¿A QUÉ VENÍA YO?
Entremés de los Hermanos Álvarez Quintero


La acción, en Andalucía:
Sevilla, calle Alminar.
Salita fresca y sombría;
menaje de buen pasar;
hora, la del mediodía.
Una puerta para entrar,
ventana con celosía…
y pare usted de contar.


Las anotaciones de los autores van en letra cursiva de color rojo

Aparece sola la estancia, y a poco salen Amparito y Doña Lía. La primera, muchacha de dieciséis o diecisiete primaveras  —¡todos los años hay jovencitas de esta edad!—, se halla muy acicalada y compuesta: se conoce que espera a alguien; por la ventana, acaso. Doña Lía es una señora frescachona y muy charlatana. Confiesa 48 años; debe tener, por lo tanto, 52 ó 53. Hablan las dos con el gracioso acento de la tierra andaluza.

Amparito
Doña Lía
Amparito

Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía

Amparito
Doña Lía





Amparito
Doña Lía













Amparito
Doña Lía

Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía





Amparito
Doña Lía



Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía


Amparito
Doña Lía



Amparito
Doña Lía

Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía

Amparito
Doña Lía





Amparito
Doña Lía


Amparito
Doña Lía


Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía


Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía



Polito
Doña Lía
Polito
Amparito
Doña Lía


Polito
Doña Lía
Polito
Amparito
Doña Lía


Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía



Amparito
Doña Lía




















Amparito
Doña Lía










Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía


Amparito
Doña Lía




Amparito








 

