De: 
                              Rafael 
                              Bautista S.
                              
                              rafaelcorso@yahoo.com  
                              Asunto: BOLIVIA: RADIOGRAFÍA DEL CONFLICTO (II)
                              Pero el conflicto 
                              también aparece en el individuo que se define 
                              socialmente como "clase media". Porque si este 
                              aspira a estar entre los grandes, él mismo se 
                              ofrece a defender a los grandes y aplastar a los 
                              de abajo. La sociedad que defiende este individuo 
                              se desnuda como lo que realmente es y, cuando 
                              opone resistencia a su recomposición estructural, 
                              muestra su grado de dependencia: el débil siempre 
                              se apoya en el fuerte. La debilidad de la clase 
                              media consiste en su dependencia; como aspira 
                              siempre a los privilegios, apuesta siempre a 
                              descargar en los pobres el precio de todos sus 
                              antojos. Entonces, la estabilidad de una sociedad 
                              así, se produce sometiendo al pueblo, 
                              empobreciéndolo lo suficiente (que nunca es 
                              demasiado) para sostener los ingresos de poderosos 
                              y subalternos: oligarquía y clase media. Esto 
                              muestra el carácter conservador de la clase media, 
                              que es, en definitiva, el sostén legitimatorio de 
                              la oligarquía.
  
                              Se trata entonces de un conflicto cualitativo. La 
                              clase media se incluye en el discurso de la 
                              oligarquía, porque persigue ella misma ser eso; y 
                              se apoya en el dogma que le proporciona estatuto 
                              de superioridad: el racismo. De este modo se 
                              diferencia del resto y sobre esta diferencia 
                              construye sus aspiraciones. Ella es la reserva de 
                              reclutamiento que posee la oligarquía a la hora de 
                              aparecer el conflicto (el precio para ser relevo 
                              de la clase dominante es mantener el sistema 
                              intacto, y es la que, en nombre de la "ley", 
                              "democracia", "libertad", etc., garantiza, en 
                              definitiva, la conservación del sistema). Entonces 
                              la oposición se hace evidente y la mediocracia se 
                              las ingenia para encubrir la naturaleza del 
                              conflicto; por eso opone sociedad contra gobierno, 
                              cuando se trata, en realidad, de la oligarquía 
                              contra el pueblo (y contra el gobierno del 
                              pueblo). La fabricación del oponente es 
                              fundamental (el gobierno es indio y los indios son 
                              revanchistas) para que se constituyan oligarquía y 
                              clase media en bloque. El oligarca se apropia del 
                              demos de la democracia y se presenta a sí mismo 
                              como pueblo, y reúne en torno a él a todos sus 
                              reclutados, para que defiendan sus intereses que, 
                              previa manipulación mediática, aparece como el 
                              "interés general" (por eso no es raro que gente 
                              sin propiedad alguna se preocupe por la supuesta y 
                              falsa confiscación de la propiedad privada, el 
                              absurdo que significa escuchar a un empleado que 
                              hace suyas las cuitas del latifundista). Entonces 
                              acude al imaginario de sus subalternos y les 
                              señala el enemigo: el indio; operación que 
                              enciende su racismo guardado y constituye un 
                              esbirro con sed de venganza. La condición colonial 
                              se actualiza: para ser como el blanco tenemos que 
                              eliminar al indio que tenemos dentro. El desprecio 
                              de saber lo que uno es, en el fondo, se escupe 
                              entonces contra el que recuerda aquel origen. El 
                              desprecio al presidente indio que siente este 
                              individuo es desprecio a sí mismo, porque este 
                              presidente le recuerda, en definitiva, lo que es.
  
