...Entra ADRIANO, ligeramente
más joven que en un principio se presentó. Su tez morena,
sus cabellos y barba dejan asomar algunas canas y posee una estructura
fuerte y varonil. Es ahora un hombre vitalista y alegre, aunque nos
parecerá cansado. Le acompaña el médico HERMÓGENES
y el servidor negro EUFORIÓN, que le desvestirá de los
atavíos de emperador).
ADRIANO:
(Sirviéndose algo de beber). ¡Ah, Egipto! Todo
aquí es tan grandioso... ¡Tan monumental!... ¡Tan
inaguantable!. (Ve a SABINA). ¡Sabina! ¿Qué
tal estás. (La emperatriz se le acerca y se besan con austeridad).
SABINA:
Mucho mejor ahora.
ADRIANO:
Ya me comentó Hermógenes. Veremos si Egipto ejerce buenas
influencias en ti. ¿Ya te marchabas?
SABINA:
(Duda). ¿Te importa que me quede entre vosotros?
ADRIANO:
Desde luego. Hermógenes y yo comentábamos que con todo
esto del aniversario de la muerte de Osiris, los cánticos de
los sacerdotes egipcios nos van a embalsamar los oídos...(Risas).
HERMÓGENES:
Cierto, César. Aunque no podemos negar la sutil belleza de
esas composiciones tan ancestrales.
SABINA:
A mí me levantan dolor de cabeza.
ADRIANO:
(Al esclavo). Gracias Euforión. (Se acomoda).
La verdad es que empiezo a hastiarme de este país. Sería
conveniente pensar en zarpar hacia otros puertos, ¿no?
SABINA:
¿Otro viaje? Pero si, prácticamente acabamos de llegar.
¿Volvemos a Roma?
ADRIANO:
No, no. Sabes que tú puedes volver a Roma siempre que lo desees.
Desembarcaré en Gaza y, luego por tierra iremos a...
HERMÓGENES:
(Entusiasmado). ¡Jerusalén!
ADRIANO:
(Cordial). No, Hermógenes, no. Jerusalén, no.
¡Elia Capitolina! Sobre las ruinas de la rancia ciudad judía
levantaré una de las más grandes metrópolis de
Oriente, y en nada tendrá que envidiar a la populosa Antioquía
o a la mismísima Alejandría. Mi deseo es que reciba
el nombre de mi gentilicio y el del gran dios: ¡Elia Capitolina!
Los elios de Itálica darán su nombre a la ciudad innombrable!
¿No es sugerente? (Todos se disponen libremente alrededor
del pódium de la escultura imperial y charlan amigablemente).
SABINA:
Eso te traerá nuevos problemas, Adriano.
HERMÓGENES:
¿Y después? Es decir, eso si el pueblo judío
y sus celotes no nos aniquilan en una revuelta.
ADRIANO:
(Ríe). Luego Petra, Palmira, Antioquía y...Grecia.
Mi amada Atenas. Tengo una gran necesidad de volver a ver el templo
de Júpiter Olímpico, y el perfil de la nueva ciudad
que se añade, día a día, a la del mítico
Teseo. Esta vez, haremos la ruta por tierra.
SABINA:
(Incómoda). Y...¿para cuándo Roma, César?
ADRIANO:
(Sin mirarla, contrariado). ¿Roma? Pues aún
no lo sé. Todos me acusan de no amar Roma, pero eso no es cierto.
Es hermosa, me gusta su color de mujer anciana. He ordenado Roma como
una casa para que el amo pueda ausentarse de ella sin que sufra por
su ausencia. Las monedas de mi principado llevan tres palabras significativas:
Humanitas, Felicitas, Libertas. Intento difundir estos principios
a todos los confines del imperio y no puedo garantizar la eternidad
de Roma sentado en un trono del Palatino. Donde yo esté, allí
será donde estará Roma. Todo a su tiempo, Sabina.
SABINA:
(Colérica). ¿Aún significa la palabra
“tiempo” algo para ti? ¡Hace años que no
pisas Roma! No aquí, sino en Roma es donde debe estar el emperador.
Me consta que pierdes el tiempo. Por ejemplo, ¿también
visitas ahora a hechiceras, César? (Silencio violento.
LUCIO, realmente elegante, entra en la estancia).
ADRIANO:
Deber, deber... ¿Cómo es el mundo que para ti debe ser,
Sabina? ¡Ah, Lucio! ¡Qué belleza! (LUCIO hace
un saludo de danza al emperador).
LUCIO:
Quizás llegue en un mal momento. En realidad puedo...
SABINA:
¿Es que yo nunca he de tener razón? ¿Acaso no
es cierto que prefieres la voluptuosidad de tus amantes a la sagrada
misión de reinar sobre el mundo?
LUCIO:
(Intercede). Creo que, mejor, volveré un poco más
tarde...
SABINA:
¡Quédate, Lucio! Todavía tengo que decir muchas
cosas que estoy segura de que te van a interesar.
