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LAS
BUENAS INTENCIONES NO SON
SUFICIENTES |
Por: Cr. Oscar O. Conti
Scardino, Conti & Asociados
S.A.
oconti@scya.com.ar
http://www.scya.com.ar/
La Argentina vive la peor crisis de su historia. No
obstante, se presenta una excelente oportunidad de aprendizaje para la
dirigencia en general, tanto la política como la
privada.
Ernesto Sábato da una impecable semblanza del
aprendizaje: "El ser humano aprende en la medida en que participa en el
descubrimiento y la invención. Debe tener libertad para opinar, para
equivocarse, para rectificarse, para ensayar métodos y caminos, para
explorar. En el sentido etimológico, educar significa desarrollar, llevar
hacia fuera lo que aún está en germen, realizar lo que sólo existe en
potencia" (Apologías y Rechazos, pág. 90, Seix
Barral).
Salvando las distancias, sobre todo por los efectos
producidos, intentaré equiparar las decisiones, los dichos y las acciones
del gobierno nacional con las de gran cantidad de dirigentes del sector
privado.
Este ejercicio no resultaría válido como tema
reflexivo si no consideráramos que todos ellos, prácticamente sin
excepción, tienen una idea clara del diagnóstico de sus organizaciones y
un honesto deseo de encontrar soluciones definitivas a los inconvenientes
del presente. No dudo que todos los dirigentes están convencidos de que el
camino que han elegido es el correcto. Todos quieren ganar. Todos ellos
aspiran a que sus organizaciones cumplan sus objetivos de manera
exitosa.
El convencimiento, que oficia como obstáculo, de la
mayoría de ellos, es tan grande que ni siquiera pueden considerar que hay
caminos alternativos, y llegan a pensar que hasta resulta perjudicial
evaluar la posibilidad de utilizarlos. Todos ellos se ufanan del valor
necesario para "timonear las naves" (sus organizaciones) en tiempos de
tormenta. También todos ellos, invariablemente, encuentran en la
complejidad del mundo actual las excusas para justificar los resultados
adversos de sus gestiones. Se vienen utilizando los mismos procesos
decisorios desde hace décadas, y esto es justamente lo que no permite
sacar provecho de las potencialidades latentes.
Esta posición
encierra el riesgo de malograr o desperdiciar las capacidades de los
responsables técnicos sectoriales, supuestamente profesionalmente
preparados para enfrentar las problemáticas de sus funciones. El diseñar
un programa a un futuro ministro de economía es tan absurdo como el
hacérselo a un gerente comercial y/o de marketing. Esto no es otra cosa
que subordinar lo técnico a lo político, lo que a su vez conduce a
reiterar acciones que han llevado a fracasos anteriores, debilitando el
poder político del dirigente máximo y "desgastando" a quienes deben
afrontar la ejecución técnica en la organización. Las decisiones políticas
que no respetan el espacio de la técnica y desestiman a la innovación y a
la creatividad, se terminan convirtiendo en verbalizaciones, a lo sumo
bien intencionadas.
Las empresas suelen ser recurrentes en
este tipo de errores, sobre todo en momentos turbulentos, que exigen
firmeza de mando pero flexibilidad de ideas. Con una demanda retraída o
una oferta sobredimensionada, se requiere desarrollar negocios, ya que el
tan remañido camino de la publicidad, confundida como marketing, no agrega
valor a la actividad de la empresa. Ante el fracaso, se pretende encontrar
a la persona que con un programa comercial dado (se le da el qué y el
cómo) y un presupuesto exiguo, logre los objetivos no cumplidos por sus
antecesores. Es obvio que este accionar es más "sencillo" que el requerido
para desarrollar las potencialidades de las empresas. Incluso, los
dirigentes llegan a suponer que el poder político que poseen no sufre
desgaste ante la reiterada utilización de los técnicos como
fusibles.
Aquí vale la pena una reflexión: generalmente los
observadores externos pueden anticipar los resultados de las decisiones
adoptadas. Desde la distancia, todo es claro y hasta obvio. Para los
dirigentes actuantes, las decisiones adoptadas son las más correctas y las
más convenientes. En el actual contexto globalizado, el marco decisorio es
mucho más complejo (interactúan una mayor cantidad de variables
inexistentes en décadas pasadas) de lo que, normalmente, los dirigentes
perciben.