                              Si el racismo constituye el sedimento de esta 
                              subjetividad, el afán de riqueza constituye el 
                              núcleo de sus aspiraciones. Su odio a los pobres 
                              es, de ese modo, coherente con su lógica: es más 
                              rico cuanto más pobres haya; es decir, la riqueza 
                              es medible por la cantidad de pobreza que produce. 
                              Inequidad que, una vez racializada, naturaliza la 
                              pobreza, y el aspirante a rico puede dormir 
                              tranquilo: los pobres son lo que son porque son 
                              "inferiores". En el fondo, es el racismo el que 
                              produce la naturalización de las desigualdades 
                              sociales y económicas, no sólo como el instrumento 
                              idóneo de clasificación social sino como eje 
                              legitimador de relaciones de dominación. Pero la 
                              dominación moderno-colonial no es abstracta, su 
                              especificidad es económica, es decir, su 
                              dominación consiste en "privar" a los demás de los 
                              medios de subsistencia y, con ello, producir más 
                              miseria para generar más riqueza. Sólo produciendo 
                              miserables, el capital puede contar con trabajo 
                              cautivo para desarrollarse al infinito; ilusión 
                              que exagera irracionalmente el neoliberalismo, 
                              porque este sólo sabe (parafraseando a Marx) 
                              globalizar todo socavando las dos únicas fuentes 
                              de riqueza: el trabajo humano y la naturaleza (por 
                              eso condena a la miseria al 80% del planeta y 
                              anula, explotando irracionalmente, la capacidad 
                              reproductiva de la naturaleza). De ese modo se 
                              desnuda esa lógica que dirige el afán de riqueza, 
                              lógica del asesino y del ladrón, que hurta para sí 
                              la potestad de las leyes y, de ese modo, santifica 
                              su forma de vida: ya no necesita robar. Al imponer 
                              su ley, lava su fortuna mal habida y lava su 
                              conciencia: el pecado se vuelve virtud y el mal se 
                              transforma en bien. La inversión trastorna todo: 
                              "Si el rico habla, todos le aplauden; aunque diga 
                              necedades le dan la razón. Pero si el pobre habla 
                              le insultan; hablará con discreción y nadie le 
                              reconocerá. Habla el rico y todos callan. Pero 
                              habla el pobre y dicen: ¿quién es este? Y si se 
                              propasa, todos se le echan encima" (Eclesiástico 
                              13:26-29).
  
                              La grandeza consiste entonces en defender a los 
                              pobres, porque no hay quién los defienda; y frente 
                              a la ley, son sólo el sacrificio necesario que 
                              necesita esta para mostrarse magnánima y poderosa. 
                              Se trata de defender a las víctimas y hacerle 
                              frente a los poderosos. Es David contra Goliat. Es 
                              Espartaco contra el imperio romano. Son quinientos 
                              años que se acumulan en la soberbia de los 
                              poderosos. El conflicto se produce al destapar lo 
                              podrido que está una sociedad que se sostiene 
                              gracias al racismo, la discriminación, la 
                              injusticia, la desigualdad, la exclusión, etc. Una 
                              sociedad así, sólo puede mirarse al espejo con los 
                              ojos cerrados (estética que realizan los medios) y 
                              creer en lo que le hacen creer. Es una sociedad 
                              que recurre a los calmantes (cosas que su dinero 
                              adquiere para tapar su hueca existencia) para 
                              olvidar su enfermedad crónica, que deposita en el 
                              maquillaje su afán de verse bien; por eso se 
                              vuelve adicta, porque en su putrefacción le gusta 
                              vivir de ilusiones y no encarar su realidad. Por 
                              eso se resiste a asumir lo que, en verdad, es; 
                              prefiere mentirse a renunciar a la forma de vida a 
                              la que le han acostumbrado, en la cual se ha 
                              de-formado. Por eso no escucha, y sólo escupe odio 
                              cuando se le muestra que es su forma de vida la 
                              que le produce la enfermedad y el desequilibrio. 
                              Necesita de voluntad para cambiar, pero es ella 
                              misma la que se resiste; si la adicción puede más 
                              que la voluntad, entonces persigue su propia 
                              muerte: creyendo ser libre y no someterse a nadie, 
                              acaba siendo esclava de sus propias pasiones (las 
                              que, en definitiva, le nublan toda opción 
                              racional).
  
                              Es la sociedad criollo-mestiza boliviana 
                              (oligarquía y clase media). Amparada ahora por sus 
                              damas de honor: la embajada gringa y la 
                              mediocracia, autóctona y foránea. Estas le dicen 
                              lo que ella quiere oír, por eso encuentra en sus 
                              faldas el lugar de sus certidumbres huecas, que 
                              sólo se amparan en la altanería y el desprecio al 
                              indio. Su desprecio por la nueva Constitución es 
                              desprecio por aquellos que la realizaron. Frente a 
                              este su "enemigo declarado" se aglutina una 
                              sociedad enferma y escupe a este sus improperios. 
                              Por eso señala en el Otro sus propios prejuicios: 
                              la sed de venganza le corresponde a ella, porque 
                              no tolera que el oprimido haya levantado la voz, 
                              que el pongo haya hecho una constitución, que el 
                              indio sea gobierno. Es ella la que precisa 
                              educarse para emanciparse de sus taras y sus 
                              prejuicios. La ignorancia no proviene de aquellos 
                              que fueron privados de educación sino del sector 
                              que, supuestamente culto, muestra la barbarie que 
                              produce su de-formación; porque una superioridad 
                              afirmada sobre la discriminación y la negación del 
                              Otro (en este caso el indio y el pobre), sólo 
                              puede ser expuesta por la fuerza y jamás por la 
                              razón (eso es lo que encubre su cultura citadina).
  
