Martí en el recuerdo
Samuel Feijoo.
Martí encuentra su paisaje
 

     

Sumario: Martí conoció en su niñez un paisaje que nunca olvidaría. La palma surgía en sus discursos como estandarte natural. La primera noche de Martí en Cuba: duerme sobre la tierra amada. Martí carga un rifle y 40 cápsulas. Gómez le nombra Mayor General bajo unos platanales. Le sorprende una orquesta vegetal. El 25 de abril: primer combate en el paisaje. Funge de enfermero. Presencia un fusilamiento en la manigua. Nombres de árboles cubanos. Martí muere en su paisaje

   Desde niño, cuando su padre le llevara una temporada al agreste Hanábana (Matanzas), José Martí se entró en el paisaje cubano, y el paisaje entró en él, con una pasión tan secreta como decisiva. La incandescencia poética, que en Martí fuera un íntimo sello personal y afán siempre nostálgico, cifró la naturaleza isleña con una gloria demasiado sedienta en el estilo de su vida toda. El amor al paisaje natal, acrecentado en el exilio, sobre todo cuando la tierra amada padece bajo el dominio extranjero, deviene angustia cerrada para los hombres con demasiado sueño (con demasiada vida) en sus frentes. Para Martí Patria y palmeras blancas, abiertas y sonando a la brisa matutina, se confundían en un solo cuerpo luminoso, arrastrador. Martí se sentía atraído con gran violencia, tanto por su Patria políticamente opresa como por el paisaje delicioso que la centraba, fijado en su niñez de pupilas absortas ya para siempre vencidas por el monte mágico. Es de notar que en la carta escrita a su madre, a los nueve años de edad, desde Hanábana, el primer elemento de paisaje que nombra es “río”, un río crecido. También será el último que nombre, horas antes de caer en Dos Ríos.

En sus campañas revolucionarias por la América toda, las alusiones al paisaje cubano, en medio de sus prédicas guerreras, surgían fascinantes, llenando de nostalgia a los cubanos expatriados, tocados por el verbo martiano que hacía como vibrar en las mudas salas las pencas de las palmas y los finos ramos, rumorosos, del rojo ateje y la baría blanca.

En su añoro al paisaje isleño Martí llegó a un extremo delirante. En unos versos muy ardientes escritos en su exilio, se expresaba:

¡Sólo las flores del paterno prado/ tienen olor! ¡Sólo las ceibas patrias/ del sol amparan!

Por muchos, largos, agitados años Martí no conoció su tierra. Labores de todo tipo y la dominación española en la Isla se lo impedían. Sufrió largamente por su paisaje, en su secreto. Y cuando, al fin, mientras la luna asoma, roja, bajo una nube, cuando toca su bote de expedicionario la apartada playa de piedras nombrada La Playita, el 11 de abril de 1895, Martí siente que de veras entra en su patria total. Es verdad que se queda en el bote anegado, el último vaciándolo.  Y cuando salta a tierra siente lo que anota con dos palabras en su Diario: Dicha grande.

Los expedicionarios beben Málaga para celebrar la llegada a Cuba y se entran luego al monte nocturno, arriba por piedras, espinas y cenegales. Ya Martí queda situado en el paisaje donde moriría 38 días después. 38 días vive Martí su paisaje; 38 jornadas de íntima gloria, de regocijo, de esplendor vegetal, las que Martí nos legara en las páginas de su último Diario, el que escribiera (desde su llegada hasta dos días antes de su muerte), en la inquietud de los campamentos, sentado sobre troncos o en la yerba.


Sigamos a Martí, mediante su Diario, en sus andanzas por el monte patrio. Repasemos sus páginas deslumbradas y deslumbradoras donde suenan palabras embriagadas por la naturaleza cubana.

