F. Justo Navarro
Editorial Anagrama Narrativas hispánicas 337 |
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Gabriel Ferrater, en los sombríos pero felices años cincuenta y sesenta, cuando frecuentaba a Carlos Barral, a los Goytisolo, a Gil de Biedma, a Manuel Sacristán, a los mejores editores ingleses, italianos y alemanes y franceses, cuando cada noche era un bar y en las reuniones no se hablaba nunca en menos de cinco lenguas, se sabía el más seductor entre los seductores. El más inteligente. El hombre alto y delgado de las gafas ahumadas que sólo bebía ginebra. El que siempre enamoraba a las más jóvenes y hermosas. El que estaba a punto de ser uno de lo primeros introductores de la alta ciencia lingüística en España y ya estaba escribiendo unas decenas de poemas en catalán que lo situarían en la historia de la literatura y en las estanterías. Hasta Vargas Llosa, que no parece un ejemplo de modestia, tuvo que inclinarse cuando un día lo escuchó algo extremadamente brillante sobre la lengua indoeuropea. El personaje resulta tan atractivo que no hay instituto
en el que un profesor no quiera imitarle. Y Gabriel Ferrater es F. Un
día, en una plaza, le anunció a Jaime Salinas que no viviría más allá
de los cincuenta. Quince años después, veinte días antes de su cumpleaños,
lo encontraron muerto. Había cumplido su promesa. Este libro, que es
breve, que está muy bien escrito y que se agradece ahora que hay tardes
en las que nieva y también ha muerto Joan Ferraté, hermano de F. y una
de las pocas cabezas con las que se le podía comparar en esta ciudad
que es Barcelona, nos habla de esos quince años y de muchos años más.
Pero sobre todo habla de los años de abandonos, de mujeres que se van
y amigos que ya no saludan por que se han cansado de seguir viviendo
como adolescentes después de los cuarenta. Habla de Helena, aquella
muchacha que en un poema hacía exámenes sobre Chrétien de Troyes mientras
él la esperaba. De Jill, la americana con la que se casó en Gibraltar
y lo dejó, decía, porque era pobre. De una lunática italiana. Seguro
que han leído Soldados de Salamina. Ya saben que allí
Javier Cercas busca al hombre que no quiso matar a Sánchez Mazas. Aquí
Justo Navarro busca al escritor que se mató. Sí, también ésta es una novela que no lo parece. José
María Valverde escribió que a Ferrater lo había poseído el demonio de
intelecto. Creo que este libro es la mejor glosa que se podía imaginar
a esa frase.
Antonio
Campoy Martínez
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