En el levantamiento de las excomuniones
de los
obispos de la Hermandad de San Pío X
Víctor Ibáñez Mancebo
Es
sabido que las excomuniones recaídas en 1988 sobre el Arzobispo Marcel
Lefèbvre, el Obispo Antonio de Castro-Mayer y los cuatro obispos de la Hermandad de San Pío X por ellos consagrados
en el acto que determinó aquéllas, presentaron abundantes dudas desde el ángulo
del derecho canónico, hasta el punto de que por muchos fueran reputadas siempre
nulas. Sin embargo, los afectados han querido pedir a la autoridad su
levantamiento y la
Santa Sede lo ha concedido. Esto es lo importante. Lo demás pertenece a la
interpretación jurídica de los canonistas y a la futura historia de la Iglesia.
La Comunión Tradicionalista no puede sino
alegrarse, pues son bien conocidas las estrechas relaciones que siempre ha
sostenido con la Hermandad
de San Pío X en la lucha común contra la Revolución liberal, de la que la
crisis modernista es un largo, penoso y grave capítulo. Los ataques modernistas
contra la Iglesia no
han quedado en el orden teológico y la vida interna de la Iglesia misma, sino
que han afectado también al orden social y a la doctrina política católica. El
Carlismo, inquebrantablemente fiel a la
Iglesia de Roma, a la que ha servido abnegadamente, ha
sufrido sin embargo en ocasiones la incomprensión de la política y la
diplomacia vaticanas, que desde muy pronto reconocieron a los antirreyes de la
dinastía liberal e incluso invitaron a los españoles a darles sostén. Sin
embargo, ante la crisis de la segunda mitad del siglo XX, que históricamente se
vincula con el II Concilio Vaticano, había de sufrir aún más si cabe los
desmayos doctrinales y prácticos procedentes de las altas jerarquías de la
Iglesia.
Así pues, los carlistas se
mezclaron con los promotores del apostolado de la Hermandad de San Pío X, tanto en
las Españas peninsulares como en las americanas. Baste recordar, con referencia
exclusiva ahora a las primeras, cómo los capellanes de los campamentos que
precedieron a Cruz de Borgoña fueron de la
Hermandad y cómo a la misma pertenecen los sacerdotes que
celebraban —y en muchos lugares siguen celebrando— el Santo Sacrificio
de la Misa en las conmemoraciones y reuniones carlistas. El mismo Abanderado
de la Tradición, S.A.R.
Don Sixto Enrique de Borbón, amigo como sus padres los Reyes Don Javier y
Doña Magdalena del Arzobispo Lefèbvre, acompañado por un grupo de dirigentes
carlistas, presenció en lugar de honor las consagraciones de Écône de 1988.
Algunos grupos en la práctica
democristianos han lanzado la especie de que el Carlismo auténtico pretende ser
el «brazo político» de la
Hermandad San Pío X, lo que sólo sería comprensible en un
partido «vaticanista» o, en el mejor de los casos, «integrista» en el sentido
de nocedalino. Pero que supone un grave error de perspectiva, pues el Carlismo
es la continuidad de la tradición política católica española corporeizada en
torno al Rey, y no una congregación o cofradía. Interesa resaltar, sin
embargo, más allá de malintencionados enredos, la importancia de la
convergencia del combate espiritual de la Tradición católica con el del combate
político por la misma Tradición. Lo que ha sido siempre una constante del
Carlismo, que si en otro tiempo buscó principalmente amparo en la Compañía de Jesús,
por ser la vanguardia de la lucha por la integridad católica, de forma natural
fue apoyando a la Hermandad
de San Pío X y al resto del clero tradicional que resistió frente a la
devastación modernista. Y es una constante que se repite en otros grupos
tradicionalistas del resto de la antigua Cristiandad. Porque sólo la Tradición salvará a la
Iglesia y sólo la Tradición
salvará a España.
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