Dios nos llama: Hay que saber discernir las llamadas de Dios y estar indiferentes a cualquier otra llamada, indiferentes a cualquier otra cosa. Para esto necesitamos gran equilibrio de la voluntad, para ver, escoger y preferir siempre lo que Dios quiere. Este equilibrio no se adquiere sin lucha contra las pasiones, que también nos llaman y contra las seducciones del mundo y del diablo, que también nos llaman.
La llamada de Dios tiene unas características singulares. * Es una llamada “santa”. En toda llamada hay un amor infinito al que es llamado.
* La llamada de Dios es “electiva”. Llama y elige. Llama para algo, pide algo. * La llamada de Dios es “exclusiva”. Llama a quien quiere y para lo que El quiere. * La llamada de Dios es personal. Llama a cada uno, uno por uno, su llamada es intransferible.
* La llamada de Dios es “iniciativa” suya, siempre parte de Dios. * En la llamada de Dios no hay “lógica humana”. * En la llamada de Dios siempre hay un amor “personal” de Dios al que es llamado.
* La llamada de Dios es siempre “creadora”, como su Palabra, siempre tiene fuerza creadora. * La llamada de Dios es siempre para “salir” de algo, para “salir” fuera, para dejar algo, a partir de aquello que rodea al llamado.
* La llamada de Dios es señal de “predilección”. La llamada de Dios se hace oír en lo más profundo de la conciencia del creyente. El llamamiento de Dios nos parece a veces desconcertante, inesperado, imposible.
* La llamada de Dios siempre va ligada a una “misión”, a un servicio a los hombres. * La llamada de Dios es para seguir a Jesucristo.
Quien imita a Jesucristo, hombre perfecto, se hace más persona. Es una santidad al alcance de todos en las condiciones de la vida ordinaria. “Cada uno permanezca delante de Dios en aquella condición en la que se encontraba cuando ha sido llamado” (1 Cor. 7,14)
Nuestra respuesta a la llamada: “Marta fue a llamar a su hermana y le dijo: El Maestro está ahí y te llama” (Jn 11,28). Es muy distinto interpretar la vida como una llamada de Dios, a irse por su cuenta. Jeremías se sintió llamado por Dios desde el seno de su madre. San Pablo también, y no pudo menos de responder a la llamada. “Entregarnos totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo” (LG 40).
“Tu sígueme”, dice el Señor; tú; no mires qué hacen los otros; no nos comparemos a los otros; no esperemos a ver que hacen los otros.
El espíritu de incondicionalidad impulsa a orar, sacrificarse y trabajar denodadamente por la unidad, la concordia y la paz en la Iglesia y en el mundo, y a ofrecerse como víctimas para que se mantenga la comunión en la Iglesia y para reparar las rupturas en la comunión fraterna y eclesial.
Señor:
No me ilusiona nada,
no veo nada
no siento nada,
sino lo que sientes tú.
No decido nada,
No juzgo nada
No examino nada
No sé nada
Sino lo que sabes tú.
(Eugenio d’Ors)
|