Pase usté, señora.
Muchas grasias. ¿De manera que su mamá ha salío?
No hase ni dos minutos. No sé cómo no se la ha encontrao usté en la casapuerta. Si quiere usté esperarla…
Si no molesto, aguardaré un ratito.
Siéntese usté.
Muchísimas grasias.
¿Usté es amiga de mamá?
No tengo ese gusto; venía a conoserla presisamente. Es desí, venía… ¡Ya verá usté a lo que venía! Claro que a conoserla, pero además venía… ¿Tardará mucho?
No le puedo desí… Ha ido a la caye de Bailén a tomá informes de una criada…
¡Ah! el disco diario… ¡Cómo está el servisio! ¡Cómo está el servisio de esta Seviya! ¡Cómo está ese ganao! Hay quien dise que son familia. Y sí que son familia, ¡porque dan una de disgustos! El domingo tuve que poné a una en el arroyo, porque, si no, me da un hervó de sangre… Bueno, yo soy muy vehemente, muy nerviosa… ¡Muy nerviosa! El agua de asahá es mi alimento… ¡Soy muy nerviosa! Y aquel demonio era contra mis nervios. ¡Qué fiera! ¡Qué tarasca! Susia, mal hablá, escandalosa… ¡atea!
¿Matea?
Atea, atea… Que no creía en Dios ni a tres tirones… ¡Y lo tenía que desí y que jurá a cada triquitraque! Ponía la sopera en la mesa dando un golpetaso, y soltaba, con un bufío:
— ¡No hay Dios!
— Bueno, Atanasia, es su pensá.
—¡No hay Dios!
—Como usted quiera.
Traía los garbansos, o unas pescadiyas, o el postre, y ¡venga maltratá a los platos!:
—¡No hay Dios!
Ni Dios ni vajiya, como usted se hará cargo. Mi marido, que es muy creyente, sufría mucho: porque mi marido piensa que si no hubiera Dios a él lo echaban de la ofisina… Está colocao en el escritorio de una fábrica de aseitunas, y no es que no trabaje bien, es que… ¿lo adivinas, hija? las operarias, las aseituneras…
Pero bueno, tú te dirás: no será esto lo que quiere esta señora hablá con mi madre…
Supongo que no.
(Fijándose en un retrato que adorna un mueble)  Supongo que no, dise.  ¿Este es tu padre?
Sí, señora.
Muy guapo.
Ahora está ya más viejo.
¿A quién se parese este hombre?
A mí, disen…
A ti, un poco, pero yo le encuentro otro paresido… ¿a quién, a quién…? Bueno, yo tengo la monomanía de los paresidos. ¡Y sufro mucho! ¡Mucho! ¿A quién se parese tu padre? Es a… a… No. Te advierto que saco las semejanzas más extrañas… A lo mejó tu padre me recuerda a un anunsio, al león de una fuente… El otro día me pasé media hora discurre que discurre, cavila que cavila, hasta que di en que un mochuelo que hay en una tienda de la Campana —un pisapapeles— es iguá, iguá a un notario vesino mío.
¡Ja, ja. ja!…
Te ríes. Ya te digo: dos gotas. Y me ha ocurrido más. ¡Ahora sí que vas a reírte! Vi un día en un cortijo una codorní en una jaula, y lo de siempre, ¿a quién se parese esta codorní? Y dale, y vuelta, y no me abandonaba la idea, y ya era osesión, y sin caé. Y de pronto…
¿A quién se paresía?
A mí.
¿A usté!
A mí.
¡Ja, ja, ja!…
¿No te dije? Yo no sé en lo que consistía… El peinao que yevaba yo, los ojos, que se me habían irritao con e! aire campero; la coló del pico del pájaro… En fin, que me fui a mi casa dando gorpes.
Como la criada.
Otra clase de gorpes. ¿De qué hablábamos? Ya me perdí… Este visio que me consume de charla venga o no venga a cuento… Anoche le pregunté a mi médico —don Servando Corrales—:  Don Servando: ¿Cómo me encuentra usted la lengua? Y va y me dise: —Un poquito fatigá la encuentro ¿Eh? Tuvo grasia… ¿A qué venía yo?