ADRIANO:
(Atónito). ¿Te encuentras bien, Sabina? ¿Quieres
que Hermógenes te prepare algo?
SABINA:
¡No, maldita sea! No estoy bien. Llevo muchos años enferma.
¡Estoy enferma de amor! Necesito el cariño que nunca
me ha sido dado, el respeto que se me ha negado...¡Una mínima
señal de compasión! (Mira a todos, fuera de sí).
¿Es que nadie me entiende? (A ADRIANO). No me has
amado nunca, pero al verte amar como amas a ese niño, he tenido
ganas de morirme. Todos mis sueños se han vuelto pesadillas,
todo lo que construí, se me ha venido encima. (La sombra
de ANTINOO atraviesa, silenciosa la escena). Publio Elio Adriano...mi
amor. (Llora). Augusto, hijo –por mi amor– de
Trajano y de Nerva. Conquistador de los partos...Sumo pontífice.
(Ríe). Tres veces cónsul y ya no sé
cuántas vencedor...¡Padre de la patria! ¿De qué
patria? No de la mía, no de los hijos que nunca tuve...Sí,
estoy enferma, y ya no puedo guardar más silencio. ¡No
me mires así! ¿Me oyes? No soy un adorno, ni un objeto
que se pueda arrastrar por todo el Imperio a tu antojo. Tampoco soy
un cargo honorífico, amado esposo. ¡Yo soy tu mujer!
(Se acerca a él, cariñosa, lo besa con pasión).
Una mujer de carne y hueso, ¿no lo ves? Vamos, ¡tócame!,
(ADRIANO, casi obligado, lo hace. ANTINOO, que lo presencia todo
en silencio, desaparece lentamente). Te necesito tanto...(ADRIANO
la besa en los labios. SABINA se opone con una mueca de repugnancia).
Pero tú lo quieres tener todo, y yo tengo un precio. Olvídate
de ese niño, te lo suplico. ¿Acaso ves en él
el hijo que no tienes? Si me amas, yo te lo daré. Vuelve a
Roma conmigo, y yo gobernaré junto a ti, y te serviré
más que a nadie, como debe ser...
ADRIANO:
(Apartándola con suavidad). No deseo tu mal, Sabina.
Ni deseo que me sirvas. Nunca te pedí que vinieras, creo que
nunca te he pedido nada. Jamás te he mentido, aunque siempre
te he agradecido tu prudencia. Mis verdades, en realidad, tampoco
son de las que deban decirse a voces. Vuelve a Roma o quédate
aquí, como quieras. Pero no me pidas lo que sabes que nunca
te voy a poder dar.
SABINA:
(Perdida). Como siempre, tienes razón. ¡Qué
lástima de mí! ¡Qué vida vivida en vano!
Supongo que ya sólo puedo vivir entre mis mentiras. Sí,
quizás me marche de Egipto...¡Estoy tan cansada! (Parece
que va a desmayarse. HERMÓGENES y LUCIO van a ayudarla).
¡Dejadme! ¡No me toquéis! (A ADRIANO).
Ninguno de vosotros sois lo bastante hombres como para que pongáis
vuestras manos sobre mí. ¿También en eso me equivoco,
César? (Largo silencio). Naturalmente. (Se marcha
humildemente. Todos quedan preocupados y callados).
HERMÓGENES:
(Intentando suavizar la situación, a Lucio con complicidad).
Quizás también nosotros deberíamos retirarnos
y dejar al César descansar un poco. La jornada ha sido dura
y...
ADRIANO:
No es necesario Hermógenes. Está bien. (Hace un
esfuerzo por recuperarse. Se sienta y se muestra más animado)
En fin... ¿Dónde está el niño? (Lo
busca). Tampoco he visto a Chabrias...
LUCIO:
(Algo indeciso). Pasaron un rato en el gimnasio conmigo.
Supongo que estarán chanceándose de algún vendedor
de sandías por Rhakotis...
HERMÓGENES:
(Risueño). Me atrevería a sospechar que el
bueno de Chabrias le estará enseñando todos los libros
de filosofía de la gran biblioteca...
ADRIANO:
Estaba pensando...¿Qué os parece si hacemos una excursión
hasta Hermópolis? Podemos ir todos. Remontaremos el Nilo, volveremos
a visitar las pirámides y así nos alejamos unos días
de Alejandría. No me gustan todos estos cánticos de
muerte y, creo que a Antinoo tampoco. ¿No lo habéis
notado?
HERMÓGENES:
¿El qué, César?
ADRIANO:
Su obsesión por la muerte. (LUCIO se ausenta, pensativo).
En realidad, me preocupan sus silencios, últimamente muy frecuentes.
Todo parece afectarle más de lo común. Y esa locura
por protegerme. A veces, me despierto súbitamente en la noche
y me lo encuentro frente a mí, como un centinela que vela por
mis sueños. Llora y ríe con la misma facilidad. Se entrega
a los placeres como si fuese la última vez que pudiera disfrutarlos.
