Era otoño, cuando en el bosque se oyeron los primeros ruidos.
Las ramas de los árboles, ya sin hojas, cantaban sordas canciones, que
mantenían en un profundo sueño a muchos animales a los que
sólo les gustaba pasear al calor del sol.
Encima de una colina, un gran abeto, conocido en todo el bosque como
"el viejo", por ser el mayor de todos los árboles,
dominaba todo, siendo el director de todas las canciones que estos
entonaban, y que él había enseñado siguiendo el
ejemplo de sus mayores.
En otra parte del bosque los duendes viendo el avance de las carretas,
y el oscuro color de las armaduras de una gente que jamás
había pisado esas tierras, se escondían y observaban
estupefactos el infrenable empuje de unos caballos que hablaban un
idioma tan distinto que ni siquiera los duendes que habían
viajado mucho conocían.
A medida que penetraban en el bosque los árboles,
tímidos que eran, se iban callando, y al cesar las nanas,
muchos animales se despertaron, aunque permanecieron acurrucados en sus
madrigueras.
Las noticias de aquella incursión llegaron al gran abeto, al
que por su antigüedad todos le pedían consejo; él,
a pesar de su edad, nunca había visto cosa igual, aunque había
oído cantar a sus antepasados a cerca de unos hombres que talaban
árboles y se los llevaban del bosque para no volver jamás,
pero era una canción tan triste que nunca se la llegó a
aprender.
El ejercito de extranjeros instaló un campamento a muy poca
distancia de la colina desde la que el viejo dominaba la región,
de tal forma que este podía observar los movimientos de esa gente,
que en cuestión de unos días se habían instalado en
su hogar.
Una mañana de una tienda muy colorida, salió un hombre
con una gran capa y un sombrero lleno de plumas, todos le cedían
el paso, con lo que debía ser una persona importante; levanto una
mano y señaló hacia la colina, y acto seguido, tres hombres
con unos extraños bastones se encaminaron hacia allí.
Cuando llegaron a las inmediaciones del árbol este agitó las
ramas y empezó a entonar una canción de bienvenida con
la que acostumbraba a saludar a los invitados, justo en un momento de
la canción todos los árboles circundantes empezaron a corearla
haciendo que hasta los ángeles tuvieran envidia de la
melodía tan fantástica que estaban creando, en honor a una
gente, que posiblemente conviviría durante un tiempo con ellos.
Los hombres, que no parecían escuchar la canción, con suma
descortesía para con los anfitriones hablaban entre ellos en un
lenguaje extraño para todos los árboles, incluso para los
animales.
Uno de los hombres levantó el bastón que llevaba apuntando
al viejo abeto, y en un repentino movimiento golpeó con el extremo,
el cual estaba formado por una especie de roca brillante, en la base del
tronco del viejo, quién agitó las ramas con tal violencia
que rompiendo la melodía, con un grito de agonía, hizo callar
a todos, de modo que el alarido se pudo oír en todo el bosque,
donde todos estaban expectantes y no perdían detalle de lo que
acontecía.
Cincuenta golpes se llegaron a escuchar antes de que el árbol callase.
Su sangre la cual nadie había visto, brotaba por la herida y
goteaba por una corteza curtida por los años. Al cabo de unos
golpes más, uno de los hombres gritó, y a los pocos segundos
el más viejo de todos los árboles del bosque cayó,
haciendo un ruido seco, al que acompañaron el crujir de ramas rotas.
Llegaron más hombres que, sumados a los tres primeros, cargaron
el árbol y lo portaron a su campamento donde lo despojaron de
todas las ramas que todavía le quedaban, le clavaron una cuerda,
y lo volvieron a plantar en medio de una plaza circular construida por
los habitáculos. Antes de acabar el día, un trapo de colores
ondeaba en su punta, atado a la cuerda.
Hubo luto por cuatro días, y ningún animal, duende o
árbol pudo decir o cantar nada. Cuando acabó el luto, todos los
habitantes del bosque hicieron una reunión, en cuya presidencia
se encontraban los duendes verdes, que además de ser el
eslabón más alto en la cadena de los duendes, y cuyo amor
por el viejo y conocimiento de sus historias superaban a todos, eran
merecedores de sustituirle temporalmente como asesores del bosque.
La reunión duró tres largos días, en los que no
se comió, bebió o durmió; sólo se debatía
el futuro del bosque, la afrenta realizada por los extranjeros y como rescatar
al viejo de sus manos.
La votación final fue unánime, expulsar a los extranjeros,
rescatar al viejo y volver a subirle a su colina para que pudiera seguir
asesorando al bosque desde su sitio de privilegio.
Todos los animales y duendes tomaron las armas y, gracias a su conocimiento
del bosque y tras haber estudiado las costumbres de los invasores, les
tendieron una emboscada ayudados por los árboles que juntaron las ramas
para ocultarles mejor. Les esperaron a ambos lados de un pequeño camino que
solían recorrer los extranjeros una vez al día en grupos pequeños. Aquí
empezó la batalla, los primeros extranjero caían como moscas, no se esperaban
un ataque, los últimos pusieron algo más de resistencia, pero fue inutil.
Tras la primera victoria una gran fuerza se apoderó de los habitantes del
bosque que se creyeron invencibles y atacaron al campamento de forma directa
y tajante. La lucha fue muy larga y dura, pero gracias a la ventaja del
número y la sorpresa, los extranjeros fueron muertos o expulsados.
Aunque las pérdidas habían sido grandes, todo el
bosque estaba alegre, pues la amenaza había sido erradicada.
El trapo que ondeaba en el viejo fue destruido, y con grandes esfuerzos
de los animales más grandes, se volvió a colocar a este
en su puesto al frente de todo el bosque, aunque seguía sin decir
nada.
Todos los árboles situados a su alrededor abrían las ramas
para que le diese más el sol, y los duendes verdes lo regaban
todos los días. Todo el bosque cantaba las canciones favoritas
del viejo, el cual callado y pelado jamás volvió a ser un
árbol.