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Que quede constancia de que escribo a ciegas, con las alas desplegadas. Que sepan los que a leer aprendieron que a mis miedos pudieron mis locuras, que no me aferro a esta raza de náufragos, que me sé de memoria mis bajezas y, con ellas, las miserias y condenas que no merezco. Que quede escrito que no persigo alturas, sino aprender mi vuelo y volver a casa. Que quede a quien pudiera interesarle estas palabras del poeta y de su boca. Que lo que pido es poco: un céfiro en calma y el pecho de mi amor acantilado, para anidar en paz bajo sus nubes, sus tormentas, sus suspiros y sus aguas. |
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©
Juan García Larrondo -2004- |
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