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solo
sirvo para investigar...
Tambien,
por aquello de ver para creer, dudo de la informacion del cronista de
Estocolmo que le anuncio que habia ganado el Nobel. "No es oficial",
dijo. Y se fue con su mujer al cine a ver Borsalino...
Sus objetos
fueron mas adorados que sus hazañas sobre la mesa de madera pintada
de negro en la que investigaba y en la que pinchaba dibujos y frases humoristicas:
ademas de su paradigmatica silla de madera y paja, entraron en el territorio
de la leyenda su guardapolvo gris arratonado por tanta agua y jabon, su
tricota dsecolorida, sus zapatos sin corodnes, su gastado bolso de la
desaparecida compañia de vuelo SAS (mas tarde lo cambio por uno
de Swissair), su dibujo de una tortuga patas arriba con una ironica leyenda
(Asi avanzamos...), su casi eterno traje de gabardina gris.
Pero no
llamarse a engaño: detestaba la precariedad de medios. Tanto, que
cuando un periodista le pregunto si "las dificultades economicas
aguzaban aun mas el ingenio", le contesto:
-Eso es una tonta novela...
Tanto, que destino buena parte de los 80 mil dolares del Nobel a remozar
su instituto, cercado por las cucarachas: "Hay tantas, que deberiamos
usarlas para la investigacion con tal de no desaprovechar la materia prima...",
ironizaba ese hombre capaz de reirse a carcajadas con Carlos Bala, de
confesar que "soy medico, pero no ejercio como tal porque estaba
lleno de dudas", de admitir que su musica preferida "es el silencio"
y tambien de jurar que "soy cientifico depresivo: siempre me parece
que todo va mal, aunque a mi alrededor bailen de entusiasmo".
En cuanto
a otra pregunta clasica ("¿Por que eligio ser cientifico?",
su respuesta era convincente como el filo de una espada:
-Hubiera sido mal medico: me costaba mucho diagnosticar. Era mediocre
para los deportes. Musico, imposible. No tengo oido, y apenas si me entusiasma
la musica primitiva: los tangos de Gardelm, por ejemplo. Politico o abogado,
jamas: no tengo dones de orador. La poesia no me llega. No trato de comprender
el universo: trato de solucionar cosas pequeñas. Los cientificos
somos algo semibarbaros e infantiles. Realmente, solo sirvo para investigar"
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Luis
Federico Leloir murio el 2 de diciembre de 1987.
Tenia 81 años, y trabajo en su laboratorio hasta apenas unas horas
antes de que un infarto masivo lo abatiera en su casa. Entonces, el mismo
periodismo que casi tres decadas antes quebrara su paz, exhumo de los archivos
cuanto dato curioso quedaba flotando en los amarillentos recortes.
Se supo, por ejemplo, que en la decada del 20 y en el Ocean Club de Playa
Grande invento la salsa golf despues de muchos experimentos "porque
estoy aburrido de los langostinos con mayonesa". Que fue duro y acaso
certero al definir a sus compatriotas: "Los argentinos siempre esperamos
un mesias que nos salve, queremos ganar todos los campeonatos de futbol,
y creemos en cualquier cosa: el caso de la crotoxina lo demuestra".
Que fumaba uno que otro cigarrillo "cuando me convidan", que de
tanto en tanto se permitia un vaso de vino, que muchas veces dono su sueldo
para que el laboratorio sobreviviera, y que no mucho despues del Nobel "yo
mismo cambie los piolines de mi silla por alambres, porque de los contrario
tenia que trabajar parado".
Solo le
temio a tres calamidades: "La prepotencia, la soberbia y la estupidez".
Y no se equivocaba: muy pocos saben que en el '83, en la calle Antonio
Machado 151, tuvo por fin un laboratorio digno y una decente silla de
metal y cuero. Muy pocos lo saben, y acaso muy pocos sacaron la cuenta:
Luis Federico Leloir, argentino, sabio, premio Nobel, tuvo que esperar
trece años para que su pais lo honrara con una silla nueva.
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