Son escasos los dirigentes que están dispuestos a
repensar la actividad de sus organizaciones para convertirlas en
"innovadoras de su sector", creando un nuevo standard dentro de sus
segmentos de negocios. Todo se reduce a buscar resultados favorables, a lo
sumo a través de la creatividad de la comunicación emitida. Es así que se
da cada vez con más frecuencia que las agencias de publicidad logren
creaciones (sus productos) de excelencia, que no logran incrementar las
ventas de los productos publicitados, que en realidad son el verdadero
problema a resolver.
Generalmente se considera que repensar
algo es un síntoma de debilidad que un dirigente no puede permitirse. Se
cree que un dirigente debe moverse entre certezas, y esto produce una
coraza que repele a la innovación. Con el tiempo, las pseudo-certezas
terminan explotando en las narices de los dirigentes obstinados y en las
de sus subordinados obsecuentes. Mientras tanto, las organizaciones sufren
las consecuencias.
Tomé el ejemplo del Ministro de Economía
sólo para simbolizar la situación. Todos nosotros, desde afuera, intuimos
que las decisiones tomadas conducirán hacia tal o cual conflicto. No dudo
que los asesores presidenciales, los miembros del Gabinete y los
gobernadores, tienen el profundo deseo de encontrar una salida a la actual
crisis. Todos, al parecer, están tomando decisiones de manera racional,
que le permitirán al país lograr cumplir con cierta cantidad de enunciados
inobjetables, pero carentes de contenido técnico que puedan sustentarlos.
Las medidas técnicas deben contar con el apoyo político y no buscar que la
técnica le dé sustento a la política caprichosa y para peor, colgada del
almanaque y no aggiornada a una economía mundial
globalizada.
Políticamente, el Presidente debe lograr el
consenso interno y el reconocimiento y el apoyo internacionales, mientras
que el equipo económico, a través de una prolija planificación técnica de
la actividad productiva del país, debe presentar alternativas de
crecimiento que permitan mejorar la calidad de vida de la población y,
además, el pago de las obligaciones contraídas durante años de
improvisación.
La situación de la Argentina puede ser útil
como caso piloto de las dificultades de países emergentes carentes de una
planificación estratégica que les permita interactuar equitativamente en
el actual contexto, por cierto sumamente inicuo. Posiblemente partiendo de
la hipótesis de que un Estado Nacional puede "quebrar", y utilizando
ciertos lineamientos del sector privado, los organismos internacionales de
crédito deberían impulsar la reingeniería (refundación) de aquellos
Estados ineficientes, sin perder de vista los objetivos inherentes a los
mismos (brindar seguridad, educación, salud y justicia a los ciudadanos).
Un plan económico no puede atentar contra la naturaleza misma del Estado.
Los programas económicos nacionales deben facilitar el cumplimiento de los
objetivos concernientes al Estado.
Una empresa en cesación de
pagos, negocia con sus acreedores el monto adeudado y las condiciones de
pago, presentando los programas comerciales que le permitirán revertir sus
dificultades. Lo fundamental, para los acreedores, es determinar la
capacidad futura de pago. De allí que normalmente, una vez analizados los
planes presentados, se contemple un período de gracia para que la empresa
pueda recomponer su actividad y estabilizar su situación
económico-financiera. Si los planes presentados no tienen sustento, es de
prever que la empresa quiebre.
La Argentina, al igual que
cada una de las naciones del mundo, actúa en un contexto muy complejo (por
la cantidad de variables, intereses sectoriales creados y la velocidad de
los cambios) y cuenta con ciertos y limitados recursos. Esto último es lo
que termina caracterizando (diferenciando) a cada nación. Si el modelo
adoptado para la toma de decisiones no utiliza el marco de la economía
globalizada, los resultados continuarán siendo los no deseados. No es de
esperar que el contexto se ajuste a las decisiones de las autoridades
argentinas. Es evidente que con los recursos disponibles, la Argentina
está elaborando el "producto" inadecuado. Para decirlo de otra manera, el
producto no cuenta con demanda, o bien con la demanda que se tiene no se
logra generar las utilidades suficientes.
Con un mercado
saturado de productos, no permitirse reflexionar sobre qué otras
posibilidades se presentan, es caer en la necedad de continuar haciendo lo
mismo, esperando que sean los resultados obtenidos los que cambien. Todos
coincidimos en que el Gobierno se equivoca, pero el Gobierno insiste en
hacer más de lo mismo.
