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Inconditionales Pro Sancta Ecclesia
  || I N I C I O || I N T E N C I O N E S ||
   
 
ORACIONES

Mediante la oración los incondicionales ratifican su compromiso de trabajar por la unidad, la concordia y la paz y piden estos dones para la Iglesia y para el mundo.


OFRECIMIENTO

Juan Pablo II - Oración

Señor mío y Dios mío. Mi Rey y mi Dios eres tú. Me ofrezco a ti con cuanto soy, valgo y sirvo. Renuncio a mí mismo. Ven tú a mí. Vive en mí. Reina en mí. Identifícame contigo. Transfórmame en ti. Infunde en mi corazón los mismos sentimientos de tu Corazón. Actúa en mí por tu santo Espíritu. Sólo quiero vivir en ti y para ti.

  Tú has hecho a tu santa Iglesia “sacramento universal de la salvación”. Por eso, mi entrega incondicional a ti quiero que se convierta también en entrega incondicional a tu Santa Iglesia. Me adhiero sin límite ni condición alguna, a ella, a su doctrina, disciplina y autoridad. Me comprometo a vivir en fidelidad plena, entera disponibilidad y obediencia total a la sagrada jerarquía y a mis superiores. Hago oblación de mi vida al Padre y la ofrezco por la unidad, la concordia y la paz. Deseo compensar y reparar las rupturas y deficiencias en la comunión fraterna y eclesial.

  No quisiera ser obstáculo, ni en lo más mínimo, a la venida de tu Reino. Dame el espíritu de ultimidad, sin la que no es posible la incondicionalidad. Quiero ser el último de todos para mejor, así, servir y amar a todos sin esperar ser servido. Dame el espíritu de desapropiación de mí mismo. Los importantes sois tú, Señor, y los hombres y mujeres del mundo, mis hermanos, a los que tu tanto amas. Sé que acercándome a ti, estaré más cerca de todos, viviendo en intimidad contigo sentiré una apremiante necesidad de ir a mis hermanos, cuyos problemas están en ti con más relieve que en los mismos que los sufren. Aquí estoy, Señor, al servicio incondicional de la santa Iglesia que es en ti como un sacramento, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano.

  Dígnate acoger mi ofrecimiento, pobre ciertamente, pero sincero, y preséntalo al Padre unido a tu ofrecimiento en la Cruz con la que realizaste la reconciliación y consagraste a los hijos dispersos por el pecado.

  Unido a los ángeles y a los santos, tus fieles e incondicionales servidores, y desde el Corazón de la siempre Virgen maría, Madre tuya y Madre nuestra, la mejor incondicional, quiero decirte una y otra vez: “Oh Dios, tú eres mi Dios”. Sí, aquí estoy, amén, aleluya.


DEVOCIÓN MARIANA

DEL RAMILLETE DE FLORES MISTICAS (1891) DEL EXCMO. Y RVMO. DR. D. BENITO SANZ Y FORÉS. ARZOBISPO DE SEVILLA

ACTO DE CONTRICIÓN: Dios mío, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación; ved en vuestra presencia a un miserable pecador, a quién habéis criado y redimido con vuestra sangre, y que ingrato os ha ofendido tantas veces. Yo no soy digno de ser llamado hijo vuestro, pues he pecado delante del cielo contra Vos; pero aunque polvo y ceniza me atrevo a postrarme en vuestra presencia, y a pediros perdón de mis enormes culpas, que detesto con toda mi alma. Preparado está, Señor, mi corazón para hacer vuestra voluntad; hablad, que vuestro siervo escucha, iluminad mi entendimiento, y moved mi voluntad para que os ame en adelante, y sea todo vuestro, imitando las virtudes de vuestra Madre Santísima. Yo os doy gracias, Padre eterno, porque os dignasteis escogerla como la más perfecta y la más pura de las criaturas, para que sirviese cumplidamente a los más altos designios de vuestra misericordia, porque la hiciste purísima en su Concepción, santísima en su vida y gloriosísima en su muerte. Dignaos admitir los buenos deseos que me dais de obsequiar a esta Virgen inmaculada como Madre de vuestro Unigénito. Concededme sentimientos de humildad, reverencia y amor, bastantes para que empleándome en su veneración y culto y contemplando sus virtudes, las imite con vuestra gracia, y con ello contribuya a vuestra gloria y a la de esta Virgen la más afortunada, y consiga el remedio de mis necesidades espirituales y aun temporales, si me conviene, y sobre todo firmeza en la fe, dilatación segura en la esperanza y total aumento en la caridad. Amén.

De los motivos que nos obligan a honrar a María:

