Sumario: Martí conoció en su niñez un paisaje que nunca
olvidaría. La palma surgía en sus discursos como estandarte natural. La
primera noche de Martí en Cuba: duerme sobre la tierra amada. Martí carga un
rifle y 40 cápsulas. Gómez le nombra Mayor General bajo unos platanales. Le
sorprende una orquesta vegetal. El 25 de abril: primer combate en el paisaje.
Funge de enfermero. Presencia un fusilamiento en la manigua. Nombres de árboles
cubanos. Martí muere en su paisaje
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Desde niño, cuando su padre le llevara una temporada al
agreste Hanábana (Matanzas), José Martí se entró en el paisaje cubano, y el
paisaje entró en él, con una pasión tan secreta como decisiva. La
incandescencia poética, que en Martí fuera un íntimo sello personal y afán
siempre nostálgico, cifró la naturaleza isleña con una gloria demasiado
sedienta en el estilo de su vida toda. El amor al paisaje natal, acrecentado en
el exilio, sobre todo cuando la tierra amada padece bajo el dominio extranjero,
deviene angustia cerrada para los hombres con demasiado sueño (con demasiada
vida) en sus frentes. Para Martí Patria y palmeras blancas, abiertas y sonando
a la brisa matutina, se confundían en un solo cuerpo luminoso, arrastrador.
Martí se sentía atraído con gran violencia, tanto por su Patria políticamente
opresa como por el paisaje delicioso que la centraba, fijado en su niñez de
pupilas absortas ya para siempre vencidas por el monte mágico. Es de notar que
en la carta escrita a su madre, a los nueve años de edad, desde Hanábana, el
primer elemento de paisaje que nombra es “río”, un río crecido. También
será el último que nombre, horas antes de caer en Dos Ríos.
En sus campañas revolucionarias por la América toda, las
alusiones al paisaje cubano, en medio de sus prédicas guerreras, surgían
fascinantes, llenando de nostalgia a los cubanos expatriados, tocados por el
verbo martiano que hacía como vibrar en las mudas salas las pencas de las
palmas y los finos ramos, rumorosos, del rojo ateje y la baría blanca.
En su añoro al paisaje isleño Martí llegó a un extremo
delirante. En unos versos muy ardientes escritos en su exilio, se expresaba:
¡Sólo las flores del paterno prado/ tienen olor! ¡Sólo
las ceibas patrias/ del sol amparan!
Por muchos, largos, agitados años Martí no conoció su
tierra. Labores de todo tipo y la dominación española en la Isla se lo impedían.
Sufrió largamente por su paisaje, en su secreto. Y cuando, al fin, mientras la
luna asoma, roja, bajo una nube, cuando toca su bote de expedicionario la
apartada playa de piedras nombrada La Playita, el 11 de abril de 1895, Martí
siente que de veras entra en su patria total. Es verdad que se queda en el bote
anegado, el último vaciándolo. Y
cuando salta a tierra siente lo que anota con dos palabras en su Diario: Dicha
grande.
Los expedicionarios beben Málaga para celebrar la llegada a
Cuba y se entran luego al monte nocturno, arriba por piedras, espinas y
cenegales. Ya Martí queda situado en el paisaje donde moriría 38 días
después. 38 días vive Martí su paisaje; 38 jornadas de íntima gloria, de
regocijo, de esplendor vegetal, las que Martí nos legara en las páginas de su
último Diario, el que escribiera (desde su llegada hasta dos días antes de su
muerte), en la inquietud de los campamentos, sentado sobre troncos o en la yerba.
Sigamos a Martí, mediante su Diario, en sus andanzas por el
monte patrio. Repasemos sus páginas deslumbradas y deslumbradoras donde suenan
palabras embriagadas por la naturaleza cubana.