Y no entiendo el porqué.
LUCIO:
Pero, eso es maravilloso, ¿no?
ADRIANO:
Pero no es lo habitual en él. Bueno, a mí me parece
que está triste y misterioso. Desde que llegó la emperatriz
no suelo verlo muy a menudo. Creo que no le apetece jugar, ni cazar,
ni aprender todas las ciencias que antes tanto le fascinaban.
HERMÓGENES:
Su mal, mi señor, no es físico, sino del alma.
ADRIANO:
¿Qué sabes tú de eso, amigo Hermógenes?
Habla, por favor.
HERMÓGENES:
A su edad aún no se encuentra muy definida su verdadera naturaleza.
El adolescente empieza a ser hombre y es probable que, en ocasiones,
se vea solo o necesite respuestas nuevas ante situaciones que antes
no llegó nunca a cuestionarse. Pero no veo que tengas que preocuparte
sino, más bien...que le des la mejor medicina que hasta ahora
he conocido: el amor...
ADRIANO:
¡El amor! Estoy haciéndome viejo, Hermógenes,
y Antínoo ya no es el niño incansable en juegos, revoltoso
e inocente que hizo sucumbir a un emperador ávido de amor en
aquel palacio de Nicomedia. ¿Recuerdas? Como un atleta ático
o como un jinete parto me mostraba hace meses su hombría cazando
aquel enorme león en Libia. Amor, amor griego en su amplitud.
Nosotros también éramos como esos camaradas de un tiempo
más noble que compartían en la batalla la gloria y la
ternura. ¿Recordáis aquella ascensión al Etna?
¡Gritaba y se adelantaba al cortejo como un fiel perro ahuyentando
cualquier peligro para el amo!. ¿Os acordáis?
HERMÓGENES:
Yo me temo que no, César.
ADRIANO:
¿No?
HERMÓGENES:
¿Acaso olvidaste que me quedé sin aliento mucho antes
de alcanzar la cima del volcán? Lo único que recuerdo
–eso sí– fueron las burlas del niño. (Todos
ríen).
LUCIO:
(Triste). Todos hemos sido niños.
ADRIANO:
(Tierno). Mi buen Lucio. Yo sé que tú sí
te acuerdas. De eso y de muchas cosas más, ¿verdad?.
(LUCIO sonríe). De hecho, has sido tú quien
has tenido que recordarme que Antínoo cumplirá pronto
20 años. ¡20 años!. He pensado ofrendarle un nuevo
halcón, aún más hermoso que el que sacrificó
por mí. ¿Creéis que le gustará?.
LUCIO:
(Asomado a una de las ventanas). Pregúntaselo tú
mismo. Ahí llega con Chabrias.
HERMÓGENES:
(También asomado). Y Chabrias viene pálido.
(Ríe). No, no creo que hayan ido a la biblioteca.
LUCIO:
Yo, con tu permiso, me retiro a mi barco. Vendréis hoy a cenar
a bordo, ¿verdad? Los actores están ensayando una pequeña
comedia que os he escrito y no podéis perdérosla. (Ríe).
César...(Con una exagerada reverencia se marcha).
(HERMÓGENES
se retira también. El emperador observa su propia imagen en
la escultura, mientras aguarda nervioso la llegada de ANTINOO sentado
en su trono e intentando fingir su ansiedad. Entra en escena ANTINOO,
cubierto de sudor, que queda sorprendido por la presencia imperial.
Intenta disimular un poco su sensación de culpabilidad).
ADRIANO:
¡Que los dioses te bendigan, bello bitinio! (Alza una copa
que ofrece al griego. Éste bebe y se echa a los pies del emperador.
ADRIANO le acaricia el cabello). Tu cuerpo tiembla como si fueses
a desmoronarte, como si tu voluntad y tus pensamientos desaparecieran
ante mí. Antinoo...aquí estás, junto a mí,
y no es un sueño. Tu vida es servirme y amarme, posado y acurrucado
a mis pies, en silencio, como ahora, con los ojos cerrados, soñando...¿en
qué? (Pausa). ¿No me vas a decir de dónde
vienes?
ANTINOO:
(Duda). Fui a navegar, con Chabrias.
ADRIANO:
Debiste remar con fuerza, pues desde aquí noto los latidos
de tu corazón.
ANTINOO:
No sé. Remamos sin rumbo. (Sintiéndose acorralado,
cambia de carácter y, de un salto, se enfrenta al emperador,
cómico, como si fuese un viejo senador). ¿Y tú?
Háblame del balance de importaciones de grano! ¿No crees
que son descaradamente favoritistas con Roma? ¡Contesta, César!
Te lo suplica el senado de Alejandría. (Risas. Empiezan
a bromear y los dos caen al suelo).