  1. Maria es Madre de Dios: ella es entre todas las criaturas la única que fue hallada digna de tansublime carácter, y lo fue por su humildad y su pureza sin mancha. Esta dignidad la coloca en una esfera superior a todo lo criado, y la hace inferior sólo a Dios, que comparte con ella su gloria y el imperio del universo. La Religión nos manda honrar y amar a Dios: ¿ quién se creerá, pues, dispensado de amar, honrar y obsequiar a la Madre del mismo Dios? ¡Alma mía! Si no amas a María, si no le ofreces el tributo de tu amor y tu gratitud, ¿podrás ser amada de Dios que es su Hijo? Y si María por tu amor y tus servicios te mira con predilección y consiente en ser tu querida Madre, ¿qué no conseguirás de Dios?¿qué temerás de parte del infierno y de las criaturas?
  2. María es Madre nuestra. No parece haber sido elegida Madre de Dios, sino para serlo de los hombres. Treinta y tres años vive con su Hijo, y no recibe otra herencia, que el encargo de ser Madre de los pecadores. Dios no se contenta con darnos a su Unigénito; Jesús no se contenta con morir por nosotros, y hacerse una misma cosa con nosotros, quiere que tengamos una misma Madre con Él, y al morir nos señala a María y nos dice: “Ved ahí a vuestra Madre”. La Madre de Dios es digna de todo cuanto pueda imaginarse. ¡ Ay alma mía, cuán grande ha de ser tu amor para que sea digno de esta Madre! ¿Te parece, pues, mucho consagrarle un mes, la duodécima parte de un año?¿Te atreverás a negarle un solo instante de este tiempo tan corto?
  3. María es el canal que nos trasmite las gracias del cielo. El mismo Dios no quiso comunicarse con nosotros sino por medio de María. Podía haber venido al mundo sin nacer de una mujer; sin embargo, quiso hacer de ella una escala mística para bajar a nosotros y obrar nuestra redención; y aún aguardó para ello su consentimiento. ¿Por dónde, pues, han de venirnos los demás bienes sino por María? A ella se le somete toda la naturaleza, porque se le sometió su Autor. ¿Qué cosa, pues, será superior a su poder?¿Qué gracia podrá dejar de conceder a quién la invoque? ¡Ah! Si siempre hubiera acudido a María, ¿me vería tan culpable, tan débil, tan tibio en el servicio a Dios, y tan pobre de bienes espirituales?

 

TRES SALUTACIONES A LA VIRGEN SANTÍSIMA:

    1. Yo os saludo, Virgen purísima antes del parto, y tan pura, que fuiste concebida sin pecado, como Hija del Eterno Padre: purificad mis pensamientos y mis deseos para que sea puro mi entendimiento y mi corazón. (Ave María)
    2. Yo os saludo, Virgen purísima en el parto, y tan pura, que concebisteis en vuestro seno virginal al Verbo Eterno por obra del Espíritu Santo, y fuisteis hecha Madre de Dios Hijo: purificad mis palabras para que todas sean castas y agradables a vuestro Hijo y mi Señor Jesucristo. (Ave María)
    3. Yo os saludo, Virgen purísima después del parto, y tan pura que merecisteis se templo del Divino Espíritu, y en cuerpo y alma ser llevada al empíreo, y coronada Reina del cielo y de la tierra, como Esposa del Espíritu Santo; purificad mis obras, para que todas ellas sean santas, y me atraigan las bendiciones de la Trinidad Santísima en el tiempo y por toda la eternidad. (Ave María)

 

SALVE: Dios te salve, inmaculada Virgen, dulcísima María, concebida sin pecado para ser Madre del mismo Dios, Virgen llena de gracia en todos los momentos de tu vida, y coronada como Reina de los cielos y tierra en tu Asunción gloriosa; dígnate ser nuestra maestra, nuestro refugio y nuestra protectora, pues eres Madre de misericordia, a quién el Señor a confiado los tesoros de su poder y su bondad, para que des a las almas la vida de la gracia con la dulzura de tu amor maternal. Por tu mediación y por tus ruegos lo esperamos todo, oh esperanza nuestra, y por ello te saludan nuestros corazones, y con el Arcángel repiten nuestros labios una y mil veces: Dios te salve. A ti que benigna acoges a los que te invocan, y les concedes protección y auxilio en sus necesidades, sin cesar clamamos en estos días de bendición y de gracia para los infelices desterrados hijos de Eva. Hechos hijos de ira por el pecado de esta madre y por los nuestros, somos indignos de presentarnos a nuestro Dios, a quién han irritado nuestras iniquidades; y en nuestra miseria, a Ti suspiramos, para que nos alcances gracia de tu Hijo, mientras vivimos gimiendo y llorando nuestras culpas en este valle de lágrimas. Ea pues, Señora, que al pie de la cruz recibiste el título de Madre, y abogada nuestra, defiéndenos de todo peligro, líbranos de ofender a Dios en adelante; vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, para que tu mirada de misericordia haga renacer en nuestras almas la paz y la esperanza, y haga brotar y crecer en nuestros corazones las flores de humildad, de pureza y caridad, que contemplamos en el tuyo, porque sólo así mereceremos que después de este destierro nos muestres a Jesús, fruto bendito de tu vientre; y nos lo muestres propicio cual en Belén lo mostraste a los Pastores y a los reyes, y cual lo ofreciste al Padre por la salvación del mundo. ¡Oh reina clementísima, oh Madre piadosa y dulce! A tus pies nos postramos para que nos defiendas de las asechanzas del enemigo de nuestras almas, cuya cabeza quebrantó tu planta, porque siempre fuiste Virgen: ¡oh María! Siempre fuiste humilde, siempre santa, y por tu humildad y tu pureza digna del título de Madre de Dios. Sálvanos, pues, y ruega por nosotros, y por todos los que se llaman hijos tuyos, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de tu Hijo y Nuestro Señor Jesucristo, amándole para siempre, y cantando contigo sus infinitas misericordias en el cielo. Amén.

 

PADRE NUESTRO (mp3)

PADRE NUESTRO (mp3) (Extendido)

 
 
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