A mí no me lo ha dicho usté toavía, señora…
No, no te lo he dicho… y no te lo he dicho…, ¿por qué no te lo he dicho? ¡Ay, qué cabeza! ¿A qué venía yo?
A desirme que a su esposo le gustan las aseituneras.
No me tires de la lengua niña.
Me parese que no hace falta…
¡Ay, qué ánge tienes…! Tienes muy buen ánge.
Es favó.
Pero, ¿a quién me recuerda tu padre? ¡Ah! Por el hilo el oviyo; de una cosa en otra… Ya caigo: he venido a vé a tu madre.
Justo. Eso me dijo cuando entró.
Ya está, ya está… A ver a tu madre, a ver a tu madre… ¡A ver a tu madre he venido! Qué cabesa la mía… Se sale, se sale.  Sierto que la memoria es una facurtá muy rara, muy caprichosa… Yo estoy perdiíta de eya, ¡perdiíta! En cambio mi marido… ¡Uf! Mi marido, ¡qué memorión! ¡Lo que aprende una vez se le clava en los sesos! Te dise los reyes godos de carreriya, los sabios de Gresia, con qué tierras confina la Patagonia, las maraviyas der mundo… ¡Oh! Un asombro, un asombro…
No se le orvida  ná más.… que está casado, ¿no es así?
Así es, así es; se le orvida, se le orvida con frecuensia… Pero yo se lo recuerdo a diario… ¡Ay, los hombres! Ya te irás enterando… Son, son… ¡son unos piyastres…! ¡Ea! ya me perdí otra vé… ¿A qué venía yo?
A poné a su marido como un trapo.
Y lo merese. Yo no venía a tal cosa, pero ¡ya que sale la conversasión…! Es un fresco, un fresco. Ve unas fardas, y ya lo tenemos con las pajariyas contentas. ¡Ya, ya te irás enterando!
¿Yo?
Tú.
¿De… de lo pendón que es su marido?
De lo pendón, y de lo truhán, y de lo hueso…
Pero ¿a mí, señora…?
A ti, a ti. A ti te importa, y mucho. No hay por qué sin por qué. Yo creía que er que me había tocao en la rifa era el hombre más enamorao, más chulo, más sinvergüensa y más mujeriego que había nasío en Seviya, en España, en er mundo… ¡y ha nasío otro!
¿Sí? ¿Cuándo?
A los nueve meses de casarme yo con su padre.
¿Un hijo?
Un hijo que me va a dejá calva, calva como una sandía… ¡Ay, Señó, qué criatura!
(Alguien se ha detenido tras de la celosía. Amparito, que en este momento se halla un tanto confusa por las palabras de su interlocutora, y ante su mirada inquisitorial, se levanta. Polito habla desde la calle).
Sielito.
¿Qué?
Sielito.
Es a mí.
No, no: es a mí.
(Y con ligereza de codorniz precisamente corre a la ventana y entreabre la celosía, dejando al descubierto la figura de un mozalbete).
Sielito.
¿Sielito? ¡Mira qué nube de tormenta!
¡Mamá!
¡Doña Lía!
Doña Lía, sí. Doña Lía. La mamá de este cangrejo de río que es tu novio. ¡Y a esto venía yo! ¡A esto venia, a esto venía yo! Ni más ni menos.
(El cangrejo ha desaparecido).
Pero usté, usté …
Yo, yo…
Usté, señora…
Yo, yo venía a esto. Doña Rosalía Morales, que no doña Lía, como me pusieran el padre y el hijo, y ya me lo yama el barrio entero. ¡A esto venía yo! A desirle a tu mamaíta que er novio de su niña es el piyo más piyo que come pan y que bebe vino. ¿No está tu madre? Pues se lo planto a la nena, que le interesa más.
Yo he de desirle a usted…
