RELIGIOSIDAD POPULAR EN LOS LUGARES COLOMBINOS:
SU PROYECCIÓN EVANGELIZADORA HACIA AMÉRICA
JULIO IZQUIERDO LABRADO
Palos de la Frontera, Febrero de 1999.
La devoción a Santa María de La Rábida, Virgen de los Milagros, en Palos de la Frontera, se remonta a épocas antiquísimas donde la historia se confunde con la leyenda. Según los manuscritos de La Rábida, en su mayoría escritos por Fray Felipe de Santiago en el siglo XVIII, la imagen fue esculpida en los orígenes del cristianismo por el propio San Lucas, y traída al Puerto de Palos por el marino libio Constantino Daniel, como regalo del Obispo de Jerusalén San Macario.
Durante mucho tiempo permaneció en Palos, hasta que la invasión musulmana obligó a los cristianos de estas tierras, en el siglo VIII, a esconderla en algún lugar de la costa, cubierto con los años por el mar. En la decimoquinta centuria, instalados ya en La Rábida los seguidores de San Francisco, unos pescadores de Huelva la sacaron entre sus redes en aguas de Palos. Primero sólo a la Virgen, pero echaron inmediatamente de nuevos las redes y sacaron al Niño.
Al ser los pescadores de Huelva, pero haberse encontrado en término palermo, los habitantes de ambas villas comenzaron a disputarse la imagen. Solicitada la mediación del Prior del Monasterio de La Rábida, éste tuvo una feliz idea: dejarían a la Virgen sobre una balsa en la desembocadura del Tinto, a fin de que fuera la Providencia la que la llevara hasta el lugar donde debería quedarse. La marea, venciendo la corriente del Tinto, llevó la balsa río arriba hasta La Rábida, y allí permaneció, custodiada por los frailes, y venerada por los vecinos de toda la comarca, que celebraban en su honor una romería el 2 de Agosto, festividad de Ntra. Sra. de los Ángeles y fecha destacada para la comunidad franciscana.
La verdad es que la imagen que hoy conocemos, realizada en alabastro, de unos 50 cms. de altura, data del siglo XV, y es una bellísima muestra de gótico manierista y elegante, que imprime a la figura una singular curvatura, de modo que cambia de aspecto por poco que se varíe la perspectiva. No obstante, para demostrar que detrás de cada leyenda existe algo de verdad, hay que decir que, según documentos existentes en la Parroquia de San Jorge, en una restauración que se le hizo a la imagen de la Virgen en el siglo XVIII, le encontraron restos de sal y limo marino, como si hubiera estado sumergida en el mar.
La misma legendaria nebulosa envuelve los orígenes de Palos que son muy remotos. Los restos arqueológicos encontrados nos confirman un poblamiento ininterrumpido de la zona desde el Paleolítico. Roma dejó una notable huella, hasta el punto que muchos autores clásicos identifican esta ciudad con el mítico Palus Etrephae, ubicando en el lugar de La Rábida, antes llamado Cabezo del Infierno, un templo dedicado a la diosa Proserpina. La zona se cristianizó pronto, y tras los periodos visigótico y musulmán, en el que Palos fue una alquería de Niebla, esta localidad nace a la historia en 1322, fecha en que Juan I de Castilla la dona a Alonso Carro y Berenguela Gómez, su mujer. De esta forma se separa de lo que había constituido el reino almohade de Niebla, al que seguía perteneciendo aún después de su conquista a mediados del siglo XIII.
Palos era por estas fechas, como presumiblemente lo fue en toda su anterior historia, un pequeñísimo núcleo de población que subsistía de la pesca litoral, aprovechando las cualidades que, como puerto interior, al abrigo del viento y los ataques piráticos, ofrecía el Tinto. Álvar Pérez de Guzmán, al que debemos considerar como verdadero padre y fundador de la villa de Palos, contaba sólo catorce años cuando Alfonso XI, en 1379, le concede las villas de Palos y Villalba como compensación por haberle arrebatado las localidades de Huelva y Gibraleón para cederlas a la Duquesa de Medinaceli.
