Las
tres mujeres eran pobres y se ganaban trabajosamente la vida en ese caserio,
posta de transito ferroviario y mercado de abastecimiento para las estancias
circundantes. Era una aldea sin tradicion historica ni fisonomia propia,
semejante a centenares de otras esparcidas en la pampa y apenas unidas
entre si por polvorientos caminos en los que de tarde en tarde perezosas
diligencias y jinetes trashumantes, los gauchos, recortaban sus siluetas
fugaces, entre cielos y lejanias.
La
pampa provocaba una impresion de clausura cosmica, con sus aldehuelas separadas
por distancias inconmensurables. Asediada por vientos tenaces, polvorienta
en verano y convertida en lodazal en la epoca lluviosa, sus tristes ranchos
edificados con ladrillos o adobes y techos de zinc, eran sitios que invitaban
a la ausencia. Nunca una colina que quebrara la monotonia de esos horizontes
perennes. Solo matorrales ralos, aledaños a campos en los que rumiaban
placidamente los bueyes, en una tierra creada para su regodeo.
Pero entre esas comarcas verdes y entre esos rebaños dociles, surgia
de trecho en trecho un arbol gigantesco, al que vientos y borrascas no lograban
doblegar: el ombu. Orgulloso, indomito, desafiante, guarida para el extraviado,
sombra bienhechora frente al sol, cobijo ante la tempestad. Solo el rayo
puede herirle de muerte, pero sabe morir de pie. El ombu.
Un
dia cualquiera de 1908, Juana Ibarguren, que frisaba entonces los veinte
años, trabo relacion con un recien llegado, Juan Duarte. Hombre de
treintisiete años, casado y con tres hijos, Duarte pertenecia a la
burguesia de Chivilcoy, ciudad cercana a Los Toldos. Durante algun tiempo
Duarte habia sido juez suplente en aquella localidad, quehacer que alternaba
con el arrendamiento de campos agricolas y ganaderos. Su presencia en Los
Toldos obedecia precisamente a ese objeto: acababa de arrendar la estancia
La Union, proxima a esta aldea. los chichisbeos pueblerinos rumoreaban que,
tiempo atras, su mujer Estela Grisolia le habia abandonado por un tiempo,
seducida por un actor bonaerense.
Juan
Duarte no necesito recurrir a sutiles galanterias para convertir a Juana
Ibarguren en su amante. Este tipo de concubinato era frecuente en el agro
argentino y reflejaba la dependencia social y economica de la mujer, privada
de fuentes autonomas de trabajo y sometida a la ferula masculina. En el
caso de Juan Duarte, su posicion social superior allano la conquista. No
habia mucho para enorgullecerse
Fugaces
pero no furtivas, las escapadas de Juan Duarte a Los Toldos trascendieron
pronto al pueblo, acentuando la marginacion social de las Nuñez y
en especial de Juana, denominada desde entonces "la manceba".
Esas carnales coyundas, que quiza Duarte subestimo en un principio como
aventura pasajera, habrian de prolongarse durante dieciocho años.
Con
el correr del tiempo fueron naciendo los hijos: Blanca, en 1908; Elisa,
en 1910; Juan Ramon, en 1914; Erminda, en 1916. Los niños crecieron
con plena conciencia de su bastardia, agravada por el desapego del padre,
que continuaba viviendo con su familia legitima en Chivilcoy. Tampoco atendia
a los apremios economicos, limitandose a pagar los vestidos nuevos para
ir a misa y las vacaciones de fin de año. Habil costurera, Juana
suplia estas carencias aceptando encargos de las vecinas que aun le guardaban
amistad.
De
estatura algo menos que mediana, cutis blanco y facciones atractivas,
ojos muy vivaces y miopes, Juana Ibarguren se mostro como una mujer
avispada, consagrada por entero a la atencion de sus hijos, en contraste
con el desapego del arrendatario. Al respecto, es significativo que
años despues, las hermanas Duarte guardasen discreto silencio
sobre la memoria de su padre, a tiempo que erigian culto a su madre.
Debajo,
la plaza principal de Los Toldos, testigo de los paseos de Eva cuando
niña.