ESCENA
I
“NARCISSE”
La
acción en Madrid, año de 1934.
Toda la obra se desarrolla en un mismo escenario:
una sala gris y vieja. La ambientación, de la época,
es sencilla. En un lateral, aparecen un despacho y, sobre él,
una pequeña lámpara, un teléfono y varias carpetas
llenas de papeles; todos los enseres propios de una improvisada oficina
dentro de una prisión de mujeres. A ambos lados de una ventana
algo elevada, cuelgan de la pared un crucifijo y un retrato del presidente
de la República Niceto Alcalá Zamora: todavía
podían convivir las múltiples Españas. Aproximadamente
en el centro de la escena, se sitúan una pequeña mesa
y dos sillas. Al fondo, en el lateral contrario, una puerta metálica,
algo oxidada, es la principal referencia con el exterior.
La escena da comienzo cuando se ilumina solamente
y de forma tenue la zona del despacho. Sentada detrás aparece
NARCISSE, que escribe una carta. El contenido de ésta puede
ser leído o, simplemente, escuchado por medio de una grabación
previa. NARCISSE es una joven psiquiatra francesa, apacible e inductiva,
una investigadora racional, tremendamente inteligente y elegante.
Durante toda la obra ella hablará el castellano, pero su acento
debe ser inequívocamente francés, incluso su comportamiento.
Aunque esta escena deba ser considerada como el tiempo presente de
la acción, en escenas posteriores se evocarán momentos
que pertenecen al pasado; y este cambio debe de apreciarse con claridad.
En un jarrón depositado sobre el despacho,
yace un ramo de flores variadas; una pequeña representación
de toda la FLORA...
NARCISSE:
(Lee y escribe una carta ya empezada. Por un momento, antes de
volver a escribir, se queda pensativa)...Hace dos días
que no veo a Flora. Mañana, o quizás esta misma tarde,
darán a conocer el veredicto definitivo. (Piensa).
Temo haber fallado, porque creo que dentro de mí, hay algo
de esa desdichada mujer que me importa. Ella es diferente, como ya
te dije en una de mis anteriores cartas. La sociedad hablará
o ha hablado por mí, lo cual debería llenarme de orgullo,
ya que se trata, sin lugar a dudas, de todo un triunfo sin precedentes
para el futuro de la Psiquiatría moderna. (En ese momento
enciende un largo cigarrillo. NARCISSE fuma constantemente, haciéndolo
con suma distinción. Continúa después, leyendo
lo que escribe). Mi principal queja es que el avance de la ciencia
tenga que generar también más muerte. Me tranquiliza
pensar que esta guerra no es la mía, pero ¿acaso no
es el egoísmo la peor de todas las guerras? (En ese instante,
suena el timbre cascado del teléfono. NARCISSE se asusta, luego
reacciona y espera a que el aparato dé algunas llamadas más.
Se desprende de unas lentes que llevaba puestas y se acerca al auricular).
Sí, soy yo. (En su gesto aparece cierto temor). Sí.
¿Qué? (Sorprendida por una noticia conocida, esperada,
pero también amarga). Pero, ¿por qué de
esta manera?, ¿por qué tan deprisa? (Pálida,
se estremece y parece derrumbarse por momentos). No, pensaba
regresar a París a principios de la próxima semana.
(Deseando colgar). Bien. muy amable. Adiós. (Cuelga
el teléfono, con cierto temblor, sin brusquedad. Apaga el cigarrillo
y enciende inmediatamente otro. Su mirada está perdida, ausente.
Extrae de su bolso una pequeña petaca de coñac y bebe
con decisión. Observa la petaca con cariño, como si
le evocara algún hermoso recuerdo del pasado. Luego, con una
forzada frialdad, comienza a escribir de nuevo y a leer la carta.
Se coloca otra vez sus lentes). En este justo instante acaba
de llamar el doctor Castell. Ya ha ocurrido, ya todo está consumado.
Se han dado prisa. Hemos vencido. El tribunal se reunió anoche,
y esta mañana, muy temprano, se ha cumplido la sentencia. Flora
ya está muerta. (Se seca con los dedos unas lágrimas
que se deslizan bajo sus lentes, aunque su rostro no parece cambiar
de expresión). Creo que durante todo mi trabajo he intentado
usar la razón, y creo que a ella he tratado de remitirme siempre.
