Acerca de:

> El Último Dios

> Un mar de emociones, por Mercedes Escolano

> El abrazo del lobo, por Pedro Manuel Villora

> Tríptico de la Memoria, por Rafael Esteban Poullet

> Juan García Larrondo: Utopías de amor sobre el escenario, por Arno Gimber

> Bibliografía Esencial

   
 
El Último Dios

RESEÑAS SOBRE “EL ÚLTIMO DIOS”

Una obra, a mi juicio, de gran decoro literario, escrita con sensibilidad y nada desdeñable, con independencia de su tema y de sus fuentes, en el panorama de nuestra actual literatura dramática. Juan García Larrondo, el admirador de Marguerite Yourcenar, a los veintitrés años, anda ahora en su juventud personal y literaria, sumergido en la pasión de vivir que trasluce su texto prologal y, mucho más aún, su texto. Una mirada, merecedora de respeto, sobre la antigüedad, desde quien se declara, en cada palabra, ganado por la pasión.
JOSÉ MONLEÓN
Director del Festival Internacional “Teatro Romano de Mérida”. 1989.


La extraordinaria identificación entre el autor y la recientemente desaparecida novelista francesa –confesada por éste en el prólogo– queda indudablemente puesta de manifiesto y no choca, en consecuencia, que incluso aspectos formales utilizados en la narratividad novelesca de Memorias de Adriano se encuentren presentes en esta pieza dramática.
MARÍA DEL CARMEN SÁNCHEZ y JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Sección Libros. Revista “El Público”. N 178.Mayo/ Junio 1990.


El autor de El Último Dios es un escritor intimista; y se vacía en un lenguaje cuidado, que transmite sus sentimientos a través de una fantasía onírica. No falta en la obra lirismo, tensiones, ecos, vacíos y miedos. Su gran acierto: la humanidad de la obra y su belleza lingüística.
JUAN CARLOS DE FUERTES
Director Revista “Páginas”. 1991.


El texto de García Larrondo es muy interesante, no sólo porque está muy ajustado, sino porque insiste en la palabra. El Último Dios es un texto mimado para decir cosas hermosas...Es una tragicomedia sobre el amor, que si se hubiese escrito en el siglo XVI \ XVII tal vez se hubiera convertido en una obra que ahora se representaría como un repertorio clásico. Me recuerda a las primeras obras de Antonio Gala, por la mezcla de géneros y por el uso del lenguaje poético. Aunque no soy partidario de reducirla a un género. Para mí El Último Dios es un teatro de ideas y de sentimientos.
EMILIO GUTIÉRREZ CABA
Actor. Interpretó a Adriano en la versión de“Teatro del Sur”. 1994.
“El Correo de Andalucía” / “El Mundo”. Junio/ julio 1994.


El Último Dios tiene un don escaso hoy por hoy en nuestras gentes creativas: Juan García Larrondo tiene una sensibilidad suprema para expresar tanto el amor como el desamor, para la reflexión del paso de la vida, de los enfrentamientos de poder...
PACA GABALDÓN
Actriz. Interpretó a Sabina en la versión de “Teatro del Sur”. 1994.
“El Correo de andalucía”. 30 junio 1994.


Teatro del Sur, de Granada, actualmente de lo mejor que se produce en Andalucía, ha realizado bajo la dirección de Francisco Ortuño, un positivo montaje de un relevante texto épico-lírico-dramático estructurado al modo de la tragedia helénica y con extensos parlamentos y diálogos concisos de Juan García Larrondo, un joven autor andaluz, a quien ya no se le podrá perder de vista, porque por lo que ha escrito con el título El Último Dios se pueden esperar de él notables obras en el futuro. Ha bordado una pieza dramática, con visos trágicos del más genuino estilo, inspirándose en diversos pasajes del libro Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, en la que hay soliloquios puramente líricos, junto a parlamentos predominantemente narrativos, que desembocan en escenas de pleno dramatismo, inteligentemente estructuradas y felizmente resueltas. Quien ha pergeñado –tomemos nota– texto teatral tan difícil como logrado se llama Juan García Larrondo y es natural de El Puerto de Santa María, como lo son Rafael Alberti y Pedro Muñoz Seca, que las orillas del Guadalete y la bahía entera es tierra fértil para el teatro.
JULIO MARTÍNEZ VELASCO
Autor y Crítico Teatral. Diario ABC.1 julio 1994.


El Adriano de García Larrondo busca inútilmente la respuesta que se esconde tras la muerte. El autor, a través de Marguerite Yourcenar, pretende descubrir, desde el personaje, un sentido a la vida. La obra adquiere de este modo un papel iniciático y pleno de simbolismo. Según Joaquín Marco, el modelo amoroso es el helénico. García Larrondo ofrece unas claves psicológicas convincentes y ha escrito unas bellas páginas de amor secreto, de fervor oscuro, de sacrificio romántico. Y como afirma Joaquín Marco, “gran número de los hechos situados en la acción son signos de nuestro propio tiempo”. Porque en definitiva, pese a la excelente reconstrucción histórica y a la fidelidad especial a las fuentes, la novela de Marguerite Yourcenar y, por supuesto, el drama de Juan García Larrondo, son obras actuales. Y la Roma imperial es, en gran medida, el sueño de unos autores de nuestro siglo.
JULIÁN DE LA LLANA DEL RÍO
Crítico de Cine y Teatro. “Amor sin límites”.
Diario de Soria, 11 agosto 1994.