ADRIANO:
¡Quieto! ¡Quieto! (Fingiendo solemnidad). ¿Cómo
te atreves a ofender de esta manera a tu emperador? (Le hace cosquillas,
ANTINOO grita y ríe. La presencia de la emperatriz SABINA atraviesa
silenciosamente la escena, observándolo todo). ¡Venga!
¡Dime ahora todo eso otra vez! ¡Vamos! (Risas. Los
dos quedan unidos, se miran y se besan con delicadeza). Te amo...
ANTINOO:
¿Sí? (Ríe). Pues yo no...
ADRIANO:
(Acariciándole). Te amo.
ANTINOO:
(Cediendo). Yo no...
ADRIANO:
Te amo.
ANTINOO:
Yo...Yo no podría dejar de amarte nunca. (Los dos se dan
súbitamente la espalda, apoyados uno contra el otro. Se vendan
los ojos, en una especie de juego habitual en ellos).
ADRIANO:
No te alejes nunca de mi vida, joven griego.
ANTINOO:
Todavía más, te prometo que siempre estaré contigo.
ADRIANO:
¿Estás sufriendo por mí? Cuando te miro así,
creo que te vas a romper, que te irás y que me volveré
loco.
ANTINOO:
(Se agarran las manos). Soy más fuerte que tú.
Tú eres el débil. ¿Y cuando sea viejo todavía
me amarás?
ADRIANO:
Yo ya estaré muerto, y volveré al mundo de los vivos
para besarte cuando duermas junto al que me ha de reemplazar.
ANTINOO:
No podré vivir sin ti. No amaré a nadie más que
a ti, y seré yo el que venga a buscarte para emprender el último
viaje. ¿Te colocarán sobre la lengua una moneda que
lleve grabado mi rostro? (Se desprenden de las vendas).
ADRIANO:
¡No digas eso! ¡Quiero volverme!
ANTINOO:
¡No! No tengas miedo de vivir. Yo te salvaré.
ADRIANO:
¡No! ¡No! ¡No puedo más! (Se vuelven
los dos y se miran fijamente). ¿De qué me tienes
que salvar?
ANTINOO:
De la vida, de los sueños, de los dioses que te envidian y
te engañan.
ADRIANO:
¿Por qué lloras? ¿Por qué están
apagados tus ojos? ¿Por qué te empeñas en alejar
de mí los buenos tiempos? (ANTINOO se incorpora y se aleja
del César).
ANTINOO:
No me gusta este juego. Es una tontería.
ADRIANO:
(Más natural). ¿Por qué? Lo inventaste
tú. (Pausa). ¿Qué te pasa? (Silencio).
ANTINOO:
Me siento triste.
ADRIANO:
¿Por qué?
ANTINOO:
No sé. (Se vuelve hacia el emperador). ¡Vámonos
ya de aquí! Los dos. Estoy cansado del séquito, de tantas
presencias extrañas. Vámonos tú y yo, como antes,
a un lugar donde podamos vivir sin miedo...
ADRIANO: Sí. ¿Y dónde está
ese lugar? Si existe, hace mucho tiempo que desapareció o todavía
no hemos sabido encontrarlo. No podemos huir de lo que somos, Antinoo.
(Paternal). ¿Ya no te gusta Egipto?
ANTINOO:
No, no es eso. Si pudiese volar, te agarraría y cruzaría
junto a ti las estrellas y el mar interior. Me gustaría ver
las colinas y las riberas de tu infancia y, luego, seguir más
allá, dónde no haya recuerdos. Te amo, y sin ti, me
siento vacío y solo, extraño a todo lo que no seas tú
o te aleje de mí. Sólo te tengo a ti, Adriano. Y si
tú te fueses de mi vida...¡Por favor! ¡Vámonos!
ADRIANO:
(Paciente). Pero...¡Eso no puede ser! ¡Es imposible!
¿A dónde íbamos a ir? No lo entiendo...¿Y
Chabrias?, ¿y Flegón? Son tus amigos, ¿no?
ANTINOO:
Sí, pero...¿No lo entiendes? Si tú me pidieses
que lo dejara todo por ti lo haría sin pestañear. ¿Por
qué, si me amas como dices, no podrías hacer lo mismo
tú por mí?
ADRIANO:
(Reflexivo). Sí, todos tienen razón. Has crecido.
ANTINOO:
Quiero cuidar de ti, envejecer contigo. Quiero despertarte por las
mañanas con mis besos y, tras la puesta de sol, darte mi calor
y cantarte viejas canciones hasta que te venza el sueño. Y
cuando llegue el final, quiero que me entierres o enterrarte en la
tierra limpia de una pradera, sin lujos ni cantos fúnebres.
Quiero fundirme contigo en la Madre Tierra, y que de nuestras manos
abrazadas, no quede más que el recuerdo de nuestro amor. Sí,
he crecido, y todo lo que he aprendido me lo has enseñado tú.
Eres todo para mí, y por eso temo por ti.