Pero ahora ignoro qué es lo que va a ser de mí. Hemos
triunfado, André. (El llanto acaba por apoderarse de ella.
Lee y escribe impulsivamente, luego sonríe, con un gesto agrio).
Todas las revistas de Europa hablarán de nosotros, pero creo
que, después de todo lo que he vivido, eso ya apenas me interesa.
(Vuelve a beber de su petaca, eso parece que la sosiega levemente).
¿Sabes?, hoy he aprendido algo nuevo sobre mí, sobre
el género y la especie a la que pertenezco. Soy una mujer distinta,
recién nacida de una extraña metamorfosis. Parece como
si de mi vientre, de donde se origina la vida, hubiera crecido una
nueva flor, quizás la flor que lleva mi nombre. (Se detiene
y mira durante un instante a su alrededor. Acaricia las flores que
adornan su despacho, luego, vuelve a la carta). Mi amado André,
creo que Flora ha tenido que morir para que yo sobreviva. (Espontáneamente,
corta una de las flores y la retiene en su mano, mientras la huele).
La muerte, como experiencia límite, es una de las escasas vivencias
que nos provoca un cambio en el pensamiento. Creo firmemente que es
en esas experiencias límites, en el silencio definitivo de
la muerte o del amor, cuando surge una nueva realidad, un nuevo verbo,
una vida nueva. Estoy segura, André. No tenemos ningún
mérito. La gran triunfadora de todo esto ha sido la vida. (Pausa).
En Madrid, año de 1934. Tu frágil amante, Narcisse.
(NARCISSE
pliega con lentitud el papel escrito, lo introduce en un sobre, y
en él, también, mete la flor cortada que tenía
en la mano. Mientras se va haciendo el oscuro, se oye una música
evocadora, un alegre acordeón parisino. Fin de la escena primera)
ESCENA
II
“HIBISCUS ROSA-SINENSIS”
La
música del acordeón enmudece precipitadamente. En ese
instante comienzan a oírse, como lejanas, las voces de unas
niñas que entonan una canción infantil de juegos perteneciente,
si es posible, al folklore vasco. Mientras la música crece
se ilumina el escenario y la luz nos desvela a una mujer madura, de
pelo corto, sentada en una de las sillas que está junto a la
mesa. Es FLORA.
La presente escena ha retrocedido el tiempo en,
acaso, un par de semanas, por lo que la decoración continúa
siendo la misma. En el jarrón del despacho, algo más
vacío y oscuro, se distinguen unas rosas rojas recién
cortadas. FLORA cumple condena en una cárcel de mujeres en
Madrid, ciudad en la que transcurre este drama. Su delito es haber
dado muerte a seis niñas, hace ya de esto más de un
año, en su ciudad natal, San Sebastián. Está
vestida con una simple bata oscura y aunque quizás habría
sido hermosa, poco rastro queda de aquel esplendor más que
su carácter, una sensibilidad extrema y sus manos. Su futuro,
si debe ser ajusticiada o no, depende de que sea declarada cuerda
o demente por un delicado tribunal: la ciencia. De París ha
llegado, hace apenas dos días, la doctora Narcisse Chérel,
una brillante y clarividente psiquiatra. Ella decidirá si FLORA
está loca o no. Ésta espera la llegada de alguien que
desconoce. Inquieta, se levanta y examina la habitación. Observa
si no viene nadie y descubre las rosas que están sobre el despacho.
Levanta una y la huele con dulzura, con profesionalidad. Conviene
saber que FLORA, a pesar de no poseer tal título, es una extraña
intelectual que ha dedicado casi su vida entera al estudio de la Botánica.
FLORA, quizás, se merezca su nombre. Se oye el ruido metálico
de unas llaves. FLORA deja la rosa en su sitio y, un poco asustada,
vuelve a su silla. Se retoca como delante de un espejo invisible y
adopta una postura elegante, casi teatral. Al abrirse la puerta, la
música infantil se detiene en seco, y por el vano entra un
rayo de luz roja. Tras él, NARCISSE. La puerta se cierra y
la iluminación vuelve a quedarse como estaba. Ambas mujeres
se observan durante un instante, llenas de preguntas o quizás
de decepción, casi como si no tuvieran nada que decirse.