                              Para la clase media, el conflicto es violencia que 
                              recae sobre ella. Es lo que le hacen creer y es lo 
                              que quiere creer. Por eso culpa de la violencia al 
                              Evo y quiere ver en el pasado el paraíso al que 
                              quisiera volver; "antes vivíamos sin odios ni 
                              rencores" dice y, al hacerlo, justifica las 
                              dictaduras y el neoliberalismo (que produjo además 
                              su propia merma económica). Cree ser el sostén de 
                              la economía por los impuestos que paga; cuando ese 
                              mismo argumento debiera servirle para enjuiciar a 
                              una oligarquía que siempre vivió hipotecando al 
                              país con sus deudas, haciendo de ellas deuda 
                              pública (pagada también por la clase media). Pero 
                              ni siquiera es capaz de admitir que son los 
                              excluidos de la economía quienes, en definitiva, 
                              le sostienen; porque es la privación y el 
                              sometimiento de las grandes mayorías lo que 
                              permite que exista un sector medio articulado a la 
                              reproducción del capital privado; que su educación 
                              es posible por la marginación de otros a la 
                              educación; que los lujos que se brinda son 
                              privaciones y miseria en otros, porque una 
                              economía desigual, sobre todo cuando es 
                              dependiente y subdesarrollada, sólo puede calmar 
                              el apetito exigente de los pocos a costa de los 
                              muchos. Quiere vivir como se vive en el primer 
                              mundo, por eso trabaja para los poderosos, siendo 
                              parte funcional de una extracción inaudita de 
                              riqueza, que priva a todo un país de la 
                              posibilidad de alimentar de un modo justo a todos 
                              sus hijos. Cuanto más asciende en la escala 
                              social, más aumentan sus deseos, y más la 
                              posibilidad de empobrecimiento de su propio país. 
                              Por eso comienza a ver en el exterior la medida de 
                              sus aspiraciones. Y toda la de-formación que 
                              recibe, maniobra un desprecio elocuente por lo que 
                              le rodea: la pobreza, de la cual es cómplice.
  
                              Por eso resulta paradójico que, mientras el pueblo 
                              se alfabetiza, la clase media (Universidad pública 
                              y privada) salga a patear, escupir y matar (como 
                              en Cochabamba, Sucre y Santa Cruz). Esa es la 
                              constatación empírica de su de-formación. Por eso 
                              la "culta Charcas" escupía como llama, mientras 
                              cantaba: "el que no salta es llama", o sea, indio. 
                              Por eso en Santa Cruz y Cochabamba los "defensores 
                              de la democracia", aprendían a jugar béisbol 
                              golpeando cabezas de indios. Y ahora, en Santa 
                              Cruz, hacen de su Matonomía (autonomía) la medida 
                              del bien y del mal. Ya ni la Biblia (a la que 
                              manipulan a su antojo) es recurso para discernir 
                              el bien del mal sino sus estatutos matonómicos, 
                              para eso les basta su decálogo. Porque tienen 
                              además a la jerarquía eclesiástica (como es su 
                              costumbre) santificando, en nombre del 
                              crucificado, sus más entrañables principios. 
                              Actitud que mantiene la iglesia desde que es 
                              cristiandad. Necesita del poder, por eso hace un 
                              pacto diabólico. "Nadie puede servir a dos amos", 
                              pero la cristiandad apostó siempre por ello: 
                              predicó el reino de los cielos, pero justificó 
                              teológicamente el reino de este mundo. Por eso se 
                              instala en Roma y, desde allí, transforma una 
                              teología de liberación en una teología de 
                              dominación. Esa teología, entre otras cosas, es el 
                              apoyo moral que reciben los príncipes de este 
                              mundo para justificar todas sus acciones: opresión 
                              y dominación. Entonces la inversión se produce: 
                              predican el cielo pero producen el infierno. Por 
                              eso no es raro que los matonomistas acudan incluso 
                              a la doctrina social de la iglesia: el sujeto es 
                              anterior al Estado. Porque este sujeto no es el 
                              ser humano sino el sujeto burgués, y la 
                              determinación fundamental de este sujeto es la 
                              propiedad privada; por eso la lectura correcta de 
                              la sentencia es: la propiedad privada es anterior 
                              al Estado. Pero con eso la iglesia no hace otra 
                              cosa que desmentir a la propia doctrina cristiana, 
                              porque hasta Santo Tomas la propiedad privada no 
                              era sino institución positiva, o sea, histórica, o 
                              sea, humana. No divina. Es más, si la iglesia 
                              fuese fiel con el libro sagrado tendría que 
                              condenar toda forma de propiedad privada, pues 
                              hasta la comunidad apostólica se regía por la 
                              propiedad común de los bienes: "Perseveraban en 
                              oír la enseñanza de los apóstoles y en la unión, 
                              en la fracción del pan y en la oración; y todos 
                              los que creían vivían unidos, teniendo todos sus 
                              bienes en común; pues vendían sus haciendas y 
                              posesiones y las distribuían entre todos según la 
                              necesidad de cada uno", (Hechos 2:42-45). Forma de 
                              vida que realizaron (o sea, hicieron posible) 
                              jesuitas y guaraníes en las Reducciones. Mientras 
                              los jesuitas fueron los educadores de Europa, casi 
                              por dos siglos, propagaron este ideal como la 
                              utopía de una sociedad acorde al espíritu 
                              cristiano. El socialismo utópico tiene ese origen, 
                              de modo que el socialismo científico aparece como 
                              nieto de la forma de vida que practicaban jesuitas 
                              y guaraníes en el Nuevo Mundo (cuando expulsan del 
                              Nuevo Mundo a los jesuitas en 1767, por presión de 
                              España y Portugal, y acaban con las Reducciones, 
                              el obispo enviado por Roma critica esa forma de 
                              vida y asegura: "he oído de semejantes y 
                              disparatadas ideas en algunos radicales"; a lo 
                              cual replicaba un jesuita: "pero si era la forma 
                              de vida de los primeros apóstoles").
  