Su primera noche en Cuba la duerme en el suelo, cerca de una casa campestre. Aquella primera noche cubana duerme sobre la tierra amada, soñada, idolatrada. Gran noche para un poeta que ha añorado con lágrimas su hermosa tierra. Gran noche cuando entra en ella para descansar brevemente sobre un suelo fragante y con el aire sacudido de rumores forestales que su oído de poeta entenderá como una música de bella magia. La segunda noche, después de seguir el cauce del Tacre, entran los expedicionarios en una cueva campamento antiguo, en un farallón, a la derecha del río y allí duerme, sobre las hojas secas, en aquel aposento maravilloso, junto al agua y sus lenguas misteriosas. Esa noche creció el río y corría con estruendos de piedras que parecía de tiros. Y así, unas veces en hamaca, otras sobre la tierra, sobre colchón de hojas secas, entre grandes privaciones, duerme el genial cubano hasta su muerte. El día 14 escribe su primera mención del paisaje cubano: Día mambí.- Salimos a las 5. a la cintura cruzamos el río y recruzamos por él –bayás altos a la orilla. Luego, a zapato nuevo, bien cargado, la altísima loma, de yaya de hoja fina, majagua de Cuba, y cupey de piña estrellada. Vemos acurrucada, en un lechero, la primera jutía. Y a continuación: Loma arriba. Subir lomas hermana hombres. Por las lomas llegamos al Sao del Nejesial: lindo rincón, claro en el monte, de palmas viejas, mangos y naranjas. Se va José, Marcos viene con el pañuelo lleno de cocos.

Martí cierra aquel día singular gozando una noche sonora. Las palabras que anota en su Diario poseen un tono cubano ejemplar: Cae la noche, velas de cera. Lima cuece la jutía y asa plátanos, disputa sobre guardias, me cuelga el general mi hamaca bajo la entrada del rancho de yaguas de Tavera. Dormimos, envueltos en las capas de goma. ¡Ah! antes de dormir, viene, con una vela en la mano, José, cargado de dos catauros, uno de carne fresca, otro de miel. Y nos pusimos a la miel ansiosos. Rica miel, en panal. Y en todo el día, ¡qué luz, qué aire, qué lleno el pecho, qué ligero el cuerpo angustiado! Miro el rancho afuera, y veo, en lo alto de la cresta atrás, una paloma y una estrella.

Al día siguiente, 15 de abril, Martí cuenta una emoción única: Gómez, al pie del monte, en la vereda sombreada de plátanos, en la cañada abajo, me dice, bello y enternecido, que aparte de reconocer en mí al Delegado, el Ejército Libertador, por él su Jefe, electo en Consejo de Jefes, me nombra Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos.

Al día siguiente, 16, al mediodía marcha loma arriba, río al muslo, bello y ligero bosque de pomarrosas, naranjos y caimitos. Por abras tupidas y mangales sin frutas llegamos a un rincón de palmas. Ve hacer ron de pomarrosas y escribe a Nueva York. El 17 anota impresiones en su Diario mientras distingue al fondo, por el río, el cuajo de potreros; y por los claros, naranjos. Ve preparar a Gómez dulce de raspa de coco con miel, e introduce la vida de Cicerón en el bolsillo en que llevo 50 cápsulas. El 18 le ocurre un suceso extraordinario, asiste, en la noche, al espectáculo de los sonidos vegetales que hacen tradición en nuestra lírica del siglo pasado. Con prosa incomparable describe el episodio: Decidimos dormir en la pendiente. A machete abrimos claro. De tronco a tronco tendemos las hamacas: Guerra y Paquito -por tierra. La noche bella no deja dormir. Silva el grillo; el lagartijo quiquiquea, y su coro le responde; aún se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y empinada; vuelan despacio en torno las animitas; entre los nidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se pasa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima –es la miriada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto y oleadas de violines, sacan son y alma a las hojas? ¿qué danza de almas de hojas?

El 19 encuentra la primera guajirita, en un rancho. Modesta de 16 años se puso zapatos y túnico nuevo para recibirnos, y se asienta con nosotros, conversando sin zozobra en los bancos de palma de la salita. De las flores de muerto, junto al cercado, le trae Ramón una, que se pone ella al pelo. El 20 anda monte pedregoso, palos amargos y naranja agria: alrededor casi es grandioso el paisaje; vamos cercados de montes serrados, tetudos, picudos; monte plegado a todo el rededor; el mar al Sur. A lo alto, paramos bajo unas palmas. Viene llena de cañas la gente. Esa noche duerme, por el monte, en yaguas. Su última anotación de ese día en el Diario es esta: Jaraguá, palo fuerte. Ama mucho al árbol Martí, y a sus sonoros nombres criollos.