NARCISSE:
(Siempre con su pronunciación francesa). Hola. No
sabía que estaba usted ya aquí, esperando. (Se queda
mirándola, sin avanzar apenas).
FLORA:
(Alegre). ¡No se quede ahí, señorita!
Esta silla de aquí debe de ser para que usted se siente. (NARCISSE
en silencio se dirige hacia el despacho y sobre él deposita
varias carpetas llenas de papeles y su bolso. Su vestido, discreto
pero elegante, es rojo, como su sombrero, a lo “Belle Epoque”.
De una de las carpetas saca un expediente visiblemente manoseado,
el de FLORA, también un pequeño cuaderno, en el que
constantemente tomará notas). ¡Cuántos papeles!
Los periódicos y las secretarias están acabando con
todo el papel del mundo. Algún día se acabarán
los árboles, ya lo verá, y volveremos a escribir sobre
barro, como los antiguos. Deberían aprovechar el papel, ¿no
cree?
NARCISSE:
(Se coloca sus lentes y la mira con profesionalidad). ¿Realmente
le preocupan los problemas de la deforestación?
FLORA:
Sí, desde luego. Me extraña que me haga usted esa pregunta.
(NARCISSE sonríe, algo incrédula, continúa
ordenando sus papeles. FLORA, repentinamente seria). Me preocupa
hasta la más minúscula partícula en la que haya
vida. ¡Lástima de arbolitos! Por cierto, ¿tendría
usted, por casualidad, un pitillo?
NARCISSE:
(Dudándolo). No...no fumo.
FLORA:
(Decepcionada). ¡Ah! Pensaba que todas las mujeres
francesas lo hacían. (Se produce un largo cruce de miradas).
NARCISSE:
Supongo que el doctor Castell le habrá explicado todo, ¿es
así?
FLORA:
(Rascándose). Sólo sé que es usted una
especie de excepcional investigadora de la mente, allá en su
país, y que es usted la que va a decidir si estoy loca o no,
si merezco continuar viviendo o, por el contrario, si merezco morir,
¿no?...(Sacude la cabeza)...¡Malditos piojos!...¿Qué
es lo que se siente cuando alguien se acerca tanto a Dios?
NARCISSE:
(Intentando ser pragmática). No tengo el más
mínimo deseo de parecerme a Dios. Soy médico. Trabajo
para la ciencia, quizás sólo en eso me acerque un poco
a usted. Y no soy ningún juez, sólo estoy aquí
para examinarla, no para emitir un veredicto. (Se dirige hacia
la mesa del centro con una carpeta. Se sienta).
FLORA:
En fin, ¿y por dónde quiere que empiece?
NARCISSE:
(Eficiente). Pues, no sé...¿Por el principio,
por ejemplo?
FLORA:
Evidentemente...
NARCISSE:
(Interrumpiéndola suavemente). Hemos realizado varios
cuestionarios, bastante simples, que pueden servirnos como guía.
(Le muestra uno). Éste, por ejemplo. Según
las respuestas, se halla un porcentaje que sirve para ir seleccionando
algunos rasgos de su carácter que nos interesan y eliminando
otros.
FLORA:
Sólo oirán lo que les sea más conveniente. (Ríe).
¡Porcentajes!
NARCISSE:
Creo en la objetividad de mi trabajo, por eso lo hago.
FLORA:
(Como si no la hubiera oído). ¿Cuál
es su nombre?
NARCISSE:
(Tarda en responder, complaciente). Lo siento, creí
que ya...mi nombre es Narcisse Chérel. (Continúa
su explicación). Le decía, que en estos cuestionarios
hemos introducido algunas preguntas que están especialmente
realizadas para un caso como el suyo. En Francia, hace ya algún
tiempo que se utilizan...
FLORA:
(En la misma actitud). Sabe que yo me llamo Flora, ¿verdad?
(NARCISSE se detiene de nuevo, se desprende de las lentes y asiente
con evidencia). Claro, desde luego que lo sabe.
