Desde la época de los pueblos antiguos
ha existido una preocupación y curiosidad con respecto al día y la noche, al
Sol, la Luna y las estrellas, lo que finalmente los llevó a la conclusión de
que el movimiento regular de los astros y planetas tenía directa relación con
el tiempo y la orientación. Se dieron cuenta de que el cielo mostraba una
conducta bastante regular: el Sol salía todos los días desde una misma
dirección (este), moviéndose uniformemente durante todo el día hasta llegar al
otro extremo (oeste), dirección que escoge para esconderse. Por otro lado, las
estrellas parecían moverse siempre de la misma manera, agrupadas con otras de
similar tamaño formando constelaciones.
Uno de los primeros hombres que se preocupó de estudiar estos extraños
fenómenos fue Aristarco, quien en su época (250 años antes de Cristo) se
atrevió a decir que la Tierra, nuestro planeta, giraba alrededor del Sol y no
el Sol alrededor de la Tierra, como se pensaba hasta ese entonces (teoría
geocéntrica).
La gran explosión, conocida como el Big Bang, causó la
formación de galaxias, planetas, cúmulos de galaxias y estrellas, entre otros
cuerpos que hoy vemos en el espacio. |
Más adelante, en el año 1.543, apareció un sacerdote polaco que se
convertiría en uno de los precursores de la historia del Universo: Nicolás
Copérnico, quien tomó las ideas de Aristarco y comenzó a desarrollarlas. Formuló la teoría heliocéntrica; es decir, planteó que el
Sol, un astro inmóvil, estaba en el centro del Universo, y que la Tierra y los
otros planetas giraban alrededor de él. Además postuló que nuestro
planeta giraba sobre su propio eje, en lo que conocemos como movimiento de
rotación.
Esta teoría causó una gran revolución en el mundo de la astronomía, que en
este momento deja de ver a la Tierra como el centro del Universo, hecho que
repercutió incluso en la Iglesia, que defendía la teoría geocéntrica.
Un siglo más tarde apareció otro astrónomo, llamado Johannes Kepler,
que estableció las tres leyes del movimiento de los planetas:
• La órbita de cada planeta es plana,
encontrándose el Sol en el plano de la órbita. La trayectoria que realiza es
una elipse, de la cual el Sol ocupa uno de los focos.
• Los radios vectores que unen al Sol con los
planetas barren áreas iguales en tiempos iguales, planteando que un planeta
tenga una velocidad mayor en su perihelio que en su afelio; mientras más
diferente sea la distancia perihélica y afélica, mayor será la diferencia de
velocidad en los extremos de la órbita.
• Los cuadrados de los tiempos de revolución,
son proporcionales a los cubos de sus distancias medias al Sol. Es decir, la
influencia que el Sol ejerce sobre los planetas disminuye con la distancia.
Estas mismas leyes fueron comprobadas 50 años más tarde cuando el físico
británico Isaac Newton enunció la ley de la Gravitación Universal, sobre la
fuerza de atracción entre el Sol y los planetas. Esta teoría, que surgió como
consecuencia de la tercera ley de Kepler, planteaba que dos cuerpos se atraen
con una fuerza directamente proporcional a sus masas e inversamente
proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. Newton se convirtió en
el primer hombre que comprendió que la gravedad es la fuerza fundamental del
Universo.
La formación del Universo ha sido
desde siempre una de las grandes incógnitas que ha preocupado a gran parte de
los astrónomos a lo largo de la historia.
La teoría mejor avalada ha sido la del Big Bang, que
habla de una gran explosión inicial. Sin embargo muchas veces nos
preguntamos ¿qué había antes de esto? o ¿qué causó la gran explosión? La
respuesta es nada, ya que antes de la expansión del Universo no había materia,
espacio ni tiempo.
Lo que sí es posible creer hasta hoy es que en ese momento el Universo debe
haber estado muy caliente, ya que un gas al expandirse se enfría, lo que en
definitiva ha hecho el Universo desde la explosión hasta nuestros días.