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Un mar de emociones

Al escudriñar la obra teatral de Juan García Larrondo y tomar conciencia de su riqueza literaria lo primero que atrae poderosamente la atención es que es tanta su diversidad temática y son tan aparentemente opuestas sus disparidades estilísticas que, sin duda, uno no puede más que sorprenderse al caer en la cuenta de que se encuentra, en realidad, frente a un escritor desconcertante y múltiple, capaz de regalarnos comedias “imposibles”, irreverentes, divertidísimas, tan personales, en fin, de una imaginación extraordinariamente lúcida, y capaz al mismo tiempo de ofrecernos dramas líricos que parecen ubicarse en todas las geografías y las épocas, de una belleza plástica y lingüística que, sin temor a equivocarnos, serán recordados algún día –tanto las primeras como los segundos- como cumbres del teatro español contemporáneo. Porque Larrondo, pese al espejismo inicial, además de poseer un estilo inequívoco y deslumbrante como dramaturgo y un don único para conjugar con igual soltura todos los extremos de la tragicomedia, se toma también la libertad de ser a la par un audaz poeta, de situarse por encima de las modas y normas literarias y construir, con perspicaz acierto, un teatro heterogéneo, tan íntimo como universal, en el que se reflejan algunas de las mejores cualidades de la tradición teatral de nuestro tiempo (imposible no mencionar aquí a Calderón, a Valle-Inclán o a García Lorca, entre otros) con sus pasiones literarias (Unamuno, Borges, Yourcenar o los filósofos griegos) y en el que se atisban claros indicios de vanguardia y modernidad.
Su mezcla de géneros (algunas de sus obras suelen amalgamar fácilmente elementos de ciencia ficción con el relato fantástico, el cómic y, a menudo, precisar soluciones cinematográficas o grandes efectos especiales propios del cine de animación), la complejidad y la “incomodidad” temática que plantean y la duración de algunas de sus piezas han hecho que más de uno haya visto en ellas un revulsivo más o menos irrepresentable (lo cual no ha impedido que la mayor parte de su producción dramática haya sido ya estrenada o editada con todo tipo de alabanzas). El propio autor sostiene “escribir para el despilfarro y la imaginación sin fin” en las notas de La cara okulta de Selene Sherry (1993/94), a mi juicio una de sus obras más personales, preciosas y delirantes, o no duda en crear un “Teatro en blanco y negro” para dar cabida en él a los amoríos del pirata Juan Sin Miedo con el lobo Sinvivir en su épica, onírica y bellísima farsa para licántropos Noche de San Juan (1997). La clave para entender su originalidad radica, precisamente, en que Larrondo extralimita las fronteras del teatro para convertirlo –como Shakespeare sostenía en la voz de Hamlet– en espejo de la naturaleza (de toda la naturaleza, incluso la deformada en esperpento, la surrealista y la subterránea que no se deja ver) y recordar, de paso, su importancia literaria; cosa que, por otro lado, parece obviarse en estos tiempos de inmediatez y mediocridad escénica en los que el texto original, en ocasiones, suele ser apenas una sombra o una mera excusa para refundir el repertorio tradicional y convertirlo en efeméride de una nueva temporada.
Por fortuna, estamos ante un escritor con mayúsculas, ante un autor que se resiste a definirse o a someterse a las pautas que marca el escenario: un rebelde de la escena que escribe para la escena pero sin que sus palabras sirvan únicamente a semejante fin. Es, quizás, un visionario, un creador que abre puertas al campo de las letras y que, por su juventud, aún tiene mucho que decir a este respecto, sea utilizando el lenguaje del teatro, sea contaminándolo con otras disciplinas y haciendo uso de otros géneros como la poesía, el ensayo o la novela sin que sepamos todavía qué derroteros alcanzará más adelante. En cualquier caso, él parece sentirse cómodo al margen de las tendencias y las clasificaciones, aunque esa intemporalidad no signifique indiferencia o desdén hacia un compromiso con su tiempo. En realidad, contra lo que algunos estudiosos han apuntado, su obra literaria no milita –porque no cree que exista o deba hacerlo– en los parámetros comerciales de la literatura rosa (¿acaso existe una literatura heterosexual o de zurdos? ¿tiene caducidad o género sexual la buena literatura?), ni se queda en una leve reivindicación de las utopías que nos transmite con la tolerancia de sus mensajes y sus formas sino que nos anticipa un porvenir de amores sin absurdas denominaciones que, por su bondad creadora, transcenderá a lo efímero y quedará para siempre en la memoria. Es, en muchos sentidos, una obra revolucionaria, subversiva, radical en tanto que es capaz de hablarnos con naturalidad de las cosas bellas o terribles, de sentimientos, contradicciones y misterios que a todos nos alcanzan: la vida, la muerte, la pasión y sus múltiples combinaciones. Y su mayor logro radica justamente en la facilidad con que nos atrapan sus historias y en la calidad literaria con que están escritas. No en vano, la trayectoria de Juan García Larrondo viene avalada por algunos de los más prestigiosos galardones de nuestras Letras y sus obras han recibido siempre críticas encomiables.
A estas alturas, nadie duda ya de que nos encontramos ante un autor sobresaliente, más conocido por el público a raíz del éxito de algunas de sus comedias, como la magnífica y muy premiada Mariquita aparece ahogada en una cesta (1991), que por algunos de los textos que esta edición recoge, aunque éstos hayan sido ya editados varias veces o llevados a la escena con brillantes interpretaciones, como sucedió, por ejemplo, con los actores Emilio Gutiérrez Caba, Idilio Cardoso o Paca Gabaldón tras el estreno en 1994 de El Último Dios en el Monasterio de La Cartuja (Sevilla) con motivo de la conmemoración del 2.200 Aniversario de la ciudad romana de Itálica; con las actrices gaditanas Charo Sabio y Ángeles Rodríguez en la magistral escenificación en 1993 de Celeste Flora; o, más recientemente, con los más de veinte mil espectadores que en el verano de 1998 pudieron contemplar las representaciones de Al Mutamid en los Reales Alcázares de la capital andaluza.
Las tres piezas que esta edición recoge conforman entre sí un singular tríptico de clara inspiración épica e histórica. De hecho, El Último Dios (1987) ya reveló a un jovencísimo autor –por aquel entonces contaba con apenas 23 años– que poseía unos conocimientos extraordinarios sobre Historia Antigua y la cultura clásica. Sin duda, la lectura de los scriptores y mitos grecolatinos y, sobre todo, de la novela que Marguerite Yourcenar configuró sobre el emperador Adriano debieron marcar para siempre la senda creativa de Larrondo. Por ello no ha de extrañarnos que la primera obra de nuestro autor sea una revelación escénica en sus temas favoritos y que –como indica Jerónimo López Mozo (1)– su identificación con la novelista francesa quede indudablemente manifiesta y no choque, en consecuencia, que aspectos formales utilizados en la narratividad novelesca de Memorias de Adriano se encuentren presentes en esta pieza dramática. En realidad, tiene razón Julián De La Llana (2) al afirmar que el autor, a través de Yourcenar, también pretenda descubrir, desde el personaje, un sentido a la vida siguiendo un modelo amoroso helénico, iniciático y pleno de simbolismos. Para este crítico de teatro, García Larrondo ofrece en El Último Dios unas claves psicológicas convincentes de amor secreto, de fervor oscuro y de sacrificio romántico. Y –sigo citando– como sostiene Joaquín Marco, “gran número de los hechos situados en la acción son signos de nuestro propio tiempo”. Porque, en definitiva, pese a la excelente reconstrucción histórica y a la fidelidad especial a las fuentes, la novela de Marguerite Yourcenar y el drama de Juan García Larrondo son obras actuales. Y la Roma imperial es, en gran medida, el sueño de unos autores de nuestro siglo.