NARCISSE:
(Imponiéndose suavemente). Bien, Flora. Si le parece correcto,
podríamos dedicar un tiempo de cada sesión para rellenar
estos cuestionarios y, a continuación...
FLORA:
(Como sorprendida por una revelación). ¿Se
ha dado cuenta? ¡Las dos tenemos nombres relacionados con las
flores! (NARCISSE sonríe, un poco aturdida). ¡Fíjese!
(Señalando). Narcisse y Flora...(El rostro de
FLORA se transforma en una inquietante máscara trágica).
NARCISSE:
(Algo artificial). Sí, sí...Ahora, por favor, ¿qué
le parece si comenzamos por éste? (Le acerca un cuestionario).
FLORA:
(La observa fríamente, seria). Me tiene miedo, ¿verdad?
NARCISSE:
(Profesional, amable). ¡No! En absoluto. Si estuviera
asustada no estaría...
FLORA:
(Sin dejarla terminar). Sí, me tiene miedo, y supongo
que asco también. No se lo reprocho.
NARCISSE:
(Objetiva). Mire, Flora, la que parece tener miedo es usted.
Relájese, por favor. No le voy a interrogar, ni pretendo hacerle
daño. (Sonríe). No tiene por qué imaginarse
mis sentimientos en estas circunstancias. Yo no la juzgo, ésa
no es mi competencia. Mi tarea es la de analizar el porqué
de su conducta, sus motivaciones. No aplico reglas morales; yo no
decido lo que está mal o lo que está bien. Investigo
las causas de su comportamiento. (Pausa). ¿Entiende
usted todo lo que estoy diciendo?
FLORA:
Ahórrese el esfuerzo...no estoy loca.
NARCISSE:
Pienso que estamos perdiendo un tiempo muy importante, ¿no
le parece?
FLORA:
(Vuelve a sonreír, algo fingida). Sí, olvidaba
que tienen ustedes prisa. Perdone, no volveré a interrumpirla.
Es que yo me pongo en su lugar y la entiendo...
NARCISSE:
Pues no debe hacerlo.... Quiero que me conteste con sinceridad. En
eso consiste esta experiencia que, no tengo que recordarle es de vital
importancia para usted. Tiene amigos influyentes y si no hubiera sido
por esas personas tan diligentes, el gobernador no hubiera dudado
ni un momento en firmar la sentencia de muerte. Así que le
ruego que, mientras duren las sesiones, colabore como ha prometido
y se olvide de que estoy aquí. Hágalo en nombre de la
ciencia que tanto ama. Todo irá mejor si hacemos nuestro trabajo
como se debe hacer.
FLORA:
(Reflexiva, asiente). Entiendo. Observo que lo tiene usted
todo previsto. Sí, en nombre de la ciencia...¡Qué
pena de farsa! Verá...Si tuviera que complacer a esos buenos
amigos que usted menciona, tendría que estar loca. (Ríe,
cínica). Así, el juez me salvaría del garrote
vil y todos se quedarían felices. Pero yo me pasaría
el resto de mi vida en un manicomio. ¿Para qué quiero
vivir, entonces? (Pausa). Además...¡Si no estoy
loca! ¿Cómo quiere que se lo diga?
NARCISSE:
Eso todavía no lo sabemos.
FLORA:
Y usted es quien tiene que decidirlo, ¿no? (NARCISSE la
mira con frialdad).
NARCISSE:
Ya le he contestado a eso. Yo y el equipo médico del que formo
parte sólo informaremos al tribunal de su estado psíquico.
FLORA:
¡Qué laberinto tan terrible, Dios mío! (Ante
la inmutable expresión de NARCISSE). ¡Está
claro que no les importo nada! No me gusta el uso que hacen ustedes
de la ciencia. Si tantas prisas tienen, ahórrense toda esta
mediocre comedia y mátenme de una vez. (Violenta).
¡No estoy loca, así que ya lo sabe, lárguese a
Francia y déjeme en paz!
NARCISSE:
(Intentando la conciliación). Demuéstreme que
es una mujer normal. Colabore y rellene estos cuestionarios, conteste
a mis preguntas y le prometo que la dejaré en paz.