                              Es la misma arenga que se escucha en nuestros 
                              cardenales o monseñores. Por eso, para aplacar la 
                              violencia se dirigen al gobierno, pero bendicen 
                              diariamente las agresiones que promueve la 
                              oligarquía cruceña (no en vano el alto mando 
                              eclesial boliviano se instala en Santa cruz). Se 
                              reproduce la situación chilena del 73. Pues fue la 
                              jerarquía eclesiástica la que bendijo el golpe de 
                              Estado; preparando además, todo ese año, la 
                              religiosidad de los creyentes para que 
                              consintieran el golpe como una "obra de paz", un 
                              sacrificio que se le hacía a Dios para 
                              "restablecer el orden" y, otra vez, "la 
                              democracia". Se trata de una iglesia que justifica 
                              el orden y congrega a su rebaño para defenderlo, o 
                              sea, llama a una nueva "cruzada" (como hacía 
                              cierta iglesia en Sucre, que arengaba contra la 
                              Constituyente y ofrecía sus instalaciones como 
                              trinchera de lucha; pero en octubre de 2003 no 
                              permitió la instalación de un solo piquete de 
                              huelga contra la masacre neoliberal de Sánchez de 
                              Losada, porque aseguraban que la iglesia estaba al 
                              margen de la política). Si la iglesia ha 
                              reconocido los valores de la sociedad burguesa 
                              como sus valores, entonces el cuestionamiento de 
                              estos resulta, para ella, un cuestionamiento a su 
                              divinidad misma. Ha secularizado a Dios, y su 
                              reino lo ha identificado con la sociedad burguesa; 
                              de modo que ha fetichizado el orden actual y se 
                              postra ante este como ante un ídolo (hechura de 
                              manos de hombres, que "tienen ojos y no ven, 
                              tienen oídos y no escuchan", por eso nunca 
                              escuchan al pueblo, ni ven los sufrimientos que 
                              padece). Por eso predican el "desarme espiritual", 
                              porque eso significa dejar las cosas como está, 
                              que el poderoso siga explotando y sometiendo, y 
                              que esta sociedad siga viviendo en el autoengaño, 
                              creyendo hacer el bien cuando reproduce el mal, 
                              justificando un orden que le "priva" al prójimo de 
                              lo elemental de la vida: trabajo, salud, 
                              educación, cultura.
  
                              La especificidad de la propiedad privada consiste 
                              precisamente en "privar" a los demás de propiedad. 
                              Si no hay regulación de esta, entonces se produce 
                              la muerte del prójimo ("me quitas la vida cuando 
                              me quitas los medios con los cuales vivo", 
                              Shakespeare dixit). Cosa que la iglesia no admite; 
                              porque al reconocer al sujeto anterior al Estado 
                              no está dispuesta a admitir al ser humano anterior 
                              a la propiedad privada; de lo contrario, tendría 
                              que admitir un sujeto con necesidades, vulnerable, 
                              que justificaría un Estado que haga suya la 
                              defensa de los pobres, frente a los ricos. Lo cual 
                              le posibilitaría una nueva y más adecuada lectura 
                              del evangelio. Pero su pacto diabólico, con el 
                              reino de este mundo, le impide revisar sus dogmas, 
                              que pone por encima del mismo texto que considera 
                              sagrado. En el día del juicio, dice el Mesías, el 
                              criterio de la resurrección no será la cantidad de 
                              padrenuestros o avemarías que hayan hecho sino les 
                              dirá: "Apartaos de mi malditos. Porque tuve hambre 
                              y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis 
                              de beber; fui peregrino y no me alojasteis; estuve 
                              desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel 
                              y no me visitasteis. Entonces ellos responderán 
                              diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o 
                              sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y 
                              no te socorrimos?   | 
                              