En un comienzo lo único que se podía percibir era una inmensa bola de
fuego, época que se conoció como la era de los leptones. Aún no podemos
hablar de la existencia de átomos, ya que sus tres constituyentes principales
-neutrones, electrones y protones- tenían la capacidad de convivir en
equilibrio junto a otras partículas. Más tarde la temperatura de esta enorme
bola bajó considerablemente, y solo se centraría la atención en los protones,
electrones y neutrones, despareciendo el resto de las partículas.
De aquí en adelante comienza la llamada era del plasma, donde la
temperatura bajó lo suficiente como para que neutrones y protones se
combinaran, dando origen a átomos de helio, que contenían dos protones y dos
neutrones.
700.000 años después, recién pudieron formarse átomos eléctricamente
neutros gracias a la combinación de protones y electrones, poniendo fin así, a
la era del plasma. A partir de este momento, la radiación existente en el
Universo deja de interactuar con la materia, comenzando su lento enfriamiento
hasta hoy.
Ciertas fluctuaciones en el Universo primitivo deben haber crecido lo
suficiente para llegar a un punto donde la fuerza de gravedad dentro de la
fluctuación empezara a superar la expansión, adquiriendo identidad propia. Una
vez que esta fluctuación empezó a contraerse no se mantuvo homogénea, lo que
finalmente dio origen a cúmulos de galaxias y galaxias individuales.
Al caer la noche nadie queda
indiferente al mirar el cielo y observar la gran cantidad de estrellas que
existen. Pero, ¿sabemos qué son realmente?
Las estrellas son esferas compuestas de un 75 por ciento de hidrógeno, 23
por ciento de helio. El 2 por ciento restante corresponde a los elementos
comunes en la Tierra; carbono, nitrógeno, oxígeno, magnesio, sodio, aluminio,
silicio, azufre, potasio, calcio, hierro, entre otros.
Si nos fijamos bien, podemos llegar a notar la diferencia de color entre
cada una de ellas, lo que indica la temperatura de la estrella; si está
extremadamente caliente, el color será azul, y si su temperatura es menor,
tenderá a ponerse rojiza. Asimismo, estas esferas de gas brillan gracias a las
altas temperaturas que se generan en su núcleo central, debido al proceso de fusión
del hidrógeno, que es lo que en definitiva produce la energía.
Como ya dijimos, el componente principal de las estrellas es el hidrógeno,
que al fusionarse
con el helio es capaz de darle vida al astro durante mucho tiempo. Sin embargo,
una estrella gigante puede vivir mucho menos que una pequeña; esto sucede por
la relación entre la cantidad de combustible y la velocidad con que lo consume.
Una estrella de gran masa tiene una fuerte luminosidad, gastando muy rápido su
combustible; por el contrario, una estrella pequeña tiene menos luminosidad,
por lo que gastará mucho menos.
Las estrellas se forman básicamente por contracción de nubes
interestelares.
El polvo y los gases se juntan formando una nube que lentamente se irá
calentando hasta que la temperatura sea tan alta que desencadene las reacciones
nucleares que transforman hidrógeno en helio; en este momento la contracción se
detiene y nace una nueva estrella, rodeada por un disco aplanado que se forma a
partir de los restos de nube inicial.
Cuando ya se ha formado la estrella, y se encuentra en su edad adulta, se
convierte en un cuerpo estable capaz de mantenerse invariable durante muchos
millones de años. Dentro del núcleo el hidrógeno va convirtiéndose en helio,
produciendo una gran energía que calienta el interior de la estrella,
escapándose por la superficie de esta en forma de luz y calor. Cuando el
hidrógeno se agota, quiere decir que deja de producir energía y la estrella
deja la adultez para pasar a ser una estrella vieja.
Ya dijimos que las estrellas acaban su edad adulta cuando el hidrógeno se
agota y deja de
producir energía. A causa de esto, el núcleo estelar no es capaz de sostener el
peso del resto de la estrella y empieza a contraerse, lo que trae como
consecuencia un aumento en la temperatura del núcleo. La energía producida
fuera del núcleo hace que las capas exteriores se dilaten y se enfríen. La
estrella se hincha y toma un color rojizo, convirtiéndose en una estrella
gigante roja.