Sin embargo, El Último Dios es un texto mimado para decir, sentir y soñar cosas hermosas, un teatro de ideas y sentimientos, una tragicomedia sobre el amor que –como sugiere Emilio Gutiérrez Caba, actor que interpretó al emperador Adriano– si se hubiese escrito en los siglos XVI o XVII se habría convertido en una obra del repertorio clásico. Y, de hecho, tras la obtención del II Premio Internacional de Teatro Romano de Mérida y su primera publicación por la Sociedad General de Autores de España en 1989, ya quedó patente que detrás había un autor con un don lírico excepcional que aún tendría que aportar mucho en el futuro. Y hasta el momento se ha ido confirmando con obras como Zenobia (1989) –todavía inédita en los escenarios (3) pero merecedora con mayúsculas de aparecer también en este volumen de obvia impronta filoclásica–, Mariquita aparece ahogada en una cesta (1991, Primer Premio Marqués de Bradomín y Mención en el Premio Calderón de la Barca), o Celeste Flora, que incluimos en segundo lugar por orden cronológico en el presente libro y galardonada en los Premios “Ciudad de San Sebastián” en 1994.
Celeste Flora (1993) es, de entre todas, su obra más extrema y, a la vez, más tierna. Los diálogos que sostienen sus dos protagonistas, Narcisse y Flora, nunca han dejado indiferentes a quienes los han leído ni tampoco a los que han presenciado su puesta en escena (4), como lo demuestra el que haya sido editada en un par de ocasiones y traducida a varias lenguas o que haya sido objeto de numerosas lecturas dramatizadas, incluida la realizada en Colombia por las actrices María Eugenia Penagos y Gisella Venden en el XIX Festival Latinoamericano de Teatro de Manizales, en 1997. No en vano, la obra plantea un difícil posicionamiento a quien la lee debido a la crudeza de su argumento y, sobre todo, porque le obliga a una profunda reflexión acerca de la complejidad del comportamiento humano. El propio autor sostuvo en una entrevista que estaban en Celeste Flora sus rabias, sus miedos, sus espejismos y algunas de sus contradicciones, así como el anhelo de todo aquello que no quería vivir ni ser y, sin embargo, también están entre sus líneas las claves temáticas más recurrentes y atractivas de su producción dramática: la duda filosófica, el eterno enfrentamiento entre el deber y el ser o entre la razón y los sentimientos, a menudo usados por el autor para poner en tela de juicio la fragilidad de las verdades y dogmas que rigen o adocenan la existencia y, por encima de todo, el tema del amor como única justificación o arma de resurrección ante la muerte.
Juan García Larrondo siempre nos transmite un canto a la esperanza y nos contagia su convencimiento de que el amor es la respuesta a todos los misterios. Y cuando digo Amor en la obra de Larrondo he de citarlo inevitablemente con mayúsculas, porque posee el don de descifrarlo y de mostrarlo en su acepción más absoluta, sin ambages, sin que precise etiqueta alguna. Sus textos han ido sufriendo una fehaciente maduración y, en ellos, especialmente en los últimos, ya no queda espacio para los amores imposibles. Así quedó patente en La Cara Okulta de Selene Sherry (1993/94) y así se confirmó un poco más tarde con Noche de San Juan (1997), verdaderas elegías donde un amor sin concesiones y sin límites se manifiesta, al fin, desgarradora y radicalmente libre.
Por ello no ha de extrañarnos que también sea el amor el hilo conductor del tercer drama que en este libro presentamos: Al Mutamid (Sueño en un acto) (1998), hasta ahora inédito –aunque sí estrenado con gran éxito, como antes apuntábamos– y, hasta la fecha, una de sus últimas producciones dramáticas. A diferencia de las otras, ésta fue una obra “de encargo”, escrita por iniciativa del Ayuntamiento de Sevilla para ser representada en los Reales Alcázares dentro del Ciclo de Personajes y Mitos Históricos Sevillanos en 1998, en la que Larrondo volvió a retomar sus aficiones por la Historia y a regalarnos una bellísima y particular biografía dramatizada sobre la figura de uno de los más célebres poetas que reinaron durante la dominación árabe de la Península Ibérica. Para ello, no dudó en impregnarse de la poesía arábigo-andaluza de la época y en recuperar literalmente algunos de sus más exquisitos versos hasta el punto de concebir una pieza sorprendentemente lírica, al mejor estilo de las obras clásicas y preñada de metáforas, en línea parecida a la de otros de sus dramas, como El Último Dios, Noche de San Juan, Seré Isla o también Zenobia pero, en este caso, alcanzando una madurez poética y una generosidad como cronista abrumadora. No es algo casual que, tras la producción literaria de tinte histórico de García Larrondo, encontremos la exhaustiva labor documentalista de un historiador que, como su admirado Borges, también vivió o bebió de la Literatura viajando por la arquitectura íntima de una biblioteca. Hay mucho de arqueología romántica en Larrondo. Algunas de sus obras son para las letras lo que para la investigación de la Historia del Arte Antiguo pueden suponer las planchas y grabados que el artista Piranesi recreó –o reinventó con libertad imaginativa– a partir de las ruinas de la Roma clásica. En cierta forma, su producción dramática es espejo de su época y de su biografía, pero qué duda cabe que lo es también de su memoria evocadora y de su propia fantasía. Larrondo pertenece a una escasa estirpe de escritores que lo son en sí mismos y más allá de lo que escriben porque parecen estar fuera del tiempo –aunque sea sólo de forma imaginaria– conscientes de lo efímero y pertenecientes a lo eterno. Su obra nos ofrece un universo inagotable, de profundidad infinita, capaz de hablarnos con convicción de personajes históricos, mitos clásicos, vírgenes celestiales, sirenas, lobos, delfines, homicidas o de multitud de criaturas imaginarias sin que nos chirríen los engranajes por ninguna parte (5) y sin que podamos evitar que sus voces nos redunden en el alma, pues es capaz de hacernos sentir, como en un milagro, que también nosotros somos parte y todo de esa proteica variedad tan divina y, al mismo tiempo, tan humana.
En realidad, como bien afirma Molinari (6), es natural que para el gaditano Juan García Larrondo el teatro sea como un lugar de embarque. El mar, la mar, todos los mares... Un océano para viajar, de nuevo, entre esos continentes que son la deshumanización del teatro y la humanización de la naturaleza, con un verbo fluido como el oleaje, mezcla de azul y blanco, de prosa y verso, de Poseidón y Orfeo. El arte se deshumaniza en muchas de sus obras, los personajes ya no son sólo humanos, o lo son tanto que se metamorfosean en seres de linfa azul. Hay una aristocracia imaginaria de escamas y de estrellas en toda esta paráfrasis que le sirve a Larrondo para internarse en lo imposible y así poder observar a gusto las torpezas y los aciertos de esto que los humanos llamamos vivir. Y Larrondo, en definitiva, lo que ha hecho es ponernos el paraíso flotando en ese océano: el árbol de la vida enraizado entre corales e hipocampos y al ser humano manumitido de sus dudas y sus deudas por esta espuma de los dioses que llamamos teatro.

