Hay un modo de servir mejor -y como más
dulce para quien ha de ser servido- que ofrecer el tesoro de la bolsa o
de la inteligencia, el calor de las palabras o el ejemplo, la fuerza de
los brazos o del carácter, y hasta el pecho del amor o de la bella que
lo busca.
Hay, digo, un modo de servir, de dar, de
hacer, más hondo y más fundamental, más difícil y más generoso, que
más que en ningún otro hombre del Continente, se da en José Martí: y
este modo de servir es creer. Creer, que es todavía más que amar.
El amor pudo moverlo a servir a la Patria.
Y como a otros, la justicia de su causa, la conciencia del deber y aun
la rebeldía de la sangre joven. Pero a servirla sin cansarse, sin ceder
un instante al desaliento, y contagiando a los demás aquel fervor
irresistible, a servir como él servía, sólo mueve la fe.
Cuando Martí servía a Cuba, creía en
ella, estaba seguro de su destino y de su puesto en el mundo.
Y ante esta certidumbre, jamás juzgó
perdido un solo paso suyo, inútil una jornada, incapaz un solo hilo de
tejer la gran red: Jamás le dolió el esfuerzo sin recompensa aparente,
el sacrificio desprovisto de fin inmediato, la palabra que se dice con
sangre y parece que nadie oye...
Martí jamás se queja, jamás vacila, jamás
retrocede.
No sabemos los ríos de amargura que se
volcaron sobre él porque su miel está intacta. Ignoramos qué frío le
puso alguna vez los labios blancos porque todo él es como una ola tibia
que tibia llega todavía hasta nosotros. No nos queda memoria de sus
noches de insomnio si las tuvo, de sus días de soledad que fueron
muchos, porque él solo habló y escribió de amor y de esperanza. No
sabemos de él nada que no sea fecundo, pleno, firme, jubiloso.
Él es quien ve nacer los pinos nuevos tras
la tormenta reciente, por bajo de los pinos caídos, cuando casi no han
asomado aún sus verdes puntas a flor de tierra. Él, quien descubre la
cosecha de perlas que da el mar arado por un rejón de fuego.
Y es que solamente creyendo se empuja a
veces la verdad reacia. Solamente creyendo le traspasamos nuestra
sangre, le damos cuerpo vivo más allá de nuestro cuerpo y nuestra
sangre..
Y si ya la verdad hubiera muerto, creyendo
aún en ella, le traspasamos nuestra angustia, nuestro grito, para que
se levante y ande.
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