Penando
entre el ayer y el hoy
Por Adriana Schettini
Amarga,
la sensación de déjà-vu corre como veneno entre los
argentinos. Ni un respiro nos da: antes de que podamos reponernos de ese
golpe espejado, que nos hace experimentar el presente como ya vivido,
otra ola de semejanzas aterradoras avanza sobre la realidad y nos deja
trastabillando de nuevo entre el ayer y el hoy. Difícil es construir
el futuro en esa incertidumbre temporal.
Tras
el infierno en el boliche Cromagnon los ciudadanos avizoraron un porvenir
que ya creían transitado. "Va a ocurrir lo mismo que con el
atentado a la AMIA: todo quedará impune", dijeron en las radios.
"Cuando estas muertes dejen de ser noticia, no quedarán más
que los familiares y los amigos de la víctimas reclamando justicia
en el desierto", pronosticaron en la tele. "Otro Kheyvis será
esto: once años sin castigo a los culpables", temieron.
En
eso estábamos, cuando se desplegó el espectacular abanico
de controles en diversos establecimientos. Bienvenidos sean. Pero es de
lamentar que los funcionarios hayan necesitado tantas muertes para salir
a cumplir con sus deberes. Eso sí, ahora nos comunican, con detalle
de horas y minutos, la lista de los múltiples sitios donde corremos
riesgos de todo tipo: cines sin salidas de emergencia, comercios que venden
alimentos en mal estado, locales bailables que ganarían un concurso
de ratoneras; estaciones de servicio en infracción. Ni en la Casa
Rosada, se supo, la seguridad está en regla.
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"Ibarra
congratulándose por la eficiencia con que su gobierno administraba
la muerte: a las víctimas se les regalaría el entierro...
Ibarra desvelado por la construcción de un museo mientras
los heridos siguen agonizando" |
La
TV exhibe en primer plano una seguidilla de manos probas estampando fajas
en las puertas de mil y un antros inseguros. El mensaje oficial es contundente:
en la Argentina ha tronado la voz del escarmiento. Triste pero real, la
corriente del déjà-vu lo torna inverosímil. El argentino
medio mira las clausuras con el escepticismo de los iniciados: "Esto
dura un tiempito; después, dale que va". La voz de la experiencia
se deja oír con la monótona cadencia de los profetas impotentes:
"Mañana pagan la multa, y pasado mañana todo es historia
antigua. ¿O alguien se ocupa hoy de los niños desnutridos
de Tucumán?".
En
lo personal, traté de contener el impulso que me empujaba al fatídico
déjà-vu. Quise creer que el jefe de Gobierno de la Ciudad,
Aníbal Ibarra, estaría a la altura de las circunstancias:
que con independencia de la sesión de la Legislatura porteña
en la que logró zafarse de ser interpelado por la masacre de Cromagnon,
se ofrecería voluntariamente para dar explicaciones en cuanto foro
republicano se las quisiera exigir. Supuse que un hombre que lleva en
su currículum una prestigiosa labor en el Poder Judicial, en un
gesto de grandeza republicana se adelantaría a pedir que su actuación
fuera juzgada por quien correspondiera. Me amurallé en una esperanza:
un dirigente que edificó su carrera denostando la vieja política
de las componendas, erigiéndose en adalid de la transparencia,
abominando las actitudes corporativas de la clase gobernante; un líder
de esas características -digo- asumiría una postura patriótica
que serviría como ejemplo ético para las generaciones venideras.
Mi
optimismo duró lo que una exhalación. La realidad estaba
a la vista. Ibarra congratulándose por la eficiencia con que su
gobierno administraba la muerte: a las víctimas se les regalaría
el entierro; en el cementerio de la Chacarita se había instalado
un centro para el reconocimiento de los cadáveres. Ibarra resistiéndose
a dar la cara ante los familiares de los fallecidos hasta que la presión
le resultó insostenible. Ibarra haciendo saltar a dos de sus subalternos
como fusibles. Ibarra desvelado por la construcción de un museo
mientras los heridos siguen agonizando y antes de que los culpables sean
juzgados y condenados.
Me
tuve que rendir: para cualquier argentino que haya pasado la edad de la
inocencia, el déjà-vu es un veneno insoslayable.
La
Nacion, Domingo 16 de enero de 2005 |