ADRIANO:
Pero, ¿por qué? ¿No eres feliz así? ¡Ay,
pequeño griego! Esa vida idílica de la que me hablas
no podrá ser nunca.
ANTINOO:
(Triste). ¿No?
ADRIANO:
¿Y Roma? ¿Y el Imperio?
ANTINOO:
Tú te irás y todo eso quedará. Conoces los oráculos.
Estás en peligro. Y tengo miedo.
ADRIANO:
¿Miedo por mí? ¿Por las palabras de la hechicera?
No se puede hacer caso a todo el mundo.
ANTINOO:
Ella te dijo que te fueras. Y todavía estamos a tiempo. ¡Vámonos,
por favor! ¡Por favor!
ADRIANO:
(Inflexible). Olvídalo, Antinoo. No puede ser.
ANTINOO:
No quiero perderte. Estoy preparado para todo, ¿me oyes?
ADRIANO:
Pero, ¿por qué? ¡Esto es increíble! Todo
el mundo quiere que me vaya de aquí. ¡Incluso tú!
Y todo por las amenazas de una hechicera. ¡Cómo si fuese
la primera vez que me vaticinan peligros! (Silencio). Pues
no, no podemos irnos todavía. (Pausa. Conciliador).
Haremos una travesía por el Nilo, ¿qué te parece?
(Silencio). ¡Contesta!
ANTINOO:
Si ése es tu deseo.
ADRIANO:
No me hables de ese modo. (Agotado). No sé qué
es lo que te ocurre últimamente, la verdad. Voy a descansar
un poco...¿vienes?
ANTINOO:
(Dolido). No. De ahora en adelante, si lo ves preciso, pediré
audiencia en Roma para verte, gran César.
ADRIANO: (Violento).
¡Basta ya! ¡Vete!
ANTINOO: (Tras
un largo silencio). No cabe duda de que algo te está cambiando.
El niño de tus caprichos se está haciendo un hombre,
crece y ya es más difícil que se oculte entre tus piernas.
Por eso te avergüenzas de mí en público. ¿Te
crees que no lo he notado? Ahora sucede que tienes un efebo que piensa,
que te hace preguntas a las que no quieres contestar. Me estás
echando de tu vida, lo sé. Pero yo me iré antes de que
dejes de quererme, para no hacerte más daño. Porque,
ya no me amas, ¿verdad? (Llora). Es porque soy mayor, ¿no?
¿Ya no te excito? ¿No te satisfago en el lecho? ¿Me
dejarás a mí, igual que dejaste a Lucio?
ADRIANO: Pero,
¿qué es lo que te pasa? ¡Sí, maldita sea!
¡Márchate! Quiero estar solo.
ANTINOO: (Casi
llorando, suplica). No me eches, por favor...
ADRIANO: (Emocionado).
No. No quiero que te vayas. (Se aproximan y se abrazan). ¿Qué
puedo decir que no haya dicho ya? ¿Que no me quieras más?
¿Es eso posible? No. Al querer mi felicidad, quiero la tuya,
pero no te doy más que tristeza. Te amo con locura, jovenzuelo,
pero no puedo amarte más: ¿Acaso no estoy siempre que
puedo junto a ti? ¿Acaso no te prefiero a los demás?
No, claro que no quiero que te vayas. No podría vivir sin ti,
no quiero que me dejes nunca. (Silencio). ¿Me estás
oyendo? (SABINA, desolada, huye desesperada. ANTINOO intenta hacer
lo mismo. ADRIANO se lo impide). No te vayas. Espera, por favor. ¿Qué
nos ocurre? Háblame. Sabes que no soporto tu silencio. Yo también
estoy nervioso, cansado de tanta muerte, de este maldito Egipto funerario.
Pronto nos marcharemos, te lo prometo. ¿Adónde quieres
ir?
ANTINOO: No quiero
ir a ningún sitio. Quiero volver.
ADRIANO: ¿Volver?
¿Adónde?
ANTINOO: Volver
a nacer. Volver a ser libre.
ADRIANO: ¿Libre
de mí? (Silencio).
(En ese mismo
instante ADRIANO advierte la presencia de FLEGÓN. Transforma
su actitud. ANTINOO continua silencioso).
ADRIANO: Entra,
Flegón. ¿Qué pasa?
FLEGÓN:
Perdón, César. Parece ser que el estado de vuestra esposa,
la emperatriz Sabina, ha sufrido un súbito empeoramiento. Me
ha rogado personalmente que vayáis a verla cuanto antes.
ADRIANO: (Severo).
Bien. ¿Dónde está?
FLEGÓN:
Hermógenes la está atendiendo en sus aposentos del Liceo.
ADRIANO: Iré
enseguida, Flegón. Gracias. (ADRIANO y ANTINOO se miran unos
instantes. FLEGÓN se marcha). Tengo que irme.
ANTINOO: Claro.
