Mientras
ello ocurría, las dudas y dilemas que rondaban por la mente del
jefe de la Escuadra se acrecentaban. No había momento de sosiego
posible. Pensó entonces en una entrevista que había leído
en la que un general argentino, Menéndez, decía "que
estaba con sus tropas listas para pasar sobre Santiago y tomar el aperitivo
en Viña del Mar". Eso sólo podía significar
que lo que venía era una guerra general. (...)
La
mañana del jueves 21 de diciembre comenzó con novedades
en el frente diplomático. A las 6.15, el embajador chileno ante
la Santa Sede, Héctor Riesle, comunicó al canciller (Hernán)
Cubillos el resultado de una reunión que había sostenido
con el cardenal Casaroli. El secretario de Estado pontificio le había
manifestado que el papa Juan Pablo II estaba dispuesto a intervenir
personalmente y así evitar la guerra entre Chile y la Argentina.
Casaroli le ofreció enviar un representante a ambas capitales
"para tener más directas y concretas informaciones sobre
las respectivas posiciones". Casaroli había hecho llegar
esta misma propuesta al gobierno argentino. Al parecer, el planteamiento
era fruto de gestiones realizadas en Buenos Aires, por el nuncio Pío
Laghi, así como de un cable enviado al Vaticano, un par de días
atrás, por el cardenal Raúl Primatesta. Apenas terminó
de hablar con Riesle, Cubillos informó del hecho al presidente
Pinochet, quien le dijo que debía responder de inmediato y afirmativamente
a la propuesta vaticana. Por el momento, nada se supo de Argentina.
Lo
que sí se supo fue el resultado del mensaje enviado por Cubillos
el día anterior a su colega trasandino. La respuesta llegó
a las 13.30 del jueves 21 y provocó asombro en los negociadores
de la Cancillería chilena. Según recuerda Enrique Bernstein:
"Estábamos reunidos todos los miembros del comité
asesor con el ministro, cuando conocimos su texto. Al escucharlo, no
pude menos que recordar las notas cruzadas entre las cancillerías
europeas en vísperas de la Primera Guerra Mundial. No sólo
se eludía contestar la propuesta de Chile, sino que se lo culpaba
de actos contrarios al derecho para `intentar reivindicaciones sobre
espacios insulares y marítimos de soberanía argentina´.
Terminaba expresando que nuestra nota, al persistir en la posición
asumida, `no permite hallar las fórmulas adecuadas para garantizar
el proceso negociador´".
Todavía
no terminaban de recuperarse de la impresión cuando se enteraron
de lo que le había ocurrido al empresario Andrónico Luksic
Abaroa, quien tenía una representación de camionetas en
la Argentina. Cubillos relata que ese día "debía
recibir un buque cargado de camionetas Ford en Bahía Blanca.
Pero los argentinos llegaron con un decreto de confiscación,
que partía diciendo: `Por encontrarse la República en
estado de guerra, requísase´. Ahí comenzamos a darnos
cuenta de que la situación no tenía vuelta". Paralelamente,
Estados Unidos le entregaba al gobierno chileno fotografías de
satélite que indicaban los desplazamientos de la Flota de Mar
(Flomar) argentina.
Dada
la gravedad de la situación, esa misma tarde el presidente Pinochet
ordenó a sus ministros poner en práctica todas las medidas
que estaban contempladas para cuando se iniciaran las hostilidades.
En
la tarde de ese mismo día, (el infante de Marina Pablo) Wunderlich
recibió la orden de trasladarse de inmediato a la isla Nueva
con una compañía de unos 150 hombres. El zarpe fue a bordo
del destructor Serrano y el desplazamiento se realizó a la vista
de los argentinos, justamente para que supieran que se estaban reforzando
las islas. "Ellos se dieron cuenta de que tendrían que combatir,
que las islas se defenderían hasta el último hombre, que
no iba a ser un desembarco de tipo administrativo. Iba a ser una carnicería."
No
tuvo que pasar mucho tiempo para que se rompiera la expectación.
A las diez de la noche de ese mismo jueves 21 de diciembre, el canciller
recibió un llamado del alto mando de la Armada. Cuando colgó,
le dijo a los presentes que "aviones de la Armada han detectado
en la zona del Cabo de Hornos, navegando en posición de ataque,
a la flota de mar argentina".
El
almirante López y el resto de las unidades recibieron entonces
un mensaje de su comandante en jefe, Toribio Merino: "Zarpar de
inmediato y entrar en combate contra los argentinos". Jorge Martínez
Busch, a bordo del Prat, afirma que las instrucciones "se mandaron
en castellano, sin clave, sin codificarlas, para que fueran escuchadas
claramente por las radios argentinas". La idea era dejarle en claro
a la Flomar que la Escuadra entraría en acción.
