El Problema educativo requiere un Liderazgo con nueva mirada


En toda Latinoamérica y España se está discutiendo con bastante pasión los serios problemas que tenemos en cuanto a la calidad de la educación que se está entregando a nuestros jóvenes y niños.
Hace algo más de una década los gobiernos de la región iniciaron procesos de reforma educacional con la esperanza puesta en alcanzar crecientes niveles de equidad y calidad pues se entendió, con mucha razón, que el desarrollo de nuestros pueblos pasa fundamentalmente por mejorar el capital humano y en ello la Educación juega un papel crucial. Hasta allí todos de acuerdo. Con ánimo, entrega y esfuerzos, los diversos gobiernos se abocaron a pensar, diseñar e impulsar los cambios programáticos, curriculares, procedimentales, metodológicos y administrativos que posibilitaran la puesta en marcha de las diversas “reformas educativas”.
Se intuyó bastante bien, a mi juicio, que se requería una nueva mirada pedagógica capaz de modificar la función docente desde un transmisor de enseñanzas a un guía desencadenador de procesos de aprendizaje. También se incluyó, con mayor o menor acento, el apoyo de recursos tecnológicos de última generación que se han ido usando cada vez en forma más creciente y, lamento decirlo, desorganizada y poco significativa.

¿Avanzamos en algo?
Seguramente sí, pero no como pensaban las autoridades y los expertos.
¿Ocurrió eso por problemas en el diseño o en la implementación de las reformas?
Ciertamente. En ambas fases del proceso hubo errores y eso, me parece, era bastante razonable de esperar, porque solo la praxis puede arrojar luz verdadera sobre estas cuestiones. Bien sabido es que quien crea que pueda diseñar algo que tenga y requiera tanta participación social como los procesos educacionales debe reconocer que el diseño preliminar hecho sobre el escritorio (seguramente perfecto) no se ajustará cabalmente a los ripios de la realidad que suele presentar variables ignoradas y que solo se conocen en la practica diaria.
¿Y qué hacer entonces?
En eso nos hemos pasado casi una década.
No soy tan soberbio como para pretender dar respuesta a esta interrogante. Mucho menos habiendo señalado que desde ningún escritorio se puede planificar creyendo tener la receta perfecta, pero he tenido últimamente experiencias que me permiten vislumbrar algunos derroteros que, tal vez, sirvan a experiencias similares y puedan adaptarse o corregirse de acuerdo a ellas.
Por cierto, cabe recordar aquí que he sostenido hasta la majadería que creo que los cambios en Educación han de venir desde las propias aulas. Una sala de clases que logra generar experiencias desencadenantes de aprendizajes y desarrolladores de capacidades, habilidades y talentos, deberá forzosamente ir convenciendo a las otras, hasta que seamos masa crítica y maduren los tiempos del verdadero cambio.
Quienes pretendan que las soluciones bajen desde las olímpicas oficinas ministeriales con soluciones y métodos “todoterreno”, pueden seguir esperando otros diez años.
Lo primero que debemos reconocer, en mi opinión, es que estamos ante un problema que requiere liderazgos académicos de distinto tipo. Ciertamente los problemas que presentan los nuevos programas de estudio implementados pueden corregirse a través de soluciones técnicas que un experto puede detectar. Hay muchos problemas técnicos que resolver, pero contamos en todos los países con una buena capacidad de personas talentosas y dotadas a las que hay abrirles espacio en medio del compadrazgo y cuoteo políticos que suelen empañar la nominación de las autoridades en las repúblicas latinoamericanas.
Pero hay otra clase de problemas que ni el mejor técnico es capaz de resolver, porque no existe una batería de soluciones aplicable a ellos y porque, ciertamente, toda solución pasará por adecuaciones regionales más o menos homogéneas, pero siempre heterogéneas vistas desde la perspectiva continental. Son los problemas de orden adaptativo que requieren mayores cuotas de talento, liderazgo, paciencia, creatividad, osadía, inclusión y sacrificio para poder encontrarles solución.