Tú te cayas y escuchas. Tu novio es un pingo, ¡un pingo! Le gustan todas. Trae siempre a tres o cuatro al retortero. Que si los ojos de ésta, que si la boca de la de enfrente, que si lo bien que anda su prima, que si la grasia con que se queda quieta la hija del sapatero… Se escribe con una dosena. "Sielito… Mora de mi harén, chiquiya de mis sueños, sangre, negra, mi alma, mi loca, mi fiera…" ¡Que te cayes, te digo! a ti te dirá lusero y estreya y canela en rama y asúca molía… ¿A que sí? Conosco el repertorio completo. El muy charrán le lee las cartas a su padre, que se tumba de risa… ¿Tú sabes el consejo der pirata der papaíto? Pues le jura que mientras le gusten dies o dose, la cosa marcha bien… Pero que er día que le guste una sola le rompe una pata. Y los dos se miran de reojo. Así aconseja a su nene el tal moralista… Y yo los escucho, y, claro… ¡tengo la versícula biliá picaíta pa croquetas! Y sabedora de quién eres tú, y de lo buena y lo modosita que te ha hecho Dios, y de lo siega que te ha dejao ese trucha,
vengo a abrirte los ojos, aunque ya los tiés bien abiertos y bien presiosos, pa contarte mi cuento; pa que no yoren las muchas lágrimas que han yorao los míos… Tú no sabes lo que se sufre cuando nuestro hombre no huele ni a lo que huele tu casa y tu cuarto, ni a lo que hueles tú. ¿Que es inútil amonestarlo? ¿Que mis palabras se las yeva el aire? ¿Que doña Lía está como una cabra? Pues no hay pa qué hablá más. A esto vine y me voy con er saco vasío. Ya me dirás tú si te engaño o no, cuando lo cojas abrasando a la cosinera. Porque, ¿yo te he hablao de una criada puerca y legañosa, y que no cree en Dios? ¿Te he hablao, verdá? Bueno, ¡pues también le gusta a tu novio! ¡Y a su padre! ¡Caya!
Si no hablo, señora.
¡Caya! Sí, hija, sí, embarcan de todo. Porque, mira, entra aquí un albañil, y para ti y para tu madre, es un albañil, no es un hombre. ¿Comprendes? Entra el carbonero, y es el carbonero ¡no es un hombre! En mi casa, no: entra la chacinera de enfrente, ¡es una mujer! ¡Aunque huela a tripas! Entra la trapera ¡es una mujer! ¡Aunque huela a trapos! ¡Embarcan de todo! La última que tuvo mi marido… ¡Caya! Bueno, la última, la última… Mi marido siempre está en las últimas… ¿Qué iba yo a desirte? Ya me perdí… No, ya sé. La última que tuvo ese pingajo de hombre era un coco. Yo no la conosía y en un repente de selos que me entró… Porque en mi matrimonio se cambian los papeles. Yo soy Otela y él Desdémono… Desdémono, sí… porque un día, cuando esté en la cama durmiendo, le voy a cortá la cabesa… Bueno, pues yo, con las intensiones de Caín, me planté en la casa de la ninfa, y en cuantito me encaré con eya, ¡ay! ¡ay!
¿Qué, doña Lía?
Doña Lía, doña Lía… ¡Doña cuerno!
Usté perdone.
Me dio como un ataque, una risa nerviosa… ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja!…
¿De rabia, verdá?
No; de fea que era ¡Qué cara! ¡Qué horró! ¡Un dibujo moderno! Y ese bandido, por esa mujé me falla a mí…, a mí, ¡que me parese que todavía, todavía!… ¡Ja, ja, ja, ja, ja!… Otra ves el ataque…
¿Quiere usté una tasita de…?
No, lusero… Lo que quería es desirte lo que ya te he dicho… ¡Ea! Se acabó el royo e la pianola. Dale cuenta a tu mamá de la visita que ha tenío eya y que has tenío tú. ¡Buenas tardes! A esto venía yo, a esto venía yo, a esto venía yo…
(Y se va de estampía. Amparito, paralizada por la sorpresa, no sabe seguirla. Al cabo dice):
Jesús, y qué torbeyino de suegra. (Suspira y reflexiona, y al no hallar una inmediata y satisfactoria solución a los turbadores pensamientos que le ha dejado la aturdida futura mamá política, exclama):