Las estrellas gigantes rojas son unas cien veces más grandes que el Sol. Eso
quiere decir que cuando el Sol se convierta en una de estas estrellas,
aproximadamente 5.000 millones de años más, los planetas más cercanos a él, como
Mercurio, Venus y la Tierra serán abrasados por este.
Las estrellas pasan gran parte de su vejez como gigantes rojas. Su núcleo
está compuesto por helio muy comprimido, lo que hace que la temperatura sea muy
alta. Cuando alcanza unos cien millones de grados, los núcleos de helio
reaccionan entre sí, dando origen a elementos como carbono, nitrógeno y
oxígeno. La energía que producen estas reacciones logra detener momentáneamente
la contracción del núcleo, y la envoltura está tan dilatada que termina
perdiendo sus capas exteriores, expulsando una burbuja de gas hidrógeno, que
recibe el nombre de nebulosa planetaria, en cuyo centro aparece una estrella
blanco-azulada, que en realidad es el antiguo núcleo de la gigante roja. Este,
que al estar comprimido posee una gran energía, recibe el nombre de estrella
enana blanca, compuesta básicamente por helio, carbono u oxígeno. Las enanas
blancas no vuelven a evolucionar y terminan siendo enanas oscuras, con
carencia absoluta de brillo.
Las galaxias son un sistema
tridimensional de estrellas, las que orbitan gravitatoriamente interactuando
entre sí, pero siempre alrededor de un mismo centro.
Nosotros, es decir, nuestro planeta, está dentro
de una galaxia llamada Vía Láctea, por lo que todas las estrellas
que vemos en el cielo pertenecen a ella. El Sol, que veremos más adelante, es
una estrella más dentro de esta gran galaxia, que no solo cuenta con estos
astros, sino que además la componen planetas, cúmulos de estrellas, hidrógeno
atómico, hidrógeno molecular, nitrógeno, carbono y silicio, entre otros
elementos.
Todas las galaxias existentes se han formado a partir del mismo evento: el
Big Bang. La expansión del Universo comenzó precisamente con esta gran
explosión, que en sus primeros 700 mil años fue como una masa homogénea, pero
que debido a la fuerza de gravedad se fue separando de a poco formando cúmulos
de galaxias.
Algunas galaxias comenzaron a girar cada vez más rápido, aplanándose y
convirtiéndose en galaxias espirales, como la Vía Láctea. Otras, en
cambio, giraron muy poco y formaron galaxias elípticas.
Las galaxias elípticas están compuestas de estrellas y se cree que todas
ellas serían estrellas viejas. Dentro de estas galaxias hay una gran variedad
de tamaños, desde las enanas (con un millón de estrellas) hasta las más
masivas, que poseen más de un billón de estrellas.
Las galaxias espirales, en cambio, siempre contienen miles de millones de
estrellas, muchas de las cuales son viejas.
Finalmente, están las galaxias irregulares, de las que son ejemplo
las Nubes de Magallanes, manchas blanquecinas vecinas a la Vía Láctea,
descubiertas por Hernando de Magallanes. Estas galaxias son más pequeñas que
las espirales, con una mezcla entre estrellas viejas y jóvenes.
Un agujero negro se forma cuando la
velocidad de escape de un objeto iguala a la velocidad de la luz. Es decir, si una
estrella como el Sol se transformara en una esfera de tres kilómetros de radio,
la velocidad alcanzada para escapar de su superficie igualaría a la velocidad
de la luz. Sin embargo, según la teoría de la relatividad de Einstein, es
imposible que un cuerpo logre alcanzar o superar esta velocidad, escapando de
una estrella.