(Transición). Una mujer a la que apenas conozco me ha contado
hoy una historia muy triste. ¿Quieres oírla antes de
irte...?
ADRIANO: (Marchándose).
Ahora no puede ser. Luego me la cuentas, ¿de acuerdo? (Vuelve
a él). Mírame. (Lo obliga con dulzura). No quiero irme
así. (ADRIANO le seca las lágrimas y lo besa, antes
de desaparecer).
ANTINOO: ...Es
la historia de un hombre que decidió emprender un largo viaje
por el mar. Para ello, botó una barca en la que incluyó
lo que más amaba: su mujer, sus hijos, su hacienda y, además,
a su joven erómenos. Después de muchos días de
travesía y todavía en altamar, les sorprendió
una gran tormenta. Los hijos y la esposa se abrazaron al padre, y
ya no quedó un brazo libre para que el joven amante se aferrara.
La barca zozobró y se precipitaron todos al océano.
El hombre, desesperado, corrió a ayudar a su esposa y a sus
hijos en primer lugar. Cuando quiso volver a por su amigo, éste
había sido arrastrado por las olas y no pudo ya salvarlo. El
amor ahogará al fin todos los sueños y, como siempre,
no estás aquí ofreciéndome tu mano para que me
pueda yo salvar...
LA PRESENCIA
DE LA HECHICERA:
A la Puerta del
viento del Oeste:
Ra vive, la tortuga muere.
A la Puerta del viento del Este:
Ra vive, la tortuga muere.
A la Puerta del viento del Norte:
Ra vive, la tortuga muere.
A la Puerta del viento del Sur:
Ra vive, la tortuga muere.
ANTINOO: ¡Cantad, sí! ¡Cantad
a la muerte! La muerte es la salida, la victoria, la entrada a una
nueva vida...
¿Por qué me acuerdo hoy de ti, madre? ¡Qué
lejos veo tu cara y qué grises los verdes bosques de Claudiópolis!
(¿Le hablará a la escultura del emperador?).
¿De veras estoy tan solo? (Abraza con cariño la
estatua). ¿Quién dice que nuestro amor es imposible?
No sólo es posible sino que, aún más, durará
eternamente. Y no se podrá medir en esta vida llena de mentiras
y de miedos. ¿No lo entiendes? Eternamente enamorado de ti,
eternamente joven. (La HECHICERA se acerca, lo acurruca en su
regazo y le canta una canción de cuna primitiva). Algún
día tengo que contarte esta historia. En verdad eres el centro
de mi vida, de mi universo. Pero me he perdido en la oscuridad de
los tiempos. ¿Te acordarás de mí? ¿Servirá
de algo todo lo que tendré que hacer por ti? Por encima del
cuerpo y de la mente, pero con el cuerpo y con la mente, a pesar de
las mentes vulgares que no nos entiendan y detesten nuestra felicidad,
porque no eres dios, y porque lo pareces... Por tantas y todas las
cosas, yo te amo...(En letanía que acabará en susurro).
Te amo, te amo, te amo......
FRAGMENTO
2
Breve oscuro. Música alegre. Interior del barco de Lucio.
Un grupo de actores bailan y representan una singular farsa. El emperador
ADRIANO, LUCIO, HERMÓGENES y el resto del Séquito les
observan, mientras celebran una gran fiesta. Los platos y los números
acrobáticos se suceden con suntuosidad. LUCIO está pletórico.
CHABRIAS ha desaparecido y, con él, todo rastro de la escenografía
anterior.
UN ACTOR: (Tras una máscara, recita y
danza como en los dramas griegos el siguiente elogio). ¿Te
atreverías a quejarte, César? (Todos le observan
sonrientes y expectantes, acostumbrados a las excentricidades de LUCIO).
Y la verdad es que estás rodeado de todo lo mejor de la vida.
(Juguetea con el resto de los cómicos). ¡Ay,
Narciso que se bebió sus propias lágrimas! ¿Qué
más se puede desear? ¡Tan sólo eres el dueño
del mundo! Todo crece, se multiplica a tus pies, incluido el poder
de la vida y de la muerte. (ADRIANO niega sonriente). ¿No?
Quizás no de tu vida, pero sí de las que te rodean.
Por ejemplo, la soñadora emperatriz: ¡Sabina! Es, después
de todo, una matrona ejemplar. Siempre recta, púdica...¿virgen?...
En fin, la esposa que todo lo acepta con, a veces, indistinta resignación...
El monarca, pese a todo, mantiene su buen humor y hace gestos
de reproche a Lucio.
ADRIANO: (Al actor) ¿No te falta
la música?
UN ACTOR:
¡Sí! ¿Por qué no tocas la flauta, emperador?
¡Qué privilegio para Roma, para el mundo, tener un monarca
músico! ¡Vamos! Nadie toca la flauta mejor que tú.
