Albión
Mucho antes de que el Hombre descubriera por
primera vez el secreto del fuego, milenios antes de que el primer Elfo aprendiera el arte
del tiro con arco, una raza conocida simplemente como los Ancestrales forjó
el mundo. Las leyendas explican cómo los Ancestrales manipularon el ir y venir de la
magia para moldear la tierra a su voluntad y cómo plantaron las semillas que darían
forma a los vastos bosques que iban a cubrir el mundo. Las razas de los Elfos, los Enanos
y los Humanos eran como niños para ellos: niños a quienes nutrían y enseñaban. Se dice
que incluso los grandes Dragones eran meros juguetes en manos de aquellos seres divinos.
Y llegó un día en el que los Ancestrales escogieron la isla de Albión como uno de los
lugares donde construir sus hogares. Poco se sabe de ese sitio, pues son pocos los que han
llegado siquiera a visitar Albión y menos aún los que han regresado de este misterioso
lugar. Forjaron una isla paradisíaca en la que el sol brillaba y las plantas florecían
con gran facilidad. Reunieron a los individuos más valientes y sabios de cada raza y les
instruyeron en el arte de la magia y en otras habilidades. A los Enanos les explicaron el
secreto de cómo forjar runas y a los Elfos les enseñaron cómo dominar los secretos de
la hechicería.
Los Ancestrales creían que la raza que ellos llamaban el Hombre era demasiado primitiva
para aprender, pero pronto les sorprendió la presteza con la que la Humanidad se adaptaba
a su entorno. Quedaron tan impresionados que seleccionaron a unos pocos de entre aquellos
primitivos habitantes de las cavernas y les enseñaron algunos de sus secretos. Aquellos
que fueron elegidos recibieron el nombre de Arúspices, pues era su deber mostrar al resto
de su tribu el verdadero camino hacia la luz. Instruyeron a sus estudiantes y les
incitaron a expandirse por el mundo y poblar todos los continentes. Mientras tanto, los
Ancestrales los contemplaban con atención y, a cambio, los Humanos los veneraban como
dioses y erigían templos en su honor. De todas las razas, el Hombre fue la que más
impresionó a los Ancestrales, pues parecía capaz de adaptarse a cualquier clima, ya que
en cada rincón del mundo florecía rápidamente alguna pequeña tribu humana.
Los bajorrelieves hallados en los templos piramidales de los Slann, en lo más profundo de
las selvas de Lustria, así como las canciones más antiguas de los bardos de los Altos
Elfos narran el gran desastre que sobrevino a los nobles Ancestrales. Un portal mágico,
su forma de acceder a otros mundos, se derrumbó y se vieron forzados a huir del joven
mundo que acababan de crear para no quedar atrapados en él. Incapaces de ayudar a las
razas que habían traído a aquel mundo, los Ancestrales no tuvieron otra opción que
dejar que se valieran por sí mismas. Su regalo de despedida fue crear una raza de
guerreros gigantescos que protegería a los habitantes de Albión.
La destrucción del portal abrió una gran grieta en el tejido del cielo que permitió a
las fuerzas del Caos adentrarse en el mundo. Cuando las sombras del Caos envolvieron la
tierra, hordas enteras de demonios deformes y todo tipo de horripilantes bestias
descendieron desde el norte en un sanguinario ataque. Muchos de los sabios Slann, los
sirvientes más privilegiados de los Ancestrales, fueron los primeros en caer. Eran una
raza valiente e intentaron acabar con la primera oleada de atacantes, pero eran demasiado
escasos y demasiado débiles. Huyeron y se ocultaron bajo la protección de las densas
junglas de Lustria. Lo siguiente que hicieron las hordas del Caos fue centrar su atención
en los Elfos, pero los Ancestrales habían enseñado bien a sus hijos. Los Elfos
construyeron un vórtice en el mismo centro de Ulthuan para contener y repeler a las
sombras oscuras. Los magos élficos crearon este vórtice mediante la construcción de una
serie de círculos de piedras concéntricos que absorbían y dispersaban la energía del
Caos. En su arrogancia, los Elfos pensaron que solo ellos eran los salvadores del mundo,
pero esto no era cierto.
Concentrar su
ataque sobre Ulthuan y dejar de lado la isla de Albión supuso un error fatal en el plan
de conquista de las hordas del Caos: los Arúspices o Druidas, como los llamaban la gente
de Albión, reunieron a los Gigantes y les pidieron que construyesen para ellos una serie
de círculos de piedra. Con tan inmensa fuerza a su disposición, los Arúspices pronto
dispusieron de gran cantidad de estos círculos pétreos, cuyas propiedades místicas les
permitirían canalizar sus hechizos para confinar a las fuerzas del Caos en el norte.
En muchos sentidos, su maestría en este tipo de magia superaba a la de los Elfos. No solo
eran capaces de contener las energías del Caos, sino que, además, podían utilizar las
piedras para tejer un velo de niebla alrededor de la isla y así proteger las Piedras
Ogham, como pasaron a denominarlas, del peligro. Los Elfos sin duda habrían sucumbido si
no hubiera sido porque los Druidas de Albión habían reducido el flujo de energía
caótica. No obstante, la neblina que rodeaba la isla ocultó, además, el sol. Algo en la
naturaleza de los círculos de piedra atraía la lluvia y las tormentas y, en un corto
periodo de tiempo, la fértil tierra de Albión se convirtió en una región encharcada
donde apenas crecían unos pocos cultivos raquíticos.
