Cromagnon
y el temor a lo desconocido
Cuando
el dolor social por la tragedia en el local bailable de Once y los cuestionamientos
de todo tipo a las autoridades porteñas parecían anunciar
la firma del certificado de defunción de Aníbal Ibarra como
jefe del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, el temor a lo desconocido
pudo más y llevó al sector dominante en el orden nacional
a sellar un acuerdo político que derivó en el salvataje
de Ibarra.
El
desembarco del dirigente duhaldista Juan José Alvarez en la Secretaría
de Justicia y Seguridad porteña fue parte de una operación
que debe interpretarse como una virtual intervención del gobierno
nacional y del Partido Justicialista en la ciudad con el fin de garantizarle
gobernabilidad a la máxima autoridad local en los dos difíciles
años que le quedan de mandato.
Hubo
quienes pensaron en un principio que al presidente Néstor Kirchner
le convenía dejar librado a Ibarra a su suerte. Pero con el correr
de los días, todos en la Casa Rosada entendieron que ni era positivo
perder el control de la calle, ante las marchas de protesta programadas,
ni era sensato entregarle la cabeza del alcalde porteño a Mauricio
Macri.
Golpeados
por un imponderable a escasas horas de la celebración del Año
Nuevo, varios funcionarios ibarristas y el propio jefe de gobierno reaccionaron
en forma desafortunada en los primeros días posteriores a la tragedia.
Descargaron toda la responsabilidad en la inescrupulosidad de un empresario
y sentenciaron que se estaba ante "un hecho criminal que, como tal,
era imprevisible". Olvidaron aclarar que la inescrupulosidad del
encargado de un local que ni siquiera tenía renovada su habilitación
fue facilitada por la ausencia -o la corrupción- del Estado a la
hora de efectuar los debidos controles. En ese sentido, la tragedia era
evitable.
En
esos primeros días, Ibarra parecía sufrir el mismo síndrome
que afectó al ex presidente español José María
Aznar tras el atentado de Atocha. En aquella ocasión, éste
le echó la culpa de lo sucedido a quien no debía, la organización
terrorista vasca ETA; tiró por la borda mucho de lo bueno que había
hecho su gobierno y sepultó definitivamente las probabilidades
de triunfo electoral de su partido, que días después sucumbió
ante el socialismo.
El
jefe de gobierno porteño cometió el mismo error al responsabilizar
por lo ocurrido en República Cromagnon a los bomberos. Afortunadamente
para su sobrevivencia, cambió a tiempo su discurso, reconoció
la responsabilidad de su gobierno en el hecho trágico y les pidió
disculpas personalmente a familiares de las víctimas.
Pese
a eso, resistió hasta el final ser sometido a una interpelación
por la Legislatura de la ciudad. "Voy a dar todas las explicaciones
que sean necesarias en la Legislatura, pero nadie me va a llevar de las
narices a una carnicería mediática", exclamó
Ibarra ante sus íntimos. Sus adláteres acusaron al macrismo
de pretender generar "un circo romano".
Finalmente,
la Legislatura porteña no pudo reunir la mayoría especial
requerida para aprobar la interpelación. Pero fue una victoria
pírrica para Ibarra: 37 legisladores, sobre un total de 52 presentes,
se pronunciaron por interpelarlo. El jefe de gobierno estuvo a tres votos
de ser interpelado y, muy probablemente, de ser destituido.
El
desgaste de Ibarra desde la desgraciada noche del 30 de diciembre es evidente.
En noviembre último, la imagen de gestión de su gobierno
era positiva para el 49,6% de los residentes porteños y negativa
para el 30,7%, de acuerdo con un sondeo de la consultora Equis. En la
primera semana de enero, la imagen positiva bajó al 24,4% y la
negativa trepó al 54,8 por ciento.
Dos
grandes problemas enfrentaba el gobierno de Ibarra al comenzar la primera
semana del año: asegurarse la gobernabilidad, en medio de semejante
desprestigio público y con una Legislatura atomizada en la que
no tiene más que dos diputados que le son incondicionales, y enfrentar
las marchas de protesta.