                                
                              Él les contestará diciendo: en verdad os digo que 
                              cuando dejasteis de hacer eso con uno de mis 
                              hermanos menores, conmigo dejasteis de hacerlo" 
                              (Mateo 25:41-46). Los hermanos menores son siempre 
                              los pobres, por eso las bienaventuranzas se dan a 
                              los pobres: "Bienaventurados los pobres, porque 
                              vuestro es el reino de Dios", y a los ricos les 
                              dice: "¡Ay de vosotros, ricos, que tenéis vuestro 
                              consuelo! ¡Ay de vosotros que ahora reís, porque 
                              lamentareis y llorareis!" (Lucas 6:24-25). La 
                              palabra es obra de justicia, y lo que está 
                              describiendo el Mesías es que no hay crimen 
                              impune, que el robo del trabajo ajeno (lo que 
                              produce riqueza en unos pocos y pobreza en los 
                              muchos) acaba por maldecir la vida misma de quien 
                              provoca este desajuste. Si el Mesías es el camino, 
                              la verdad y la vida, entonces la iglesia debiera, 
                              como imperativo, deducir una política y una 
                              economía acorde con ese espíritu. Pero una iglesia 
                              pactada con el poder produce totalmente lo 
                              contrario. 
                               
                              Justificando el orden vigente, ya no apuesta por 
                              el cielo que proclama, por eso lo arroja más allá 
                              de la vida (lo vuelve imposible de realización); 
                              así ya no reivindica la vida del Mesías sino sólo 
                              su muerte: ya no importa cómo vivió sino cómo 
                              murió. Se transforma en una iglesia de la muerte y 
                              predica la muerte. Así fue la cristiandad 
                              medieval. La actual ya no necesita recurrir a una 
                              cultura apocalíptica de la muerte, porque el 
                              relativismo (que es la secularización del 
                              politeísmo griego y romano) y la moral modernas, 
                              le otorgan la apatía y la indolencia necesaria 
                              (que interpreta como paz espiritual) para lidiar 
                              con el infierno que ha ayudado a crear. Cada misa 
                              que realiza festeja, de este modo, la muerte del 
                              prójimo; porque el sacrificio ofrecido a su Dios 
                              no es otra cosa que lo robado a los pobres, que es 
                              lo que el rico lleva a su iglesia, a comulgar con 
                              los suyos; una fiesta donde se festeja la 
                              privación de los demás, la muerte del prójimo: 
                              "Mata al prójimo quien le priva de la 
                              subsistencia, y derrama sangre el que retiene el 
                              salario del jornalero" (Eclesiástico 34:26-27).
  
                              Por eso Santiago no es nada complaciente: "Y 
                              vosotros los ricos, llorad a gritos por las 
                              desventuras que os van a sobrevenir. Vuestra 
                              riqueza está podrida... El jornal de los obreros 
                              que han segado vuestros campos, defraudado por 
                              vosotros clama, y los gritos de los segadores han 
                              llegado a los oídos del Señor... Habéis condenado 
                              al justo, le habéis dado muerte sin que él os 
                              resistiera" (Santiago 5:1-6). Sin duda también 
                              Santiago sería llamado violento por la jerarquía 
                              eclesiástica actual. Pero de allí viene la 
                              tradición profética que, por acá, la continuó el 
                              padre Luís Espinal y fue también el justo 
                              condenado que, por defender a los humildes, se 
                              enfrentó al orden que hoy defiende la iglesia. Es 
                              el mundo que aborrece a los profetas y que 
                              aborreció al Mesías: "Si el mundo os aborrece, 
                              sabed que me aborreció a mí primero que a 
                              vosotros" (Juan 15:18). Ese mundo por aquel 
                              entonces era el imperio romano, ahora es el 
                              imperio gringo; adonde van a buscar refugio los 
                              asesinos, como Sánchez de Losada, o a recibir 
                              instrucciones quienes prefieren ver destruido su 
                              país que verlo libre, como los prefectos de la 
                              media luna. Es el reino de este mundo que tiene a 
                              sus ejércitos para acabar con los insurrectos, 
                              tiene a las oligarquías nacionales para gestionar 
                              sus intereses, tiene a los grandes medios de 
                              comunicación para manipular a la opinión pública y 
                              aglutinarla en torno a sus apetitos, y tiene a las 
                              iglesias para justificar teológicamente su orden. 
                              La acumulación de sangre humana en capital 
                              necesita una absolución extraordinaria y esta la 
                              otorga una teología que trasforma el mal en bien y 
                              el bien en mal. 
                               