Ha dicho un sélebre autor
que en cualquier juego de amor,
ya difisi, ya sensiyo,
como entre a jugar un piyo…
¡el piyo es el ganador!

FIN


Diálogos traducidos a un castellano neutro:

Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía

Amparito
Doña Lía




Amparito
Doña Lía











Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía




Amparito
Doña Lía


Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía

Amparito
Doña Lía


Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía

Amparito
Doña Lía




Amparito
Doña Lía

Amparito
Doña Lía

Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía


Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía


Polito
Doña Lía
Polito
Amparito
Doña Lía


Polito
Doña Lía
Polito
Amparito
Doña Lía


Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía


Amparito
Doña Lía















Amparito
Doña Lía








Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía
Amparito
Doña Lía

Amparito
Doña Lía



Amparito







 

Pase usted, señora.
Muchas gracias. ¿De manera que su mamá ha salido?
No hace ni dos minutos. No sé cómo no se la ha encontrado usted en la casa-puerta. Si quiere usted esperarla…
Si no molesto, aguardaré un ratito.
Siéntese usted.
Muchísimas gracias.
¿Usted es amiga de mamá?
No tengo ese gusto; venía a conocerla precisamente. Es decir, venía… ¡Ya verá usted a lo que venía! Claro que a conocerla, pero además venía… ¿Tardará mucho?
No le puedo decir… Ha ido a la calle de Bailén a tomar informes de una criada…
¡Ah! el disco diario… ¡Cómo está el servicio! ¡Cómo está el servicio de esta Sevilla! ¡Cómo está ese ganado! Hay quien dice que son familia. Y sí que son familia, ¡porque dan una de disgustos! El domingo tuve que poner a una en el arroyo, porque, si no, me da un hervor de sangre… Bueno, yo soy muy vehemente, muy nerviosa… ¡Muy nerviosa! El agua de azahar es mi alimento… ¡Soy muy nerviosa! Y aquel demonio era contra mis nervios. ¡Qué fiera! ¡Qué tarasca! Sucia, mal hablada, escandalosa… ¡atea!
¿Matea?
Atea, atea… Que no creía en Dios ni a tres tirones… ¡Y lo tenía que decir y que jurar a cada triquitraque! Ponía la sopera en la mesa dando un golpetaso, y soltaba, con un bufido:
—¡No hay Dios!
—Bueno, Atanasia, es su pensar.
—¡No hay Dios!
—Como usted quiera.
Traía los garbanzos, o unas pescadillas, o el postre, y ¡venga maltratar a los platos!:
—¡No hay Dios!
Ni Dios ni vajilla, como usted se hará cargo. Mi marido, que es muy creyente, sufría mucho: porque mi marido piensa que si no hubiera Dios a él lo echaban de la oficina… Está colocado en el escritorio de una fábrica de aceitunas, y no es que no trabaje bien, es que… ¿lo adivinas, hija? las operarias, las aceituneras… Pero bueno, tú te dirás: no será esto lo que quiere esta señora hablar con mi madre…
Supongo que no.
(Fijándose en un retrato que adorna un mueble)  Supongo que no, dice. ¿Este es tu padre?
Sí, señora.
Muy guapo.
Ahora está ya más viejo.
¿A quién se parece este hombre?
A mí, dicen…
A ti, un poco, pero yo le encuentro otro parecido… ¿a quién, a quién…? Bueno, yo tengo la monomanía de los parecidos. ¡Y sufro mucho! ¡Mucho! ¿A quién se parece tu padre? Es a… a… No. Te advierto que saco las semejanzas más extrañas… A lo mejor tu padre me recuerda a un anuncio, al león de una fuente… El otro día me pasé media hora discurre que discurre, cavila que cavila, hasta que di en que un mochuelo que hay en una tienda de la Campana —un pisapapeles— es igual, igual a un notario vecino mío.
¡Ja, ja. ja!…
Te ríes. Ya te digo: dos gotas. Y me ha ocurrido más. ¡Ahora sí que vas a reírte! Vi un día en un cortijo una codorniz en una jaula, y lo de siempre, ¿a quién se parece esta codorniz? Y dale, y vuelta, y no me abandonaba la idea, y ya era obsesión, y sin caer. Y de pronto…
