A la luz de una linternaRobert Louis Stevenson
Traducción de Rosario Ibañes y Catherine ParkCuatro ediciones 2002
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A Robert Louis Stevenson le debemos la lectura. O tal vez no. O tal vez no sólo a él. Pero la frase no hubiera quedado así de rotunda y no hay otra manera de expresar tanto agradecimiento. Robert Louis Stevenson. Hijo, nieto, sobrino, primo de constructores de faros. Hombres de costa y por eso mismo del límite entre el mar que nunca acaba y el monótono calor del hogar en tierra. Él era un hombre enfermo y no les pudo seguir. Los recordó y los soñó, pero no fue uno de ellos. Escoceses. Gente habituada a un clima terrible. Edimburgo, una ciudad muy antigua donde siempre hace viento. Creo que del Este. De todo habla este libro que compila dieciocho textos,
no cuentos, no relatos, notas o artículos, algunos inéditos en castellano.
Como habla también de ciertos juegos de infancia en los primeros días
del otoño con una abrigo y una linterna. Del día que marchó al colegio.
De hombres adustos a los que admiró. De su pasión por la charla y los
buenos conversadores y de que la mayoría son siempre hombres viejos.
De las casualidades que le hicieron escribir La
isla del tesoro y de los viajes a los que le obligó su búsqueda
de mejores climas. De jardineros muy dignos. De brumas. Seguir ahora con eso de que este volumen nos permite
conocer mejor a Robert Louis Stevenson y saber de dónde fue que sacó
sus argumentos sería de ordinarios. Mejor decir algo sobre su estilo.
G.K. Chesterton le dedicó un libro que no tiene excesivo interés pero
en el que se repite mil veces que Stevenson era un escritor feliz y que su prosa es la prosa de un escritor feliz. Un optimista enfermo
cuyos textos no son tristes ni cuando habla de la melancolía. Le admiró
también mucho Marcel Schwob y Henry James, que tal vez no lo vio nunca,
recibía sus libros como un regalo. No parecen aficionados torpes. Para
ellos era el contador de historias pero también el escritor. El mejor
entre los mejores estilistas del idioma inglés. Y sólo esto ya justifica
una lectura. Cualquiera. También ésta de textos perdidos. “Todos los otoños, aquellos chicos se reunían en los
alrededores de cierto pueblo de pescadores de la costa oriental”. Así
empieza el primer párrafo de la primera página. Y ahora déjenme solo.
Antonio Campoy Martínez |
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