                              Una teología de dominación justifica siempre la 
                              violencia de la dominación; ya no dice "en el 
                              principio era la palabra", sino "en el principio 
                              era la paz", que no es más que guerra disfrazada. 
                              La guerra suspende toda ética, la vuelve ridícula, 
                              de modo que la razón se convierte en razón de 
                              guerra, estratégica, racionalidad instrumental, 
                              medio-fin, lógica costo-beneficio; la política 
                              (secularización moderna de la teología medieval) 
                              se vuelve "la guerra continuada por otros medios". 
                              La injusticia, la desigualdad, la opresión, etc., 
                              son guerras disfrazadas contra la propia humanidad 
                              y también contra la naturaleza. Se trata de, como 
                              expresa el Salmo 73: "la paz de los impíos". 
                              Porque "no hay para ellos tormentos; están sanos y 
                              rollizos". Porque los impíos "no tienen parte en 
                              las humanas aflicciones y no son atribulados como 
                              los otros hombres", por eso son soberbios y la 
                              soberbia "los ciñe como collar, y los cubre la 
                              violencia como vestido... Motejan y haban 
                              malignamente, y altaneramente declaran sus 
                              propósitos perversos". Así producen la violencia 
                              que le increpan al Otro: "Por eso el pueblo se 
                              vuelve tras ellos".
  
                              Una teología de dominación tiene necesariamente 
                              que invertir todo en nombre del espíritu que 
                              proclama. Pero ese espíritu resulta ya de la 
                              inversión producida: ya no es el espíritu santo 
                              (el Ruaj haKodesh) sino el espíritu burgués, que 
                              es la contraseña que le permite a la iglesia 
                              entrar a ser parte del orden burgués, del reino de 
                              este mundo. Donde el asesino inventa su propia ley 
                              (amparada en su carácter ahora divino, santificada 
                              por la iglesia), de la cual él mismo es criterio 
                              legal; el asesino de cuello blanco cubre entonces 
                              sus desechos, como los gatos, mediante leyes. Es 
                              el paso del simple matonaje a la mafia organizada; 
                              si antes mataba él mismo, ahora mata sin mancharse 
                              las manos. Pero si su ley se pone en cuestión, 
                              entonces regresa a lo que es. Por eso amenaza y 
                              persigue a las víctimas, porque ellas le recuerdan 
                              su origen; le muestran la mentira que sostiene su 
                              existencia. Ese descubrimiento le obliga a matar 
                              otra vez. 
                               
                              Y le obliga a regresar con los mismos actores. 
                              Mientras Bolivia se debatía en la guerra del 
                              pacífico, Gabriel René Moreno (el intelectual 
                              cruceño al servicio de la oligarquía) y Aniceto 
                              Arce (el empresario sucrense beneficiado de la 
                              guerra contra su propio país), se paseaban en 
                              Santiago, en la capital del enemigo, por 
                              invitación del enemigo. Ahora, otros Morenos y 
                              Arces buscan afuera el apoyo para acabar con lo 
                              que siempre han despreciado: el indio que hay 
                              adentro. Ese es el fin que persigue su matonomía. 
                              No es de extrañar que el refugio de realistas y 
                              conservadores, Sucre, ahora sea el caldo de 
                              cultivo del racismo de la oligarquía cruceña 
                              (racismo cultivado, entre otros, por el "célebre 
                              patricio" camba Gabriel René Moreno). Desde allí 
                              se tejió el odio contra el indio de modo 
                              específico. Porque el odio contra el indio 
                              apareció explicitado como el odio contra el 
                              aymara. No importó tanto la traición de Pando en 
                              la guerra federal, porque era una traición entre 
                              iguales. Lo que no soportó la sociedad sucrense (y 
                              criolla en general) fue el levantamiento de Willka 
                              Zarate y su ejercito aymara. La capacidad de 
                              sobrevivencia y organización (pese a las 
                              paupérrimas e indigentes condiciones en que le 
                              condenó la república) de la nación aymara despertó 
                              en la sociedad criolla, no un sentimiento de 
                              admiración, sino de odio especifico contra aquel 
                              que se había levantado contra sus patrones. Si era 
                              posible soportar la "nobleza" incaica o la 
                              presencia "pintoresca" de los guaraníes (así los 
                              describe Moreno), porque su presencia era 
                              inofensiva para la cultura citadina, la presencia 
                              aymara nunca la dejó descansar tranquila. Golpeada 
                              ya la seguridad criollo-mestiza por los cercos 
                              aymaras de 1780, despertó el miedo que obligó a la 
                              oligarquía a buscar siempre su legitimidad afuera, 
                              haciéndose dependiente de los intereses foráneos, 
                              sin tener nunca la capacidad de congregar a sus 
                              propios explotados, de los cuales vivía, gracias 
                              al tributo obligado, y aun vive, porque son 
                              quienes le alimentan. Esta incapacidad, para no 
                              aparecer como lo que es, se fue cultivando como 
                              odio, en su de-formación cultural. Por eso no es 
                              raro que la insensatez y la demencia, que provoca 
                              el odio, aparezcan de modos elocuentes en Sucre, 
                              Cochabamba, Tarija, Santa Cruz, etc. Ello 
                              demuestra dónde está el verdadero atraso cultural 
                              y social.
  
