INSPECCION
OCULAR EN EL BOLICHE DE ONCE
Volver
a Cromañón
Todavía están las huellas de las víctimas
El
juez de la causa, camaristas, legisladores y abogados de las familias
recorrieron Cromañón. Quedaron conmovidos porque en las
paredes permanecen impresas las manos de los chicos que trataban de escapar.
Había zapatillas, mochilas y portadocumentos.
Han
quedado impresas, indelebles, por el hollín, por el vapor, por
la humedad. Y también por la desesperación. Las manos de
las víctimas de la tragedia de Cromañón se ven en
paredes, barandas, marcos, en la fatídica puerta de emergencia
sellada con candado y alambre y en decenas de mochilas, llaveros, portadocumentos,
tarjetas de créditos, bolsos, carteras, celulares y riñoneras
que quedaron derramados en el suelo.
Esas
palmas, muchas de ellas pequeñas, todavía no adultas, que
quedaron grabadas en las paredes a la misma altura que tenían sus
dueños, son el símbolo de una carrera a ciegas, a tientas,
a oscuras contra la muerte. Son también el símbolo del horror,
del sufrimiento y de la impotencia que vivieron más de tres mil
quinientos chicos y chicas el pasado 30 de diciembre y que también
quedaron impregnados en un aroma acre, corrosivo, en el que se mezclan
aún el sudor, el humo amargo del incendio extinguido, el petróleo
calcinado de la media sombra y el material acústico que convirtió
al boliche en una gigantesca cámara de gas y en una tumba enorme
para 193 almas, casi todas jóvenes.
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La
zapatilla está colgada en la esquina de Bartolomé
Mitre y Jean Jaurés; es todo un símbolo |
Según
se mire, esas manos son, a su modo, un adiós. Un testimonio. Un
grito. Y un interrogante. Si alguna vez Cromañón es un museo
del dolor, esas manos deberían figurar en su patrimonio aterrador
y conmovido.
Con
esta sensación, armada con pedacitos de decenas de testimonios,
abandonaron ayer el escenario de la tragedia jueces, funcionarios judiciales,
legisladores y abogados querellantes entre quienes había familiares
de algunos de los muertos. Todos accedieron a una inspección ocular
del local, dispuesta por el juez Julio Lucini, en la que salieron a la
luz nuevas irregularidades que comprometen ya al sistema de habilitación
y controles del gobierno de la Ciudad al menos desde 1997, cuando fue
habilitado Cromañón.
El
de ayer fue un largo día en el lugar de la tragedia. Además
de Lucini, visitaron el boliche los miembros de la Sala V de la Cámara
del crimen, los jueces Gustavo Bruzzone (ex fiscal federal en los inicios
de los años 90), María Laura Garrigós de Rébori
y Rodolfo Pocuelo Argerich.
Poco
después de las diez ingresaron los miembros de la Comisión
Investigadora de la Legislatura de la Ciudad, encabezados por su titular,
Fernanda Ferrero, de Recrear, su vicepresidente Martín Borrelli,
de Compromiso para el Cambio y Milcíades Peña, de Confluencia,
entre otros. Salieron dos horas después, con un nudo en la garganta.
"Esto
nunca pudo haber sido objeto de una habilitación —dijo Ferrero
al señalar la primera de las nuevas irregularidades descubiertas
por los legisladores—. Hay dos puertas que dan al hotel Central
Park que no figuran en el plano de habilitación. Este es un solo
complejo interrelacionado donde funcionaban cuatro actividades diferentes:
un hotel, un local bailable, un estacionamiento y canchas de papi fútbol.
Todo el edificio está hecho con la idea de ganar dinero sin prevenir
absolutamente nada. Y después, lo que vimos, son los restos de
esos niños —señaló casi entre lágrimas—
Sólo viendo lo que vimos puede uno imaginarse qué pasó
esa noche. Siento mucho dolor, pero lo segundo es una bronca muy grande
porque lo que se ha hecho aquí es imperdonable".
También
conmocionado, Borrelli reveló que los legisladores hallaron una
segunda puerta con un cartel que decía Salida, que estaba sellada
desde adentro: "Era otra trampa mortal. Estaba en la parte VIP y
era una puerta que comunicaba con el hotel. Pero también estaba
cerrada. Al lado, yo no sé si los mismos chicos o los bomberos,
hicieron un boquete en la pared para poder salir. Ver los objetos de los
chicos en el suelo fue muy shockeante. Esto nunca pudo ser habilitado
como local bailable cuando era parte de un complejo: la habilitación
de Cromañón 'daña' a la del hotel. Y viceversa. Y
sin embargo así se habilitó."
Peña,
que perdió a su ahijado en Cromañón, fue terminante:
"Esto fue una ratonera de la que nadie podía escapar. Tenía
que terminar como terminó. No sólo la habilitación
estuvo mal dada, sino que no se controló nada desde 1997. Mediante
el simple avance tecnológico de la cinta métrica, cualquier
inspector de la Ciudad debería haber clausurado el local".
A
las doce en punto fue el turno de los abogados querellantes. A casi cien
metros de la puerta de entrada de Cromañón, donde se alza
el santuario que recuerda la tragedia y a sus víctimas que le planta
cara a la Plaza Miserere, la palabra que más se lee en carteles,
grafittis, pintadas y mensajes es "Justicia". Es un reclamo.
Pero también parece una advertencia.
A
las tres de la tarde, los abogados autorizados por el juez Lucini dejaron
Cromañón. Llevó la voz cantante José Iglesias,
padre de Pedro, de 19 años, uno de los chicos muertos. Comparó
al boliche con Auschwitz: "Fue una cámara de gas y, como Auschwitz,
tiene homicidas parecidos". Y lo definió como una trampa mortal:
"Vine a ver el lugar donde mi hijo empezó a morir. Y basta
solo entrar para ver que esto nunca pudo funcionar. En el frente del local
dice Stadium. Y eso era esto, un estadio para tres mil quinientas personas."
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La
zapatilla está colgada en la esquina de Bartolomé
Mitre y Jean Jaurés; es todo un símbolo |
Los
abogados Fernando Soto, Mauricio Castro y Patricia Núñez
Morano, representantes de sobrevivientes que no quieren accionar contra
la banda Callejeros, revelaron que en el interior del hotel hay una oficina
que contiene planos que no fueron secuestrados por la Justicia. "Pensamos
que allí pueden estar las refacciones del edificio y no figuran
en el plano original. Esto no era un boliche bailable: era un laberinto
mortal habilitado. Lo que más me impresionó —dijo
Soto— fue descubrir en una mesa un diario del 30 de diciembre, un
freezer en funcionamiento con comida de aquel día. Sentí
que el tiempo se había detenido."
Alberto Amato.
aamato@clarin.com
Clarin, 5 de mayo de 2005 |