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Pudo ser una
madrugada estrellada cuando los pastores en sus majadas apacentaban sus
ganados y las gentes pacíficas del campo descansaban en sus camastros a la
luz de la luna acariciados sus rostros por la brisa suave que mece las
flores.
Pudo ser una
madrugada distinta a todas: las estrellas danzaban jubilosas de un lado
para otro como agiles bailarinas, los mas hermosos luceros giraban a la
velocidad del rayo rozando la tierra y perdiéndose en el infinito, y en el
espacio sin fin todas las constelaciones eran como una sinfonía de colores
y de movimientos.
Algo
extraordinario iba a suceder. Para bien o para mal eran señales graves,
portentosas, divinas. Los pastores no acababan de comprender tan extraño
fenómeno y los mas madrugadores boyeros iban asustadizos con el alma en
vilo hacia las rastrojeras. Los ganados estaban inquietos, las aves
supermadrugaron y los arboles del arroyo doblaban sus copas hasta peinar
la juncia o estiraban sus manazas verde ocre hacia un firmamento de
oro.
Algo bueno iba a
suceder, pensó para sí Juan Martínez, el boyero del Gavellar, mientras
cumplía sus devociones mañaneras desgranando sus avemarías camino del
trabajo.
Y cuando el ubedí
dio vista a su besana con su cabo bajo junto al arroyo y su cabo alto a la
vera del camino, vio brillar a escasa distancia, entre las junqueras del
reseco arroyuelo, un objeto como de cuarta y media de altura. Juan se
acercó con su alma de plata y a cada paso nuevos destellos de colores
distintos y distintas sensaciones. Juan sintió miedo pero como su corazón
iba a estallar en pedazos y escuchaba como lo llamaban por su nombre, se
acercó rodilla en tierra hasta el objeto sobrenatural y besando el suelo
polvoriento con fervor, Juan alzó su mirada contrita y en dos mitades rodó
por la rastrojera una campana de barro. Debajo de la misma, una imagen de
la Señora de escasas dimensiones que el ubedí se resistía a tocar, pues de
la misma salma un intenso resplandor mientras mil instrumentos dejaban
escuchar unas notas celestiales y unos cánticos divinos. Era el amanecer
del día 7 de septiembre de 1.381 cuando Juan Martínez estrechó en su
ardiente pecho a la Señora, y Úbeda recibía su divina regalía.
Así
habla la tradición, aunque con distintas versiones. ?Pudo ser quizá tan
celestial portento en un atardecer...?. Pudo ser, pero las estrellas sólo
juegan de noche al esconder y al pillar y los luceros sólo dejan ver sus
cabellos de oro cuando el sol duerme placentero. Los atardeceres sólo se
hicieron para meditar, descansar y contemplar el firmamento, en cambio
Dios nos regaló la noche para
soñar.
Sobre la aparición
de la Señora la historia escrita contemporánea parece haber enmudecido.
?Quién dejó de escribirla? ?Quién permaneció mudo? Sólo nos quedó la
tradición recogida por el pueblo y por él transmitida.
 
Casa de Hermandad: C/ Las Parras,
30 Apartado de Correos 197 23400 Úbeda (Jaén) Tlf.: 953 75 31
90
BAJESE EL TEXTO DEL VIACRUCIS AL CRISTO DEL
GAVELLAR
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