Carta a Margarita

 

Te lei atentamente cuando me enviaste esa carta Margarita, recordando lo
que pasábamos en aquellos dias de estudiantes en ese colegio de monjas con sus ropajes negros y su olor a detergente que nos picaba la nariz, y esa monja, la Sor Elena que no tenia ni pizca de humor y andaba tratando de averiguar lo que hablábamos. Te acuerdas Margarita, cuando mi primer amor, el único aceptado por mi madre porque vivía fuera de la ciudad, me enviaba cartas  con poesías? Menos mal que el cartero pasaba temprano y yo podía recibirlas sin que se enterara mi mami, claro que tenia que leerlas en el colegio, levantando la tapa del pupitre para que la monja no se diera cuenta. Aunque con la última si pasé susto, pues el me llamaba mi amor, y me enviaba un poema de Neruda, un poco...digamos sensual... imaginate! Pecado mortal.
La monja me pilló leyéndola y me la pidió, era morbosa, (la monja) pero yo no se la solté, le dije que era mia y no se la iba a dar. Te acuerdas como amenazaba
con llamar a mi mami? Nunca lo hizo.
Y la loca esa de la Claudia, cuando tenía que dar la lección de memoria, la leía directo del libro, yo la veía porque me sentaba a su lado, y la monja le decía que no era necesario aprender las lecciones letra por letra, que lo importante era que entendiera lo que habia estudiado...y la Claudia colorada hasta las orejas, no sabía para donde mirar, y yo, muerta de la risa. 

Lo peor eran las lecciones de "tejido a telar" no se para qué nos enseñaban esas cosas, a mi me gustan, pero hechas por otras personas, nunca pude hacer uno, era un enredo de lanas y palos que me daban ganas de salir corriendo, hasta que la señora Matilde, la profe, se quejó  con la monja jefe, y no pasó nada, en esa hora, me autorizaron a pintar azulejos con pintura al óleo, el primero que pinté, me quedo bonito, pero la Ana, que se sentaba delante de mi, se volvió para decirme algo, y con el brazo dió vuelta el diluyente y adiós la obra maestra...


Oye, que bueno que me escribieras, hacía años que no sabia de ti, siempre te recuerdo. Me gustaba tu casa, tan bonita, con ese piano de tu abuelo que siempre lucía un enorme ramo de flores frescas, (el piano, no tu abuelo) claro que nunca me llegué a enterar si tenía teclas o no, pues siempre estaba cerrado. Y tú
enamorada del mecánico coqueto ese, y te arrancabas a escondidas para salir con él en su moto. Tu mami se ponia furiosa, hasta que tuvo que aceptarlo y te dejó casar, hasta ahí no más llego tu adolescencia, y el seguía de coqueto, con las chiquillas del colegio, y tu criando hijos, avejentada antes de tiempo, y tu abuelo furioso, y tu padre furioso, y tu madre ayudándote a escondidas. 


Pasan los años Margarita, y somos abuelas, no se como es tu vida, ni tu sabes como es la mia, el tiempo se quedo estancado en los recuerdos, del parque Forestal vestido de otoño, del guindo del patio de colegio, de aquel olor rancio de las monjas, que miraban pasar la vida si hacer nada para que se detuviera un momento y mirar que había fuera del convento. 
Un día volveremos a encontrarnos y charlaremos un café helado con totra de mil hojas , en el Paula que ya no existe, mirando la calle Ahumada convertida en paseo, y la Plaza de Armas despojada de sus jardines y cubierta de cemento,
pero sigue allí ese caballito de cartón para sacarse fotos, mientras las palomas juguetean con los recuerdos de todos, y la banda deja escuchar las notas mudas de conciertos de fantasmas, ignorando a los pintores artesanales dando vida a los paisajes pintados con aerosol, mientras el hombre que salta recitando pasajes de la Biblia, aquel de los ojos extraños y limpios, se va esfumando entre el smog.
Gracias por los recuerdos, por las sensaciones revividas, por aquella juventud que quedó atrás, envuelta en los delantales blancos, de un patio de escuela.

Nos veremos Margarita, nos veremos.

 

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