Mercedes Escolano
Cádiz, Junio 2003


Notas

(1) López Mozo, Jerónimo / Sánchez, María del Carmen : Revista El Público., nº 178, 1990.
(2) De La Llana Del Río, Julián : “Amor Sin Límites”, Diario de Soria, 11 agosto 1994.
(3) Salvo la lectura dramatizada organizada por la Asociación de Autores de Teatro de España que un grupo de actores –encabezados por la actriz María Galiana- realizó en la Sala La Fundición de Sevilla en 1999.
(4) Esteban Poullet, Rafael : “Tríptico de la Memoria”, en Teatro de la Memoria, Altazor, 1996.
(5) Ballesteros, Emilio : “García Larrondo y el teatro breve”, Revista Art Teatral, nº 16, Valencia, 2001.
(6) Molinari, Andrés: “García Larrondo o los escenarios imposibles”, El aguijón de la avispa, nº 2, Madrid, 2001.

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El abrazo del lobo

Pedro Manuel Víllora

Quieren las leyendas que, entre los muchos hijos nacidos de la relación incestuosa de Forcis y su hermana Ceto –vástagos a su vez del Ponto y de Gea- antes de los tiempos olímpicos, abundasen los monstruos: las Grayas, tres viejas que poseían un único ojo y un único diente que compartían por turnos; Ladón, el dragón que custodiaba las manzanas de oro del jardín de las Hespérides –e incluso se dice que estas ninfas también pudieran ser engendros de los mismos padres; Equidna, la de cola de serpiente, madre a su vez de Cerbero, Ortro, Escila, la Hidra de Lerna, el León de Nemeo, el Águila de Prometeo, el dragón que vigilaba el vellocino de oro y la Quimera; y, entre otros seres de semejante poderío, las tres Gorgonas -Esteno, Euríale y Medusa-, habitantes del extremo occidental del mundo, aquel por el que cada tarde se esconde el Sol. Estas habrían sido mujeres de ojos encendidos en llamas, aparte de otros detalles alusivos del horror como insólitas alas de oro, manos broncíneas y largos colmillos semejantes a los del jabalí. Aunque quizá su rasgo físico más característico fuesen las serpientes que ocupaban el lugar de los cabellos. No obstante, hay autores que afirman que sólo una de las tres hermanas estaba coronada de serpientes: Medusa; según Ovidio, ella habría sido la más hermosa de las tres, pero habría sufrido esta transformación de su cabeza como castigo de Atenea por haber profanado un templo de la diosa acostándose allí con Poseidón.
Precisamente era Medusa la única gorgona mortal. Ni Esteno ni Euríale podían morir, pero lo cierto es que Medusa contaba con un arma poderosa para acabar con cualquiera que osase hacerle frente: la capacidad de convertir en piedra a todo aquel ser vivo sobre el que posase su vista. Perseo, con ayuda de Atenea, habría logrado llegar hasta ella, cortándole la cabeza mientras dormía. Del cuello nacerían dos seres más, Crisaor y el caballo alado Pegaso; en cuanto a la cabeza, la diosa Atenea la habría colocado en el centro de su escudo, aprovechándose así de su poder petrificador y reductor de enemigos.
En Noche de San Juan, Juan García Larrondo recurre al mito para construir sobre él una hermosa alegoría del desamor, que es capaz de volver estéril todo aquello que cae bajo su influjo. Esta obra es la historia de una venganza terrible –“nos hace más ciegos la venganza que la luz”-, la de la Gorgona escarnecida contra el mundo que primero le niega el amor, después la transforma en monstruo y finalmente la aniquila. Resentida, cuando su propio corazón ha sido convertido en arena, decreta la maldición para todos aquellos que aún no han perdido la esperanza: “¡Que todos los enamorados del mundo se conviertan en los ladrillos que han de levantar mi gran ciudad de Petrópolis!”.
No es la primera vez que Juan García Larrondo se adentra en el mundo de los amores impedidos. Es más, hasta se diría que una de sus obsesiones creativas es la búsqueda de un lugar donde poder amar sin ser molestado, ni frustrado, ni incomprendido. Sus obras anteriores son todas ellas incursiones en ambientes nacidos para el gozo y destinados a la desaparición, o bien retratos de personajes aislados, descentrados, habitantes de los márgenes de lo establecido y, por supuesto, conocedores de territorios del amor a los que jamás se atreverán a asomarse aquellos que les consideran distintos y en el fondo los temen.
Un hermoso díptico inspirado en reyes de antaño dio a conocer a este autor, entonces jovencísimo. Juan (El Puerto de Santa María, 1965) tenía apenas 22 años cuando deslumbró su tratamiento de la sublimación de Antinoo por Adriano en El último dios (1987). Poco después, el anhelo de inmensidad de la reina asiática que se enfrentó al todopoderoso Aureliano, Zenobia (1989), confirmó las expectativas suscitadas por un personalísimo e impetuoso creador que, en una época tan proclive a los formalismos hueros o al compromiso social de bolsillo como ha sido la nueva dramaturgia española de los últimos veinte años, recurría a los tiempos clásicos, a la mitología y al simbolismo para hablar de cuestiones que, precisamente por no estar sometidas a la tiranía de la realidad inmediata, se encardinaban en lo más profundo de las esencias y anhelos inmortales: ¿Amar, cómo, a quién y para qué? ¿Ser, por qué aquí y por qué ahora? ¿Crecer en conciencia y afirmar la individualidad, afrontando así la casi necesaria y consecuente soledad? ¿Renunciar a uno mismo y participar de la inconsciencia colectiva?
Todavía haría Juan una tercera incursión en el pasado para volver a cuestionarse acerca de los factores que condicionan el cariz de una personalidad y orientan la salida al conflicto entre actitudes y conductas –la aún inédita, si bien ya estrenada Al Mutamid. Poeta y Rey de Sevilla (1998)-, cuando ya había sorprendido de nuevo con un giro que descubría territorios estilísticos no previsibles hasta entonces: Mariquita aparece ahogada en una cesta (1991), con la que obtenía el premio Marqués de Bradomín en 1992, así como su continuación, La cara okulta de Selene Sherry (1993), suponían sendas incursiones en una presunta cotidianidad y con alcance que casi podría considerarse costumbrista, si no fuera porque el contexto propuesto por el autor incluía la presencia de elementos tan poco convencionales como mujeres violadas por marineros árabes y ahogadas en un puerto que reciben de la Virgen la oportunidad de arreglar sus asuntos antes de su desaparición definitiva, estudiantes de ópera que se cambian de sexo y piden la comprensión de sus padres, musulmanes que acceden a una suerte de paraíso cristiano, escritoras lesbianas que ganan un premio acostándose con la esposa de un miembro del jurado… Ambas obras conjugan los excesos argumentales con un tratamiento humorístico que considera cualquier osadía desde un prisma pequeñoburgués, consiguiendo así que lo extraño ocupe en la realidad un lugar de la misma naturaleza que lo vulgar. Y precisamente es tras esa afirmación de que lo diferente es semejante en valor y dignidad a lo igual donde se descubre que quien las ha concebido es el mismo que antes escribió Zenobia y El último dios…
…Y que mientras tanto había escrito Celeste Flora (1992), el diálogo entre una psiquiatra y una asesina de niñas cuyo grado de locura –o cordura- debe valorar. La posibilidad de que el motivo del crimen sea preservar la inocencia cuando aún no se ha corrompido por la madurez y el crecimiento, tal vez no sea una justificación válida para la sociedad, pero sí puede entenderse como una prueba de amor cuando se cree que el mundo ha perdido la capacidad de albergar y proteger a los distintos sin abocarlos a la disyuntiva de uniformarse o desaparecer.
Celeste Flora es la obra formalmente más contenida de Juan García Larrondo, lo que no significa que el interesado no pueda descubrir en ella las obsesiones que vertebran toda su producción dramática, o que el conocedor no encuentre los puntos que delatan la implicación biográfica del autor. Porque Juan ha comentado ocasionalmente lo mucho que se proyecta vitalmente en algunas de sus obras, y cabe la sospecha de que eso mismo ocurra en todas. En la opresión y persecución a que se ve sometido el protagonista de Agosto en Buenos Aires (1996) quizá estén sus propios miedos; en la deformidad, la podredumbre y el aislamiento de la sirena neonata de Seré Isla (1997) quizá respire una misma dificultad para entender rechazos e intolerancias. Pero nada de eso, con ser evidentemente importante para él en tanto que persona, aporta ni resta un ápice de interés a unos textos en los que es tan fácil reconocerse; y es que esos miedos, silencios y traumas nos afectan no por que sean suyos, sino porque son nuestros; y no nos fascinan por lo bien que nos reflejan, sino por la altísima calidad de su escritura.
Noche de San Juan (1997) es el relato de una venganza, sí -¿y quién no ha querido vengar su corazón roto?-, pero es también la historia de un amor: la de Juan Sin Miedo –y quien no se ha enamorado, no conoce el temor- por el lobo Sinvivir. Es un amor bronco, feroz, tan apasionado como hermoso, tan agreste como rebosante de ternura, eminentemente viril y, por ello mismo, directo, delicado y sin dobleces. Si Juan ha conocido o desea un amor así, sólo él lo sabe, pero es un nuevo enriquecimiento en su trayectoria que, para contarlo, cree un mundo de ilusión, un entorno mágico, una fiesta de los sentidos donde todo es posible pero nada es gratuito. Juan ha creado un teatro dentro del teatro, un teatro bajo la arena, un teatro en blanco y negro, un escenario para la grandeza y la podredumbre como sólo un poeta lo pueda concebir. Una invención de semejante naturaleza puede entusiasmar o suscitar rechazo; habrá quien considere que el teatro –que es fiesta y es juego- alcanza aquí una de sus cumbres, y habrá quien la tache de delirio innecesario y ajeno a las modas decretadas. Al fin y al cabo, Noche de San Juan tiene algo de lobo –mucho más que de Medusa- y es lógico que a muchos les asuste, pero el peligro también hechiza y hay otros que hemos sucumbido con gusto a la fuerza de su abrazo.

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Tríptico de la Memoria

Sería piadoso advertir al lector que las próximas páginas están llenas de ángeles...Ángeles del Amor y del Desamor, ángeles apasionados y racionales, ángeles paganos, caídos, voluptuosos y también temibles, ángeles, en fin, de la vida y de la muerte, del Averno y del Olimpo: todos esos ángeles que, a veces tímidamente y, otras, de manera omnipresente, viven, se multiplican y resucitan en la casi totalidad de la obra literaria del autor.
Juan García Larrondo, arcángel caído, poeta, ensayista, narrador, hombre de teatro y dramaturgo, reúne en este “Tríptico de la Memoria” su producción dramática más temprana: sus primeros textos de amor, quizás sus primeras batallas, sus primeros logros literarios y escénicos y, también, sus primeras derrotas íntimas. Detrás de la memoria prevalece un autor comprometido, transparente, y las tres obras que se recogen en este volumen son una buena muestra de ello. Un compromiso intelectual, humano, rico y lleno de simbolismo, al que impregna de un estilo decididamente personal, valiente, fruto de su fuerza vital y de los anhelos e ideales de un autor en sus obras de juventud. Algunas de estas obras, como El Último Dios o Celeste Flora ya sorprendieron, desde su aparición, por su lirismo y belleza literaria, proporcionando al autor algunos de los premios teatrales más prestigiosos de nuestro país y que le han valido para consolidarse en el panorama de nuestra literatura dramática actual.
El amor y su ausencia, la muerte y la búsqueda de la eternidad, y el redescubrimiento del mundo clásico grecolatino son los perfiles comunes de este viaje a través del tiempo, de este Teatro de la Memoria –tan oportuno en un final de milenio que rinde culto a la amnesia– que se define en tres de los títulos más significativos y profundos del autor portuense: El Último Dios, Zenobia y Celeste Flora.
Un amor épico, esencia y ausencia de tiempos más nobles y centrado en la relación del emperador Adriano y del joven griego Antinoo, es el argumento de la primera de estas piezas dramáticas: El Último Dios (1987). Para crearla, el autor se ha nutrido de su propia biografía, de las fuentes históricas y, muy especialmente, de la magnífica novela de Marguerite Yourcenar, creando, a juicio de los críticos, unas bellas páginas llenas de pasión. Pero sirve, además, esta recopilación para recuperar una obra aún inédita de García Larrondo –no por ello menos bella y apasionada– como es la segunda de sus creaciones dramáticas: Zenobia (1990). A través del ocaso de la reina siria que desafió a la Roma Imperial, Larrondo vuelve a retomar su afición por los asuntos históricos para revelarse, por primera vez, como un autor surrealista, casi cinematográfico, narrándonos una parábola sobre ángeles caídos, llena de espiritualidad y de fulgentes metáforas. Su amplia formación clásica, sus conocimientos históricos y una imaginación y creatividad extraordinarios, dan a sus obras, además de unas escenografías muy sugerentes, logrados simbolismos, colores, músicas y aromas, una perspectiva dramática que nos es muy cercana, amable, tremendamente humana. De otra manera no sería posible la justificación, la búsqueda de la verdad que el autor nos propone en Celeste Flora (1992), quizás su obra más extrema y, a la vez, más tierna, en la que los diálogos entre las dos protagonistas, Flora y Narcisse, nunca han dejado indiferentes ni a los lectores ni a los espectadores que han presenciado su escenificación.
Conocedor este arcángel/daimón de las debilidades y glorias de los seres humanos, Juan García Larrondo nos retrata a personajes que se sitúan siempre en terrenos fronterizos, abocados a vivir sus vidas hasta límites extremos, abismales. Los “ángeles” de Larrondo han caído expulsados del paraíso y navegan melancólicos en la memoria cósmica de la Humanidad. Son multiformes, vulnerables, y es en esa vulnerabilidad donde reside su mayor atractivo, justamente en ese punto en el que, como sus personajes, se unen lo divino con lo humano, el amor y la razón, la vida y la muerte, el teatro y la realidad y, naturalmente, el olvido y la memoria.

