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Deslumbrada
por las logamaquias de Perón y el cariz público que adquirían
sus relaciones íntimas, Eva Duarte se sumergió en las fruiciones
de un idilio que, al par que halagaba su vanidad, redimía su pasado
y aseguraba su provenir. Así debió de sentirse Manuelita Sáenz
en sus citas galantes con Bolívar, al merecer el favor de un hombre
por tantas mujeres deseado y por tan pocas resistido.
Aguijoneada
la maliciosa curiosidad de Buenos Aires por los ostentosos arrumacos del coronel
y la actriz se desencadenó una morbosa obsesión por escudriñar
la vida anterior y husmear el presente de la hija de Juana Ibarguren. percibiendo
el interés que concitaban, Eva y Perón redoblaron sus apariciones
juntos, sin hacer secreto de su mancebía.
Tolerados
en tanto no desbordaban la crónica mundana, estos alardes despertaron
comentarios hostiles cuando el ministro de Guerra se mostró acompañado
por Eva en ceremonias castrenses; recrudecieron al saberse que ella había
pasado la noche en Campo de Mayo, "sancta sanctorum" de los militares;
tornáronse más acerbos al recorrer Eva las calles de la capital
en la manifestación obrera del primero de mayo de 1944; y llegaron
al paroxismo cuando el 9 de julio, día de la Patria, Perón y
Eva orquestaron un espectacular ingreso al palco oficial del teatro Colón,
en una velada a la que asistían altas autoridades y el cuerpo diplomático.
Perón vestía un blanco uniforme de gala salpicado de condecoraciones
y Eva un deslumbrante modelo, confeccionado (a crédito) por Paco Jamandreu,
modisto de las damas de sociedad. Aquella noche el desplante se hizo insoportable.
Lo
que irritaba a los militares y a las esposas de los militares, a los ricos
estancieros e industriales, era esa transgresión de un código
social implícito que, con ser bastante permisivo, exigía una
dosis de discreción e hipocresía, "ese tributo que el vicio
paga a la virtud". No era que militares, estancieros e industriales se
privaran de amantes; pero no las mostraban como Perón la suya. Allí
radicaba la diferencia para esa sociedad conservadora y roída de prejuicios.
Sin
arrancar, por su origen, de las altas clases sociales, Perón era uno
de los jefes militares cortejado por estas, pese a los devaneos reformistas
revelados desde su retorno de Italia. De variados alicientes creía
disponer la aristocracia para apaciguar tales inquietudes y convertirle, con
astuta zalamería, en uno más de sus paniaguados, como lo fueron
Uriburu, Justo y el propio Ramírez.
¡Si
por lo menos Perón hubiese elegido como amante a una niña de
la "buena sociedad"...! Su obstinación en unirse a una mujer
de cuna humilde y de pasado agitado fue censurada casi como una deserción
clasista. Para apaciguar su frustración, esa sociedad se dio a la tarea
de desprestigiar a Eva Duarte y, a través de ella, a Perón.
No fue laborioso escudriñar en el origen bastardo de las Duartes ni
propalar la versión sobre los pretendidos o reales amantes de Juana
y sus hijas, así como sobre supuestas aventuras galantes de Eva en
Buenos Aires. Contra ella circularon chistes obscenos, anécdotas crueles
y rumores infamantes en cuya difusión la alta burgusía encontraba
salaz deleite. Eva era la mujer por quien llegó el escándalo.
Esa
resaca corrosiva percudió, asimismo, a los círculos castrenses
en los cuales Perón contaba con tantos amigos como adversarios. Aquellos
deploraron en privado las imprudencias del colega mientras éstos descubrían
brechas por las cuales vulnerarle. Mortificaban a muchos jefes militares la
creciente popularidad y los éxitos políticos de ese coronesl
que les paralogizara al recabar un cargo subalterno como trofeo revolucionario,
la secretaría de Trabajo, para magnificarlo luego en eficaz instrumento
de propulsión política.
también
les desazonaba la incitante presencia de Eva Duarte. "Era algo que nos
molestaba mucho. Tanto que hoy quizá pocos pueden comprenderlo",
confesará años más tarde el general Eduardo J. Avalos,
comandante de Campo de Mayo.
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"El
descaro de esa mujer llegaba a veces a límites inimaginables -declara
a su vez el coronel Gerardo Demetro, jefe del regimiento 10 de caballería-.
Por ejemplo, un día en que Eva se puso junto a Perón en el acto
del juramento de un ministro, haciendo descansar un brazo sobre el respaldo
del sillón presidencial. Estábamos convencidos de que nuestro
deber era impedir que la Nación cayera, sobre todo, en manos de esa
mujer".
Treinta
años después, otra mujer (y también debido a Perón)
no sólo se apoyaría en el sillón presidencial sino que
se sentaría en él y los jefes del ejército, la marina
y la aviación le rendirían respetuoso homenaje.
En
1944 las desenfadadas actitudes de Eva Duarte y la tolerancia de Perón
eran factores irritantes difíciles de ser soportados por una alta sociedad
enmohecida en sus prejuicios y por una casta militar celosa de sus marciales
prerrogativas. Al fondo del escenario, como los coros griegos, el pueblo comentaba
con irónico regocijo estas travesuras del apuesto coronel y su hermosa
amante.
A
quienes menos preocupaba la situación era a Perón y Eva. A las
admoniciones de sus camaradas de armas, Perón respondió un día,
con cuartelera desenvoltura: "Me reprochan que ande con una actriz...
Y qué quieren, que ande con un actor?"
Alfonso
Crespo, "Eva Peron, viva o muerta", 1978
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