Su primera noche en Cuba la duerme en el suelo, cerca de una
casa campestre. Aquella primera noche cubana duerme sobre la tierra amada,
soñada, idolatrada. Gran noche para un poeta que ha añorado con lágrimas su
hermosa tierra. Gran noche cuando entra en ella para descansar brevemente sobre
un suelo fragante y con el aire sacudido de rumores forestales que su oído de
poeta entenderá como una música de bella magia. La segunda noche, después de
seguir el cauce del Tacre, entran los expedicionarios en una cueva campamento
antiguo, en un farallón, a la derecha del río y allí duerme, sobre las
hojas secas, en aquel aposento maravilloso, junto al agua y sus lenguas
misteriosas. Esa noche creció el río y corría con estruendos de piedras
que parecía de tiros. Y así, unas veces en hamaca, otras sobre la tierra,
sobre colchón de hojas secas, entre grandes privaciones, duerme el genial
cubano hasta su muerte. El día 14 escribe su primera mención del paisaje
cubano: Día mambí.- Salimos a las 5. a la cintura cruzamos el río y
recruzamos por él –bayás altos a la orilla. Luego, a zapato nuevo, bien
cargado, la altísima loma, de yaya de hoja fina, majagua de Cuba, y cupey de
piña estrellada. Vemos acurrucada, en un lechero, la primera jutía. Y a
continuación: Loma arriba. Subir lomas hermana hombres. Por las lomas
llegamos al Sao del Nejesial: lindo rincón, claro en el monte, de palmas
viejas, mangos y naranjas. Se va José, Marcos viene con el pañuelo lleno de cocos.
Martí cierra aquel día singular gozando una noche sonora.
Las palabras que anota en su Diario poseen un tono cubano ejemplar: Cae la
noche, velas de cera. Lima cuece la jutía y asa plátanos, disputa sobre
guardias, me cuelga el general mi hamaca bajo la entrada del rancho de yaguas de
Tavera. Dormimos, envueltos en las capas de goma. ¡Ah! antes de dormir, viene,
con una vela en la mano, José, cargado de dos catauros, uno de carne fresca,
otro de miel. Y nos pusimos a la miel ansiosos. Rica miel, en panal. Y en todo
el día, ¡qué luz, qué aire, qué lleno el pecho, qué ligero el cuerpo
angustiado! Miro el rancho afuera, y veo, en lo alto de la cresta atrás, una
paloma y una estrella.
Al día siguiente, 15 de abril, Martí cuenta una emoción única:
Gómez, al pie del monte, en la vereda sombreada de plátanos, en la cañada
abajo, me dice, bello y enternecido, que aparte de reconocer en mí al Delegado,
el Ejército Libertador, por él su Jefe, electo en Consejo de Jefes, me nombra
Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos.
Al día
siguiente, 16, al mediodía marcha loma arriba, río al muslo, bello y ligero
bosque de pomarrosas, naranjos y caimitos. Por abras tupidas y mangales sin
frutas llegamos a un rincón de palmas. Ve hacer ron de pomarrosas y
escribe a Nueva York. El 17 anota impresiones en su Diario mientras distingue al fondo, por el río, el cuajo de potreros; y por los
claros, naranjos. Ve preparar a Gómez dulce de raspa de coco con miel,
e introduce la vida de Cicerón en el bolsillo en que llevo 50 cápsulas.
El 18 le ocurre un suceso extraordinario, asiste, en la noche, al espectáculo
de los sonidos vegetales que hacen tradición en nuestra lírica del siglo
pasado. Con prosa incomparable describe el episodio: Decidimos dormir en la
pendiente. A machete abrimos claro. De tronco a tronco tendemos las hamacas:
Guerra y Paquito -por tierra. La noche bella no deja dormir. Silva el grillo; el
lagartijo quiquiquea, y su coro le responde; aún se ve, entre la sombra, que el
monte es de cupey y de paguá, la palma corta y empinada; vuelan despacio en
torno las animitas; entre los nidos estridentes, oigo la música de la selva,
compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y
desata, abre el ala y se pasa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima –es
la miriada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto
y oleadas de violines, sacan son y alma a las hojas? ¿qué danza de almas de
hojas?
El
19 encuentra la primera guajirita, en un rancho.
Modesta de 16 años se puso zapatos y túnico nuevo para recibirnos, y se asienta con
nosotros, conversando sin zozobra en los bancos de palma de la salita. De las
flores de muerto, junto al cercado, le trae Ramón una, que se pone ella al
pelo. El 20 anda monte pedregoso, palos amargos y naranja agria:
alrededor casi es grandioso el paisaje; vamos cercados de montes
serrados, tetudos, picudos; monte plegado a todo el rededor; el mar al
Sur. A lo alto, paramos bajo unas palmas. Viene llena de cañas la
gente. Esa noche duerme, por
el monte, en yaguas. Su última anotación de ese día en el Diario es esta:
Jaraguá, palo fuerte. Ama mucho al árbol Martí, y a sus sonoros
nombres criollos.