No es fácil observar un hoyo negro, ya que carece absolutamente de luz. Sin
embargo, al saber que existen estrellas binarias (acompañadas por otra) podemos
observar dónde podría existir un agujero negro, ya que hay estrellas que
parecieran girar en torno a la nada, lo que en definitiva sería uno de estos
agujeros. Una de las maneras más fáciles de observar un hoyo negro es
exactamente en el momento que una gran masa se precipita hacia él, lo que es
posible ver gracias a la fuerte radiación que esta emite antes de caer.
El Sistema Solar constituye una
parte ínfima de la Vía Láctea. Está constituido por el Sol, que representa el
99,97 por ciento de la masa total del Sistema Solar, y nueve planetas que giran
a su alrededor describiendo órbitas elípticas. Los planetas que componen
nuestro Sistema Solar son: Mercurio, Venus, la Tierra, y
Marte -llamados planetas interiores por su cercanía al Sol- y Júpiter,
Saturno, Urano, Neptuno y Plutón, planetas
exteriores más alejados del gran astro.
Las teorías más aceptadas acerca de la formación del Sistema Solar y sus
planetas las dieron Immanuel Kant y Pierre Simon Laplace. Ambos sugirieron que
el Sistema Solar se había formado por la contracción de una nube de gas y polvo
que rotaba, en principio, en forma lenta. Más tarde se habría contraído
formando un disco plano que giraba cada vez más rápido, lo que trajo como
consecuencia un calentamiento de su núcleo central. A raíz de esto se fueron
desprendiendo anillos de gas y solo quedó su centro contraído y caliente, que
sería lo que hoy conocemos como Sol. Los elementos no gaseosos se fueron
agrupando, hasta formar los nueve planetas que hoy componen el Sistema Solar.
Es el astro o estrella
central de nuestro Sistema Solar, alrededor del cual giran los nueve
planetas que lo componen, que son atraídos por la fuerza gravitatoria de la
gran masa que posee.
Su tamaño es bastante grande: tiene un radio 109 veces mayor que el de la
Tierra y está a 156 millones de kilómetros de esta. A diferencia del resto de
las estrellas, el Sol es la única que se encuentra relativamente cercana a la
Tierra. Sin embargo, al igual que el resto de las estrellas, obtiene su energía
transformando parte de su materia mediante las reacciones nucleares de
fusión.
Está formado por una serie de capas concéntricas de gas, conociéndose su
superficie como fotosfera, que significa esfera de luz. La energía es
producida en el núcleo en forma de fotones o partículas de luz de muy alta
energía. Cuando estos fotones se abren paso hacia la superficie del Sol, son
absorbidos por los átomos del astro constantemente, lo que hace que pierdan
energía y calienten el material de las capas menos profundas del Sol.
Sobre la superficie podemos encontrar otra capa llamada cromosfera o
esfera de color, que se puede apreciar solamente en presencia de un eclipse
total de Sol. A continuación de la cromosfera nos encontramos con la corona
solar, que se observa como una tenue luminosidad blanca. Su brillo
disminuye dependiendo de la cercanía con el globo solar.
La Luna, nuestro satélite, pasa entre la Tierra y el Sol una vez al mes,
siguiendo su órbita alrededor del planeta durante la fase de Luna Nueva. Aunque
no es usual, hay veces en que este satélite pasa exactamente por delante del
Sol; es lo que conocemos como eclipse de Sol, que puede suceder dos o
cuatro veces al año. Durante este fenómeno, en ciertas zonas reducidas de la
Tierra, la luz del Sol es ocultada por la Luna, haciéndose de noche por unos
minutos, permitiéndonos incluso ver las estrellas. Esto es un eclipse total
de Sol, a diferencia de otras zonas donde en la Luna tapará solo una porción
del astro, más conocido como eclipse parcial de Sol.
La Luna es el cuerpo más
cercano a nuestro planeta, siendo el único satélite natural de
la Tierra, acompañándonos en todo nuestro viaje anual alrededor del Sol.
No todos los planetas poseen satélites. Mercurio y Venus no tienen ninguno.
Sin embargo, la Luna es bastante más espectacular que el resto. Es muchísimo
mayor que los pequeños satélites de Marte y solo es comparable a los de los
planetas más grandes.
