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OPINIÓN - Firmas 27/09/2002
¡No queremos más líderes!
Ignacio Suárez-Zuloaga (Director del Centro de Liderazgo Internacional) 08:00 Horas
Sube la cotización de las empresas que sustituyen famosos líderes por aburridos administradores.

Tyco, Vivendi Universal, ABB…, muchas de las compañías que más han crecido en la última década han despedido a los forjadores de estos imperios, para sustituirlos por directivos de perfil marcadamente conservador.

La causa es que los accionistas, hartos de ver caer las cotizaciones, e indignados por las reiteradas noticias sobre abusos de poder, no quieren más líderes visionarios. Y se ha pasado a lo opuesto: la bolsa premia la contratación de ejecutivos “del día a día”; mayoritariamente “de fuera de la casa”. Una catarsis que todavía no se ha desatado en España, pero cuya influencia empieza a notarse.

Desde luego, resulta comprensible que se cese a aquellos directivos que han defraudado la confianza de los accionistas. La mayoría de los despedidos ha coincidido en endeudar peligrosamente a sus empresas para invertir en negocios y países de alto riesgo; unos errores que han puesto a sus compañías en peligro de insolvencia y que han acarreado descapitalizaciones bursátiles de entre el 70 por ciento y el 95 por ciento. Además, algunos de ellos han incumplido normas éticas y legales elementales, por lo que tienen complicado el encontrar nuevo empleo en una gran empresa.

Pero, en plena catarsis directiva, conviene reconocer que casi todos los colectivos contribuimos al desastre. La prensa encumbró a los ahora defenestrados, pues publicar historias de éxito resulta más fácil que plantear análisis equilibrados. Numerosos consejeros actuaron negligentemente al aprobar temerarios endeudamientos y proyectos de inversión.

Los analistas de bolsa se pusieron descaradamente de parte de las empresas, incumpliendo sus obligaciones profesionales para con los inversores. Y por último, los accionistas nos dejamos arrastrar por la avaricia, invirtiendo sin mesura.

Ahora, después de la inicial descarga de ira sobre directivos y autoridades, conviene sosegar los ánimos. La debacle bursátil no tiene arreglo rápido por parte de las empresas; las administraciones española y norteamericana están actuando con agilidad en el campo normativo, y los analistas han recuperado la ortodoxia técnica en su trabajo.

Pero si se sigue apretando tanto, y se desborda la presión sobre cúpulas directivas y consejos de administración, nos vamos a encontrar con que perdemos individuos de talento, difíciles de reemplazar; en tanto que algunos –para conservar el cargo– intentan “soluciones rápidas” que suponen nuevos errores estratégicos (malvender negocios, excesivos despidos) que ponen en peligro la recuperación.

En concreto, me preocupa “la caza del hombre” a la que se está sometiendo a algunos de los líderes que han cometido errores de cálculo. Desde luego, ha habido importantes fallos en algunas expansiones en Iberoamérica y en el sector de Internet, y algunas prácticas dudosas. Y cuando éstas y aquéllos tengan suficiente entidad, conviene que se depuren con destituciones y dimisiones. Pero que se trate de casos verificados, que no sean linchamientos producto de la envidia y el rencor.

La vuelta de los administradores al frente de las grandes empresas tiene consecuencias de largo plazo que conviene recordar. Los directivos conservadores tienen también sus debilidades, unas carencias que no se manifiestan exclusivamente durante el ciclo alcista. Éstos suelen ser individuos escépticos, desconfiados, personalistas, poco optimistas, lentos, que eluden asumir riesgos… próximos a la ‘Teoría X’ de McGregor. Y ahora, cuando la mar está tan revuelta, hace falta personalidades fuertes con ánimos decididos; no olvidemos que la decisión de vender y despedir es tan compleja como la de comprar y contratar.

Desde luego, el directivo ‘gris’ y eficiente es fundamental en toda organización. Pero en el sitio que le corresponde, como responsable operativo (el chief operating officer o director general): el que se ocupa del día a día, que se cumplan los plazos, que se cobre, que no se sobrepase el presupuesto... Pero si le pones a hacer estrategia, no lo suele hacer bien, no es lo suyo; cada tipo humano suele tener un encaje en esos rebaños sistemáticos que son las organizaciones. Y a quien no está dispuesto a tropezar no se le puede poner al frente de la manada.

Para pilotar una organización en un entorno tan caótico como el actual hay que asumir la incertidumbre con naturalidad, se debe encajar el dolor del error con inteligencia y hay que conseguir rodearse de gente con talento y personalidad; de individuos que sepan llevarle a uno la contraria y asumir disciplinadamente una decisión con la que no están de acuerdo. Es la forma de entender a los demás, y a uno mismo, propia del buen líder.

En España parece que no ha habido tanta porquería como en EEUU. Por eso creo que hay que “dar cuartel” a quienes han podido equivocarse sin caer en la inmoralidad o la incompetencia. No vayamos a volver al modelo de directivo acomplejado y “superviviente”, tradicional de nuestro país. Y si se destituye al líder incompetente, que se haga lo propio con los consejeros negligentes que le apoyaron con sus votos. Puestos a hacer una ‘limpia’ en alguna empresa, que sea a fondo.

Toda organización que vaya a sustituir a su líder debe sopesar si el recambio está a la altura de la tarea. Desgraciadamente, en España los líderes hacen muy poco mentoring y desarrollo de directivos, por lo que en las grandes compañías predominan los personajes dominantes rodeados de adjuntos grises; no se percibe un amplio banquillo de directivos internacionales y con personalidad que pudieran sustituir a corto plazo a la generación al mando. Un indicador de cómo está la cantera es la permanencia in eternum de don José María Cuevas al frente de la CEOE; no salen sucesores, y alguno que sale, tiene demasiada personalidad para el gusto de los demás.

Los líderes de talento, sean del sector que sean, son el patrimonio fundamental de todo país. Cualquier lector de biografías coincidirá en que si a Churchill o Roosevelt se les llega a eliminar por los tremendos errores que cometieron en sus carreras, la Segunda Guerra Mundial hubiera podido acabar de modo muy distinto.

Para acertar hay que aprender, y no hay mayor lección que el error bien entendido. En este sentido, a menudo cito la respuesta de Thomas Watson Jr. (quien lideró la expansión de IBM) a un directivo que presentaba su dimisión por haber protagonizado un costosísimo error: “…y después de haberme costado tanto dinero el que usted aprenda, ¿pretende marcharse ahora?”.

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