 El 21 y el 22 de abril los pasa avanzando lomeando como él anota. Se da un baño en el río, de cascadas y hoyas y grandes piedras, y golpes de caña a la orilla. Para Martí, que llegaba de la agitada Nueva York, aquel baño en un paisaje tropical, en la Cuba de los bosques, fue una delicia imponderable. Se comprende cómo Martí marchaba embriagado del paisaje, lleno de un entusiasmo vegetal, poderoso. Su diario se cruza de muchas notas sobre hojas, remedios de la farmacopea guajira, pequeños cuadros luminosos del monte, breves y tajantes párrafos de agreste poesía. El 23 ve de un lado a otro montes y entre ellos, el mar. Ese monte, a la derecha, con un tajo como de sangre por cerca de la copa, es Doña Mariana. 

   Ese día anda mucho de 8 a 2 caminamos por el jatial espinudo, con el pasto bueno y la flor roja y baja del guisado de tres puyas. De pronto bajamos a un bosque alto y alegre, los árboles caídos sirven de puente a la primera poza, por sobre hojas mullidas y frescas pedreras, vamos, a grata sombra, al lugar de descanso: el agua corre, las hojas de la yagruma blanquean el suelo, traen de la cañada a rastros, para el chubasco, pencas enormes, me acerco al rumor, y veo entre piedras y helechos, por remansos de piedras finas y alegres cascadas, correr el agua limpia.

El 24 siente el peligro. Desde el palenque nos van siguiendo de cerca las huellas. Guerrilleros “cubanos” van tras él. Perseguido anota que vio un roncaral de piedra roída, con sus pozos de agua limpia, donde bebe el sinsonte. El 25, cerca de Guantánamo, conoce el primer combate en el paisaje: Perdíamos el rumbo. Las espinas nos tajaban. Los bejucos nos ahorcaban y azotaban. Pasamos por un bosque de jigüeras, verdes, puyadas al tronco desnudo o al tramo ralo. La gente va vaciando jigüeras, y emparejándoles la boca. A las once, redondo tiroteo. Tiro graneado, que retumba; contra tiros velados y secos. Como a nuestros mismos pies es el combate; entran, pesadas, tres balas que dan en los troncos. En el tiroteo hubo heridos. Gómez detiene la columna para recoger uno, que se había quedado atrás, con un balazo en un hombro. Hacen campamento luego. Prenden hogueras, con árboles secos que echan al cielo su fuste de llamas y una pluma de humo. Esperan allí. Aguardamos a los cansados. Ya están a nuestro alrededor, los yareyes en la sombra. Tal, la última agua y del otro lado el sueño. Hamacas, candelas, calderadas, el campamento ya duerme; al pie de un árbol grande iré luego a dormir, junto al machete y el revólver, y de almohada mi capa de hule; ahora hurgo el jolongo, y saco de él la medicina para los heridos. Cariñosas las estrellas a las tres de la madrugada. Un herido se queja. Viene el practicante y entre todos, con Paquito Borrero, de tierna ayuda, curamos la herida, una herida narigona, que entró y salió por la espalda: en una boca cabe un dedal y una avellana en la otra: lavamos, yodoformo, algodón fenicado.

Del 27 al 30 Martí hace campamento en la estancia de Filipinas. Hace sus trabajos de la jurisdicción. Habla a los soldados. Escribe circulares a los jefes, etcétera. El primero de mayo salen del campamento. Caminan por la región florida de los cafetales, con plátanos y cacao. Entran a un monte que Martí describe así: yerba alta, cubre el suelo húmedo: delgados troncos blancos cortan, salteados, de la raíz al cielo azul, la selva verde; se trenza a los arbustos delicados el bejuco, a espiral de aros iguales; como de mano de hombre, caen a tierra de lo alto; meciéndose el aire, los cupeyes: de un curujey, prendido a un jobo, bebo el agua clara; chirrían, en pleno sol, los grillos.

El día 2 y el 3 encuentra a Bryson, corresponsal del Herald, y trabaja haciendo un manifiesto para el periódico de Nueva York. A la noche, como se han olvidado de su hamaca, del sombrero hago almohada: me tiendo en un banco: el frío me echa a la cocina encendida: me dan la hamaca vacía: un soldado me echa encima un mantón viejo.

