Poe y Stevenson. Dos amores literarios. Fernando Savater
Editorial Límite, Los libros
del laberinto 4 |
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Fernando Savater es un profesor de ética, ustedes lo saben, que suele escribir en periódicos y aparecer en tertulias, llevar gafas y camisas obscenas y que últimamente se ha hecho famoso porque quieren matarlo y él no se deja. Pero créanme, les engaña. Es eso pero le gustaría ser Jorge Luis Borges. Y tener una abuela inglesa que lo llevara a los caballos. Y beber una pinta de cerveza al caer la tarde y un whisky por la noche. Y leer en inglés y en francés siempre mientras afuera cae la lluvia y los perros vuelven de la cacería. En fin, ser en realidad el impostor que escribe un libro como éste y un día escribió La infancia recuperada y ama las buenas historias que casi nadie cuenta. Claro, si esto es un libro. Porque en realidad es una compilación, afortunada pero irregular, quizá repetitiva, bien editada y hermosa pero tal vez algo humilde para los apellidos que dignifican su portada, una compilación, decía, de los diferentes textos que Fernando Savater ha ido publicando en los últimos veinte años sobre Edgar Allan Poe y sobre Robert Louis Stevenson, nuestra memoria los tenga en su eterna gloria. A ratos brillante, a ratos es exceso borgiano, y me repito, a ratos algo insistente con lo de que Poe no era el maldito que supuso Baudelarie y que Stevenson era, sobre todo, un escritor con encanto, el libro se deja leer y se lee de un tirón porque a él le gustan mucho esos autores y a nosotros también y porque les debemos muchas lecturas y aún más horas sin desdichas. A E. A. Poe, por ejemplo, le debemos tantos brillantes investigadores de crímenes y el amor sin fin a una muchacha muerta. A R. L. Stevenson, por ejemplo, le debemos el horror de una calle en la que hay un laboratorio en el que un hombre muta y el horror de un viejo pirata al que sólo saben reanimar sangrándolo. Pero claro, es que ambos nacieron donde han nacido,
si nos lo permiten Irlanda y el Sur, los mejores escritores que ha dado
la literatura anglosajona. Uno, Poe, en la Costa Este, en Boston. El
otro, en Edimburgo, en la noble Escocia. Con los acantilados tan cerca.
Antonio Campoy Martínez |
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