Pero no me malinterpretéis...¡Adriano es, además,
un gran poeta! ¡Un inigualable artista! El César arquitecto,
el César estudioso de las estrellas y amante de los cuerpos
de los cómicos.... ¡Perdón!... ¡Quise decir
de los cuerpos cósmicos! ¡Aún más! Adriano,
protector de los actores y las artes. ¡Aún más!
(Salta al suelo). ¡Cientos de ciudades te admiran porque
las embelleces y reconstruyes, dándoles esplendor y seguridad!
Roma te ama. Itálica, Tarraco, Nimes, Atenas, Pérgamo,
Antioquía... (Ríe). ¡Todo el mundo te
ama!. Pero, ¿y tú? ¿A quién, que no seas
tú mismo, amas, emperador?
ADRIANO:
(Aplaude la representación). ¡Basta, basta!...¡Qué
gran autor podrías ser, Lucio! Pero te suplico que no sigas...Ya
he recibido demasiados insultos por hoy. (Silencio. Instantes
de tensión. Adriano sonríe). Aún eres joven
y te quedan por aprender muchas cosas. Aunque esas magníficas
dotes de dramaturgo te van a ser muy útiles cuando te dirijas
al senado y al pueblo de Roma como emperador...(LUCIO se enorgullece.
ADRIANO bromea). No hagas que me arrepienta, ¿de acuerdo?
(Risas, los actores saludan y siguen sus piruetas).
En medio
de la alegría, la inesperada entrada de ANTINOO, bastante ebrio,
provoca un breve silencio. Todos le miran. LUCIO, divertido, le lanza
una corona de flores que el joven griego atrapa en el vuelo. Vuelve
a sonar la música. ANTINOO danza seductor para el emperador
y acaba llevándoselo entre el séquito arengado por los
gritos cómplices de los actores. La cena va transformándose
en bacanal y apagándose lentamente hasta concluir en penumbras
y susurros. Se oye el cercano chapoteo de las naves flotando sobre
el río. La luz de las antorchas se extingue y, con ella, la
escena del banquete.
Amanece el
primer día del mes de Atir. Ruidos de viento y mar inquieto.
Vuelven los cantos fúnebres y la escenografía anterior
a la Fiesta de LUCIO. ADRIANO cubre con una capa y abraza la espalda
de su favorito. Ambos miran asomados a una ventana el renacimiento
del sol.
En el nacimiento
de Osiris,
el hombre cruzará lugares recónditos.
En el nacimiento de Osiris,
el hombre penetrará en los aposentos secretos.
En el nacimiento de Osiris,
el hombre perforará los montes.
En el nacimiento de Osiris,
se abrirán los valles misteriosos e incógnitos.
En el nacimiento de Osiris,
la luz y las transformaciones,
el hombre conocerá.
ADRIANO:
¡Qué frío hace hoy!
ANTINOO:
(Retozando entre los brazos del amigo). Sí. ¿Ves
el faro? (ADRIANO asiente). En el nacimiento de Osiris, la
luz y las transformaciones, el hombre conocerá.
ADRIANO:
(Sonriente). ¿Sí? Pues me temo que hoy los egipcios
van a celebrar la fiesta del nacimiento de Osiris con lluvia. ¿Ves
aquellas nubes? Hermógenes dice que antes de esta tarde habrá
una gran tormenta.
ANTINOO:
También tiene que tener su otoño Alejandría.
ADRIANO:
Y su invierno. (Señalando) Mira como el sol dora los
mármoles del faro. La ciudad de Alejandro sobrevivirá
a todas las estaciones. ¿Te gustaría que volviésemos
a visitar su tumba antes de marcharnos?.
ANTINOO:
(Asiente, misterioso). Adriano honrará al gran Alejandro
y Antinoo honrará al amado Hefaistión.
ADRIANO:
Chabrias te ha enseñado bien. Pero Adriano no ha fundado aún
su Alejandría.
ANTINOO:
Lo harás, y yo te mostraré el emplazamiento.
ADRIANO:
(Volviéndose hacia él). ¿Por qué
me hablas así? (Silencio. Lo peina con sus manos).
¿Y bien? Anoche bailaste como un poseído en la cena
de Lucio. Cantaste para mí y reíste como nunca habías
hecho antes. Y sin embargo hoy, al despertar, te he acariciado y me
he encontrado un rostro envuelto en lágrimas. ¿Por qué?
¿Por qué no puedes ser feliz? ¿Cómo te
puedo ayudar? ¿Quieres dejarme? Si es eso, si eso puede calmar
tus sufrimientos, hazlo. Yo lo aceptaré. Cualquier cosa antes
que seguir viéndote triste. (Antinoo se incorpora y le
da un largo beso).
ANTINOO:
Soy feliz, Adriano. Soy el ser más afortunado. ¿Podrás
disculparme por todo lo que te he hecho sufrir?
ADRIANO:
¿Disculparte? ¿Por qué? (Ríe).