                              Atraso que se manifiesta en el rechazo a ser 
                              gobernados por sus considerados pongos, atraso que 
                              muestra la verdadera cara de la democracia que 
                              defienden, democracia restringida para los 
                              patrones y sus caporales. Si la clase media 
                              muestra ahora su cara fascista, es porque 
                              manifiesta su conformación como espacio de 
                              disponibilidad social que necesita la oligarquía 
                              para preservar su orden. Y para aglutinarla no 
                              necesita interpelarla racionalmente sino sólo 
                              encender el sedimento irracional que la constituye 
                              en lo que es. Por eso la opinión pública se deja a 
                              merced del periodismo, que no sabe sino fragmentar 
                              la realidad en noticia y reducir lo que sucede en 
                              los estrechos y superficiales márgenes que le 
                              brinda su concepción instrumental de la 
                              comunicación. Un sector tan influenciado 
                              mediáticamente no atiende a razones, por eso cree 
                              ingenuamente en los eslóganes propios del 
                              anticomunismo gringo: que ahora los indios se 
                              comerán a los niños, que expropiará el Estado 
                              todos los bienes, que los hijos serán propiedad 
                              del partido, etc. Se dice que el gobierno no tiene 
                              la capacidad para ganarse a la clase media; pero 
                              esa afirmación es incompleta, porque no pregunta 
                              primero si la clase media está dispuesta a cambiar 
                              racionalmente; si no lo está, entonces todo 
                              intento racional es inútil. Si la clase media 
                              sostiene sus certidumbres no en ideas sino en 
                              eslóganes, entonces ni siquiera el gobierno más 
                              sabio e ilustrado podrá algo con un sector tan 
                              influenciado por la manipulación mediática. Pero a 
                              diferencia de la opción oligárquica, el pueblo 
                              siempre tendrá mayor perspectiva: ante la 
                              violencia amenazante siempre imaginará 
                              alternativas. El arrinconamiento es propio del que 
                              no imagina soluciones, del que propicia el 
                              enfrentamiento.
  
                              La apuesta de liberación del pueblo es 
                              interpelación para la sociedad. Es sacarla de su 
                              autismo y mostrarle como lo que ella es. El 
                              proceso de totalización de una sociedad se da en 
                              su negativa a escuchar la palabra interpeladora 
                              del Otro. Palabra que la saca de su seguridad y le 
                              remueve sus certidumbres, porque es enjuiciamiento 
                              de su propia inconciencia: "Pertenece a los que 
                              tienen hambre el pan que guardas, a los desnudos 
                              el manto que conservas en los cofres, al descalzo 
                              los zapatos que se pudren en la despensa, al pobre 
                              el dinero que atesoras. Cometes tanta injusticia 
                              como personas hay a quienes deberías ayudar" (San 
                              Basilio). Por eso los congregados en la sociedad 
                              citadina se niegan a escuchar y tratan, por todos 
                              los medios, de acallar esa voz, porque esa voz 
                              prende el remordimiento y le provoca mirarse al 
                              espejo como lo que realmente es. Por eso prefiere 
                              el falso halago y la conmiseración (hay que 
                              hacerle caricias al caballo para montarlo), la 
                              farándula, el "pan y circo" (así trata el poderoso 
                              a la plebe, que en eso se convierte una sociedad 
                              que ve en la farándula su ideal de vida). Por eso 
                              la pregunta no es si un gobierno tiene o no 
                              capacidad de ganarse a la clase media (que es 
                              básicamente el eje de identificación de toda la 
                              sociedad citadina), o si la radicalidad del pueblo 
                              debería bajar sus tonos. La pregunta es si este 
                              sector es posible de ser interpelado 
                              racionalmente.
  