Ejercer la autoridad implica asumir la
necesidad de enfrentarse ante la duda, ya que permite mantener un cable a
tierra para no caer en posiciones rígidas, arrogantes y omnipotentes que
sólo enceguecen y terminan debilitando el caudal de poder imprescindible
para conducir los destinos de cualquier grupo humano, mucho más el de una
Nación.
El Gobierno Nacional intenta salir de la crisis
actual basándose en aspectos políticos y no técnicos. Lo que resulta peor,
las decisiones políticas acotan las posibles acciones técnicas. Han sido
tantas las idas y vueltas sobre el mismo eje, que las autoridades
gubernamentales, al parecer, han perdido la noción del objetivo a lograr:
el bienestar de los gobernados. Siendo un poco más explícito y
reiterativo: el Estado debe brindar seguridad, salud, educación y
justicia, y lo debe hacer de la manera más eficiente posible (utilizando
la menor cantidad de recursos).
A lo largo de los años, la
carencia de un plan para proyectar a la Argentina se ha convertido en una
asignatura pendiente, por lo que se viene apelando a improvisaciones
disfrazadas de planes. La crisis financiera actual es causa de un mal
estructural arraigado. Económicamente la Argentina es inviable, de allí su
fuerte endeudamiento. Con los avances tecnológicos actuales, la
ineficiencia que ha caracterizado al Estado argentino, hoy se presenta
como patética e indefendible.
Hace ya tiempo que ante la
necesidad de que los números cierren, se apela a incrementar los
impuestos. Pareciera que no se tiene en cuenta que al no alentar a la
actividad económica, los ingresos continuarán decreciendo, y que con
menores ingresos no sólo no se podrán afrontar las obligaciones con los
organismos internacionales de crédito, sino que se atentará contra el
cumplimiento de los objetivos ineludibles del Estado. Cuando se reiteran
los incumplimientos, se pierde credibilidad, tanto en el orden interno
como en el externo.
Si una organización no cumple con los
objetivos que motivaron su creación, se plantea un conflicto existencial
que la impulsa a un letargo agónico, por lo que su existencia termina
careciendo de sentido práctico. Este es el peligro que corre el actual
Estado argentino, asimilable a muchas organizaciones del sector privado.
Una enorme cantidad de objetivos secundarios determinan las decisiones,
que una vez adoptadas, van generando nuevos objetivos, que en realidad son
conflictos a resolver generados por decisiones anteriores. Coloquialmente
a esto lo llamamos: apagar incendios. Una vez que los dirigentes de una
organización ingresan en este laberinto vicioso, salvo que se "pare la
pelota", la salida es sumamente complicada. Justamente, ante esta
situación es imprescindible el poder político, para clarificar los
objetivos primarios y mantenerlos a rajatabla.
Es sabido que
hay que bajar el gasto político, pero no se asume la autoridad (y la
responsabilidad emergente de la misma) para hacerlo. El Congreso no vota
la disminución de las dietas de los congresistas, pero no tiene empacho en
promulgar una ley anticonstitucional, arrollando la inviolabilidad de la
propiedad privada. El Gobierno sostiene que debe interactuar en el actual
sistema económico (neoliberal) globalizado, pero no duda en entrometerse
entre los ahorristas y los bancos. Se hace más de lo mismo, no se apela a
la innovación, ni se hace lo impostergable (planificar) y la crisis se
profundiza. El poder del Gobierno Nacional se fragmenta frente a los
ciudadanos y cada día se siente con más intensidad el desamparo y la
marginación. No se tiene en cuenta que la autoridad, per se, contiene y
que ésto se traduce en un alivio para los ciudadanos.
Dado
que el Estado se ha convertido en una pesada carga, la mayoría de los
ciudadanos apela al "que se vayan todos", como si fuera posible la
existencia de una Nación sin Estado, o sencillo encontrar dirigentes que
puedan asumir con eficacia la dirección del Estado Nacional. En realidad,
creo que esto es una simplificación peligrosa, ya que se considera que lo
que puede venir no sería tan malo como lo que hoy
existe.
Pasarán muchos años para que el pueblo vuelva a
respetar a las instituciones nacionales y sentirse contenido por las
mismas. El descalabro es total y la incredulidad ha alcanzado límites
insospechados. No se lograrán cambios a través de discursos y promesas.
Sólo los hechos podrán ir devolviendo la imprescindible credibilidad en la
dirigencia política, y para esto se requiere repensar todos los procesos
utilizados (¿cómo haríamos esto si hoy iniciáramos nuestra tarea?),
olvidando los utilizados hasta hoy que han sido, justamente, los que han
causado este fenomenal fracaso.