Álvar Pérez consiguió del Monarca el privilegio de eximir de cualquier impuesto real a las 50 primeras familias que se instalasen en Palos acudiendo a su iniciativa de repoblación, estableció con su legislación las bases del ordenamiento jurídico municipal y dedicó las escasas y poco fértiles tierras del término palermo al cultivo del olivo y la producción de aceite. Después de la prematura muerte de Don Álvar, su viuda, Doña Elvira de Ayala, hija del Canciller de Castilla, prosiguió su labor hasta que muere en 1434.
Cada una de las hijas de D. Álvar y Dª Elvira, llamadas Isabel y Juana, heredaron una mitad de la villa de Palos, que por sus respectivos matrimonios, pasaron a ser señoríos, una mitad del Conde de Miranda y la otra del Conde de Cifuentes. Los Miranda enajenaron en 1480 la sexta parte de su señorío en favor de D. Enrique de Guzmán, Duque de Medina Sidonia y Conde de Niebla. Por su parte, los Cifuentes vendieron su mitad de la villa a los Reyes Católicos en Junio de 1492, cuando se preparaba la partida de la expedición colombina.
Esta triple fragmentación del señorío sobre Palos provocó la complejización del ordenamiento municipal y de la estructura interna del Concejo palermo, pese a la cual -tal vez gracias a ella- Palos fue una villa bien administrada. Sin embargo, esta coyuntura favorable, que hubiese hecho de Palos una importante ciudad, apenas duró unas décadas. El período de mayor auge para la villa fue el de la guerra peninsular entre Castilla y Portugal (1474-1479).
Los Condes de Miranda que tan importante labor realizaron en la organización del pueblo, la construcción del Castillo y de la Iglesia, probablemente fueron también los que trajeron la imagen de la Virgen de los Milagros que hoy conocemos. Durante siglos, según creencia popular, la Virgen protegió a los moradores de estas tierras de toda clase de epidemias y de los ataques berberiscos, amén de beneficiar con multitud de prodigios a sus devotos fieles, en su mayoría relativos a curaciones portentosas de males mortales en la época.
Históricamente destaca porque fue la imagen ante la que oraron los marinos que descubrieron América, incluso determinó la fecha de partida de la expedición. Efectivamente muchos estudiosos se han preguntado por qué, ultimados los preparativos, las naves no salieron hasta el tres de Agosto, dando las más variopintas explicaciones, incluida la de coincidir con la finalización del plazo para que los judíos salieran de España. La razón es mucho más local y lógica, como se ha dicho la romería se celebraba en este siglo el 2 de Agosto, y era muy normal que antes de aventurarse a un arriesgado viaje los marinos palermos quisieran realizar junto a sus familiares este homenaje a su Patrona, partiendo inmediatamente después de haberse puesto en sus manos y haberle rogado su protección.
La imagen muestra señales de diversas fracturas, debido a pasados accidentes y a que, en el siglo XVIII, con gran disgusto de los frailes, fue cortada a fin de vestirla como la moda de entonces exigía. Con el tiempo, dados los especiales vínculos históricos que unieron a Palos de la Frontera y La Rábida, la Virgen de los Milagros se unió especialmente con los palermos. A los pies de Nuestra Señora, con hábito franciscano, mandó que le enterraran Martín Alonso Pinzón, según afirman en los Pleitos Colombinos los numerosos marinos que le acompañaron al final de sus días, apenas regresó triunfante del viaje en que descubrió el Nuevo Mundo.
En cuanto al patrón palermo, San Jorge, mártir cristiano en el año 303, nació en Capadocia (Asia Menor oriental). Y su vida, para no variar, queda también oscurecida por la leyenda, aunque su martirio en Lydda, Palestina, está considerado como un hecho histórico, testificado por un par de primitivas inscripciones en una iglesia siria y por un documento del papa Gelasio I, fechado en el año 494, en el que ya se menciona a San Jorge como una persona objeto de especial veneración.