Durante
las siguientes horas, la aviación naval detectó a la Flomar
que avanzaba en dirección al Cabo de Hornos y se encontraba a
la altura del meridiano 59°, casi en frente de las islas. Eran las
19.19 del jueves 21. Lo único que se interponía, en ese
momento, en su camino hacia el desembarco, era el submarino Simpson,
el cual permanecía sumergido en aguas del Atlántico, con
sus torpedos listos para ser disparados.
A
las once de la noche del jueves 21, un avión de exploración
de la FACH envió un mensaje que desconcertó a los presentes.
La nave informaba que naves argentinas se movían en las cercanías
de las islas Picton, Nueva y Lennox. Poco después, aseveraba
que uno de los buques ya estaba desembarcando tropas. Por algunos segundos,
cundió el nerviosismo en el lugar. Sin embargo, pronto se dieron
cuenta de que el avión estaba confundido y que, en realidad,
había avistado a las torpederas chilenas Fresia, Guacolda, Quidora
y Tegualda, que estaban patrullando el área. La Escuadra también
fue informada del equívoco.
El
mensaje enviado por el almirante Merino tuvo, necesariamente, que ser
escuchado en la Flomar. Mala noticia para ellos porque quería
decir que la Escuadra chilena conocía su posición y quedaban
obligados a batirse antes de poder intentar el desembarco en las islas.
El capitán John Howard (jefe del Estado mayor de la zona) asevera
que "cuando los trasandinos recibieron este mensaje no les debe
de haber gustado nada".
Siguiendo
las órdenes de su almirante, en los primeros minutos del viernes
22 de diciembre, la Escuadra inició su desplazamiento para salir
al encuentro de la flota trasandina. Iban a hacer honor al lema de la
Marina chilena: "Vencer o morir", grabado en las cañas
de todos los buques.
Las
naves argentinas continuaban avanzando, a la velocidad de que eran capaces,
hacia la zona de Cabo de Hornos. A la una de la madrugada del 22 de
diciembre, la junta militar argentina ponía fin a una discusión
que había comenzado en horas de la tarde. Esta importante reunión
había tenido por finalidad analizar la iniciativa del Vaticano
que proponía enviar un emisario personal del Sumo Pontífice,
con la misión de lograr un acuerdo entre ambas naciones.
A
esa hora, la Escuadra proseguía su avance hacia la posición
desde la cual enfrentaría el choque con el enemigo. Minuto a
minuto se reapreciaba la situación: condiciones meteorológicas,
informes de inteligencia y de los aviones que sobrevolaban la zona.
En un momento dado, el oficial de comunicaciones se acercó al
almirante De los Ríos y le entregó un mensaje recién
interceptado, dirigido a la Flomar. "Era como una sábana",
recuerda el capitán de navío Sergio Cabezas, quien se
encontraba allí desde la seis de la tarde. "El almirante
lo tomó, lo pegó en la pared y le preguntó al encargado
de claves: ¿cuánto se demora en descifrarlo? Había
sido transmitido en tres frecuencias distintas y tenía 136 grupos
de números. Había dos posibilidades: que fueran las instrucciones
para el ataque, que era lo más seguro, o que algo raro estaba
sucediendo. Mientras pasaban los minutos, De los Ríos ordenó
hacer despegar el 50% de los aviones de exploración aeromarítimos,
que todavía permanecían en tierra. Todos estábamos
en máxima alerta. A la 1.22 uno de los aviones informó
que la Flomar cambiaba de rumbo y tres minutos más tarde que
lo hacía también el grupo anfibio."
Casi
simultáneamente, desde Valparaíso, se informó que
la junta militar argentina, tras una larga deliberación, finalmente
había decidido aceptar el envío de un emisario papal.
El mensaje cifrado, con toda certeza, había sido la orden de
retroceder enviada por los mandos militares trasandinos.
La
Flomar, en definitiva, había rehuido el combate; pero su retirada
no se debía a la inclemencia del tiempo sino a una decisión
política. Más allá de toda duda, el gobierno argentino
estuvo dispuesto a conquistar con la fuerza lo que no había logrado
alcanzar a través del derecho. La intervención del Papa
detuvo una maquinaria de guerra que ya se había activado. Inmediatamente
se informó al comandante en jefe de la Escuadra: "La flota
argentina está cambiando repentinamente su curso y retrocede,
adoptando un rumbo nor-noreste". López comprendió
que no habría enfrentamiento. Respiró profundamente y
tras un breve silencio se comunicó con sus comandantes. La sorpresa
pronto se convirtió en un grito de victoria. ¡Viva Chile,
mierda! fue la expresión que espontáneamente salió
de las gargantas de los mil doscientos hombres que tripulaban el Prat,
cuando fueron informados. La escena se repitió en todos los buques.
La
Nacion, 16 de enero de 2005 |