Nadie
pensó, ni en el Palacio Municipal ni en la Casa Rosada, que las
manifestaciones callejeras podían desembocar en hechos similares
a los del 19 y el 20 de diciembre de 2001 que concluyeron con la caída
de Fernando de la Rúa. Pero sí se temió que tuvieran
una repercusión semejante a las protestas lideradas por el padre
de Axel Blumberg, que tantos dolores de cabeza le causaron al presidente
de la Nación. El apoyo a las marchas de grupos musicales como La
Renga, que convocan a decenas de miles de jóvenes en sus recitales,
asustó a más de un funcionario.
La
tranquilidad llegó a ibarristas y kirchneristas luego de que la
marcha del jueves último, que terminó en la Plaza de Mayo,
reuniera apenas entre 7000 y 10.000 personas, un número no menor
pero que es la décima parte de los concurrentes promedio que juntó
Blumberg en su momento. El resto corrió por cuenta de grupos de
violentos que sembraron el caos y el miedo y que fueron funcionales a
quienes les convenía que la protesta social se debilitara.
Para
hacer frente al problema de la gobernabilidad, Ibarra y sus principales
colaboradores decidieron el miércoles último, muy temprano,
ampliar la base de sustentación política de su gobierno.
Así surgió el nombre de Alvarez, con el respaldo de Kirchner
y de Duhalde, en una salida similar a la que desembocó tiempo atrás
en la provincia de Buenos Aires en la llegada de León Arslanian.
Su conclusión era que no podían seguir adelante sin un mínimo
apoyo de los dos hombres fuertes del país.
Así
pudo evitarse una crisis política mayúscula, que podría
seguir teniendo ecos si se profundizaran las denuncias de la Defensoría
del Pueblo de la Ciudad sobre la existencia en el Estado comunal de una
estructura informal que se mantiene a lo largo de los años para
conservar un orden de cosas ilegal e ilegítimo, que no sería
posible sin la connivencia de altos funcionarios de los cuales dependen
los inspectores.
¿Transparencia?
La desidia en el sector público no es patrimonio exclusivo de las
autoridades porteñas. En la última semana, el gobierno de
Kirchner estuvo a horas de verse envuelto en un escándalo de proporciones
que hubiera involucrado a la Oficina Anticorrupción.
En
ese organismo oficial estuvo a punto de ser designado director de Políticas
de Transparencia un hombre que, según datos del Banco Central de
la República Argentina, había librado 63 cheques sin fondos
por un monto total de 105 mil pesos, además de haber sido declarado
"deudor irrecuperable" por tres entidades bancarias, a las que
les debía en conjunto casi 50 mil pesos. Con esos antecedentes,
Osvaldo Pitrau había sido propuesto nada menos que para dirigir
el área de prevención de la corrupción por el flamante
titular de la Oficina Anticorrupción, Abel Fleitas Ortiz de Rozas.
Al trascender el hecho, intervino el jefe de Gabinete, Alberto Fernández,
y Pitrau fue inmediatamente descartado.
¿No
correspondería que en áreas que deben velar por prevenir
e investigar casos de corrupción, y que requieren profesionales
idóneos antes que amigos del poder, los funcionarios surjan de
concursos públicos?
Un
dato más: la dirección de investigaciones de la Oficina
Anticorrupción lleva dos años sin ser cubierta. Una de sus
consecuencias es que las investigaciones sobre el indebido uso de fondos
reservados por el actual y por anteriores gobiernos nacionales se encuentran
virtualmente paralizadas. Los cuatro millones de pesos de presupuesto
anual del organismo apenas alcanzan para pagar los sueldos de sus 60 agentes
y los gastos administrativos. La conclusión de fuentes del propio
organismo de control es obvia: el gobierno de Kirchner no parece dispuesto
a invertir para que se lo investigue.
Por
Fernando Laborda
La Nacion, Domingo 9 de enero de 2005 |