Una de las más populares leyendas referidas a él, base de su iconografía habitual, narra su encuentro con el dragón cuando una ciudad pagana de Libia era acosada por este monstruo, imagen del demonio, al que los vecinos habían intentado primero aplacar con un cordero, y después con sacrificios humanos. Hasta que la suerte designó a la hija del rey, símbolo de la Iglesia, para sufrir tan cruel destino. Entonces intervino San Jorge, mató al dragón y toda la comunidad se convirtió al cristianismo. El Concilio de Oxford, en 1222, acordó que su día, el 23 de abril, fuera desde entonces celebrado como fiesta nacional, y desde el siglo XIV ha sido el santo patrón de Inglaterra y de la orden de la Jarretera. También tiene el patronazgo de Cataluña en España y de ciudades como Génova en Italia. En definitiva, San Jorge se caracteriza por ser el santo caballero favorito por los pueblos de aventureros y navegantes, por lo cual no es de extrañar que sea patrón de Palos prácticamente desde los orígenes históricos de la villa, otorgándosele su nombre a la Iglesia Parroquial.
Para completar el cuadro de la religiosidad palerma, hay que decir que la Iglesia de San Jorge tenía tres capillas, una del Sr. Bautista, otra del Sr. de la Veracruz, del lado del Evangelio, y al otro una de Nuestra Sra. de la Esperanza. Y otros seis altares de diferentes títulos. Además, tenía siete Ermitas en esta forma: al naciente del sol, trescientas varas hacia el lado izquierdo, estaba la ermita de Santa Brígida, camino de Moguer. Y quinientas varas, a poniente, al lado derecho, estaba la de la Sra. de Flores camino de la Rábida, que según la tradición fue fundada por Cristóbal Colón, ya que esta Sra. se le apareció en el mar, navegando:
"Que mirando a las aguas una mañana le parecía ver flores y en derechura mandó ir y que hallaron la santísima imagen con la cabeza fuera del agua. Y cogiéndola la trajo a esta Villa y le hizo ermita, y le puso una buena dotación, que todavía hoy se conserva algo. Y un devoto de la Señora, aunque indigno, viendo la gran indecencia que la santa imagen tenía, porque arruinada su casa estaba en un alto, en la iglesia, con otras imágenes, arrumbada, la dio al lugar de Calañas, donde está con más decencia".
Al norte, junto al embarcadero, estaba la de la Sra. de Guía, y al Sur, la del glorioso San Sebastián. Además tenía otra en un alto en medio del lugar, y al mediodía, dedicada a Sta. María Magdalena. Y en la orilla de la ribera, otra dedicada a María Santísima, con el título de Consolación. Más arriba estaba la del Sr. de la Misericordia, que era Crucificado, y era el Hospital de los Pobres de la calle de la Ribera. Según un hombre anciano de Palos, llamado Juan Cuello, él lo había visto llevar al Convento de la Rábida cuando el hospital se hundió, a comienzos del siglo XVIII.
Sobre estas creencias estuvo asentada la religiosidad del pueblo de Palos. Aunque sería muy simplista barajar únicamente estos elementos para entender espiritualmente a unos hombres que, tras unas azarosas vidas en los mares persiguiendo a las esquivas Fama y Fortuna, poco dispuestos a la más mínima contemplación para quien se cruzara en su camino, acababan su tránsito -para ellos mejor singladura- por este valle de lágrimas, enterrados en la Iglesia de San Jorge con un hábito franciscano por sudario. Igual que sus esposas, que, como mujeres de marinos, pasaban sus vidas cual modernas penélopes, esperando el retorno del aventurero consorte y, mientras tanto, se ocupaban de mantener casas y haciendas, criar y educar hijos, transmitir tradiciones y fe.