El 4 asiste a un espectáculo emocionante, el fusilamiento de Masabó, de rostro brutal que violó y robó. Oyó el acusado su sentencia de muerte sin que se le caigan los ojos, ni en la caja del cuerpo se le vea miedo. Al fin van la caballería, el reo, la fuerza entera, a un bajo cercano: al sol. Grave momento, el de la fuerza callada, apiñada. Suenan los tiros, y otro más, y otro de remate. Masabó ha muerto valiente. ‘¿Cómo me pongo, Coronel? ¿De frente o de espalda?’ ‘De frente.’ En la pelea era bravo.

El 5 de mayo, hallan a Maceo, y discuten. No está de acuerdo Martí en que la Patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima el ejército sirvan como Secretaría del Ejército. Sus andanzas el día 6 se ignoran, pues falta esa preciosa hoja al Diario. El 7 salen de Jagua, donde acampaban. Andando se llegan a la sabana de Véo, concha verde, con el monte en torno, y palmeras en él, y en lo abierto un cayo u otro, como florones, o un espino solo, que da buena leña: las sendas negras van por la yerba verde, matizada de flor morada y blanca. A la derecha, por lo alto de la sierra espesa, la cresta de pinos.

El 8 acampan. Martí escribe cartas, etcétera. El 9 levantan el campamento y avanzan y llegan a Baraguá, lugar de la protesta de Maceo. Avanzan. De pronto descubren el Cauto. ¡Ah Cauto! –dice Gómez- cuánto tiempo hacía que no te veía. Martí se emocionó ante el mayor río patrio. De suave reverencia se hincha el pecho y cariño poderoso, ante el vasto paisaje del río amado. Lo cruzamos, por cerca de una ceiba, y luego del saludo a una familia mambí, muy gozosa de vernos, entramos al bosque claro, de sol dulce, de arbolado ligero, de hoja acuosa. Como por sobre alfombra van los caballos, de lo mucho césped. Arriba el curujeyal da al cielo azul, o la palma nueva, o el dagame que da la flor más fina, amada de la abeja, o la guásima, o la jatía. Todo es festó y hojeo, y por entre los claros, se ve el verde del limpio, a la otra margen, abrigado y espeso. Martí se regodea con los nombres criollos de los árboles del bosque, como le sucedía a los poetas cubanos de su tiempo. Y se pone a describirlos con deleite. Veo allí el ateje, de copa alta y menuda, de parásitas y curujeyes; el caiguarán, ‘el palo más fuerte de Cuba’, el grueso júcaro, el almácigo, de piel de seda, la jagua, de hoja ancha, la preñada güira, el jigüe duro, de negro corazón para bastones, y cáscara de curtir; el jugabán, de fronda leve, cuyas hojas, capa a capa, ‘vuelven raso el tabaco’, la caoba, de corteza brusca, la quiebrahacha de tronco estriado, y abierto en ramos recios, cerca de raíces, (el caimitillo y el cupey y la pica-pica) y la yamagua, que estanca la sangre.

El 10 siguen andando. De Altagracia vamos a la Travesía. Los soldados le nombran “Presidente”. El 11 acampan. El 12 marchan a la Jatía, cruzando potreros. Escribe cartas, circulares, etcétera. El 13 cruza el Cauto y el Contramaestre. El 14 escribe “instrucciones generales a Jefes y oficiales”. El 15, bañándose en el Contramaestre, siente la caricia del agua que corre: la seda del agua. El 16, escribe y lee. El 17, el último día de su Diario, anota que Gómez sale con los 40 caballos, a molestar el convoy de Bayamo. El se queda escribiendo, con 12 hombres, las Instrucciones Generales. Ve cómo asan plátanos y majan tasajo de vaca y finaliza así su Diario, dos días antes de su muerte en combate: Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre (nótese la alusión final al río, comienzo y fin de su paisaje literario)
y me trae Valentín un jarro hervido en dulce, con hojas de higo.

Muere Martí el 19 en Dos Ríos, tras haber escrito páginas maestras sobre nuestro paisaje, impresiones cortas, certeras, que apenas pudo revisar. Murió con el íntimo goce de haber amado enteramente a su tierra, a la alegre gloria vegetal de su tierra, de monte suave y río claro. Le fue dada esa dicha final. Murió entre árboles cubanos.

31 de enero de 1954

Samuel Feijóo, San Juan de los Yeras, Las Villas, 1914 - Villa Clara, 1992.
Cuentista, poeta, pintor, estudioso del folclore, editor, periodista. Compiló numerosas colecciones y antologías. Tuvo a su cargo la revista Islas, de la Universidad Central, en Cuba.