En el sector privado, los
empresarios también suelen caer en el síndrome de la visión túnel. Claro
está que sus decisiones, a diferencia de las del Gobierno Nacional, no
afectan a tantos seres humanos, aunque sumados los "afectados" de una y
los de otras, terminan conformando un gran porcentaje de los actualmente
desocupados. Los empresarios no tienen en cuenta que sus empresas tienen,
además del económico, un objetivo social.
Descarto la buena
intención de todos los dirigentes, pero destaco la falta de flexibilidad
para buscar caminos alternativos. Aspiro a que la Argentina logre salir de
la actual crisis, y para ello es necesario que surjan dirigentes,
políticos y privados, con capacidad de reflexión innovadora, sin la cual
es de esperar que todo empeore. Permanecer inactivo (estancado) en el
actual contexto globalizado, es empeorar. La competencia es así, algunos
llegan y muchos se quedan en el camino. A pesar de que la Argentina, como
lo sostiene el Sr. Presidente, esté "condenada al éxito", los argentinos
venimos demostrando que somos capaces de zafar de dicha condena, para
seguir actuando descaradamente en la "banda del fracaso".
La
complejidad del mundo actual requiere de dirigentes con una visión global
y estratégica que permita que "Argentina S.A." pueda sentarse a negociar
con los acreedores presentando un plan "sustentable" (creíble) y por ende,
beneficioso para los argentinos. Sería interesante que los políticos
llegaran a comprender que no tiene mucho "mérito" ser dirigente de estados
empobrecidos habitados por ciudadanos resignados, que han perdido su
dignidad como consecuencia del accionar de unos pocos bien intencionados
pero ineficaces e ineficientes dirigentes. No debería causar indignación u
ofensa que los organismos de crédito internacionales nos exijan cambios,
reflejados en un plan viable. A lo sumo, debería causarnos vergüenza e
impulsarnos a encarar un serio replanteo sobre el futuro elegido de la
Argentina.
De ex profeso no hago mención de la corrupción
instalada entre los dirigentes, tanto del sector público como del privado
(si hay un dirigente político corrupto, seguramente hay uno privado del
otro lado del mostrador). Esto no es tema para el presente artículo, pero
vale la pena destacar que la corrupción, si bien es inherente a la
naturaleza humana, se ve favorecida no sólo por la falta de escrúpulos de
los dirigentes, sino por la inexistencia de leyes claras, que impongan un
severo castigo a quienes cometen este tipo de delitos. Esto es sólo una
muestra del incumplimiento por parte del Estado de uno de los objetivos
(brindar justicia) que debe cumplir. Incluso, se llega a la insolencia de
utilizar el juicio político a la Corte Suprema como una herramienta de
negociación política.
Más allá de las desventuras argentinas,
es evidente que el sector político mundial deberá crear políticas
económicas integradoras de las diversas regiones. De lo contrario sólo
terminará acelerando el final de un sistema que encierra su propia
extinción, posiblemente como un mecanismo protector de la dignidad humana.
De muy poco servirán las naciones ricas que no cuenten con consumidores de
sus productos. Ante la parálisis de consumo, los ricos dejarán de producir
riquezas e ingresarán en el mismo nivel de marginalidad que los
actualmente desplazados del sistema.
El sector privado,
indefectiblemente debe producir, con sus recursos genuinos, aquello que se
demande y que cuente con valor (no costo) agregado. Los dirigentes de este
sector tienen que enfrentarse a dudas que los impulsen hacia nuevos
horizontes de negocios, de lo contrario, sólo estarán favoreciendo que sus
negocios se agoten más rápidamente. Deben asumir que la vida útil
(económica) de los productos es cada vez más corta, y por ende sus
actividades requieren renovación.
El marco político, en el
sector público y en el privado, debe contener al técnico y en la práctica,
lo complementa. No es posible implementar medidas técnicas exitosas si no
existe la contención del poder político, y éste no existirá si las medidas
técnicas son reiteradamente ineficaces. Las organizaciones, tanto públicas
como privadas, no se desarrollan sólo con buenas intenciones, requieren de
bien intencionados y expertos dirigentes, que mantengan siempre a la vista
los objetivos perseguidos y adquieran la sana y adulta costumbre de
revisar las estrategias seleccionadas para conseguirlos.
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