Aún no se sabe con certeza cómo se formó la Luna, pero algunas teorías
dicen que la Tierra giraba antes bastante más rápido que en la actualidad, lo
que habría hecho que la Luna se desgajara de nuestro planeta. Sin embargo, lo
más aceptado es que se formaron prácticamente al mismo tiempo y a partir del
mismo material.
Al igual que todos los planetas, la Luna no emite luz propia. La luz que
vemos en ella es la que refleja el Sol en su superficie. El hemisferio lunar
que mira hacia el Sol está iluminado, mientras la otra mitad permanece a
oscuras.
El movimiento de la Luna es de oeste a este alrededor de la Tierra, en el
mismo sentido de rotación del planeta. Veamos cuáles son las fases de la Luna:
• Luna Nueva: en esta fase no
vemos ninguna parte iluminada de ella y se da cuando la Luna pasa entre el Sol
y la Tierra, siempre siguiendo su órbita alrededor de la Tierra.
• Cuarto Creciente: es cuando la
Luna ha completado un cuarto de su órbita alrededor de nuestro planeta y
alcanza una posición de 90¼ al este del Sol.
• Luna Llena: una semana después
de cuarto creciente, el disco de la Luna se ve completamente iluminado; es
decir, con su cara visible frente al Sol.
• Cuarto Menguante: es cuando,
una semana después de la fase anterior, solo se ve la mitad del disco de la
Luna.
Al pasar 29 días y medio desde esta última fase, la Luna vuelve a su
posición entre el Sol y la Tierra y comienza un nuevo ciclo.
La Tierra y la Luna proyectan constantemente conos de sombra en el espacio,
en dirección opuesta al Sol. Cuando la Tierra pasa por el cono de sombra de la
Luna, se está produciendo un eclipse de Sol, ya que la Luna lo oculta ante
nuestros ojos. Al contrario, si la Luna pasa por el cono de sombra de la
Tierra, la Luna pierde toda luminosidad, y desde la Tierra vemos un eclipse de
Luna.
Este tipo de eclipses se producen entre dos y siete veces durante el año.
La Luna está formada por un material bastante más liviano que el de la
Tierra, cuya densidad es solo de 0,6 veces la de nuestro planeta, Su núcleo,
formado por elementos como el hierro, es muy pequeño, con mil kilómetros de
diámetro aproximadamente. Sobre este hay un manto rocoso, en cuya base se
originan terremotos lunares leves.
La capa más superficial de este satélite es la corteza, que posee 60
kilómetros de densidad. La parte superior de la corteza está formada por restos
de rocas, que reciben el nombre de regolito, producto del constante
bombardeo de meteoritos desde su formación.
El aspecto polvoriento de nuestro satélite es causado por la presencia de
una capa de roca pulverizada que cubre toda la Luna.
Ya sabemos cuáles son los nueve
planetas que componen nuestro Sistema Solar y que giran todo el tiempo
alrededor del Sol. Ahora los analizaremos uno por uno, en orden de cercanía al
Sol.
Este es el planeta que se encuentra más cercano al Sol, lo
que hace difícil observarlo, salvo dos horas después de la puesta del Sol o
antes de su salida.
La órbita de este planeta alrededor del Sol es bastante curiosa, ya que
está más inclinada respecto al plano de la eclíptica que el resto de los
planetas. Mercurio está tan cerca del Sol que recibe seis veces más radiación
solar que la que nos llega a nosotros. Su superficie, al igual que la de la
Luna, está llena de cráteres, que también son producto del impacto de
meteoritos de variados tamaños, desde la época de formación de los planetas. Estos
cráteres se han conservado intactos desde aquellos años, únicamente porque
Mercurio no posee atmósfera.
Venus es el planeta más cercano a la Tierra, y es por eso que muchas veces
lo podemos apreciar en el cielo como una estrella muy luminosa. Es más, por su
tamaño y distancia del Sol es muy parecido al nuestro;
incluso durante muchos años se pensó que en él podría existir tanta vida como
en la Tierra. Se ha comprobado que la temperatura de su superficie llega a los
460°C, producto de su atmósfera, que es muy densa. La luz del Sol puede
atravesarla y calentar su superficie, pero el calor no es capaz de escapar a
través de la atmósfera, quedando siempre atrapado. Esto es lo que denominamos efecto
invernadero.