No he escuchado ni leído a los ministros de educación de nuestro continente reconocer este hecho. Sin embargo creo, desde esta tribunita modesta, que reconocerlo es crucial para entender que la dinámica de la urgencia en las soluciones a nuestros problemas educativos no pasa por encontrar al talentoso líder que, cual varita mágica, ponga su sapiencia en beneficio de encontrar la solución adecuada, sino de aquellos muchos líderes, de diverso radio de influencia que puedan ir involucrando a la sociedad en su conjunto en la aceptación del problema primero, en el encuentro de soluciones alternativas después y en la experimentación de una variada gama de soluciones, por último. Con el entendido del permanente compromiso de toda la sociedad, más allá de visiones sesgadas por cuestiones sociales, políticas, religiosas o, incluso, raciales, como a veces (lamentablemente) aún ocurre.
¿Por qué un problema adaptativo?
Porque la sociedad ha cambiado mucho. Porque los intereses de las personas, las expectativas que tienen y la forma en que se relacionan ha cambiado demasiado. Porque las nuevas tecnologías de la información han venido no solo a solucionar problemas técnicos, sino a revolucionar nuestra forma de vida, a invadir nuestra privacidad y a poner a prueba nuestros valores éticos más profundos como nunca antes había ocurrido.
¿Están preparados nuestros padres y apoderados para entender este nuevo mundo? ¿Lo están los docentes? ¿Las autoridades educacionales de cualquier nivel que sea? ¿los expertos? ¿las instituciones formadoras de docentes? ¿los profesionales que ayudan a la labor docente? ¿los empleadores que requerirán los recursos humanos que hoy formamos? ¿los gobiernos? No quiero pasar por pesimista, tampoco quiero que se crea que tengo una visión sesgada por cualquier cosa. Pero mi respuesta es un No rotundo. Aunque este no lo vislumbro más como una oportunidad motivadora que como un fatalidad de tragedia griega.
¿Qué se necesita, entonces?
Reconocer que la sociedad toda debe adaptarse al cambio profundo que significa vivir, trabajar y ser feliz en el siglo XXI. Reconocer que solo sabemos que el cambio será lo único permanente y que por ello las relaciones sociales (laborales, económicas, etc.) cambiarán si es que ya no cambiaron.
¿Podemos enfrentar eso con la batería de soluciones que nos dio nuestra educación del siglo XX? No.
¿Nos creen nuestros hijos, niños y jóvenes como padres y apoderados cuando tratamos de ayudarlos a resolver sus problemas con el banco de soluciones que usamos para nosotros o que usaron nuestros padres y maestros con nosotros a su misma edad? No. No nos creen nada (o muy poco) y al no hacerlo los alejamos más y andamos más perdidos que antes.
Hay que adaptarse.
Adaptarse, por otra parte, no significa transar los valores éticos y morales que tenemos como sociedad. Muy por el contrario, significa ampliarlos hasta abarcar las múltiples aristas que hoy presentan. Significa analizar los problemas con la misma escuadra valórica, pero a la luz de las nuevas situaciones que nos plantea, por ejemplo, la tecnología omnipresente en nuestros niños y jóvenes.
Adaptarnos y aprender.
La escuela lleva siglos ofreciendo soluciones similares a problemas distintos.
Solo los líderes que comprendan que es un problema adaptativo podrán tener la oportunidad de cambiar de veras la educación y hacerla de mejor calidad y más significativa.
Pero eso no lo hace el educador solo en el aula. Es una tarea de la sociedad, para la sociedad y con la sociedad. Seguir esperando el líder carismático que trae la receta mágica equivale a condenar a nuestros niños a una educación deficiente.
Antes dije que quienes quisieran hacerlo, pueden seguir esperando. Lo reafirmo aquí. Pero agrego que nuestros niños y jóvenes no pueden seguir esperando, porque les habremos hipotecado la vida con herramientas arcaicas y amargado el alma con la comprobación que ejercimos una paternidad o docencia que no se ocupó seriamente de ellos.
Habrá tiempo para seguir hablando de esto. Por ahora, la prudencia exige quedar hasta acá.