¿Reinsertamos al francotirador de Washington?

Por Carmelo López-Arias Montenegro

 

Muy pronto, el francotirador de Washington será juzgado por una decena de muertes. Y tendremos que hacernos una pregunta que durante siglos resultó muy fácil responder, hasta que los "buenos" sentimientos hicieron su entrada en escena.

¿Qué hacemos con el homicida?, es la pregunta. Darle su merecido, era la respuesta natural e inmediata. Hoy nos parece bárbara, pese a que todos los pueblos civilizados (¿o acaso la civilización nació con la ONU?) la dieron por satisfactoria.

Actualmente, no. Ahora preferimos dedicar nuestro esfuerzo a preguntarnos por su psicología, sus motivaciones, sus frustraciones... Empleamos millones de pesetas en mantenerle durante unos años en un régimen carcelario que le impida volver a asesinar, asumiendo con frivolidad el terrible hecho de que, no mediando unos barrotes (que pueden ser cortados cualquier día, física o legalmente), seguiría habiendo más víctimas porque él seguiría matando. Preferimos correr ese riesgo. Nos gusta pensar que la pérdida de libertad le hará reflexionar y lo antes posible, incluso sin cumplir la totalidad de la pena, podrá "reinsertarse".

Reinsertarse quiere decir, en el lenguaje común, arrepentirse. Craso error. Si así fuera, carteristas hay que deberían cumplir cadena perpetua, y estafadores millonarios a quienes bastaría la primera noche en comisaría para mudar de vida. ¿Serían ésos los castigos justos?

Reinsertarse es librarse de la pena merecida por el daño causado, y nada más. Que eso pueda ser aconsejable en algunos casos, no hay duda. Pero no nos apuntemos al fervorín puritano de pretender que los hombres salgan de la cárcel entonando loas al Altísimo. Dejemos su arrepentimiento para el capellán de la prisión... Si tiene el reo la suerte de que el capellán quiera excitar su sentimiento de culpa, en vez de convencerle de que la víctima es él y nosotros quienes debemos tener mala conciencia, y de una u otra forma pagar por lo que ha hecho él.

Ahora bien, si lo que ha hecho un delincuente, como en el caso que mueve estas líneas, es asesinar a sangre fría a tantos seres humanos inocentes, ¿qué castigo puede ser justo, esto es, compensatorio, reparador, equitativo, igualitario... sino perder el mismo bien que arrebató a otros irremediablemente?

En su Nuevo Catecismo la Iglesia reconoce la legitimidad teórica de la pena de muerte. No podía hacer otra cosa sin llevarse por delante su propia historia y la Biblia entera. Pero afirma que la defensa de la sociedad, pudiendo realizarse hoy de forma cada vez más adecuada, hace innecesaria la pena de muerte salvo casos "muy raros, por no decir prácticamente inexistentes". El argumento carece de peso, porque huye de la cuestión fundamental, que no es la defensa de la sociedad, sino la justa retribución de delitos extraordinariamente graves. Y éstos, por desgracia, no son ni raros ni prácticamente inexistentes, sino que van en aumento.

Los seres queridos de las víctimas del francotirador podrían preguntarnos un día por qué el asesino de su padre, madre, marido o mujer, hijo o hija, sigue vivo. Estados Unidos es de los pocos países del mundo donde no ha lugar a esa pregunta turbadora, y o bien uno de los estados en que actuó, o bien una iniciativa federal, aplicará justicia. Europa, sin embargo, contestaría como el fariseo: "Nosotros somos mejores que él, no descendemos a su nivel". Hemos llegado a creernos que juzgar y ejecutar, con todas las garantías procesales, al culpable de diez asesinatos, nos igualaría con quien ha matado a diez inocentes por capricho. ¡Pavoroso concepto de la igualdad y de la justicia!

 

 

© 2002 Agencia FARO

Servicio de Prensa y Documentación de la Comunión Tradicionalista

Se autoriza la reproducción, citando la procedencia.


Agencia FARO