RAFAEL ESTEBAN POULLET
Septiembre de 1996

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Juan García Larrondo: Utopías del amor sobre el escenario

Cuando en enero de 1999 fue estrenada en el Puerto de Santa María La Cara Okulta de Selene Sherry, su autor, Juan García Larrondo, apareció en el escenario con una vela encendida para iluminar, como explicó en el Diario de Cádiz, también con este gesto las caras aún intimidadas y escondidas. La metáfora religiosa de la vela que da luz (“el fruto de la luz consiste en la bondad, en la justicia y en la verdad“, Eph. 5,9) remite en el contexto de la homosexualidad de forma muy precisa a las preferencias y objetivos estético-literarios de nuestro autor, nacido en 1965 cerca de Cádiz. Ya a la edad de veinticuatro años fue finalista del premio Teatro Romano de Mérida con la obra El último Dios, que, sin embargo, no se estrenó hasta 1994 en Sevilla. Desde entonces se acumularon las distinciones. Cuatro de sus piezas fueron puestas en escena en Andalucía y cinco están publicadas. Rompen, como veremos, en muchos sentidos las convenciones teatrales: Mariquita aparece ahogada en una cesta y La Cara Okulta de Selene Sherry, las dos obras en las que centraré mis consideraciones, ni siquiera pueden ser representadas en su forma original.
Ya en el primer intento dramático de García Larrondo, El último Dios, se trata la homosexualidad abiertamente, aunque se problematiza menos este hecho que el conflicto que el emperador romano Adriano tiene que resolver entre vida pública y poder por un lado y su esfera privada, el amor hacia el joven Antinoo, por el otro. La pieza establece relaciones intertextuales con Mémoires d’Hadrien de Marguerite Yourcenar, una obra canonizada de la literatura homosexual. Como en la tradición literaria, Antinoo es llevado al suicidio por la imposibilidad de poder vivir su amor con el emperador, un amor que permanentemente choca con las normas de la sociedad. Aparte de la referencia homotextual la opera prima de García Larrondo está penetrada estéticamente por una alabanza del amor pueril. Ya en el comienzo el espectador participa en una erótica lucha corporal entre Antinoo y otros chicos de su edad, y más adelante los amantes intercambian sus ternuras también en público. El conflicto dramático no resulta del amor prohibido entre Antinoo y Adriano, sino que reside en la envidia y la rivalidad de la emperatriz Sabina y de los ambiciosos favoritos en la Corte, a los que gustaría ocupar el privilegiado sitio del joven.
La homosexualidad no aparece discriminada socialmente en El último Dios, sino que es más bien considerada como deseable. Según García Larrondo representa en la antigüedad, al igual que el matrimonio heterosexual, una faceta de amor integrada en la sociedad. Antinoo es un joven sin temor, que se centra completamente en su amor, este amor que él en ningún momento tiene que defender, exculpar o esconder ante la sociedad romana. He aquí el interés de García Larrondo por culturas que permiten tanto el amor heterosexual como el homosexual, sin que este último se asocie con un juicio moral y una reputación negativos. En la antigüedad clásica nuestro autor encuentra esta posibilidad, por lo que la eleva a una utopía de la tolerancia.
La exigencia de aceptar el amor homosexual en la sociedad con los mismos derechos se encuentra realizada en El último Dios. Además se anuncian los motivos conductores que cobrarán en las demás obras del autor un papel central. Es por ejemplo el caso del momento en que la historia amorosa entre Adriano y su joven adorado toca el tema de la tolerancia, por lo que se procede a la crítica de la postura de la iglesia católica, un motivo que será uno de los hilos conductores en la obra de García Larrondo. El tímido comienzo se encuentra en una indirecta del emperador contra la nueva religión que ha surgido en Jerusalén: “[...] Y todo por un ridículo dios de la intolerancia. Todo el mundo sabe que los dioses pueden convivir entre sí, aunque les demos diferentes nombres! Por qué el suyo no? Por qué? Con gentes así no se puede hacer nada ” (El último Dios: 65).
También en Zenobia, aparte de Celeste Flora la única pieza en la que no se trata explícitamente la homosexualidad, Juan García Larrondo pone un especial énfasis en el tema de la tolerancia. Como indica en el prefacio a la obra, le interesa la pregunta de por qué la humanidad había seguido el camino de la intolerancia. Con la muerte de Antinoo Adriano perdió el sentido de la vida, y la reina Zenobia, que en la época de Marco Aurelio se oponía en Asia al predominio romano, perdió el suyo por el abandono forzado del poder. Ambos contrarían la jerarquía divina, de costumbre acepatda culturalmente, pero a la vez culpable de las limitaciones de nuestra vida en muchos sentidos. Adriano manda adorar a Antinoo como Dios y Zenobia busca la alianza de Luzbel, el ángel caído, el más bello entre los celestes. La belleza figura también en Zenobia como marco de las referencias homoeróticas en el centro de la acción, y tanto la mezcla de los mundos divino y humano como la aparición de ángeles remiten a las obras principales de García Larrondo, Mariquita aparece ahogada en una cesta y La cara okulta de Selene Sherry.
Su hasta ahora última obra histórica, Al Mutamid. Poeta y Rey de Sevilla aún no se ha publicado. Sin embargo fue estrenada con un considerable éxito durante el verano de 1998 en los Reales Alcázares de Sevilla. Narra el declive del rey taifa y poeta Al Mutamid que vivió en la última década del siglo XI. El núcleo argumental y los personajes principales son históricos, y la impresión de la veracidad se confirma por una bibliografía crítica al final del texto. La caracterización de Al Mutamid como soberano pacífico y mecenas de poetas se debe a la inventio poética de nuestro autor. El rey se distancia del mundo masculino siempre dispuesto a la lucha y la guerra y contrapone a éste su sensibilidad artístico-femenina: “En la guerra soy de los que ponen el corazón en el lugar del escudo” (Al Mutamid. Poeta y Rey de Sevilla: 31) o “!Guerra! ¿Qué les pasa a los hombres que no entienden de versos y sólo sienten hambre de sangre?” (Al Mutamid. Poeta y Rey de Sevilla: 42). Cuando muere su hijo Abbad en la defensa de Córdoba, Al Mutamid, cuya forma de ser siempre había sido muy noble, se vuelve duro e intransigente. También hacia Ibn Ammar, como visir y mejor amigo siempre cercano a él, se comporta cada vez más hostil, porque ve en él una amenaza, ahora cuando tiene que comportarse como un guerrero.
En esta relación del rey con Ibn Ammar resuena todavía el eco de una remota amistad homoerótica. Como Andriano en El último Dios, Al Mutamid también está casado, pero al contrario del emperador romano ama a su esposa Itimad. García Larrondo nos presenta aquí de nuevo la utopía de la tolerancia y las posibilidades ilimitadas del amor. Las circunstancias de la guerra (en el fondo el avance de los cristianos, imposible de detener) y los comentarios discriminatorios de la Corte impiden que se pueda realizar en el reino taifa el siglo de oro de los artes y del amor. En este contexto llama de nuevo la atención que los cristianos, aquí los castellanos bajo el mandato del rey Alfonso VI, son considerados como intolerantes e incultos en comparación con los taifas islámicos.
Al final Al Mutamid intenta borrar completamente su amor hacia Ibn Ammar, porque ve en la forma de vida de éste un peligro para los tiempos de guerra. Tiene que liberarse como se lo insinúa el mismo Ibn Ammar: “Este al que ves eres tú mismo, tu propio yo negado, tu vergüenza, tu dolor más íntimo, tu propia poesía disfrazada. Lo que ves ya no es un sueño sino la peor de tus pesadillas” (Al Mutamid. Poeta y Rey de Sevilla: 50). Al Mutamid mata al amigo con sus propias manos. En seguida somos testigos de un rito muy significativo, al igual que en la obra El carnaval de un reino de Martín Recuerda (ver p. ##). Se trata de la última prueba de amor, y la violación del propio cuerpo remite de nuevo a la desesperación por la utopía destruida:

Aún puede contemplarse antes de marcharse cómo el monarca cae de rodillas junto al cadáver de Ibn Ammar. Mutamid observa las heridas que las cadenas han causado en los tobillos y muñecas del que, en otros tiempos, fuera su amado amigo. Con su saliva, limpia esas heridas. Luego, le quita las cadenas y, simbólicamente, se las pone él. (Al Mutamid. Poeta y Rey de Sevilla: 51)

Ya por la breve mención de estos dramas históricos queda en evidencia que las ideas de García Larrondo no corresponden a una visión estereotipada del mundo y que su manera de tratar la homosexualidad apunta a la denuncia de la situación precaria de nuestra civilización. En su hasta ahora última obra, Noche de San Juan, acabada en 1997, se mezcla la mitología griega acerca de la gorgona Medusa de forma ecléctica con tradiciones cristianas (Juan Bautista) y españolas (San Juan de la Cruz, Don Juan y la infeliz reina Juana la Loca). La mirada petrificante de Medusa quiere destruir el amor entre los hombres, porque el suyo propio no fue correspondido. Pronostica a la humanidad adulterios, mentiras, cobardías y frialdad, y hace todo lo posible para que se produzca la tragedia del mundo occidental. Sólo Juan Sin Miedo consigue vencer a Medusa por su amor ilimitado, que en esta obra se amplía de tal forma que incluye un enamoramiento hasta entre un lobo y un hombre. La condición que lleva a la victoria es pronunciada ya en el inicio de la obra en un recurso épico del dramaturgo:

Y no mires a la tradición, ni a los espejos que se rompen. Avanza, que te lo dice el dios de las infancias, sin mirar hacia atrás, no vaya a ser que tú también te conviertas en estatua de sal. (Noche de San Juan: 5)

Celeste Flora (1993/ 1996) da un testimonio diferente de los caminos secretos del amor, que también pueden ser erróneos. En las nueve escenas de esta obra libre del tema de la homosexualidad sólo aparecen dos personas: Narcisse y Flora. Flora, una científica que dedicaba su vida a investigaciones botánicas, asesinó por motivos de amor hacia las plantas a seis chicas, que llevaban no por casualidad nombres de flores: Azucena, Jacinta, Margarita, Rosa, Violeta y Hortensia. Durante la detención preventiva y antes del veredicto judicial que será la pena de muerte, la psicóloga francesa Narcisse se interesa por el caso y entrevista a Flora. La estructura de la obra consiste en cinco conversaciones entre las dos mujeres y en cuatro escenas más, en las que Narcisse reflexiona en cartas a su marido lo vivido con Flora. A pesar de la sospecha dos veces pronunciada de que los asesinatos fueron cometidos por razones sexuales, eso no parece acertado.
Flora se entrega más bien a un amor incondicional, una variante de amor, en la que la vida humana y la de las flores se consideran igualitarias. Lo que falta a la asesina es la capacidad de relativizar los propios sentimientos y de adaptarse a la convenciones sociales. A través de una estrecha red de significados simbólicos, que se reflejan en la estructura interna de la obra, Juan García Larrondo consigue subrayar el sentido estético en el que se basan los crímenes de Flora. Llegamos al climax de la confesión cuando Flora explica que después del envenenamiento enterró a las chicas en su jardín

[...] y sobre sus cuerpos desnudos y limpios, planté margaritas y jacintos. Mi jardín se convertía en el Edén más extraordinario del mundo, con una exuberante flora celestial. Por fin se daba el encuentro y la unión perdida entre el hombre y la naturaleza, ofreciéndole a ésta lo más puro de sí misma” (Celeste Flora: 203).

Las dos siguientes obras, Mariquita aparece ahogada en una cesta (1993) y La Cara Okulta de Selene Sherry (1996/ 1999), se encuentran en una línea de producción dramática que difícilmente puede ser atribuida a una determinada tradición literaria. Suponen la contribución más original de García Larrondo al teatro actual en España y tienen que ser tratadas más extensamente no solamente por esta razón, sino también porque la utopía literaria de una sociedad, en la que la homosexualidad se mantiene de forma igualitaria al lado de la heterosexualidad, se presenta aquí en la forma más radical dentro de la obra de nuestro autor. Ambas piezas hacen estallar el marco dramático de una puesta en escena por su extensión, por su compleja caraterización de los personajes y también por la introducción de efectos ilusionistas que no pueden ser realizados en el escenario. Además, los textos secundarios de ambas obras ocupan mucho espacio y se entretejen con el nivel dramático interior, de manera que quizá se puedan acercar a la tradición de la Celestina, aquella tragicomedia española entre los tiempos medievales y modernos que en su forma original tampoco sirvió para la escenificación.
El autor mismo define Mariquita aparece ahogada en una cesta como “novela teatral” y la entiende como expermento escénico. Mariquita es una mujer de más o menos cuarenta años, que vive en el Puerto de Santa María. Juan, su marido, la abandonó por un camarero, y para colmo la hija de ambos, La Chari, que sigue en Sevilla una formación como cantante de ópera, se somete a una operación de cambio de sexo. Un día vuelve de Sevilla como hombre y pide a su madre que la acepte como tal. En esta historia del marido que de repente se ha convertido en maricón y del cambio de sexo de la hija, que en una relación intermedial remite a algunas películas de Pedro Almodóvar, esta petición ya no resulta creíble. Nadie puede dudar de la intención irónica, y la conversación entre madre e hija-hijo por esta razón no alcanza el grado de patetismo que podría derivarse del contenido.
De pura frustración Mariquita se prostituye en el puerto donde unos trabajadores marroquíes la empujan al mar. Se ahoga. La Virgen María, acompañada por dos ángeles, la salva y le concede todavía tres días entre los vivos (sin que Mariquita se dé cuenta de su muerte), para recuperar sus descuidos y para arreglar su problemáticas relaciones sentimentales con su entorno. Sólo después quiere llevarla al cielo y otorgarle la eterna bienaventuranza.
Los dos primeros actos tratan de estos tres días, el tercero comienza con la ascensión de Mariquita al cielo. Desde este momento se intercambian las escenas entre el Imperio de Dios y la tierra. En el cuarto acto está colocado el ataúd de Mariquita que en su segunda vida terrestre se suicidó. De nuevo aparece la Virgen María para llevarla ahora definitivamente al cielo. Hay un testigo de esta resurrección, Valeria, amiga de Mariquita, que fue ganadora de un premio literario y llegó a ser autora de bestsellers por haberse acostado con la mujer de un miebro del jurado. La ascensión de Mariquita constituirá en la segunda parte, La Cara Okulta de Selene Sherry, el punto de partida de la acción. En el más allá cristiano está esperando a Mariquita Abdul, el marroquí que al principio de la obra la arrojó al mar y que es, aunque siendo su asesino, el único que la ama de verdad. El musulmán aparece entre los católicos muertos como el más creyente. La obra termina en el happy-end cursi-celestial.
No es posible resumir aquí el complejo curso de la acción con cada uno de sus episodios. Enredos nacen por ejemplo del hecho de que la policía supone que Mariquita ha muerto aunque ella sigue viva, y de que los niveles de la acción entre tierra y cielo se confunden. Una importancia especial tienen en esta obra los efectos cómicos, que a menudo se entremezclan con la temática homosexual. La comicidad se basa principalmente en una caracterización lingüística, en un sociolecto andaluz que utilizan sobre todo la misma Mariquita y sus dos amigas, Nuria la prostituta drogadicta y Valeria la ya mencionada autora lesbiana.
Una gran parte de los efectos cómicos resulta del tratamiento blasfémico de los valores cristianos. García Larrondo los trata aparentemente sin respeto, cuando por ejemplo hace hablar a la Virgen María de sus problemas de salud, sobre todo del aparato intestinal. Igualmente irreverente parece que el musulmán Abdul sea el único que puede ver a la Virgen María durante sus apariciones milagrosas en la tierra. Además se menciona a menudo el sexo desproporcionado del marroquí. Él, que fue su asesino, recibe el encargo por parte de la Virgen de salvar el alma de Mariquita. Lo consigue sacrificando su propia vida y llevando el cuerpo de ella desde las profundidades del mar hacia la eternidad. La clara alusión al mito de Orfeo mezclado con los contenidos de la fe cristiana apunta de nuevo a la manipulación particular de las tradiciones culturales por parte de García Larrondo.
A pesar de todo se esconde detrás de las burlas a primera vista imprudentes un significado más profundo: a un nivel más humano dan testimonio de la exigencia de los marginados de ser aceptados también por la comunidad cristiana. Homosexuales, prostitutas y otros alejados de la sociedad acaparan para ellos a la Virgen María y encuentran en ella una patrona e intercesora. Como figura mística reside en el centro del mundo y por un lado asistimos a su aparición con pompa y solemnidad barrocas y por otro se nos acerca como personaje imperfecto y por lo tanto humano.
El espectador se encuentra con el tema de la homosexualidad en el momento cuando sabe que Juan se ha separado de Mariquita después de un matriomonio de muchos años por la culpa de otro hombre. En seguida vemos que el autor tiene una manera muy particular de tratar el amor entre el mismo sexo. Aunque García Larrondo se acerca en su tratamiento del culto mariano a veces a una estética camp (véase arriba el artículo de Dieter Ingenschay), sus personajes homosexuales no se definen a través de ella. Hay que preguntarse en general, si alguién de la larga lista de dramatis personae puede ser llamado homosexual según las definiciones convencionales. García Larrondo entiende el ser homosexual como una variante de amor entre muchas y en un contexto digamos normal. Nadie se mueve en guetos, nadie revindica los derechos específicos de los homosexuales, sino que se intenta bajo las condiciones cotidianas, conceder a los homosexuales un sitio en la sociedad. Mariquita misma no es lesbiana y sus problemas son de carácter general. Su miseria no resulta del hecho de que un marido gay la haya abandonado. Es más bien víctima del mundo machista, del que los hombres maricones tampoco se libran. Nuria acierta cuando dice: “Mariquita es la consecuensia de esta sosiedá machista y exploradora. Ahí la tiene, que paese una pordiosera, sin sabé ni escribí, ni trabajá en ná, ni ná” (Mariqiuta aparece ahogada en una cesta: 116). Queda muy evidente la intención de García Larrondo al final de la obra, cuando la Madre de Dios aboga contra la exclusión de todos los grupos marginados de la sociedad, los homosexuales, los drogadictos, extranjeros, prostitutas y un largo etc.:

VIRGEN MARÍA: [...] ¡Nadie puede erigirse con la verdad absoluta, ni muchísimo menos imponerla por la fuerza sobre los demás! Por eso, no se puede juzgar a nadie por lo que piense, sienta o practique. Eso es trabajo de Dios, o de una servidora, que también está aquí para algo. ¡Hay que vivir intensamente en lo que uno crea de verdad! (Mariquita aparece ahogada en una cesta: 164)

En la obra aún no publicada Agosto en Buenos Aires el protagonista Manolo pide de forma muy parecida tolerancia y decisión libre en asuntos de amor, después de que la maga Hiperbórea Mallé haya conseguido desanamorar a su novio Zacarías mediante un filtro de amor. En esta pieza de 1996 aparecen tenientes y curas homosexuales y las demostraciones del amor entre hombres se viven abiertamente en los escenarios como en El último Dios.
La Cara Okulta de Selene Sherry podría ser leída como segunda parte de Mariquita aparece ahogada en una cesta. La obra, estrenada en enero de 1999 en el Teatro Príncipal de Puerto Real (Cádiz), se abre con una carta que Valeria dirige a Santa Rita, patrona de las cosas imposibles, y donde la autora de bestsellers y amiga de Mariquita desarrolla en continuación del epílogo arriba citado su propia idea de una utopía social:

A pesar de todo, siempre me repugnaba que la «normalidad» de los que no pensaran o viviesen como yo, tuviese que quedar como superior o excluyente de la mía. Eso sí que es abusivo y reaccionariamente anormal, ¿no? [...] Una pareja heterosexual sobrevive con los problemas cotidianos: la infidelidad, la enfermedad, la soledad, el aburrimiento. En cambio, una pareja del mismo sexo – o de cualquier inclinación – además de sobrevivir con todo eso, tiene que okultarse [...] de una sociedad hipócrita y llena de mentiras, tiene que luchar contra los miedos, la incomprensión, la marginación íntima, propia y añadida, contra los medios de comunicación, contra la «normalidad», en síntesis (La Cara Okulta de Selene Sherry: 184f.).

De ahí la injusticia que sufre también la escritora cuando intenta publicar sus poemas de amor dirigidos a mujeres. No puede renunciar a ello, puesto que se niega a vivir en la «normalidad», y ruega a Santa Rita para que todos, también los homosexuales, encuentren la felicidad en su vida. A este deseo bastante ingenuo añade otro para que su obra La Cara Okulta se pueda ver en algún momento en un escenario. La autora Valeria sabe que la sociedad sólo cambiará cuando se estrenen piezas como esta en sus teatros. En este contexto de las explicaciones en el prólogo se debe también entender el título de la obra: la cara de Valeria aún oculta en Mariquita aparece ahogada en una cesta ha pasado mientras por un outing, “aunque espero que, en el futuro, sean otras generaciones más inteligentes y libres las que lo hagan por mí y por los que, clarividentemente, nos precedieron” (La Cara Okulta de Selene Sherry: 187).
Después de este prefacio espistolar arranca la acción en el preludio con el entierro de Valeria. Después de que el cortejo fúnebre haya desaparecido y sólo quede delante de la tumba abierta su amiga y amante Meteora Malle, ésta última abre el ataúd. Sale Valeria y el espectador se da cuenta de que la muerte y el funeral fueron simulados. Valeria, que no podía olvidar que en Mariquita aparece ahogada en una cesta fue testigo de la aparición de la Virgen, quiere centrarse ahora en la aclaración de este hecho inverosímil. Abre la tumba de Mariquita y efectivamente la encuentra vacía.
La primera escena del primer acto nos sitúa junto a Mariquita en el cielo. Allí todo funcciona como en la tierra con la excepción de que los inquilinos de la eternidad viven su sexualidad libre y naturalmente. Hombres duermen también con hombres, incluso el padre de Marquita mantiene relaciones amorosas con un ángel, de lo que se queja su mujer. El cielo como paraíso de los homosexuales, este juego con la contrafigura de nuestro mundo demuestra de nuevo, más allá de sus implicaciones blasfemas, que el deseo homosexual por sus carencias en la tierra tiene que ser presentado de forma utópica. A la utopía homosexual, que por supuesto tiene que ser leída como mensaje satírico, sólo se niega el novio de Mariquita, Abdul.
En la segunda escena la Virgen María pide a Mariquita un favor: después de casi dos milenios está cansada de su labor y está buscando una digna sustituta. Mariquita debe transmitir a la nueva Regina Coeli el feliz mensaje e introducirla en las condiciones celestiales. La elegida es Valeria. La anunciación debe tener lugar durante un eclipse lunar, y a la vez se completará la creación divina, en el sentido de que finalmente se llegará a extender entre los hombres el amor. En el segundo acto Mariquita se reencarna como Selene Sherry y el espectador es testigo de cómo la líbido humana experimenta una nueva realización. Seres extraterrestres transportan el virus Andrógino en sus cuerpos y éste afecta

especialmente a matrimonios y personas sometidas a grandes presiones psicológicas, produciendo, entre todos aquellos que empiezan a mostrar sus síntomas, una gran sensación de paz y un rechazo a las costumbres y a las pautas convencionales de nuestra moral tradicional. [...] Los efectos de este singular «virus de amor» no paran de sucederse, y en este sentido, es tremendamente significativo que, en las últimas horas, numerosos juzgados de todo el mundo se hallen colapsados ante las multitudinarias demandas de divorcios. Hombres y mujeres que antes lo ignoraban o que jamás se atrevieron a contarlo, se ven felizmente impulsados por cierto afán de sinceridad, sin ningún temor, hacia la búsqueda de su amor puro y verdadero. A nuestra redacción no han dejado de de llegar cientos de adhesiones de destacadas personalidades de la política, el ejército y el espectáculo, en las que reconocen abiertamente su «condición» de homosexuales e invitan a todos aquellos que lo necesitaran a que hagan lo mismo. (La Cara Okulta de Selene Sherry: 284)