Para complicarlo todo un poco más, sumemos a esta religiosidad de hombres y mujeres libres la del elemento esclavo, añadido y marginal, soterrado, condenado y sin embargo perturbadoramente absorbido por una sociedad altamente jerarquizada y no poco racista. Un ingrediente que en los llamados lugares colombinos tuvo una mayor relevancia de la que hasta ahora se le ha querido otorgar.
Todo ello en un clima generalizado, durante la primera mitad de la decimosexta centuria, de humanismo cristiano. Tomada Granada y expulsados los judíos, la Inquisición se encarga de velar la pureza de la única fe. Los reyes son sus católicas majestades, Corona e Iglesia caminan juntas hacia el estado moderno y Dios les ha dado un mundo nuevo que evangelizar. En España, todo iba bien.
Y, sin embargo, tal vez como refugio de individualismo y libertad, fue ésta también una época de intimismo espiritual. Por Europa comenzaron a brotar ideas que se propagaban rápidamente, sobre todo en los puertos. Se ha hablado de "San Pablo renovado por el humanismo erasmista", para explicar cómo la metáfora del Cuerpo Místico de Cristo simbolizaba una religiosidad rígidamente estructurada, por analogía con la sociedad que la sustentaba, pero también al germen que acabaría con ella, pues llevaba implícita la aceptación de todas aquellas minorías marginales, residuales, que antaño fueron simplemente eliminadas:
"... pues por todos se puso xpo. en la cruz, y nuestra madre la yglessia sancta no nos excluye, antes nos admite a muchas cosas más que a blancos, pues procedemos de gentiles y xpianos viejos,..." .
Verdaderamente, la Iglesia Católica había mantenido siempre la necesidad de evangelizar y catequizar a los esclavos, ofreciendo con ello la mejor de las excusas para justificar el fenómeno esclavista, aunque hay que reconocer que con ello protegió a los cautivos de algunos abusos y palió mínimamente sus desdichas. Por expresarlo brevemente, se podría decir que todos eran iguales ante Dios, aunque no ante la Santa Madre Iglesia.
En teoría, las cofradías debieron ser los cauces de integración y participación de toda la sociedad en rituales y cultos religiosos que permitieran la comunión, en régimen de igualdad, de todos los hermanos, fuera cual fuese su condición social, posición económica, sexo o color. Derivándose sus funciones de las estrictamente espirituales hacia parcelas más prosaicas, que incluían la alimentación, el vestido o la vivienda de los cofrades impedidos o enfermos, de enterrarlos en última instancia, y de sus viudas y huérfanos si los hubiere. Sin duda, una gran labor de la que pocas instituciones se ocupaban y que, más o menos, algunos pudieron disfrutar independientemente de su clase social, pero no de su color. El segregacionismo se manifestaba a través de los estatutos de limpieza de sangre, que impedían cualquier veleidad respecto a la mezcolanza racial. Los negros o mulatos, esclavos o liberados, no eran admitidos, y tenían que organizar sus propias cofradías de "morenos":
"... porque, aunque como dize, nuestro señor Jesuxpo. se puso en la + por todos, y nuestra madre la iglessia no los excluye, en ella ay órdenes y grados como los ay en el cielo...".
Ni siquiera así, menguaba la animadversión social hacia los que, por definición, no tenían derechos, o sus descendientes. Sus procesiones eran objeto de todo tipo de burlas y escarnios, por lo que la religiosidad popular se incrementaba con unos espectáculos que la mayoría blanca entendió como una divertida parodia, organizada para que ellos pudieran divertirse, aún a costa de incluir en ella creencias y devociones que presumían de respetar y hacer respetar, que ellos mismos habían inculcado, como una obligación, a sus presentes o antiguos siervos.
En Moguer fue la hermandad de la Encarnación, con sede en el hospital del Corpus Christi, la cofradía de los negros. Existente según la documentación, al menos, desde 1606, año del que data su más antiguo documento, un acta de elección de seis mayordomos, en el que escrupulosamente se eligieron, según las reglas, tres blancos y tres negros. La presencia de los blancos se justificaba como una especie de tutela, ya que los morenos, analfabetos, no estaban preparados para ocuparse del inevitable papeleo.
