El horla y otros cuentos fantásticos

Guy de Maupassant

 

Traducción y prólogo de Esther Benítez

Alianza Editorial

Guy de Maupassant era hijo de la hermana del mejor amigo de Gustave Flaubert. En contra de lo que suelen infamar ciertas biografías, no eran parientes. Menos, imposible, padre y bastardo. Pero se veían a menudo y Gustave Flaubert gustaba de decir que aquel muchacho era su discípulo. Ambos sabían que la obra del Maestro, que apenas ocupa medio estante, contenía toda una biblioteca. El chico, entre la vastedad imposible de tantas páginas, eligió el trayecto de La tentación de San Antonio, de Tres cuentos y de Salambó.

Después escribió estos relatos en los que tal vez se vislumbra la angustia de Maldoror o tal vez el sosiego de las memorias de eslavos asesinos múltiples. Muchos repiten el hallazgo eterno de un hombre que narra una historia que vio o le contaron o el hallazgo eterno de un hombre que encuentra unas notas y nos lee. El primero habla del cadáver de una anciana emergiendo en un río. ¿Loco? del dolor oscuro de un enamorado. En el tercero dice que el miedo es hijo del Norte; el sol lo disipa como a la niebla. Cuento de Navidad habla de una mujer endemoniada, El tío Judas de un hombre devorado por sus cerdos, La mano de un hombre al que asesina el fantasma del hombre que él mutiló, El albergue de la muerte helada en una hotelería de los Alpes. El décimo de un honorable y querido Presidente de la República del que, una vez enterrado, se descubre que había matado a muchos y había gozado. Hay uno que explica cómo un hombre ve desfilar sus muebles una noche y otro más que es el diario triste y sin esperanza de un hombre que enloquece. De El Horla no diremos nada. Es el más famoso y puntual habitante de antologías.

El adjetivo fantástico esconde a menudo la errada memoria de páginas indignas o el acertado catálogo de noches de fiebre. Guy de Maupassant no debería merecerlo. Él no escribe desde la pesadilla, sino desde la razón. Desde el crepúsculo de la razón. Esther Benítez, en las mejores palabras del prólogo, señala que varios narradores de estos relatos afirman, no sin inquietud, que todo puede ser explicado. Los sentidos engañan. En realidad dice que Guy de Maupassant era un hombre de talento que estaba perdiendo el juicio y lo sabía y que ese dolor se le hizo insoportable y por eso escribió y escribió hasta que no pudo más y la sífilis y los médicos lo recluyeron en una casa de salud donde pasó, absorto, sin reconocer ni sufrir, los últimos dieciocho meses de su vida.

 

Antonio Campoy Martínez


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