrano y otros documentos históricos. "Todo había sido minuciosamente destruido. Fue un trabajo lento, realizado con metódico vandalismo. Cuando las llamas se negaron a devorar una imagen, un crucifijo y hasta una banca, vino el hacha y consumó el resto", escribe Ricardo Bizard en su libro "Esa noche de Perón" Mientras se consumaba el aquelarre, Perón había desaparecido. Al día siguiente, ardida la última iglesia, dijo por radio, con voz compungida: "...Varios desmanes se han cometido durante la lucha. El gobierno de la Nación deplora y condena enérgicamente los desmanes que en la víspera cometieron elementos comunistas en diversos sitios de la ciudad, aprovechando las exigencias del combate con las tropas rebeldes, y repudia estos desmanes en los cuales no se ha respetado siquiera el recinto de los templos religiosos, reliquias, algunas de ellas de hechos trascendentes y gloriosos de nuestro acervo histórico. Nosotros no podemos hacer tal cosa. Nuestros adversarios nos han llenado de pena y dolor..." Olvidó ordenar que se abriera un libro de condolencias en el umbral de la Casa Rosada. Por más que Perón rasgara sus vestiduras, la insoslayable realidad era que nueve iglesias habían sido incendiadas la noche anterior. Sus ruinas todavía estaban humeantes. Alfonso Crespo, "Eva Peron, viva o muerta", 1978 |
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