La estancia oscura

Leonard Cline

Traducción de Santiago García

Valdemar

 

 

Leonard Cline pensó que a sus lectores les interesarían más las torpes evoluciones de una relación vagamente erótica entre un pianista y dos mujeres que morbosamente son hija y madre que las fabulosas evoluciones de un hombre millonario y solo que en los bosques perdidos de América se ha propuesto perseguir, rescatar y catalogar las casi infinitas memorias que componen su pasado entero y que, morbosamente aún, es el esposo y el padre de esas mujeres. Por eso se explica que dos terceras partes de su novela diluciden ese triángulo de perdición en el que se confunden el rencor, los celos, las noches alucinatorias, los súbitos amantes laterales y el rancio esoterismo de salón y apenas una parte explore las causas, las ramificaciones y los efectos de esa vasta empresa única y fantasmal que se emparenta con las audacias más vertiginosas de Franz Kafka o Jorge Luis Borges. Resulta evidente que el segundo argumento, el de naturaleza fantástica, era el original y exigía las maneras breves del cuento, pero que la ingenuidad o la ineptitud o la esperanza de lucro que las novelas suelen ofrecen a los que las perpetran le dictó a Leonard Cline el primer argumento, el de naturaleza sentimental, que fatalmente acaba por oscurecer al segundo y lo borra. Recordemos el caso idéntico de Robert W. Chambers, que en los mismos años soñó las espléndidas pesadillas que inquietaron las duermevelas de Howard Phillips Lovecraft pero que, extrañamente, renunció a la plenitud que esas pesadillas reclamaban y las ensució de vano sentimentalismo afrancesado. Apuntada esa advertencia sólo cabe declarar que ese cuento que Leonard Cline no supo escribir habría sido o es, debilitado por anchos paréntesis que la paciencia apenas consiente, una de las piezas maestras de la literatura fantástica. Thomas de Quincey dijo que la mente de una persona era un palimpsesto que capa sobre capa, como una luz sobre otra luz (dijo hermosamente), iba registrando los hechos de la vida sin desaparecerlos, y que bastaba el estímulo adecuado para recuperar cualquiera de esas memorias acumuladas. El propósito hiperbólico que rige los esfuerzos del protagonista de esta novela es recorrer ese palimpsesto. Sus estímulos son variados y no excluyen la música cacofónica, la encendida contemplación de objetos y los leves laberintos del opio. Ese protagonista y su propósito comparten la vastedad, la insensatez y la delirante intensidad del ciudadano Kane. Los resultados finales de su empresa lo aproximan, sin embargo, a las intenciones de Jack London en Antes de Adán o Robert E. Howard en El valle del gusano. Howard Phillips Lovecraft en El horror sobrenatural en la literatura ofrece un resumen suficiente de esta novela. Todo lector que no quiera padecer los lodos que empantanan esta novela pueden acudir sin falta a ese resumen que puntualmente registra las maravillas que Leonard Cline negó a la eternidad.

 

Marcos González Mut


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