Sin embargo, los hermanos de color de la cofradía denuncian, en carta dirigida al Arzobispado con fecha 3 de Septiembre de 1670, la intención de los hermanos blancos de nombrar una junta rectora exclusivamente de su color. Intención que uno de los testigos justificaba diciendo que:
"...una cofradía donde hay tanto número de hermanos blancos y personas principales que habían contribuido a aumentar la devoción, no podían ser gobernados por hermanos de color, cuyo número no pasaba de treinta. Por otro lado, añadía, no tenía constancia que los hermanos morenos fuesen viciosos o destemplados, aunque eran poco atentos y carecían de urbanidad, tratando a los blancos con los mismos modos".
Al parecer se trataba de un caso único en el Arzobispado de Sevilla de "convivencia" en la misma hermandad de blancos y negros, según un testigo que abogaba por la supremacía blanca. En realidad, aparece como una cofradía fundada por un negro, para los morenos de la zona que no eran admitidos en otras, pero tutelada por blancos, que, progresivamente pretendieron excluirlos también de ésta, y eso que no fue hasta 1712 cuando adquirió una gran popularidad porque presuntamente el Cristo de la Encarnación sudó sangre en el mes de marzo.
No sabemos qué sudaría el provisor y vicario general, el 5 de febrero de 1671, cuando resolvió el pleito en favor de los antiguos y tradicionales derechos de los hermanos morenos, advirtiendo además a los hermanos blancos que sancionarían el incumplimiento de esta resolución con "la pena de excomunión mayor y doscientos ducados que se emplearían en obras pías", porque una semana después los cofrades blancos recurrieron esta decisión, que hubo de ser nuevamente reafirmada desde el Arzobispado.
Era, en fin, la religiosidad de estos lugares muy similar a la de otros pueblos de la comarca de características semejantes, si acaso, con más lejanas influencias por la condición de marinos de la gran mayoría de sus vecinos, observable por ejemplo en la representación de los santos Getulio y Cereal, que en el templo dedicado a San Jorge, continúan formulando al peregrino el enigma de su presencia en lengua toscana. Lejanas influencias que quedaron empequeñecidas al compararlas con la proyección que los palermos dieron a sus creencias, llevándolas más allá del Atlántico, tal vez, como a veces se ha dicho, porque ignoraban que estos lugares no existían y además era imposible llegar a ellos.
De cualquier forma, cuando se habla del papel que ha desarrollado el pueblo de Palos de la Frontera en la Historia de América, suele pensarse, casi exclusivamente, en los acontecimientos relacionados con la preparación y ejecución del primer viaje colombino. Pero, poco a poco, la investigación y el estudio nos van perfilando múltiples actuaciones en las que los palermos se muestran como destacados protagonistas en la colonización del Nuevo Mundo, siempre pioneros, construyendo los pilares de una nueva sociedad, de una nueva cultura, y participando activamente en la Evangelización.
Desde el fundamental apoyo que Fray Antonio de Marchena y Fray Juan Pérez prestaron a Cristóbal Colón cuando su ánimo desfallecía ante la adversidad, el Convento franciscano de Santa María de La Rábida siguió atentamente la evolución de los acontecimientos, erigiéndose en uno de los primeros focos de la evangelización americana. Como es lógico, la influencia del convento rabideño, propició que destacaran especialmente los franciscanos entre los primeros evangelizadores palermos de América, como Fray Juan de Palos, Fray Juan Cerrado, Fray Pedro Salvador, Fray Alonso Vélez de Guevara, Fray Juan Quintero, Fray Thomás de Narváez y Fray Francisco Camacho, que tomaron en su mayoría los hábitos en México y Lima.
Quizás el más conocido sea, Fr Juan de Palos, franciscano lego, natural de esta villa, que fue el último evangelizador incorporado a la expedición encabezada por Fr. Martín de Valencia, en 1524, con destino a México. El palermo fue uno de los llamados "Doce Apóstoles de México", que iniciaron la evangelización de la Nueva España.