La superficie de este pequeño planeta no se ha podido observar claramente,
ya que siempre a su alrededor hay una densa capa de nubes. Sin embargo, sabemos
que tiene montañas más altas que el propio Monte Everest y posee grandes
depresiones que hacen suponer que antiguamente hubo agua en él.
Por fin llegamos a nuestro planeta. Sabemos muy bien cómo es por dentro,
pero nunca hemos podido verlo desde el espacio con nuestros propios ojos, salvo
los astronautas cuando han ido a misiones en el espacio.
La Tierra es el único planeta que tiene agua en forma líquida, otorgándole
un intenso color azul; también se encuentra en las nubes de la atmósfera,
aunque en forma de cristales de hielo. Otra característica importante es su
atmósfera que, a diferencia de Venus o Marte, tiene muy poco dióxido de
carbono.
La corteza terrestre está dividida por placas empujadas por lentas
corrientes, las que muchas veces se separan en un período determinado de tiempo
y otras chocan entre sí, provocando grandes terremotos.
Como ya dijimos, la Tierra posee un satélite, la Luna.
Este es uno de los planetas más conocido por todos nosotros. No solo por su
color rojo, sino también por la gran
curiosidad que ha causado en todo el mundo, hasta donde se han enviado
numerosas sondas espaciales que buscan estudiarlo. Además, siempre hemos creído
que los extraterrestres vendrían de Marte. Simples suposiciones.
Se cree que en el pasado Marte era muy parecido a la Tierra y que en su
superficie habrían existido corrientes de agua; sin embargo, hoy en día no se
ha descubierto nada líquido, solo algo de hielo.
Su atmósfera es muy tenue y está formada por dióxido de carbono. Constantemente,
Marte es víctima de enormes tormentas de polvo que se producen con el cambio de
estaciones. Su tamaño es aproximadamente la mitad de nuestra Tierra y su superficie
es muy parecida a la de la Luna.
Este es el planeta más grande del Sistema Solar. Su
tamaño es aproximadamente diez veces el tamaño de nuestro planeta y cuenta con
un anillo. Posee una fuerza gravitatoria tan grande, que es capaz de afectar el
movimiento del resto e incluso alejar cometas de sus órbitas.
Gran parte de él está formado por hidrógeno en estado líquido, salvo cerca
de la superficie visible, donde la presión es menor y el hidrógeno se puede
apreciar en forma de gas. Está cubierto de densas nubes en una atmósfera muy
espesa que contiene aproximadamente un 88 por ciento de gas hidrógeno molecular
y un 11 por ciento de gas helio. Su temperatura puede alcanzar los 123¼C bajo
cero, por lo que la vida en él es imposible; pero mientras más se desciende
hacia el interior de sus nubes, más se calienta, alcanzando temperaturas cinco
veces más altas que en la Tierra.
Sus satélites son muy numerosos; se cree que tiene alrededor de 16. Destacan
los cuatro mayores, que son: Ío, Europa, Ganimedes y
Calisto, llamados galileanos por haber sido descubiertos por Galileo
Galilei.
Sin duda este es uno de los planetas más hermosos del Sistema Solar, por
los enormes anillos que posee, contándose tres como los más importantes. Si
bien aparece pequeño visto desde la Tierra, Saturno no difiere mucho del tamaño
de nuestro planeta; lo que pasa es que está al doble de la distancia de
Júpiter, lo que lo hace ver más pequeño.
Su característica principal es su baja densidad, ya que es el
único planeta del Sistema Solar menos denso que el agua. Eso quiere decir que
podríamos hacerlo flotar en una piscina si pudiéramos.
Saturno es el planeta que posee más satélites, con un total de 23, siendo
el más grande Titán. Su atmósfera está formada por nitrógeno y metano,
lo que normalmente hace que no veamos su superficie.
