Entre
otras autoridades, Antonio Aguilar recibió y dio la bienvenida
a la dama rodeado de unos 80 paisanos, los más importantes hacendados
de la zona ataviados con sus ropas gauchas, quienes se dispusieron
a trasladarla al pueblo mientras una numerosa comitiva la escoltaba.
Pero, a poco de andar, el auto se empantanó y el conductor, en
su afán por sacarlo, lo rompió y nada pudieron hacer los cuarteadores:
el auto, recargado, se pegó al pantano.
Trajeron
breques y victorias y, en medio de ese lodazal, trasbordaron a
la ilustre dama: alquien corrió a pedirle el auto al Dr. Chávez
que fue estacionado en la esquina de Humberto y San Martín y,
allí, se la vieron en figurillas para introducirla a dicho coche,
que era un sedán y la dama no pasaba por las puertas traseras,
ya que era excesivamente robusta (por las fotos que ví, diría
que demasiado gorda).
El caso fue que, al llegar al hotel de la Paz, con la puerta abierta
y un pie en el estribo de la parte delantera, se produjeron nuevos
forcejeos para sacarla -esto me lo contaron tres personas en diferentes
ocasiones: mi madre; un tal monseñor de Open Door, que participó
de la comitiva, y don Juan Bosé, amigo de don Antonio Aguilar.
Pero
quiero hacer saber que una vez más tuvo razón el refrán de que
"no hay mal que por bien no venga", ya que todas estas imprevisiones
e improvisaciones reportaron un premio: la Infanta donó el dinero
para que se empedrara la calle y por eso hoy se llama Avenida
España"