Fr. Juan de Palos poseía buenas dotes para la predicación, lo que demostró enseñando el Evangelio a los indígenas en lengua mexicana. Pero muy pronto los franciscanos se sintieron atraídos por la Florida, hacia donde viajó Fr. Juan de Palos en la expedición capitaneada por Pánfilo de Narváez. No fue nada fácil la evangelización en estas nuevas tierras, debido a la belicosidad de sus habitantes y la insalubridad de la zona. Fr. Juan de Palos murió en la Florida el 21 de marzo de 1527.
También era natural de Palos Fr. Juan Cerrado, que realizó numerosas conversiones en Jalisco, y, siendo guardián del convento de Tzapotla, pidió licencia para ayudar a la reducción de los belicosos chichimecas de la provincia de Zacatecas. En Atotomilco, la muerte le llegó disfrazada de flechas indias a la edad de 28 años. Era el año de 1566.
Fr. Pedro Salvador, Fr. Alonso Vélez de Guevara, Fr. Juan Quintero, Fr. Thomás de Narváez, barbero-cirujano, Fr. Francisco Camacho, Pedro Fernández, Lope Quintero, o Diego Jurado, son algunos otros evangelizadores cuyos nombres quedarán por siempre unidos a los de América y los lugares colombinos, especialmente desde que fueron rescatados por las investigaciones históricas de Diego Ropero Regidor.
Pero, sin duda, fue Fr. Juan Izquierdo, obispo de Yucatán, el eclesiástico natural de Palos que tuvo mayores responsabilidades en la Iglesia americana. Palermo y franciscano, Fray Juan Izquierdo fue obispo de Yucatán entre 1587 y 1602, y un personaje controvertido, pues le tocó vivir momentos críticos de enorme tensión y responsabilidad, logró la consolidación de la iglesia yucateca mediante una acertada reorganización de su obispado y la introducción de importantes innovaciones y reformas.
La fundación en su sede de Mérida de un seminario, verdadero centro cultural de la zona; la terminación de la catedral, en cuya cripta yace enterrado; sus frecuentes visitas controlando su obispado; su preocupación porque los misioneros aprendieran el chontal, la lengua nativa, para que fueran más eficaces en su evangelización, salvándola al mismo tiempo del olvido conjuntamente con tradiciones y costumbres de la cultura indígena; su obsesión porque los escasos recursos de una Iglesia ubicada en una tierra pobre y marginada estuvieran mejor distribuidos, nos definen a un Fr. Juan Izquierdo dinámico y efectivo, riguroso y enérgico, preocupado por llevar a cabo siempre las medidas que, a su juicio, iban a redundar en beneficio de la iglesia que le había sido encomendada. Representó la más alta dignidad eclesiástica palerma en la evangelización de las Indias, justo cuando su pueblo natal estaba inmerso en la ruina.
En la segunda mitad del siglo XVIII, después de casi dos siglos de letargo debido a la despoblación en que quedó sumida la villa de Palos por la emigración, la ruina económica y las epidemias que sobre ella se abatieron, surge en Palos la Hermandad de Ntra. Sra. de los Milagros, que en su carta fundacional expone su intención de reanudar las tradiciones y el culto a la virgen como se hizo hasta el siglo XVI.
Desde entonces la Virgen de los Milagros se venera en Palos de la Frontera con creciente devoción. Ha sido nombrada Patrona Canónica y Alcaldesa Perpetua de la Ciudad, hasta que el 14 de Junio de 1993, se cumplió el gran sueño de sus fieles palermos, cuando Su Santidad Juan Pablo II vino a La Rábida para coronarla, con el padrinazgo de Sus Majestades, como Madre de España y América.
Sin duda, esta pequeña imagen de alabastro, concentra y representa la continuidad de la religiosidad popular de Palos de la Frontera y su proyección americana.