El hechicero Vladimir
Nabokov
Traducción
de Enrique Murillo Editorial
Anagrama, Compactos 92 137 páginas
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No tenemos
constancia de que Vladimir Nabokov, aficionado a la vida en hoteles
y a la caza de mariposas, fuera un hombre expresivo. No sería una locura
suponer, incluso, que no frecuentaba las demostraciones de afecto. Pero
aun así podemos imaginarle una mínima sonrisa cuando descubrió, el 6
de febrero de 1.956, en su casa de Ithaca, el manuscrito de este relato
entre otros papeles que estaba ordenando para ser entregados a la Biblioteca
del Congreso. Quizá
su última obra en ruso, la había escrito entre finales de 1.939 y principios
de 1.940, en Europa, después de veinte años de exilio y cerca ya de
partir y ser el más huraño profesor norteamericano de literatura. Sí, era
un hombre serio con casi sesenta años. Y acaba de publicar una novela
de enorme éxito sobre una ninfa, un tal Umbert y unas carreteras llenas
de moteles. Pero sonrió. Seguro que sonrió y avisó a Vera (¿qué libro
no está dedicado a ella, qué amor sin fisuras se le puede comparar?).
Enseguida debieron recordar que eran cincuenta y tres folios que contaban
la historia de un hombre maduro que se acerca a un parque céntrico de
una ciudad europea de la que no se nos dice el nombre. Pero que es París.
El París de los bulevares, de las madres con los nervios rotos, de los
lazos, el de las niñas de doce años que juegan bajo la atenta mirada
de una mujer rolliza. Y el hombre
maduro se sienta en un banco y se enamora de una de esas niñas. Y se
casa con su madre viuda, enferma, pálida y cursi. Y ésta muere y lo
deja sólo con su hijastra antes de la siguiente primavera. Ya estaba
allí el mal. El amor enfermo de un caballero que se muere por rozar
el vello rubio que ella tiene entre los omoplatos, pero que también
el de un ser atroz que dedica párrafos y párrafos a preparar escenas
que espantan. Vera Nabokov y su marido se miraron y volvieron a guardar
el manuscrito. Dieciséis años atrás no le había gustado a ninguno de
sus amigos y parecía una de tantas obras escritas en ruso a las que
ya no les quedaba ningún porvenir. Dimitri
Nabokov, su hijo, la tradujo al inglés y la publicó en Nueva York en
1.985. Leemos la traducción de esa traducción y no parece necesario
señalar que es el primer boceto de lo que sería Lolita.
Antonio Campoy |
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