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Inconditionales Pro Sancta Ecclesia
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Incondicionalidad

Pueden ser incondicionales de la Santa Iglesia todos los que participando de este espíritu estén dispuestos a servir a la Santa Iglesia incondicionalmente en cualquier sitio que se encuentren, sobresaliendo por su fidelidad, obediencia y disponibilidad en el grado que les sea posible, según su condición, y además tienen el ánimo de reparar con sacrificios y penitencias las rupturas, quiebras y deficiencias en la comunión eclesial y en la convivencia humana.


HABLEMOS DE INCONDICIONALIDAD

Una mirada a la Iglesia: En la Iglesia Santa de Dios hay diversidad de servicios, dones, ministerios y carismas, hay diversas formas de pensar, de vivir, de ser y de actuar. Esto es bueno y enriquecedor, mientras se mantenga la unidad doctrinal y no se rompa la comunión fraterna y eclesial. La diversidad en la unidad no es un mal lamentable, sino un bien laudable, querido por Dios y provechoso para nosotros.

                                        Entre la rica variedad de vocaciones, servicios y carismas que el Espíritu santo suscita e infunde en la Santa Iglesia, hemos de contar, sin duda alguna, la incondicionalidad, que promueve adeptos a la Santa Iglesia, a su doctrina, disciplina y autoridad, sin límite ni condición alguna.

    

Los incondicionales (que tienen este espíritu) miran a la Santa Iglesia con una mirada integradora y la sirven con espíritu de entrega total, porque saben que, a pesar de cuanto en ella pueda ocurrir, ha sido instituida por Cristo como sacramento de salvación universal.

Una postura ante la Iglesia:  El que tiene el espíritu de incondicionalidad no acepta las divisiones como algo inevitable, ni está impasible ante el espectáculo de cristianos enfrentados con otros cristianos, y hermanos que condenan a otros hermanos, ante comunidades divididas y ante posturas radicalizadas hasta la incompatibilidad.

                                   El que siente el espíritu de incondicionalidad se siente llamado a servir a la santa Iglesia de Dios con una entrega total, incondicional, con fidelidad plena, con obediencia y disponibilidad absolutas.

                                   El espíritu de incondicionalidad tiene también una dimensión reparadora y compensatoria por las ofensas a la unidad, la paz y la concordia, por los pecados contra la comunión eclesial. Intenta poner obediencia donde hay desobediencia, disponibilidad donde hay resistencias, entrega donde hay egoísmos, fidelidad plena donde hay traiciones al amor fraterno.

  La adhesión incondicional a la Santa Iglesia es consecuencia lógica y natural de la adhesión incondicional a Jesucristo. Dios nos llamó a estar con él y nos envía (Cf. Mc 3) “Id también vosotros a trabajar a mi viña” (Mt 4,7). Somos trabajadores de Dios, colaboradores de Dios. No cabe duda que uno que posea el espíritu de incondicional servidor trabajará con más empeño y mejor en la Viña del Señor. El mejor trabajador es siempre incondicional. El que quiere “mejor servir y amar” se hace siempre incondicional.

  El cristiano está en un mundo donde luchan la luz y las tinieblas, el bien y el mal, el error y la mentira, el mundo y Cristo. No podemos ser neutrales en la lucha entre el bien y el mal. Hemos de ser valientes defensores de la verdad de Cristo. El que ha optado radicalmente por Cristo y su mensaje, lógicamente se hace incondicional.


LLAMADOS POR EL SEÑOR

Dios nos llama: Hay que saber discernir las llamadas de Dios y estar indiferentes a cualquier otra llamada, indiferentes a cualquier otra cosa. Para esto necesitamos gran equilibrio de la voluntad, para ver, escoger y preferir siempre lo que Dios quiere. Este equilibrio no se adquiere sin lucha contra las pasiones, que también nos llaman y contra las seducciones del mundo y del diablo, que también nos llaman.

                                   La llamada de Dios tiene unas características singulares. * Es una llamada “santa”. En toda llamada hay un amor infinito al que es llamado.

 * La llamada de Dios es “electiva”. Llama y elige. Llama para algo, pide algo. * La llamada de Dios es “exclusiva”. Llama a quien quiere y para lo que El quiere. * La llamada de Dios es personal. Llama a cada uno, uno por uno, su llamada es intransferible.

 * La llamada de Dios es “iniciativa” suya, siempre parte de Dios. * En la llamada de Dios no hay “lógica humana”. * En la llamada de Dios siempre hay un amor “personal” de Dios al que es llamado.

 * La llamada de Dios es siempre “creadora”, como su Palabra, siempre tiene fuerza creadora. * La llamada de Dios es siempre para “salir” de algo, para “salir” fuera, para dejar algo, a partir de aquello que rodea al llamado.

 * La llamada de Dios es señal de “predilección”. La llamada de Dios se hace oír en lo más profundo de la conciencia del creyente. El llamamiento de Dios nos parece a veces desconcertante, inesperado, imposible.

* La llamada de Dios siempre va ligada a una “misión”, a un servicio a los hombres. * La llamada de Dios es para seguir a Jesucristo.

                                   Quien imita a Jesucristo, hombre perfecto, se hace más persona. Es una santidad al alcance de todos en las condiciones de la vida ordinaria. “Cada uno permanezca delante de Dios en aquella condición en la que se encontraba cuando ha sido llamado” (1 Cor. 7,14)

Nuestra respuesta a la llamada: “Marta fue a llamar a su hermana y le dijo: El Maestro está ahí y te llama” (Jn 11,28). Es muy distinto interpretar la vida como una llamada de Dios, a irse por su cuenta. Jeremías se sintió llamado por Dios desde el seno de su madre. San Pablo también, y no pudo menos de responder a la llamada. “Entregarnos totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo” (LG 40).

                                   “Tu sígueme”, dice el Señor; tú; no mires qué hacen los otros; no nos comparemos a los otros; no esperemos a ver que hacen los otros.

                                   El espíritu de incondicionalidad impulsa a orar, sacrificarse y trabajar denodadamente por la unidad, la concordia y la paz en la Iglesia y en el mundo, y a ofrecerse como víctimas para que se mantenga la comunión en la Iglesia y para reparar las rupturas en la comunión fraterna y eclesial.

Señor:
No me ilusiona nada,
no veo nada
no siento nada,
sino lo que sientes tú.

No decido nada,
No juzgo nada
No examino nada
No sé nada
Sino lo que sabes tú.
                                                                     (Eugenio d’Ors)