FLORA:
(Mira a NARCISSE con desconfianza). Quiere jugar, ¿no?
(Decidida). Está bien. Ya no volveré a interrumpirla.
De nuevo le pido que me perdone.
NARCISSE:
No tengo que perdonarle nada. Cumplo mi trabajo.
FLORA:
(Imitándola, casi al mismo tiempo). ¡Cumplo
mi trabajo! (Indolente). Ya me lo ha dicho. (Se coloca
unas gafas que extrae del bolsillo de su bata). Deme un cuestionario
de esos. (NARCISSE elige uno y se lo da).
NARCISSE:
(Complacida). Están ordenados por etapas, es decir,
éste, por ejemplo, abarca todo lo que tiene relación
con la infancia, hasta los diez años. Son preguntas sobre su
familia, su entorno y una serie de supuestos, que irá respondiendo
de la forma más breve y exacta posible. (FLORA la observa).
En el margen de la derecha aparecen unos espacios en blanco, no son
para que usted los rellene. Si tuviera que añadir algo diferente,
puede hacerlo al final de cada recuadro. (Le señala).
Aquí, ¿lo ve? Antes de cada sesión, rellenará
uno y, así, sucesivamente.
FLORA:
Aquí dice, leo textualmente: “¿Durante su infancia,
hubo algún miembro familiar que le obligara a practicar actos
deshonestos o sexuales?”. Respuestas: “Sí, alguna
vez”. “Sí, de una forma sistemática”.
“No, no lo recuerdo”. “No, en ningún momento”
y por último: “No sé lo que eso significa”.
(Se quita las gafas y la observa). Hay cosas que jamás
le diría a nadie, señorita. No les interesa, créame.
Hay instantes de mi intimidad que he guardado siempre en mis recuerdos
y no pretenderá que los promulgue, para que usted o cualquier
investigadorcillo de turno haga hipótesis sobre ellos. Sólo
responderé a las preguntas que considere que deba hacerlo.
NARCISSE:
(Firme). No es posible, debe responderlas todas. Es indispensable
que conteste debidamente todos los cuestionarios...
FLORA:
(Enfadada). ¡Me niego! Las primeras quince preguntas
están relacionadas con el sexo. No creo que antes de los diez
años mi vida sexual fuera muy intensa, ¡qué desfachatez!,
y mucho menos que eso les incumba.
NARCISSE:
(Pensativa, durante unos instantes. Consulta su informe).
Sin embargo, según indica su expediente, una de sus...alumnas,
por decirlo de alguna manera, tenía nueve años, ¿me
equivoco? Rosa García Ibáñez. En el mismo informe,
más abajo, se observa que la motivación del crimen,
como en los demás, pudiera originarse de una desviación
sexual. (FLORA se tapa los oídos y abre la boca como si
quisiera gritar, pero sin conseguirlo). En otra de las niñas,
ésta de doce años de edad, el informe del forense especifica
claramente que la niña había perdido la virginidad,
quizás con un objeto punzante, lo que le provocó desgarramiento...¿Quiere
que siga? (FLORA niega con la cabeza). Espero que comprenda
que es importantísimo que conteste usted a todas las preguntas
del cuestionario, por extrañas que le puedan parecer.
FLORA:
(Se incorpora como si le hubieran clavado un puñal en la
espalda). ¡Rosita! (Se vuelve a sentar, débil).
Rosita...(Se queda unos instantes como ausente, luego la mira
con odio). Eso no ha estado muy bien por su parte, señorita;
eso ha sido un golpe bajo. (Se siente derrotada). No contaba
con la miseria ni la ignorancia de la gente. Jamás ocurrió
nada de lo que usted está insinuando. Pero supongo que no me
cree.
NARCISSE:
Convénzame. Yo sólo dispongo de los datos que me ha
pasado la policía. (Pausa). Estas preguntas han sido
realizadas por diversos médicos, aquí en Madrid y en
París; todas fueron especialmente diseñadas para estudiar
su caso. Me consta que es usted una persona inteligente. Todas esas
preguntas tienen sentido, y, aunque no esté de acuerdo, relación
con sus...(duda).
FLORA:
Con mis víctimas. No sea indulgente conmigo. He oído
cosas mucho peores durante los interrogatorios.
