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Más
de cuarenta años de labor consagrada a un sector, encerrado un
tiempo detrás de una tranquera y segregado de la comunidad por
una alambrada por ser depositario de una enfermedad considerada bíblica
y degradante, merecían algo más que una nota. Mucho más.
La justicia distributiva que exige dar a cada cual las benemerencias que
merece nos llevó a su teatro de casi medio siglo de operaciones
para bosquejar siquiera su figura. La gentileza del concejal Roque Zurzolo,
conocedor del lugar nos abrió las puertas y la buena disposición
del administrador Julio César Lynn (18 años de permanencia),
del subdirector doctor Angel Marzetti (35 años de labor), de una
religiosa catalana vasca, del nuevo capellán Francisco García
Guijarro y de los enfermos, entre ellos el de Ana María Domecq
que lleva 37 años de internada y que sin vista ve muy adentro,
nos hicieron la consulta fácil y también emotiva. Entendimos
entonces el porqué del minuto de silencio que le tributó
el Cuerpo Deliberativo Municipal y de la placa que los concejales colocaran
en su tumba, dentro del Hospital que lo viera envejecer en largos años
de vocación de servicio.
Y éste es nuestro homenaje.
El
Hombre
Teófilo Joaquín Juan Bohumil Prochazca había nacido
en Citoliby, provincia de Bohemia en Checoslovaquia un 12 de mayo de 1902.
Profeso y sacerdote en la Orden de los Frailes Menores de San Francisco,
apenas si ostentó alguna vez su título universitario de
doctor en Filosofía. Fue designado Delegado oficial de la prensa
católica de Praga para asistir al XXXII Congreso Eucarístico
Internacional de Buenos Aires; para su viaje y ponerse en contacto con
sus connacionales checoslovacos "sin opción de residencia",
obtuvo en 1935 visa diplomática para viajar a La Paz, Bolivia con
el fin de formar una sociedad colonizadora. Pasó en 1937 a tierras
del Perú, sin embargo, su vocación de servir lo hizo enamorarse
de este país que sería el suyo, luego de viajes y retornos,
el 23 de julio de 1943 obtuvo aquí, en General Rodríguez
su condición de ciudadano naturalizado y su libreta de enrolamiento,
y con ella en las manos se afincó como destino final en la entonces
"Colonia Sanatorio Dr. Sommer", el 23 de octubre de es mismo
año.
Su apego a su nuevo domicilio del que se había enamorado para siempre,
hizo que tambiéne stuvieran a su lado su propia madre y una hermana
suya religiosa proveniente de la misión de Sanghai en China; ambas
fallecieron en la Colonia y ambas descansan en su cementerio, y a su lado,
eligió el padre Prochazca su lugar de descanso eterno.
Hombre
de vasta cultura -doctor en filosofía- se hizo uno más entre
los enfermos. Su carácter jovial, su espíritu comunicativo,
si idioma aprendido con la única dificultad de la síntaxis
de los verbos, su inclaudicable convicción de vivir en el mismo
lugar donde todos los necesitaban, su condición de paladín
luchador por los derechos retaceados de los enfermos "intocables"
a fin de poder integrarlos a la sociedad que los había marginado
hicieron del padre Prochazca toda una institución, tanto que hablar
de la "Colonia" prescindiendo de su figura, sería como
quitarle algo de su alma.
El Hospital Sommer que fue su segunda patria, cuanta hoy con una extensión
de aproximadamente 272 hectáreas, de las cuales 70 están
pobladas y 200 más toda una extensión de campos. Es su director
el doctor Ricardo Omar Manzi, el director más antiguo de los hospitales
de Salud Pública de la Nación; desempeñándose
como subdirector el doctor Angel Marzetti, quien con 35 años de
labor conoció de cerca al padre Prochazka y como administrador,
el Sr. Julio César Lynn quien luego de 18 años y viviendo
todos en la Colonia, está a punto de jubilarse. Los actuales internados
suman 580, siendo atendidos por 49 profesionales y 186 empleados. De los
enfermos una proporción de 310 son "enfermos de peculio",
trabajando en menesteres de carpintería, electricidad, plomería,
enfermería, servicio de mucamos y peones de campo con un régimen
de 4 horas diarias de labor que responden a un plan de laborterapia, recibiendo
por ello una paga. 130 son enfermos "ambulatorios" que por momentos
trabajan y por momentos permanecen en total quietud y 140 se encuentran
totalmente impedidos de realizar tareas, como consecuencia de las secuelas
del mal de Hansen que un día padecieron.
El tratamiento del mal tuvo conceptos distintos hasta 1940. Hasta entonces
la condena de "para siempre" agobiaba a los ingresados. En ese
trabajo conceptual intervino de manera ponderante la labor del padre Prochazka.
Su
labor social
Los testimonios prácticamente llueven. Para la religiosa vasca
el padre Prochazka era un hombre de Dios, un hombre dedicado a servir
y para quien su vida fue un acto de servicio, un hombre que fue paladín
de redención para desheredados. Madrugador y muy sacerdote, se
sabía siempre la hora en que se lo podía encontrar en la
capilla rezando su breviario y su rosario o leyendo. Para las religiosas,
la misa de la mañana y el resto del día, para los enfermos
y todos los domingos se llegaba hasta el Hogar Benvenuto (próximo
a la estación de ferrocarril Las Malvinas) para regalarles su musa
a los ancianos.