El
21 y el 22 de abril los pasa avanzando lomeando
como él anota. Se da un baño en el río, de cascadas y hoyas y grandes
piedras, y golpes de caña a la orilla. Para Martí, que llegaba de la
agitada Nueva York, aquel baño en un paisaje tropical, en la Cuba de
los bosques, fue una delicia imponderable. Se comprende cómo Martí
marchaba embriagado del paisaje, lleno de un entusiasmo vegetal,
poderoso. Su diario se cruza de muchas notas sobre hojas, remedios de la
farmacopea guajira, pequeños cuadros luminosos del monte, breves y
tajantes párrafos de agreste poesía. El 23 ve de un lado a otro montes y entre ellos, el mar. Ese monte, a la
derecha, con un tajo como de sangre por cerca de la copa, es Doña Mariana.
Ese día anda mucho de 8 a 2 caminamos por el jatial espinudo, con el
pasto bueno y la flor roja y baja del guisado de tres puyas. De pronto
bajamos a un bosque alto y alegre, los árboles caídos sirven de puente a
la primera poza, por sobre hojas mullidas y frescas pedreras, vamos, a
grata sombra, al lugar de descanso: el agua corre, las hojas de la yagruma
blanquean el suelo, traen de la cañada a rastros, para el chubasco,
pencas enormes, me acerco al rumor, y veo entre piedras y helechos, por
remansos de piedras finas y alegres cascadas, correr el agua limpia.
El 24 siente el peligro. Desde el palenque nos van
siguiendo de cerca las huellas. Guerrilleros “cubanos” van tras él.
Perseguido anota que vio un roncaral de piedra roída, con sus pozos de
agua limpia, donde bebe el sinsonte. El 25, cerca de Guantánamo,
conoce el primer combate en el paisaje: Perdíamos el rumbo. Las espinas nos tajaban.
Los bejucos nos ahorcaban y azotaban. Pasamos por un bosque de jigüeras,
verdes, puyadas al tronco desnudo o al tramo ralo. La gente va vaciando jigüeras,
y emparejándoles la boca. A las once, redondo tiroteo. Tiro graneado, que
retumba; contra tiros velados y secos. Como a nuestros mismos pies es el
combate; entran, pesadas, tres balas que dan en los troncos. En el tiroteo
hubo heridos. Gómez detiene la columna para recoger uno, que se había
quedado atrás, con un balazo en un hombro. Hacen campamento luego.
Prenden hogueras, con árboles secos que echan al cielo su fuste de llamas y una pluma de humo.
Esperan allí. Aguardamos a los cansados. Ya están a nuestro
alrededor, los yareyes en la sombra. Tal, la última agua y del otro lado
el sueño. Hamacas, candelas, calderadas, el campamento ya duerme; al pie
de un árbol grande iré luego a dormir, junto al machete y el revólver,
y de almohada mi capa de hule; ahora hurgo el jolongo, y saco de él la
medicina para los heridos. Cariñosas las estrellas a las tres de la
madrugada. Un herido se queja. Viene el practicante y entre todos, con Paquito Borrero, de tierna ayuda, curamos la
herida, una herida narigona, que entró y salió por la espalda: en una boca
cabe un dedal y una avellana en la otra: lavamos, yodoformo, algodón fenicado.
Del 27 al 30 Martí hace campamento en la estancia de
Filipinas. Hace sus trabajos de la jurisdicción. Habla a los soldados.
Escribe circulares a los jefes, etcétera. El primero de mayo salen del
campamento. Caminan por la región florida de los cafetales, con plátanos y
cacao. Entran a un monte que Martí describe así: yerba alta, cubre el
suelo húmedo: delgados troncos blancos cortan, salteados, de la raíz al
cielo azul, la selva verde; se trenza a los arbustos delicados el bejuco,
a espiral de aros iguales; como de mano de hombre, caen a tierra de lo
alto; meciéndose el aire, los cupeyes: de un curujey, prendido a un jobo,
bebo el agua clara; chirrían, en pleno sol, los grillos.
El día 2 y el 3 encuentra a Bryson, corresponsal del Herald, y trabaja
haciendo un manifiesto para el periódico de Nueva York. A la noche, como
se han olvidado de su hamaca, del sombrero hago almohada: me tiendo en
un banco: el frío me echa a la cocina encendida: me dan la hamaca vacía: un
soldado me echa encima un mantón viejo.