¿A quién se parecía?
A mí.
¿A usted!
A mí.
¡Ja, ja, ja!…
¿No te dije? Yo no sé en lo que consistía… El peinado que llevaba yo, los ojos, que se me habían irritado con el aire campero; el color del pico del pájaro… En fin, que me fui a mi casa dando golpes.
Como la criada.
Otra clase de golpes. ¿De qué hablábamos? Ya me perdí… Este vicio que me consume de charla venga o no venga a cuento… Anoche le pregunté a mi médico —don Servando Corrales—:  Don Servando: ¿Cómo me encuentra usted la lengua? Y va y me dice: —Un poquito fatigada la encuentro ¿Eh? Tuvo gracia… ¿A qué venía yo?
A mí no me lo ha dicho usted todavía, señora…
No, no te lo he dicho… y no te lo he dicho…, ¿por qué no te lo he dicho? ¡Ay, qué cabeza! ¿A qué venía yo?
A decirme que a su esposo le gustan las aceituneras.
No me tires de la lengua niña.
Me parece que no hace falta…
¡Ay, qué ángel tienes…! Tienes muy buen ángel.
Es favor.
Pero, ¿a quién me recuerda tu padre? ¡Ah! Por el hilo el ovillo; de una cosa en otra… Ya caigo: he venido a ver a tu madre.
Justo. Eso me dijo cuando entró.
Ya está, ya está… A ver a tu madre, a ver a tu madre… ¡A ver a tu madre he venido! Qué cabeza la mía… Se sale, se sale.  Cierto que la memoria es una facultad muy rara, muy caprichosa… Yo estoy perdidita de ella, ¡perdidita! En cambio mi marido… ¡Uf! Mi marido, ¡qué memorión! ¡Lo que aprende una vez, se le clava en los sesos! Te dice los reyes godos de carrerilla, los sabios de Grecia, con qué tierras confina la Patagonia, las maravillas del mundo… ¡Oh! Un asombro, un asombro…
No se le olvida nada más.… que está casado, ¿no es así?
Así es, así es; se le olvida, se le olvida con frecuencia… Pero yo se lo recuerdo a diario… ¡Ay, los hombres! Ya te irás enterando… Son, son… ¡son unos pillastres…! ¡Ea! ya me perdí otra vez… ¿A qué venía yo?
A poner a su marido como un trapo.
Y lo merece. Yo no venía a tal cosa, pero ¡ya que sale la conversación…! Es un fresco, un fresco. Ve unas faldas, y ya lo tenemos con las pajarillas contentas. ¡Ya, ya te irás enterando!
¿Yo?
Tú.
¿De… de lo pendón que es su marido?
De lo pendón, y de lo truhán, y de lo hueso…
Pero ¿a mí, señora…?
A ti, a ti. A ti te importa, y mucho. No hay por qué sin por qué. Yo creía que el que me había tocado en la rifa era el hombre más enamorado, más chulo, más sinvergüenza y más mujeriego que había nacido en Sevilla, en España, en el mundo… ¡y ha nacido otro!
¿Sí? ¿Cuándo?
A los nueve meses de casarme yo con su padre.
¿Un hijo?
Un hijo que me va a dejar calva, calva como una sandía… ¡Ay, Señor, qué criatura!
(Alguien se ha detenido tras de la celosía. Amparito, que en este momento se halla un tanto confusa por las palabras de su interlocutora, y ante su mirada inquisitorial, se levanta. Polito habla desde la calle).
Cielito.
¿Qué?
Cielito.
Es a mí.
No, no: es a mí.
(Y con ligereza de codorniz precisamente corre a la ventana y entreabre la celosía, dejando al descubierto la figura de un mozalbete).
Cielito.
¿Cielito? ¡Mira qué nube de tormenta!
¡Mamá!
¡Doña Lía!
Doña Lía, sí. Doña Lía. La mamá de este cangrejo de río que es tu novio. ¡Y a esto venía yo! ¡A esto venia, a esto venía yo! Ni más ni menos.
(El cangrejo ha desaparecido).
Pero usted, usted…
Yo, yo…
Usted, señora…
Yo, yo venía a esto. Doña Rosalía Morales, que no doña Lía, como me pusieran el padre y el hijo, y ya me lo llama el barrio entero. ¡A esto venía yo! A decirle a tu mamaíta que el novio de su niña es el pillo más pillo que come pan y que bebe vino. ¿No está tu madre? Pues se lo planto a la nena, que le interesa más.
Yo he de decirle a usted…