Al absorber gran parte de la energía del Caos,
el propio suelo de Albión empezó a deformarse y, lo que una vez fueron fértiles campos,
se convirtieron rápidamente en lodazales en los que un hombre podía hundirse sin dejar
rastro. Los tupidos bosques y selvas de la isla se convirtieron en lugares salvajes donde
los espinos y las plantas venenosas privaban de vida a los árboles. Muchos temieron
entrar en aquellas llanuras que una vez fueron bellas y aquellos que lo intentaron no
volvieron a ser vistos. Ni siquiera las criaturas de Albión fueron capaces de escapar a
los efectos de las mutaciones provocadas por el Caos y, poco tiempo después, los chamanes
de las tribus ya explicaban historias sobre los terribles monstruos que merodeaban por los
rincones más oscuros y aparecían por la noche para caer sobre los incautos.
Fue el precio que tuvieron que pagar los Arúspices. Si tenían que detener las oscuras
fuerzas del Caos, Albión tenía que permanecer oculta. Los Arúspices encomendaron la
misión de proteger los círculos de piedra a los mismos Gigantes que los habían
construido. Estos Gigantes, que se dice que fueron creados a partir de la propia tierra,
eran seres extremadamente inteligentes y sabían lo importante que era su labor de
vigilancia. Durante algún tiempo reinó la tranquilidad. Los Elfos florecieron como raza
y aprendieron mucho del mundo a través del contacto con otras razas más primitivas, como
los Enanos y los Hombres.
Los Arúspices de Albión, por otra parte, quedaron aislados. Preferían la seguridad de
su isla remota al peligro del mundo exterior y se volvieron introvertidos y reclusivos.
Los Gigantes también sufrieron a causa de su obligada reclusión. Los siglos de endogamia
obnubilaron sus mentes. Cuando el peligro del Caos se desvaneció, se volvieron taciturnos
e inquietos, así que se dedicaron a llevar a cabo estúpidas demostraciones de fuerza
para matar el tiempo. Las tribus de Hombres de la isla también sufrieron un destino
similar. Con la desaparición de los Ancestrales y la falta de contacto general con el
mundo exterior, degeneraron y se convirtieron en una raza de tribus belicosas y de
primitivos moradores de las cavernas.
Durante todo este tiempo, los Arúspices siguieron enseñando a unos pocos elegidos de
cada generación posterior su magia secreta y aguardaron el día en que sus maestros
volvieran. A cada Arúspice se le instruyó hasta el más mínimo detalle en las
ceremonias rituales necesarias para mantener las brumas que rodeaban la isla. Cada uno
aprendería la naturaleza de las piedras y las ofrendas necesarias para que el poder
mágico de los círculos nunca se desvaneciera. Con el paso del tiempo, no obstante, los
saberes antiguos fueron olvidándose lentamente y, aunque los Arúspices siguieron
practicando su arte, este ya no era más que una sombra de los poderes que dominaron
antaño. Algunas prácticas persistieron, no obstante: cada noche de luna llena los
Arúspices se reunían para realizar ceremonias que mantenían las energías místicas de
las piedras.
Fue así como Albión se convirtió en una isla misteriosa. Se explican muchas leyendas de
intrépidas naves que penetran en la niebla para no salir de ella jamás. De vez en
cuando, los chismorreos de las tabernas acaban en el relato de un amigo de un amigo que
naufragó, fue a parar a la isla y volvió explicando historias de criaturas mitad hombre,
mitad caballo o de terribles bestias de un solo ojo que merodeaban entre la niebla.
Algunos incluso se atreven a proclamar que han vuelto de la isla con riquezas que están
más allá de los sueños más desbocados de cualquier hombre.
Jamás se ha demostrado la veracidad de estas historias y los rumores sobre
Albión siguen siendo poco más que cuentos fantásticos que los borrachos explican a
cualquiera que se quede a escucharlos. Pero, últimamente, una nueva leyenda se ha
difundido por el mundo. Los marineros hablan de una isla que ha aparecido de repente en el
lejano norte. Enormes acantilados blancos emergen del mar que la rodea, pero los marineros
han avistado también playas en las que un pequeño bote podría desembarcar. Parece ser
que las brumas se han desvanecido y la tierra se muestra abierta a la exploración. Todas
las razas del mundo de Warhammer están reuniendo sus ejércitos para buscar los tesoros
de Albión y reclamar la isla para sí. Aún más inquietantes son los rumores sobre
siniestros extranjeros que viajan a lo largo y ancho del mundo. Estos extranjeros hablan
de un Señor Oscuro que guiará al fuerte para conquistar al débil. De estos Emisarios
Oscuros, como se les ha acabado llamando, se sabe bien poco. La gente habla de siniestros
rituales mágicos y de que allí donde van estos extranjeros la muerte les sigue. Del
Señor Oscuro no se sabe nada en absoluto, salvo el hecho de que ha convocado a sus
seguidores para que se le unan en Albión. Sólo el tiempo dirá cuáles son los secretos
que, sin duda, serán revelados.
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