El 4 asiste a un espectáculo emocionante, el fusilamiento de Masabó, de rostro brutal
que violó y robó. Oyó el acusado su sentencia de muerte sin
que se le caigan los ojos, ni en la caja del cuerpo se le vea miedo. Al
fin van la caballería, el reo, la fuerza entera, a un bajo cercano: al
sol. Grave momento, el de la fuerza callada, apiñada. Suenan los tiros, y
otro más, y otro de remate. Masabó ha muerto valiente. ‘¿Cómo me
pongo, Coronel? ¿De frente o de espalda?’ ‘De frente.’ En la pelea
era bravo.
El 5 de mayo, hallan a Maceo, y discuten. No está de acuerdo Martí en
que la Patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima
el ejército sirvan como Secretaría del Ejército. Sus andanzas el día 6
se ignoran, pues falta esa preciosa hoja al Diario. El 7 salen de Jagua,
donde acampaban. Andando se llegan a la sabana de Véo, concha verde,
con el monte en torno, y palmeras en él, y en lo abierto un cayo u otro,
como florones, o un espino solo, que da buena leña: las sendas negras van
por la yerba verde, matizada de flor morada y blanca. A la derecha, por lo
alto de la sierra espesa, la cresta de pinos.
El 8 acampan. Martí escribe cartas, etcétera. El 9 levantan el
campamento y avanzan y llegan a Baraguá, lugar de la protesta de Maceo.
Avanzan. De pronto descubren el Cauto. ¡Ah Cauto! –dice Gómez-
cuánto tiempo hacía que no te veía. Martí se emocionó ante el
mayor río patrio. De suave reverencia se hincha el pecho y cariño
poderoso, ante el vasto paisaje del río amado. Lo cruzamos, por cerca de
una ceiba, y luego del saludo a una familia mambí, muy gozosa de vernos,
entramos al bosque claro, de sol dulce, de arbolado ligero, de hoja
acuosa. Como por sobre alfombra van los caballos, de lo mucho césped.
Arriba el curujeyal da al cielo azul, o la palma nueva, o el dagame que da
la flor más fina, amada de la abeja, o la guásima, o la jatía. Todo es
festó y hojeo, y por entre los claros, se ve el verde del limpio, a la
otra margen, abrigado y espeso. Martí se regodea con los nombres
criollos de los árboles del bosque, como le sucedía a los poetas cubanos
de su tiempo. Y se pone a describirlos con deleite. Veo allí el ateje,
de copa alta y menuda, de parásitas y curujeyes; el caiguarán, ‘el
palo más fuerte de Cuba’, el grueso júcaro, el almácigo, de piel de
seda, la jagua, de hoja ancha, la preñada güira, el jigüe duro, de
negro corazón para bastones, y cáscara de curtir; el jugabán, de fronda
leve, cuyas hojas, capa a capa, ‘vuelven raso el tabaco’, la caoba, de
corteza brusca, la quiebrahacha de tronco estriado, y abierto en ramos
recios, cerca de raíces, (el caimitillo y el cupey y la pica-pica) y la
yamagua, que estanca la sangre.
El
10 siguen andando. De Altagracia vamos a la Travesía.
Los soldados le nombran “Presidente”. El 11 acampan. El 12 marchan a
la Jatía, cruzando potreros. Escribe cartas, circulares, etcétera. El 13
cruza el Cauto y el Contramaestre. El 14 escribe “instrucciones
generales a Jefes y oficiales”. El 15, bañándose en el Contramaestre,
siente la caricia del
agua que corre: la seda del agua. El 16, escribe y lee. El 17, el último
día de su Diario, anota que Gómez sale con los 40 caballos, a molestar el convoy
de Bayamo. El se queda escribiendo, con 12 hombres, las Instrucciones
Generales. Ve cómo asan plátanos y majan tasajo de vaca y
finaliza así su Diario, dos días antes de su muerte en combate: Está muy turbia el agua
crecida del Contramaestre (nótese la alusión final al río, comienzo y fin
de su paisaje literario)
y me trae Valentín un jarro hervido en
dulce, con hojas de higo.
Muere Martí el 19 en Dos Ríos, tras haber escrito páginas maestras sobre
nuestro paisaje, impresiones cortas, certeras, que apenas pudo revisar. Murió
con el íntimo goce de haber amado enteramente a su tierra, a la alegre gloria
vegetal de su tierra, de monte suave y río claro. Le fue dada esa dicha final.
Murió entre árboles cubanos.
31 de enero de 1954
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