NARCISSE:
(Autoafirmándose). Sí, con las cinco niñas,
todas ellas entre nueve y doce años de edad; a las que usted
–según ha confesado– asesinó en su propia
casa de San Sebastián, donde asistían a sus clases entre
los años 1931 y 1932. Puedo leérselo entero, ¿quiere?
FLORA:
(Con los ojos cerrados, le hace una señal para que no siga).
Conozco todo eso mejor que usted.
NARCISSE:
(Intentando imponer su voluntad). Por favor, Flora. De usted
depende que las conclusiones de estas sesiones sean satisfactorias.
El doctor Castell ya le habló en su momento del contenido de
estos cuestionarios y usted le prometió su colaboración.
Si lo hace, acabaremos en menos de una semana, y ya no la molestaré
más.
FLORA:
(Dulce). Sí, es conveniente. Si nos vamos a ver todos
los días, es mejor que nuestro trato sea lo más frío
y práctico posible. Así, no nos tomaremos afecto la
una por la otra. (NARCISSE abre los ojos atónita, luego
le sonríe un poco sorprendida).
NARCISSE:
Bueno...tampoco tenemos que comportarnos como enemigas.
FLORA:
Solían decir de mí que era muy cariñosa, pero
ya veo que eso no me lo preguntan en el cuestionario.
NARCISSE:
En ése, desde luego, no. Aunque nunca he puesto en duda que
lo sea. (Sonríe). Podrá decirlo en otro cuestionario,
o a mí.
FLORA:
(Le devuelve el cuestionario a NARCISSE, nuevamente dulce).
De acuerdo, de acuerdo. Responderé a todo lo que quiera, pero
óigame antes un momento, Narcisse. (Pausa, la mira).
Imagino que usted hará esto para saber, si cabe, algo más
sobre la naturaleza humana. Todo eso me lo explicó el doctor
Castell, que es un señor muy amable y educado. Sé que
ustedes piensan que mi caso es extraño, sin embargo, yo no
lo creo así. No pienso que el crimen y la demencia sean siempre
realidades complementarias. (Sufre). Haga lo que haga, mi
condena, la pena que llevo dentro, es implacable y ya no me permite
vivir más. (NARCISSE la mira con viva atención).
¿Puedo levantarme? (NARCISSE asiente, la rea se dirige
a la ventana). En la vida que se sucede tras esa ventana, siempre
habrá alguien dispuesto a lincharme, a vengarse por algo que
no puede entender. Pero tampoco nadie lo ha querido comprender, ni
policías ni amigos. Todos se han limitado a hacer “su
trabajo”, como usted dice, y no se imagina la tremenda desilusión
que eso me produce. (Pausa, mira las rosas). Está
bien. ¿Sabe? Desde que supe que usted iba a venir me he preguntado
cientos de veces cómo sería; y tenía curiosidad
por conocerla...una joven científica francesa, deslumbrante,
con unas acreditaciones extraordinarias...¡Dios mío!
¡Qué halago para mí, que ni siquiera acabé
mis estudios de Botánica! Aquí dentro no puedo tener
conversaciones, usted ya me entiende, algo más elevadas; realmente
aquí dentro nadie me dirige la palabra. A veces sostengo largos
monólogos con los piojos o las cucarachas. (Ríe,
amarga). ¡Hasta las propias presidiarias tenemos un código
moral interno! ¡Una microsociedad que repite metódicamente
todo aquello que repudiábamos y que nos hizo alejarnos de un
mundo en el que no sabíamos vivir! Ya sabe, no es lo mismo
ser una fulana que haber matado a cinco niñas. Me dicen la
“vasca loca” o “la asesina de las flores”.
(NARCISSE toma notas). No, aquí dentro no son muy
agradables conmigo; lo comprende, ¿verdad? (NARCISSE asiente
con deferencia). Hace ya un año y seis meses que estoy
aquí. Echo de menos muchas cosas...hablar con un amigo de algo
intranscendental, por ejemplo; o las clases de literatura, preñadas
del sol de la tarde que entraba por las ventanas del aula; las flores,
los esquejes, las podas, sus olores y sus misterios... un mundo sin
secretos y sin desconfianza que se enredaba en la verja de mi jardín...¿Sabía
usted que tenía un perro? (Se emociona). Bueno, no
sé qué habrá sido de él...cuando llegó
la policía, me metieron enseguida en el furgón. Ya no
he vuelto a ver nunca más mi casa, ni mi jardín...y
el perro, no sé dónde estará. La policía
dice que no sabe nada ni quiere saberlo. Quizás esté
perdido o algo peor...