A veces dices las cosas como si fuese la última vez que fuéramos
a vernos. (Pausa). Está bien, te lo perdono todo.
Pero, como penitencia, tendrás que amarme toda tu vida. ¿De
acuerdo?
ANTINOO:
(Silencio). Lo haré. Hasta el último momento
de mi vida, lo haré. (ADRIANO lo mira con seriedad. Luego
lo acaricia y sonríe confiado. Entra EUFORIÓN, que comenzará
a vestir al emperador).
ADRIANO:
¡Un día más! (Entra también FLEGÓN).
¡Flegón! ¡Buenos días! ¿Qué
tienes hoy para mí?
FLEGÓN:
El correo de Roma ya ha llegado. Os espera.
ADRIANO:
Gracias, Flegón. (FLEGÓN sale y después entra
con la comitiva. El emperador habla a ANTINOO). ¿Y tú
qué vas a hacer hoy?
ANTINOO:
Voy a darte mi corazón.
ADRIANO:
¿Y...?
ANTINOO:
Y buscaré el sitio para tu nueva ciudad.
ADRIANO:
¿Aquí? (Ríe).
ANTINOO:
Junto al Nilo, cerca de la ciudad de Alejandro.
ADRIANO:
(Alejándose). Pensé que no te gustaba Egipto.
ANTINOO:
(Casi como un susurro). No te vayas todavía...
ADRIANO:
(Casi sin oírlo). ¿Qué?
ANTINOO:
Nada...
(El emperador
saluda a los miembros del Correo, que entran portando legajos y documentos.
Este pasaje se desarrollará al fondo del escenario, iluminado
por una luz diferente y más tenue. Sus voces, que tratan asuntos
de gobierno, apenas si se escuchan. ADRIANO ya no ve a ANTINOO, que
quedará en un primer plano, más fuertemente iluminado).
ANTINOO:
(Arrodillado, junto al agua del río). Adriano...Ya
no puedo verte. Tengo frío, mucho frío. ¿Qué?
No, no te oigo. ¡Hablas conmigo? No te entiendo. Deja de llorar,
así podré comprender tus palabras. (La HECHICERA
danzará sobre el agua y mojará, con su ritual, al joven
griego). Yo nací en un bosque de Claudiópolis.
Muy lejos de aquí. Tan lejos, que ya tampoco puedo verlo. ¿Cómo
dices? ¡Habla más alto para que yo pueda oírte!
¡Adriano! ¿No ves que soy como el ave bennu? Mi pequeño
emperador, mi amigo y compañero. ¡Me hundo para que tú
puedas volar! Pero tengo tanto miedo. Tengo miedo a que un día
te vayas y me dejes en la orilla. Y el agua está fría
y oscura. No veo mi reflejo. Ven...¡Ven junto a mí! ¿Por
qué no vienes a salvarme? (Corta unos rizos de su cabello
y los quema en sacrificio). Ven y reconoce el cuerpo que tanto
has amado, el cuerpo ágil que ha de pesar como una gran piedra
y no volverá a jugar abrazado al tuyo. Aquí he de dejarlo,
para siempre, en los cimientos de una ciudad que hoy empiezo a levantar
para ti. (Tiembla). En el fondo del río hace frío
y me siento muy solo. ¿Adriano? ¿Adriano? ¡La
luz!...ya no te veo, ni te siento. ¡No me sueltes, Adriano!
(La HECHICERA lo sumerge lentamente y sin resistencia en el agua.
ANTINOO vuelve a tomar aire). ¡No! ¡Madre! ¡He
visto tu rostro! ¿Dónde estás? ¡Adriano!
¡Por tu vida, ven a salvarme! Aquí podremos amarnos siempre.
Y no tendremos que fingir más, ni sentiremos el temor de la
despedida, ni nada importará que llueva sobre Alejandría.
Saldrá el sol. Yo lo llevaré siempre junto a ti. ¡No
me olvides nunca! ¡No me sueltes nunca, por favor! (Rápido).
¡Yo nací en un bosque de Claudiópolis! ¡Yo
nací en un bosque de Claudiópolis! ¡Yo nací
en un bosque..! ¡No me dejes solo! ¡No me sueltes! ¡No!...(La
HECHICERA vuelve a sumergirlo, hasta concluir el sacrificio).
Hay un hombre
solo
que llora en el puente de un barco.
De cabellos grises.
De cabellos grises.
Hay otro hombre solo
que llora en el ribazo de un río.
¡Ay, Dios de las agonías!
¡Ay, Dios de las agonías!
(Todo parece
apagarse. Todo desaparece. En el oscuro, aún podrán
oírse los llantos de un niño y una triste canción
de duelo, incomprensible, que canta una hechicera cerca de Alejandría.
Comienza a llover sobre el Nilo. Una luz gris nos vuelve a descubrir
en la escena al emperador, muy inquieto, junto a CHABRIAS. Movimiento
de esclavos que entran y salen buscando al favorito por todas parte).
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