Viejo
de dieciocho años, el concubinato Duarte-Ibarguren fue brutalmente
interrumpido el 8 de enero de 1926, dia en que Juan Duarte murio al volcarse
el automovil que conducia, en las afueras de Chivilcoy.
Las
exequias del padre revelaran a Eva -que cuenta seis años de edad- la
marginalidad social de su familia. Juana Ibarguren y sus cinco hijos se dirigen
en un "sulky" a Chivilcoy; mas, cuando intentan ingresar en la sala
mortuoria, las hijas legitimas de Juan Duarte les vedan el acceso.
-"Dejenos,
por favor. Por los chicos", implora Juana.
-"Ustedes nada tienen que hacer aqui", es la respuesta tajante como
un latigazo en el rostro.
El
compasivo impetrar de Juan Grisolia -cuñado de Juan Duarte e intendente
de Chivilcoy- logra que Juana y sus hijas ("esas infelices quieren verlo
por ultima vez"), sean admitidas a acompañar al cortejo hasta
el cementerio, a distancia de deudos y amigos que las observan de soslayo.
Inadvertido
por los asistentes, un brevisimo incidente dejara huella indeleble en la memoria
de la pequeña Eva.
Durante las discusiones sobre si su familia entraba o no a velar el cadaver
del padre, el sacerdote a cargo de los oficios religiosos la ha reconfortado
discretamente, con una leve caricia en la mejilla. Eva no olvidaria ni el
escarnio de aquella jornada ni el balsamico ademan del cura.
Se
ha creido detectar en estos dos episodios antinomicos una de las claves de
la conducta ulterior de Eva.
La raiz germinal de muchos de sus actos de mujer adulta se hinca tal vez en
lo ocurrido ese dia en Chivilcoy, cuando en el espacio de unos instantes pudo
percibir el claroscuro contradictorio del alma humana. Al feroz desdén
de las hermanastras se opuso la cristiana comprension del sacerdote. Por eso,
Eva escribira mas tarde: "Desde que yo me acuerdo, cada injusticia me
hace doler el alma como si se me clavase algo en ella. De cada edad guardo
el recuerdo de alguna injusticia que me sublevo, desgarrandome intimamente".
Chivilcoy fue una de las mas lacerantes, en el pielago misterioso de su vida.
A
pesar de su vida irregular, Juana Ibarguren era mujer de convicciones catolicas
que transmitio a sus hijas. ¿Hasta que punto la afrenta de la muerte
del padre influyo en la actitud de Eva, leal defensora de la Iglesia, pese
a que las altas dignidades del clero argentino mantendrian siempre una posicion
reticente hacia ella?
¿Arranca
de aquella vicisitud la futura hostilidad de Eva contra ciertos prejuicios
de la sociedad burguesa? Ya mujer, condenara y combatira las hipocresias e
inequidades que hicieran de su madre una concubina y, de si misma, una bastarda.
Cuando el poder politico este en sus manos, exigira y obtendra que se dicte
un decreto castigando con severidad a los hombres que engendren hijos ilegitimos
y abandonen a las madres. Sera implacable con los seductores e intervendra
directamente para sancionarlos. Se erigira en protectora de las madres solteras,
como buscando desagraviar en ellas a la "manceba" de Los Toldos.
Esa
amargura teñira, asimismo, la memoria que Eva conservara de su padre.
Sin condenarle en manera expresa, Eva omitira mencionarle en sus escritos
y conversaciones, aunque seria azaroso desentrañar si en ese silencio
operaba el rencor o se ahogaba el quejido de una hija a quien fueran negados
afecto y proteccion paternos.
Estara
su vida condicionada por la busqueda subconsciente de un padre o -como observa
J.J. Sebreli, uno de sus biografos- "tal vez al morir el padre y asumir
la madre el papel paterno, no se realizo en Eva la transferencia del complejo
de Edipo activo, relacionado con la madre, hacia el complejo de Edipo pasivo,
ligado al padre, que le permitiera asumir su condicion femenina".
Ya
adulta, Eva acusara el temple dominador de muchas mujeres que llegan a esposas
sin haber cuajado como hijas y envejecen yermas, sin lograr realizarse como
madres.
|