En lo referente a su labor social los testimonios son concordantes. La
internada Ana María Domecq lo recuerda joven y vigoroso en los
"tiempos bravos" de la Colonia, cuando no había salidas,
ni bar, ni lugar de recreación, ni proveeduría. Ana llama
alsacerdote desaparecido "el changador", que tanto les traía
a los enfermos frutas, dulces y golosinas, como prendas íntimas
de vestir y lápices para los labios y que tanto acudía para
administrar una extremaución como para repartir porciones de pizza
que él mismo elaboraba en su cocinita casera. Recuerda emocionada
una frase que a menudo repetía: "Ustedes son mi única
familia..."
recuerdan
otros el famoso "jeep de la guerra" que el padre Joaquín
Prochazka utilizaba para sus viajes a Buenos Aires, a Luján y a
General Rodríguez con encargos de "su familia". Y también
las "trampas" para proveerles a los enfermos de certificados
de salud par que pudieran contraer matrimonio y como alguna vez sucedió,
llevar a un par de jóvenes al Registro Civil de la ciudad para
traerlos casados y con derecho a la propia casita.
Evocan también su prédica en favor de la eliminación
del crematorio donde los cadáveres eran incinerados a leña
y por la construcción de un cementerio más digno, que es
aquel donde ahora mora. Y alguno recuerda también que las "trampas
piadosas y sociales" alguna vez supieron valerle un sumario... Padre
y más que padre, dicen algunos internos. Paladín y estandarte
lo nombran otros. Y una de las autoridades: "desde el punto de vista
social toda una institución".
La
última homilía
Durante su último tiempo y por espacio de quince o veinte días,
el padre Prochazka, afectado de asma y con signos de arterioesclerosis
dejó de oficiar misa. El día antes de su muerte, el nuevo
capellán fue a verlo de madrugada. El padre Joaquín deliraba
y pensaba en su ministerio: "tengo que casar a dos jóvenes
y todavía no se ha presentado la pareja". Y cuando se le dijo
que eran apenas la una de la madrugada, agregó "¡Cómo
pasa el tiempo!" para añadir desde el púlpito de
su lecho: "El fracaso del matrimonio se debe al egoísmo
del hombre y de la mujer". Y recobrando su lucidez, pronunció
entonces su homilía póstuma, como quien redacta su testamento:
"¡Dios mío! te doy gracias por haberme creado aún sabiendo lo mal que
te iba a corresponder... Te doy gracias porque me diste un padre al que
no pude conocer para me acordase de que eras Tú mi verdadero Padre...
Te doy gracias por la santa mujer que me diste por madre a la que he visto
llorar y sacarse el pan de la boca... (se refería sin duda a las vicisitudes
de la primera guerra mundial)... Te pido perdón por no haberte dado
toda la gloria que te merecías..." Con plena lucidez, el padre Joaquín
Prochazka recibió la extremaución, dejando este mundo el martes 13 de
agosto a las 19,45, cuando la Colonia ya entraba en la noche, como la
que dejaba el recuerdo de su partida. Dice el Libro Santo que la gloria
verdadera es la que parte del acuerdo clamoroso de los niños que
no saben mentir y de los enfermos y necesitados que siempre dicen la verdad.
Entendemos, sin embargo que, detrás de un minuto de silencio y
de una placa recordatoria, se hace como necesario el reconocimiento de
toda una Colonia, de todo un partido como General Rodríguez y también
-¿por qué no-? de toda la Nación»
J.
Carlos García Morillas, Acción, viernes 23 de agosto de
1985 |
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Cuando esta nota fue reproducida en el año
1995, con motivo del décimo aniversario del fallecimiento del Padre
Joaquín Prochazka, a nuestra redacción llegó una emotiva
carta de Ana María Domecq, agradeciendo el hecho de su recuerdo.
Ya en el tercer milenio y pasado un tiempo, nuevamente la reproducimos, esta
vez, a una escala mucho mayor de la que hubiéramos imaginado entonces.
Y nuevamente nuestros espíritus se ven conmovidos por estos párrafos.
No tuvimos el privilegio de conocer al Padre Prochazka, sí el de su
obra. Y a pesar de todo ello nos resulta imposible describir la inabarcable
de significación de su vida. Habría que pensar en lo que significaba
"La Colonia" medio siglo atrás (había sido inaugurada
el 22 de noviembre de 1941), alejada 21 kilómetros del centro urbano
de General Rodríguez y ubicada en pleno y desolado campo. ¿Cuántas
privaciones, cuántas dificultades, cuantos sinsabores sufrió
el Padre Prochazka, en silencio amargo junto a "su familia"? también
nos resulta imposible abarcarlo. En un tiempo sin comunicaciones, de mucha
ignorancia y muchos más prejuicios, el Padre Prochazka eligió
el camino más difícil, el acaso considerado más ingrato.
Para nuestras fútiles vanidades de hoy día, el Padre Prochazka
había elegido para vivir un pequeño mundo, un mundo doméstico
de "pequeñas y domésticas" realizaciones; para nuestras
'modernas' condiciones de vida, aquella sería sencillamente intolerable,
insufrible y carente de significación. La vida de Prochazka transitó
por estos pequeños triunfos, entregar algunos dulces, llevar y traer
gente (por caminos intransitables de tierra), compartir la felicidad del regalo
de un lápiz de labios... rezos y consuelos, peleas por reivindicar
y defender derechos... compartir unas pizzas caseras... padecer el frío
y el aún más cruel frío de la incomprensión...
una vida serena, discreta, humilde, callada... y nos hacen pensar cuántos
Prochazkas necesitamos todavía! y sin embargo, guardamos la íntima
convicción de que, haciéndonos cómplices del Padre Joaquín
y reviviendo su vida, podremos lograr, nosotros mismos reconocer como él
-en este azaroso milenio- el verdadero sentido de la vida, darnos una nueva
oportunidad, dar las gracias y ofrecer nuestro perdón, como él
hizo siempre, como él nos enseñó siempre. No aguardamos
milagros, pero sí y en su inspiración, lo que esperamos sea
el comienzo de uno. Y en uno. |
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