A través del comportamiento homosexual esta forma de contagio causa en los tiempos del SIDA en vez de la muerte una nueva vida más realizada y por lo tanto más feliz. De nuevo es la Virgen María quien proporciona el fondo ideológico: presenta el mito de la orientación sexual de la humanidad, en el que la variante homo ocupa un sitio central. Su base está en las explicaciones de Aristófanes sobre el origen del género humano en el Symposion de Platón: entre los seres humanos en un primer momento existía, aparte de los sexos masculino y femenino, también una variante andrógina. Después de ser divididos en dos partes como castigo de su orgullo, buscaron su otra mitad. Las medias mujeres no se interesaban por los hombres y se sentían atraídas por el mismo sexo. De ahí las mujeres lesbianas. De la misma forma perseguían a los hombres los que fueron separados del antiguo e íntegro sexo masculino. Y desde la edad de niños amaban según Platón a hombres y se ponían contentos cuando abrazaban a hombres. Quien los considere deshonestos miente, porque no actúan, según Aristófanes, por falta de pudor, sino que su valor y su masculinidad buscan y aman lo correspondiente.
Con la ayuda y la manipulación del conocido mito platónico, García Larrondo consigue fijar la nueva identidad sexual en la tradición del occidente. El amor homosexual se iguala a la heterosexualidad, que se presenta además como variante andrógina, y de esta forma es revalorizado culturalmente. Desde esta perspectiva la repetida aparición de la mezcla entre antigüedad y valores cristianos se debe interpretar como negación de la división de la humanidad en seres hetero y homosexuales. No es casualidad que la crítica literaria sobre nuestro tema remita a menudo a las correspondencias homosexuales en el culto masculino en las culturas griega y cristiana (Kosofsky Sedgwick).
En el cuarto y último acto de La Cara Okulta somos testigos de cómo Valeria efectivamente es elegida reina del cielo, y en el epílogo encontramos a la auténtica Virgen María junto a Mariquita charlando en una playa turca. No es necesario señalar que las últimas frases de María se refieren a cualquier forma posible de la realización del amor: “¡Ya basta de lágrimas por amor! El amor es belleza y alegría. Amor es un demonio que hace felices a los hombres y a los dioses, el que nos da paz y consuelo para el dolor, el que pacifica los océanos y los vientos, aún más, el amor es el más antiguo de los dioses: ¡Es todo!“ (La Cara Okulta de Selene Sherry: 399).
Queda en evidencia que Juan García Larrondo provoca tanto en Mariquita aparece ahogada en una cesta como en La Cara Okulta de Selene Sherry, sobre todo por su trato poco respetuoso de los valores religiosos. Sin embargo, no lo emprende de forma ligera e imprudente, sino que apunta a una visión satírica de la Iglesia como institución y consigue de esta forma criticar su poderosa posición reaccionaria que no reconoce e incluso impugna el pluralismo y la diferencia hasta que todo se adapte a las normas convencionales y bendecidas. El sentido de las dos obras reside en el empeño en una tolerancia absoluta para una sociedad aún hostil por homófoba, como puede ser la de España o de Europa de hoy en día, o de cualquier otro sitio donde el autor sólo ve “tiempos sin esperanza, terribles” (La Cara Okulta de Selene Sherry: 409).
Para destacar de nuevo las carencias en la sociedad y el compromiso de Juan García Larrondo, Manolo, de la arriba mencionada pieza Agosto en Buenos Aires, va a concluir mi artículo contando sus pesadillas:

He visto a mi madre llorar porque, de pequeño, prefería jugar con la muñeca “Nancy” de mi hermana, en lugar de corretear de una manera absurda detrás de un balón, como el resto de los niños de mi edad. ¡Y por primera vez me he sentido culpable! ¿Por qué? – me pregunto – si abriendo el roperito, con los modelitos de la muñeca, se abrían para mí las puertas de la fantasía y de la belleza. He visto a mis alumnos hacer chistes de maricas y he escuchado todos los insultos que nunca antes oí. He visto a mis primeros amigos, compañeros de la adolescencia, a algunos de mis primeros amantes, casarse y formar familias. Les he visto luego buscar las miradas, las entrepiernas y los encuentros escondidos de otros hombres. He visto el lado oscuro, las tinieblas, la hipocresía y la represión de una sociedad que yo había pretendido diferente. He visto sus miedos y los he sentidos como míos. Cosas que creía superadas, traumas que pensaba que nunca volvería a sufrir, dolores y heridas que daba yo por cerradas, han vuelto a abrirse y he sentido repugnancia, primero hacia la especie a la que pertenezco y, luego, hacia mí. [...] Incluso he sentido cómo Dios se alejaba de mi lado y renunciaba a mí. [...] Soñé que me torturaban y me encarcelaban por ser un “invertido”. Mis ex-alumnos inventaban calumnias y también me acusaban de acoso y abuso sexual de menores, mi madre, destrozada por la vergüenza y por haber traído al mundo a un hijo pervertido, primero se consumía de la pena pero, luego, se recuperaba milagrosamente y se convertía en la fundadora de la “Liga Nacional de Madres contra la Homosexualidad”. ¡La paranoia colectiva! Los padres denunciaban a sus hijos, los hijos denunciaban a sus padres, y nos culpaban de todos los males y pestes del siglo, de la historia, en fin, que se escribiría a partir de ahora, con nuestra sangre... Y me he sentido enfermo, como un extraterrestre, ajeno a todo, a todos, incluso fuera de mí mismo. ¿Y por qué? ¿Por qué he soñado todo esto? No lo sé. Supongo que porque no estoy seguro de nada, en realidad, o porque ya estoy cansado de tenerlo todo en contra. Porque mis miedos son iguales a todos los miedos de los hombres, y no es justo que yo tenga que ser más fuerte que los demás. Entonces me he sentido anormal, a pesar de no serlo. (Agosto en Buenos Aires: 39 f.)

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Bibliografía Esencial

Obra Dramática editada del autor
- El Último Dios, SGAE, Madrid, 1989.
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- Celeste Flora, en Revista de la Asociación de Directores de Escena, nº 54-55,1996.
- Teatro de la Memoria, Altazor, El Puerto de Santa María (Cádiz), 1996.
- Seré Isla, I Premio de Teatro “Doña Mencía de Salcedo” 1999, La Avispa, Madrid,    2001.
- Noche de San Juan (Farsa, fábula y cuento para licántropos), La Avispa, Madrid,    2002.
- Teatro de la Memoria, Patronato del Festival Iberoamericano de Teatro, Cádiz, 2003.
- Ego sum lux mundi. Los Siete Pecados Capitales, Consejería de Cultura de la Junta de    Andalucía, Sevilla, 2004.

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- Convención Teatral Europea: “The European theatre today”, The plays, nº 3, Bruselas,   1997.
- De Fuertes, Juan Carlos: Reseña en Revista Páginas, nº 2, Jerez, 1991.
- De La Llana Del Río, Julián : “Amor Sin Límites”, Diario de Soria, 11 agosto 1994.
- Escolano, Mercedes: “Un mar de emociones”, prólogo a Teatro de la Memoria,    Patronato del Festival Iberoamericano de Teatro, Cádiz, 2003.
- Esteban Poullet, Rafael : “Tríptico de la Memoria”, en Teatro de la Memoria, Altazor,   1996.
- Gil Cano, Mauricio: El Periódico, 30 diciembre 1989.
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- Web de la Asociación de Autores de teatro: www.aat.es

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