                              En la lógica usual de la política, ganarse a la 
                              clase media significa ceder. Pero aquí ceder es 
                              ceder todo; porque sus reivindicaciones son sólo 
                              disfraces que está usando la oligarquía para 
                              imponer sus intereses. Se puede decir que la clase 
                              media fue siempre la beneficiada inmediata de 
                              todas las luchas populares (los incrementos 
                              salariales, la estabilidad laboral, el rechazo a 
                              la especulación y al alza de precios, sin contar 
                              la lucha por democracia, los derechos humanos y 
                              sociales); porque la estructura económica es 
                              social y todo beneficio repercute en el conjunto, 
                              es decir, la lucha de los pobres siempre acaba 
                              beneficiando a todos y, primero, a quienes el 
                              goteo de la distribución de ingresos les llega 
                              primero. Por eso la recuperación de los recursos y 
                              la nacionalización beneficia incluso a quienes se 
                              opusieron a ella y ahora consideran su dinero. Esa 
                              es la verdadera legitimidad que justificaba la 
                              "guerra del agua" y la "guerra del gas", porque en 
                              Cochabamba o en El Alto se luchaba por todos, para 
                              beneficiar a todos. Las reivindicaciones que ahora 
                              esgrime la clase media no son legítimas, porque 
                              estiman exclusivamente un beneficio particular 
                              (que, en definitiva, va siempre contra el pueblo). 
                              El discurso regionalista es atractivo pero 
                              mentiroso, porque es la oligarquía latifundista la 
                              que, de este modo, intenta justificar sus 
                              intereses como aspiración regional; mover la sede 
                              de los poderes es una artimaña para modificar el 
                              eje de la hegemonía india al sur conservador; la 
                              matonomía cívica ya evidenció que busca deshacer 
                              el país en pedazos sin relación alguna. Pero la 
                              clase media no ve esto, porque los medios no le 
                              muestran eso; pero sí le alimenta de prejuicios y 
                              le inventa mentiras para empeorar su sordera. Al 
                              apoyar a la oligarquía afirma su dependencia ante 
                              ella y pacta sus beneficios a costa, otra vez, del 
                              pueblo.
  
                              Revertir eso es una tarea de concientización, 
                              opción que los medios dificultan, pero que es el 
                              único modo de recuperar ese sector; si educación 
                              es emancipación, es porque es un proceso de 
                              liberación de los prejuicios y taras que una 
                              sociedad arrastra. Por eso la liberación es un 
                              proceso, no se da en un santiamén, es algo que se 
                              construye, desde el pueblo hacia todos aquellos 
                              que puedan ser congregados en torno a un horizonte 
                              de justicia y dignidad. Por eso la destrucción no 
                              es una opción que se plantee un proceso de 
                              liberación. La destrucción la promueve el que está 
                              acostumbrado a destruir. Un gobierno que asume el 
                              conflicto (que no es el poder, por eso lidia con 
                              el legislativo, el poder judicial, empresarios, 
                              ganaderos, terratenientes, medios, etc., que le 
                              impedirán efectuar las transformaciones) necesita 
                              construir las mediaciones para tener un pueblo 
                              organizado, una política de alianzas firme y 
                              duradera (para ir vaciando el bloque dominante de 
                              presencia real), de políticas de comunicación y 
                              coordinación para hacerle frente, sobre todo, a la 
                              mediocracia y a los grupos de poder. El poder 
                              originario radica en el pueblo y un gobierno sólo 
                              puede hacerle frente a la reacción fascista 
                              teniendo el apoyo del pueblo. Sin está 
                              legitimación no hay poder real. La nueva 
                              Constitución puede ser el motor de la 
                              participación popular; para eso se requiere un 
                              pueblo educado y crítico, sobre todo ante la 
                              manipulación mediática que hará, de hoy en 
                              adelante, todo lo posible para desprestigiar sus 
                              contenidos. Es sabido que habrá sectores que 
                              apostarán por un enfrentamiento (los prefectos y 
                              cívicos invocan al ejercito porque no cuentan con 
                              su pleno respaldo; a diferencia de Chile del 73, 
                              esa es una ventaja, como también el fracaso de la 
                              economía gringa y su pérdida hegemónica; pero eso 
                              no es garantía ante las demenciales salidas que 
                              busca Bush y sus aliados a la crisis que han 
                              generado); pero la sabiduría consiste no en llegar 
                              al enfrentamiento, sino en ganar sin llegar a este 
                              (desarmando al opresor se le quita sus únicas 
                              ventajas y, sin ellas, su soberbia se diluye); de 
                              modo que sea posible una comunidad de comunicación 
                              real, ya no un falso diálogo entre sordos y mudos, 
                              víctimas y cínicos, sino entre seres humanos, en 
                              condiciones de igualdad, de reparación y justicia. 
                              Perderá poder el opresor pero ganará en humanidad, 
                              perderá el rico en términos cuantitativos pero 
                              ganará cualitativamente, porque la explotación no 
                              puede ser ejemplo de vida. "Y Dios se hizo ser 
                              humano" quiere decir: todo ser humano es sagrado y 
                              todo acto de opresión es pecado. Si "la esclavitud 
                              de los hombres, es la gran pena del mundo", como 
                              dice José Martí, es porque, si de pecado hablamos, 
                              ese es el pecado estructural que cargamos. 
                              
                              La Paz, diciembre de 2007 
                              Rafael Bautista S. Autor de "OCTUBRE: EL LADO 
                              OSCURO DE LA LUNA" y "LA MEMORIA OBSTINADA" 
                              Editorial "Tercera Piel", La Paz, Bolivia 
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