Sus anillos pueden observarse simplemente con un telescopio y están
compuestos de millones de partículas de polvo y recubiertas de hielo.
Fue uno de los planetas descubiertos con la ayuda de un telescopio. Se
caracteriza porque su eje de rotación está sobre el plano de su órbita
alrededor del Sol, lo que hace que los polos apunten sucesivamente hacia el
Sol. En cambio, el resto, tienen su eje más o menos perpendicular al plano de
la eclíptica.
Además, Urano, al igual que Saturno, posee anillos. Hasta hace un tiempo se
pensaba que sus satélites eran cinco, pero se han descubierto diez más. Su
diámetro es casi cuatro veces el de la Tierra y su densidad oscila entre la de
Júpiter y la de Saturno, y la de la Tierra y la Luna.
En su interior tendría la mitad de agua, un cuarto de metano y un cuarto de
material rocoso y metálico, parecido a la Tierra. Sobre todo esto estaría su
atmósfera.
Sus principales satélites son Oberón, Titania, Umbriel,
Ariel y Miranda.
Este planeta fue descubierto a través de un telescopio en el año 1846 y ha
sido el último
visitado por una sonda interplanetaria. Posee cuatro anillos muy estrechos y
ocho satélites, aunque se mencionan normalmente los dos más grandes: Nereida
y Tritón. La atmósfera de Neptuno posee metano e hidrógeno y otros gases
que aún no están identificados. Además, estaría rodeado por una capa de nubes,
parecidas a la de Júpiter, Saturno y Urano.
La estructura interior de este planeta se parece mucho a la de Urano; es
decir, tendría un núcleo rocoso varias veces superior al tamaño de la Tierra,
rodeado por grandes capas de hielo.
Las imágenes que se han captado a través de sondas han permitido ver el
color azulado de este planeta, producto del metano contenido en su atmósfera. Este
planeta también posee anillos, que son completos y con ciertas partes más
brillantes que otras.
Este planeta fue descubierto en 1930 y desde ahí pasó a ser el noveno del
Sistema Solar, aunque en la actualidad existen dudas sobre su condición de
planeta. Es el único que no ha sido visitado por ninguna sonda, por lo que se
conoce muy poco de él.
Su órbita está inclinada respecto a la de los demás planetas y es el más
alejado del Sol. Además, es el más pequeño del Sistema Solar, casi del tamaño
de la Luna.
Una de las características de Plutón es que atraviesa órbitas de otros
planetas, como ya lo ha hecho varias veces trasladándose a la órbita de
Neptuno, pudiendo incluso estar más cerca del Sol en determinadas ocasiones.
Su satélite se llama Caronte, que al ser descubierto se pensó que
por tenerlo era planeta. Sin embargo, perfectamente podría ser un asteroide, ya
que estos también los poseen.
Está compuesto principalmente por hielo y gas metano.
Muchas veces los cometas se ven como
manchas de luz borrosas que van dejando atrás una estela. Sin embargo, son
cuerpos celestes muy frágiles y pequeños, formados por una mezcla de sustancias
duras y gases congelados. Giran alrededor del Sol y se caracterizan por tener
una cola larga y luminosa, que solo se ve cuando está cerca del astro rey.
Los cometas se dividen en tres partes: núcleo, coma y cola. Su núcleo está
compuesto de hielo y roca y está rodeado por una atmósfera nebulosa llamada
cabellera o coma. Describen órbitas elípticas que por lo general son tan
amplias que pueden parecer curvas abiertas que apartarían a los cometas del
Sistema Solar.
Muchas veces hemos escuchado que estos cuerpos podrían colisionar con la
Tierra. Es por eso que causan tanta expectación cuando se acercan al planeta,
como sucedió en 1986 con la visita del cometa Halley. En cada pasada el cometa
pierde materia, quedando finalmente solo su núcleo rocoso, lo que ha hecho
pensar a los astrónomos que los asteroides podrían ser el núcleo de un cometa.