Tú te callas y escuchas. Tu novio es un pingo, ¡un pingo! Le gustan todas. Trae siempre a tres o cuatro al retortero. Que si los ojos de ésta, que si la boca de la de enfrente, que si lo bien que anda su prima, que si la gracia con que se queda quieta la hija del zapatero… Se escribe con una docena. "Cielito… Mora de mi harén, chiquilla de mis sueños, sangre, negra, mi alma, mi loca, mi fiera…" ¡Que te calles, te digo! a ti te dirá lucero y estrella y canela en rama y azúcar molida… ¿A que sí? Conozco el repertorio completo. El muy charrán le lee las cartas a su padre, que se tumba de risa… ¿Tú sabes el consejo del pirata del papaíto? Pues le jura que mientras le gusten diez o doce, la cosa marcha bien… Pero que el día que le guste una sola le rompe una pata. Y los dos se miran de reojo. Así aconseja a su nene el tal moralista… Y yo los escucho, y, claro… ¡tengo la versícula biliar picadita para croquetas! Y sabedora de quién eres tú, y de lo buena y lo modosita que te ha hecho Dios, y de lo ciega que te ha dejado ese truhán,
vengo a abrirte los ojos, aunque ya los tienes bien abiertos y bien preciosos, para contarte mi cuento; para que no lloren las muchas lágrimas que han llorado los míos… Tú no sabes lo que se sufre cuando nuestro hombre no huele ni a lo que huele tu casa y tu cuarto, ni a lo que hueles tú. ¿Que es inútil amonestarlo? ¿Que mis palabras se las lleva el aire? ¿Que doña Lía está como una cabra? Pues no hay para qué hablar más. A esto vine y me voy con el saco vacío. Ya me dirás tú si te engaño o no, cuando lo cojas abrazando a la cocinera. Porque, ¿yo te he hablado de una criada puerca y legañosa, y que no cree en Dios? ¿Te he hablado, verdad? Bueno, ¡pues también le gusta a tu novio! ¡Y a su padre! ¡Calla!
Si no hablo, señora.
¡Calla! Sí, hija, sí, embarcan de todo. Porque, mira, entra aquí un albañil, y para ti y para tu madre, es un albañil, no es un hombre. ¿Comprendes? Entra el carbonero, y es el carbonero ¡no es un hombre! En mi casa, no: entra la carnicera de enfrente, ¡es una mujer! ¡Aunque huela a tripas! Entra la trapera ¡es una mujer! ¡Aunque huela a trapos! ¡Embarcan de todo! La última que tuvo mi marido… ¡Calla! Bueno, la última, la última… Mi marido siempre está en las últimas… ¿Qué iba yo a decirte? Ya me perdí… No, ya sé. La última que tuvo ese pingajo de hombre era un coco. Yo no la conocía y en un repente de celos que me entró… Porque en mi matrimonio se cambian los papeles. Yo soy Otela y él Desdémono… Desdémono, sí… porque un día, cuando esté en la cama durmiendo, le voy a cortar la cabeza… Bueno, pues yo, con las intenciones de Caín, me planté en la casa de la ninfa, y en cuantito me encaré con ella, ¡ay! ¡ay!
¿Qué, doña Lía?
Doña Lía, doña Lía… ¡Doña cuerno!
Usted perdone.
Me dio como un ataque, una risa nerviosa… ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja!…
¿De rabia, verdad?
No; de fea que era ¡Qué cara! ¡Qué horror! ¡Un dibujo moderno! Y ese bandido, por esa mujer me falla a mí…, a mí, ¡que me parece que todavía, todavía…! ¡Ja, ja, ja, ja, ja!… Otra vez el ataque…
¿Quiere usted una tacita de…?
No, lucero… Lo que quería es decirte lo que ya te he dicho… ¡Ea! Se acabó el rollo del centollo. Dale cuenta a tu mamá de la visita que ha tenido ella y que has tenido tú. ¡Buenas tardes! A esto venía yo, a esto venía yo, a esto venía yo…
(Y se va de estampía. Amparito, paralizada por la sorpresa, no sabe seguirla. Al cabo dice):
Jesús, y qué torbellino de suegra. (Suspira y reflexiona, y al no hallar una inmediata y satisfactoria solución a los turbadores pensamientos que le ha dejado la aturdida futura mamá política, exclama):

Ha dicho un célebre autor
que en cualquier juego de amor,
ya difícil, ya sencillo,
como entre a jugar un pillo…
¡el pillo es el ganador!

FIN

  AUTOPROMOCIÓN  

      página por gentileza de 
  Jesús Herrera Peña