NARCISSE:
(Profesional). Flora, por favor, no quiero ser desagradable,
pero comprenda que disponemos de muy poco tiempo y, todavía
hoy, tenemos que aclarar ciertas cuestiones imprescindibles...
FLORA:
(Recomponiéndose). Sí, sí, ya lo sé,
¿a usted qué le importa mi perro? (NARCISSE muestra
cierta desesperación).
NARCISSE:
No, no es eso. Pregunte a sus amigos o a quien sea. Sinceramente,
yo no puedo ayudarla con su perro, así que se lo ruego, vamos
a dejar de hablar sobre eso y...
FLORA:
(La interrumpe). ¿Está usted casada? ¿Tiene
hijos?
NARCISSE:
(Sorprendida, no sabe si contestar). Estoy casada, pero no
tengo hijos.
FLORA:
Mi perro y mis flores eran mis hijos. Ahora estoy tremendamente sola.
NARCISSE:
(Le entrega un cuestionario y un bolígrafo). ¿Quiere
rellenar usted misma el cuestionario o prefiere que la ayude?
FLORA:
(Simbólica). Preferiría que me ayudase, aunque
eso no supondrá ninguna diferencia. (Pausa). ¿Es
usted feliz?
NARCISSE:
(Algo airada). Por favor, déjeme que sea yo la que
le haga las preguntas.
FLORA:
(Insistente). ¿Por qué no ha tenido hijos?
NARCISSE:
¡Está bien! Si no colabora tendré que marcharme.
FLORA:
(Seca. Distante). ¿Sí? (Pausa). De
acuerdo, está bien, márchese. Hoy no haré ningún
cuestionario.
NARCISSE:
(Silencia su perplejidad). ¿Quizás mañana,
entonces? (FLORA ni siquiera la mira. NARCISSE guarda silencio).
No me parece muy adecuada su actitud; sin embargo, puede que mañana
piense de otra manera, ¿no? (FLORA permanece callada, NARCISSE
se siente un poco defraudada profesionalmente, no de forma emocional.
Se acerca a la puerta. Vuelve hacia su mesa y recoge sus papeles con
lentitud, esperando alguna reacción). Muchos amigos de
su difunto esposo nos han insistido en que está usted enferma.
Quieren convencernos para que el tribunal la salve de la muerte. Sin
embargo yo necesito estar absolutamente segura, y sólo lo estaré
si, tal y como ha prometido, se decide a colaborar. (Pausa). No le
tengo miedo y, respecto a lo de los hijos, no los he tenido porque
no necesitaba tenerlos. (Se abre la puerta, por cuyo vano entra
un rayo de luz blanca. FLORA parece no inmutarse. NARCISSE termina
de recogerlo todo, pero todavía insiste una vez más).
¿Hay algo más que quiera saber de mí? (Silencio.
FLORA está petrificada. NARCISSE inicia el mutis). Me
ha hablado usted del amor, de sus flores, de su perro...estoy interesada
en saber si de verdad es posible que sea capaz de sentir amor por
todo eso. (FLORA la mira con furia, siempre en silencio).
Pero quizás prefiera hablar de todo eso mañana, ¿no?
(Se queda en pie, esperando una respuesta que no llega. Recoge
sus cosas y se marcha. La puerta se cierra. FLORA se deja caer sobre
la mesa y gime como una niña pequeña; mientras, lentamente,
se va oscureciendo el escenario y crece el sonido de la flauta del
afilador).
FLORA:
(Susurra, entre gemidos infantiles). ¡Qué vestido
tan bonito! ¡Y que sombrero tan elegante! Rojo como las rosas...
Hibiscus Rosa-Sinensis...Rosa...
Rosita...
...Mi pequeña Rosita...
(Fin
de la Segunda Escena).
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